Intolerancia a errores (1990)

«Fault-Intolerant»

9 de enero

Yo, Abram Ivanov, finalmente tengo una computadora hogareña; un procesador de textos, para ser exactos. Luché por ella tanto como pude. Lo discutí conmigo mismo. Soy el escritor más prolífico de América y lo hago bien con una máquina de escribir. El año pasado publiqué más de treinta libros. Algunos, eran pequeños libros para niños. Algunas eran antologías. Pero también había novelas, colecciones de relatos cortos, colecciones de ensayos, y libros de no ficción. Nada de qué avergonzarme.

Entonces, ¿por qué necesito un procesador de textos? No puedo ir más rápido. Pero, ya saben, hay algo como la prolijidad. Teclear mis cosas significa que tengo que meter corrector para corregir letras, y ya nadie lo hace. No quiero que mis manuscritos se destaquen como un dedo machacado. No quiero que los editores piensen que mis cosas son de segunda clase, sólo porque están corregidas.

La dificultad estuvo en encontrar una máquina que no me llevara dos años en aprender cómo utilizar. Hábil no soy… como he mencionado frecuentemente en este diario. Y quiero una que no se rompa todos los días. Los fallos mecánicos me vuelven loco. De modo que compré una que tiene «tolerancia-a-los-errores». Eso significa que si algún componente no funciona, la máquina sigue trabajando, busca el componente que funciona mal, lo corrige si puede, lo reporta si no puede y el reemplazo puede ser llevado a cabo por cualquiera. No se necesita un experto hacker. Suena como hecho para mí.

5 de febrero

No he estado mencionando últimamente a mi procesador de texto porque estuve luchando por aprender cómo funciona. Lo he logrado. Por un tiempo, tuve un montón de problemas, porque aunque tengo un cociente intelectual alto, es uno muy especializado. Puedo escribir, pero enfrentarme con objetos mecánicos me vuelve loco.

Pero aprendí rápidamente, una vez que obtuve suficiente confianza. Lo que lo hizo fue esto. El representante del fabricante me aseguró que la máquina manifestaría defectos sólo raramente, y que sería incapaz de corregir sus propios fallos sólo excepcionalmente. Dijo que posiblemente no necesitaría nuevos componentes al menos en cinco años.

Y que si necesitaba uno, ellos escucharía exactamente qué se necesita de la propia máquina. La computadora reemplazaría esa parte por sí misma, haría todo el cableado y la lubricación necesarios, y descartaría la parte vieja, la que yo podría desechar.

Eso era algo excitante. Casi deseaba que algo anduviera mal de modo de tener una parte nueva para insertársela. Le podría decir a todos, «Oh, seguro, el descombobulador quemó un fusible, y lo arreglé de un tiro. Sin problemas». Pero no me hubieran creído.

Voy a tratar de escribir una historia corta en ella. Nada demasiado largo. Sólo unas dos mil palabras, tal vez. Si me confundo, siempre puedo regresar a la máquina de escribir hasta que recupere mi confianza. Entonces, puedo tratar otra vez.

14 de febrero

No me confundí. Ahora que la prueba esta a la vista, puedo hablar de ello. La historia salió tan suavemente como la crema. La presenté y la tomaron. Sin problemas.

De modo que finalmente he comenzado una nueva novela. Debería haberla comenzado un mes atrás, pero tenía que asegurarme primero que podía trabajar en mi procesador de texto. Esperemos que funcione. Parecerá gracioso no tener una pila de hojas amarillas donde pueda hurgar cuando quiera comprobar algo que dije cien páginas antes, pero supongo que puedo aprender a comprobarlo retrocediendo el disco.

19 de febrero

La computadora tiene un componente de corrección ortográfica. Eso me tomó por sorpresa porque el representante no me lo había dicho. Al principio dejó que los errores pasaran y yo volvía a leer cada página cuando la terminaba. Pero luego comenzó a señalar cualquier palabra que fuera no familiar, lo cual era un poco molesto porque mi vocabulario es grande y no tengo objeción en inventar palabras. Y, por supuesto, cualquier nombre propio que utilizo es algo no familiar.

Telefoneé al representante porque era un poco molesto ser notificado de toda clase de correcciones que realmente no deben hacerse.

El representante dijo:

—No permita que eso le moleste, señor Ivanov. Si le cuestiona una palabra que usted quiere que permanezca sí, sólo vuelva a escribirla exactamente igual y la computadora entenderá y la próxima vez no la corregirá.

Eso me desorientó.

—¿No tendría que instalarle un diccionario a la máquina? ¿Cómo sabrá lo que está bien y lo que está mal?

—Eso es parte de la tolerancia-a-los-errores, señor Ivanov —dijo—. La máquina ya tiene un diccionario básico y recoge las palabras nuevas mientras usted las utiliza. Verá que recogerá los falsos errores de ortografía cada vez en menor medida. Para decirle la verdad, señor Ivanov, tiene un último modelo y no estamos seguros de conocer todas sus potencialidades. Algunos de nuestros investigadores la consideran con tolerancia-a-los-errores porque puede seguir funcionando a pesar de sus propios fallos, pero con intolerancia-a-los-errores en que no tolerará los errores de los que la utilizan. Por favor, infórmenos si hay algo extraño. Realmente, nos gustaría saberlo.

No estoy seguro de que me guste.

7 de marzo

Bien, estuve luchando con el procesador de textos y no sé qué pensar. Por un largo tiempo, me señaló los errores, y los volví a escribir correctamente. Y ciertamente aprendió cómo distinguir los errores reales. No tuve problemas con eso. De hecho, cuando tengo una palabra larga algunas veces meto una letra equivocada para ver si la descubre. Escribo «supercede», o «vasío», o «cenectud». Casi nunca falla.

Y entonces, ayer sucedió algo gracioso. No esperó hasta que volviera a escribir la palabra rechazada. Automáticamente, la escribió por sí misma. No se puede evitar golpear la tecla equivocada algunas veces, de modo de escribir «una» en lugar de «usa», y la «n» cambiaría a «s» delante de mis ojos. Y sucedería rápidamente, también.

Lo comprobé tecleando deliberadamente una palabra con una letra equivocada. La vería mal escrita en la pantalla. Parpadearía y estaría bien.

Esta mañana telefoneé al representante.

—Hmm —dijo—. Interesante.

—Problemático —dije—, podría introducir errores. Si escribo «cass», ¿la máquina lo corrige como «casa» o como «caos»? ¿O qué pasa si piensa que quiero decir «caso», «so» cuando realmente quise decir «casa», «sa»? ¿Ve lo que quiero decir?

—He discutido sobre su máquina con uno de nuestros expertos teóricos —dijo—. Me dice que puede ser capaz de absorber pistas internas de su escritura, y saber qué palabra realmente quiere utilizar. Mientras usted escribe en ella, comienza a entender su estilo y a integrarlo a su propia programación.

Un poco terrorífico, pero conveniente. Ahora no tengo que repasar las páginas.

20 de marzo

Realmente, no tengo que repasar las páginas. La máquina ha continuado por corregir mi puntuación y mis palabras.

No pude creerlo la primera vez que sucedió. Pensé que tenía un pequeño ataque de mareo y que imaginaba que había tecleado algo que no estaba realmente en la pantalla.

Sucedió más y más frecuentemente, y no había error al respecto. Llegó hasta el punto en que yo no podía cometer un error gramatical. Si trataba de escribir algo como, «Jack, y Jill subieron a la colina» esa coma simplemente no aparecía. No importa cuánto intentara escribir «Yo tiene un libro», siempre lo mostraba como «Yo tengo un libro». O si escribía «Jack, y Jill también, subieron la colina», entonces no podía omitir la coma. Ellas entrarían por su propia voluntad.

Es una suerte que lleve este diario a mano, o no podría explicar lo que quiero decir. No podría dar un ejemplo de mala escritura.

No me gusta de verdad discutir con una computadora acerca del idioma, pero la peor parte es que siempre tiene razón.

Bien, miren, no me da un ataque cuando un editor humano me devuelve un manuscrito con correcciones en cada línea. Soy sólo un escritor, no soy un experto en los pequeños detalles del idioma. Dejemos que los editores editen, todavía no saben escribir. Y dejemos que el editor de textos edite. Me quita un peso de encima.

17 de abril

Hablé demasiado pronto en la última anotación en la que mencioné mi procesador de textos. Por tres semanas me editó y mi novela adelantó como una seda. Era un buen arreglo de trabajo. Yo creaba y ella adaptaba, por decirlo.

Entonces, en la tarde de ayer, no quiso trabajar, en absoluto. Nada sucedió, sin importar qué teclas le tocaba. Estaba bien enchufada; el interruptor del muro estaba conectado, yo estaba haciendo todo correctamente. No trabajaba. Bien, pensé, qué hay de ese asunto de «Ni una vez en cinco años». Sólo la había utilizado por tres meses y medio y ya estaban mal tantas piezas que ni funcionaba.

Eso significaba que las partes nuevas deberían venir desde la fábrica por enviado especial, pero no hasta el día siguiente, por supuesto. Me sentí terrible, pueden apostarlo, y temía tener que regresar a la máquina de escribir, buscando todos mis errores y tener que utilizar el corrector o volver a escribir la página.

Me fui a la cama con pésimo humor, y realmente no dormí mucho. Lo primero que hice por la mañana, o mejor dicho, después del desayuno, fue ir a mi oficina, y mientras me acercaba al procesador de textos, como si pudiera leer mi mente y adivinar que estaba tan desconcertado que alegremente lo hubiera levantado del escritorio y lanzado de una patada por la ventana… comenzó a funcionar.

Por sí mismo, se los aseguro. Nunca toqué las teclas. Las palabras aparecieron en la pantalla mucho más rápidamente de lo que hubiera podido hacerlo yo, y decían:

Intolerancia-a-errores Por Abram Ivanov

Yo simplemente me quedé mirando. Continuó escribiendo las anotaciones de mi diario en lo que concernía a sí mismo, como lo hice arriba, pero mucho mejor. La escritura era más suave, de más colorido, con exitosos toques de humor. En quince minutos había terminado, y en cinco minutos la impresora lo había puesto sobre papel.

Aparentemente, había hecho eso por ejercicio, o para practicar, ya que una vez terminado, apareció en la pantalla la última página de la novela que había escrito, y luego las palabras comenzaron a aparecen sin mí.

El procesador de textos claramente había aprendido a escribir mis cosas, exactamente como yo las hubiera escrito, sólo que mejor.

¡Grandioso! No más trabajo. El procesador de textos escribía a mi nombre y con mi estilo, y con cierto grado de mejora. Podía dejarlo correr, recoger las críticas sorprendidas de mis críticos diciéndole al mundo cuánto había mejorado, y ver llover las regalías.

Está todo bien como se ve, pero no soy el escritor más prolífico de América por nada. Sucede que amo escribir. Sucede que es todo lo que quiero hacer.

Ahora que mi procesador de textos hace mi trabajo, ¿qué haré yo con el resto de mi vida?

Asimov: Cuentos Completos
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