HISTORIA DE LA HIPNOSIS
Lentamente, esta técnica milenaria está abandonando el mundo de la farándula y el espectáculo de discoteca a medianoche, así como el de la pseudociencia, para entrar en los laboratorios y gabinetes de profesionales, clínicos y psicoterapeutas, dónde, en verdad, debería haber permanecido siempre. Y es que la hipnosis ha tenido multitud de altibajos en su reconocimiento a lo largo de la historia.
Nadie está seguro de cómo y cuándo comenzó el hipnotismo. Resulta evidente que lo que hoy se conoce como trance hipnótico ha estado vinculado al ser humano a lo largo de su evolución cultural.
Desde que existe la especie humana con una mente pensante ha existido sin duda alguna la hipnosis. Esto no es una afirmación gratuita si se tiene en cuenta que la hipnosis es un estado alterado o modificado de la conciencia en relación o comparación con lo que consideramos el estado más habitual, el llamado estado de vigilia.
Muchos investigadores, entre otros Vodgyesi, dicen que realmente podemos considerar la hipnosis «como una forma de vida arcaica». Se cree que el hombre primitivo usaba de estos estados para infinidad de fines o necesidades de acuerdo al sistema de vida de aquellos remotos tiempos.
Se han descubierto grabados, signos, etc. en donde necesariamente se supone que el hombre trataba de ponerse en contacto con ciertas fuerzas de la naturaleza y todo ello requiere entrar previamente en un estado alterado de conciencia a través del cual se cree que realizaban toda suerte de ritos y conexiones con su universo religioso.
En todo caso, desde entonces hasta nuestros días, su estudio y su utilización han seguido varios caminos que han llevado a los investigadores a distintos resultados y de ahí las teorías actuales. En todo caso, se sabe que desde tiempos inmemoriales, la hipnosis ha sido utilizada como medio de curación en culturas tan lejanas como los antiguos egipcios, griegos, romanos, persas, druidas de Bretaña, entre otros. En fin, casi todas las civilizaciones y culturas han practicado de una forma u otra el hipnotismo. Solo que con otros nombres.
Uno de los documentos más antiguos que se conocen, conservado en el Museo Británico, que habla de algo parecido a la hipnosis, es un papiro encontrado la tumba de Assasif, en Egipto, encontrado por Edwin Smithen 1862 y comprado por el egiptólogo alemán Georg Ebers, de donde toma su nombre.
Se le calcula una antigüedad de más de 3500 años. Este importante documento fue estudiado por Bordeaux y en el mismo se ve cómo un sacerdote egipcio, mediante pases, hierbas y una especie de rayos que parecen salir de sus ojos, trata a su paciente o adepto al templo.
Siguiendo detenidamente el curso histórico de tales prácticas y ritos, se aprecia cómo son los estados alterados de conciencia los que predominan en tales prácticas precursoras de lo que hoy se entiende por hipnoterapia.
Forzosamente se tiene que dar un cambio en el estado de la conciencia, el trance se da sencillamente por que significa pasar, transitar (trance), de un lugar o estado mental, emocional y físico a otro, con el mismo estado mental que genera o mantiene un problema de miedo, ansiedad, etc., no se puede solucionar necesariamente dicho conflicto, cuando se cambia la perspectiva y es cuando se ve con otro estado cuando se posibilita la curación.
Brujos, magos, hechiceros, chamanes antiguos y modernos, sanadores del cuerpo y del alma curaban las dolencias de sus adeptos con técnicas o procedimientos que servían para disociar el consciente y entrar en el subconsciente, produciendo de hecho profundos estados de trance hipnótico.
Medicina precursora en cierta forma de la moderna psicosomática, que mantiene la muy acertada idea de que un paciente con trastornos físicos muy posiblemente lo sea porque tiene de alguna manera su psiquismo desequilibrado.
Al fin y al cabo, todo lo que afecta al cuerpo afecta a la mente. Y también a la inversa, lo que perturbe a la mente, más tarde o más temprano afectará al cuerpo.
Los métodos usados para producir estados alterados, es decir, el trance hipnótico, eran muchos y variados hace siglos: pases magnéticos, mantras o palabras de poder, bailes, danzas consideradas sagradas, cánticos también sagrados, instrumentos musicales de todo tipo: tambores, flautas, sonajeros o instrumentos de viento, ayunos prolongados, ejercicios físicos, entre otros.
En fin, lo importante era sacar del estado normal a esas personas, hacerlas entrar en otros estados mentales en donde su psiquismo se abriese receptivo y creador para recibir el tipo de ayuda que necesitaba.
Las prácticas colectivas tribales, los ritos iniciáticos o los retiros en parajes solitarios, todo ello se practicaba sabiamente dirigido por los iniciados, chamanes o sacerdotes y servía para producir alucinaciones colectivas o individuales, visiones en estado de trance y así, de esta forma, se curaban de sus dolencias orgánicas y mentales. Amén de otros procesos de carácter místico o esotérico relacionados con procesos iniciáticos propios de aquellas culturas y que tanta importancia tenían en el seno de la colectividad.
Sería muy largo de explicar y además se escapa al objetivo de este libro, por eso no me detendré en los muy renombrados cultos mistéricos de Eleusis; los de Dionisos, Cibeles, en la antigua Grecia; Isis, Osiris en Egipto, en tantas y tantas latitudes espirituales de la antigüedad.
Pero si los menciono es simplemente para indicar que, siempre con un fin u otro, el hombre a través de sus iniciados o maestros ha conocido y, por supuesto, usado, los estados alterados de conciencia mediante procedimientos que directa o indirectamente se relacionan con los métodos del moderno hipnotismo.
Como elemento subyacente en el trance hipnótico está el poder de la sugestión. Y esta tuvo tanto auge que se construyeron templos llamados «Templos del Sueño». En algunos se rendía culto a Asclepios, el llamado dios de la medicina, al que se suele representar con una serpiente, símbolo universal de la sabiduría y de la medicina.
La serpiente era considerada dadora del poder de curación. Incluso en la Biblia se habla de la serpiente de bronce de Moisés que sanaba a los israelitas durante su éxodo en el desierto. Reminiscencia de todo ello se ve en los tiempos modernos como símbolo de las farmacias, una serpiente enroscada en una copa.
Algunos arqueólogos, antropólogos e investigadores cuentan cómo se realizaban, presumiblemente, los procedimientos para producir la hipnosis y el consiguiente estado de sugestión.
Primero pasaban al enfermo a una sala en donde le daban hierbas relajantes; luego lo sacaban al exterior y le hacían realizar una serie de ejercicios físicos con la intención de cansar el cuerpo y, de esta manera, ir creando un estado propicio para el descanso. Después le hacían pasar por unos largos túneles o pasillos, algunos de los cuales todavía se conservan en relativo buen estado, como los de la ciudad de Pérgamo.
En esos largos pasillos se encontraban, situados de forma estratégica, unos orificios en la pared a través de los que se oían agradables voces acompasadas mediante las que se sugería o invitaba al sujeto al descanso, a la sanación o al sueño reparador.
Verdaderos mensajes sugestivos, y hasta subliminales, que iban provocando estados de conciencia alterados, preparatorios a la fase final del proceso que se iniciaba cuando el que se sometía a ellos, cansado, sugestionado y con un tremendo sueño, entraba en una habitación, que estaba preparada con los perfumes adecuados y el ambiente íntimo y acogedor necesarios.
Sonidos de fondo relajantes originados por canalillos de agua que funcionaban a modo de las modernas ondas alfa provocando estados de profunda relajación.
La actividad del córtex cerebral se reducía y apaciguaba y el sujeto entraba en lo que hoy se llama estado alfa.
En esa sala o habitación le esperaba al final el sacerdote del templo, que procedía a sumergirle en un sueño con el objetivo de producir la curación total.
Se dice que en sueños se aparecía al paciente la divinidad a la que el templo estaba dedicado y esta le instruía en sus procesos de autocuración.
Reflexionando en todo esto, llegamos a la conclusión de que muchas de las técnicas modernas de autocuración utilizando los estados alterados de conciencia en realidad son reminiscencias de aquellos ancestrales cultos y procesos terapéuticos.
Otra latitud espiritual importante fue, y sigue siéndolo en nuestros días, la India. País de una extraordinaria espiritualidad cuyos procesos místicos para producir estados alterados de conciencia son considerados por los investigadores como una auténtica ciencia.
En honor a la verdad, diremos que la mayoría de las técnicas con tanta fama en Occidente, se les llame control mental, visualización creativa, meditación trascendental y todos sus derivados, se han inspirado en la meditación de la India, verdadero arte del autoconocimiento.
Un poquito de yoga, unos retoques de meditación zen, un poco de psicología occidental y algo de hipnosis, y ya tenemos todas esas técnicas con tanta predicación hoy en día para la transformación del individuo.
Y, como no, en el fondo de todo ello, la ancestral madre de todas las terapias que usan los estados alterados de conciencia, la hipnosis.
Por supuesto, todos estos sistemas funcionan y son muy eficaces.
No es mi intención criticar su eficacia ya que me estaría mintiendo a mí mismo el primero. Pero, estimado lector, le aseguro una cosa, casi todos han bebido de la fuente original, el hipnotismo, y así lo reconocen algunos de sus creadores.
Un detenido estudio de los fundamentos del yoga nos muestra, en efecto, cómo en muchos aspectos son parecidos a los de la hipnosis. Varios miles de años antes de Cristo se originó el sistema yoga como método de autorrealización.
El yoga no es considerado una religión en el sentido en que en Occidente entendemos la religión. Los estudiosos y practicantes del yoga lo conciben como una verdadera ciencia.
A través de la cual se adquiere el control de la mente y se curan enfermedades físicas y emocionales. Lo interesante del yoga es que funciona perfectamente para todo el mundo y no entra en contradicción con ningún credo religioso o místico.
Por lo tanto, puede ser practicado por los creyentes de tipo religioso y por los mismos que se declaran ateos o agnósticos. Funciona igual y todos obtienen importantes beneficios, tanto en su cuerpo como en su mente.
Ciertamente y como lo demuestra el doctor Kroger, eminente hipnoterapeuta, entre los objetivos y procesos del yoga y los del método hipnótico existe una gran similitud.
Demostrar que la mayoría de los estados de conciencia que se alcanzan en el yoga, la meditación zen y otras técnicas parecidas son iguales o similares a los estados que se alcanzan con los procedimientos de la autohipnosis, incluso la hipnosis inducida por el hipnotizador, es cosa relativamente fácil.
El Doctor Kroger hace un estudio comparativo entre estas técnicas y sus resultados son concluyentes. La mayoría de los estados mentales obtenidos por los practicantes de dichos sistemas son en el fondo pura y auténtica autohipnosis. Solo que en esas escuelas y doctrinas no se les suele llamar «autohipnosis».
En otro país y cultura milenaria, como es China, también fueron utilizados con fines ceremoniales y rituales colectivos los estados alterados de conciencia provocados a través de ceremonias en las que participaba toda la colectividad.
Tales ceremonias consistían en producir una serie de estímulos auditivos y sensoriales en general, obtenidos con infinidad de instrumentos tales como tambores, flautas, cánticos, campanas, etc.; los asistentes se entregaban después a unas frenéticas danzas hasta llegar a la extenuación y, finalmente, a la disociación del consciente, produciéndose catarsis colectivas, alucinaciones, convulsiones y todo tipo de manifestaciones físicas y emocionales.
Al final, entraban en profundos estados de somnolencia hasta llegar, a través de lo que en el fondo no es más que autohipnosis, a la curación y armonía psicofísica, objetivo final de estas prácticas rituales.
Estos sistemas todavía perduran en nuestros días en determinadas culturas. Los podemos observar en rituales de diferentes religiones como son la macumba de Brasil y las clásicas misas espirituales americanas.
Un breve recorrido por culturas y civilizaciones tan distantes entre sí, en el tiempo y en el espacio, nos muestra grandes similitudes, en todas ellas se practicaron sistemas parecidos.
Testimonios de tales prácticas se conservan por doquier. Sin ir más lejos, ya en el siglo XIX se descubrieron grabados en la piedra que revelaban cómo trece siglos antes de Cristo ya se conocían en Grecia sistemas terapéuticos en los que la sugestión hipnótica tenía una gran influencia. En una de ellas aparece una escena en la que Quirón se encuentra hipnotizando a Esculapio.
Todo esto coincide con lo expuesto con anterioridad sobre los «Templos del sueño», en donde se rendía precisamente culto a este personaje.
Dando un gran salto histórico conformado por siglos en los que estas prácticas constituían un método esencial en los sistemas utilizados por magos, sanadores y sacerdotes, llegamos al advenimiento de la religión cristiana.
Algunos expertos opinan que los primeros cristianos debieron de recurrir a algún sistema de autohipnosis para soportar el martirio al que fueron sometidos.
Y la Biblia nos habla de tratamientos con carácter francamente hipnoterapéutico; solo así se puede comprender la curación de la parálisis del rey Jeroboan y la melancolía de Saúl.
Con la evolución histórica del cristianismo primitivo y todos sus cambios y adaptaciones posteriores, la hipnosis fue pasando del terreno de lo curativo y terapéutico al terreno de lo oculto, de la magia, en una concepción poco menos que demoníaca en la mentalidad religiosa de la época.
La religión, que hasta ese momento contaba con la hipnosis como uno de los elementos valiosos de su arsenal de procedimientos sanadores, comienza a combatirla.
En un libro titulado El hipnotismo puesto de moda escrito por el padre José Franco en 1880, se comenta, refiriéndose a la hipnosis: «Demostraremos en este libro que estas prácticas envilecen la dignidad humana, perjudican la salud y degradan la conciencia. Daremos a conocer cómo ellas son inmorales, antirreligiosas y que, por tanto, no es lícito provocar en otros los fenómenos hipnóticos y que son dignos de censura y vituperio cuantos a ellos acuden».
Ejemplos de cómo la hipnosis ha pasado a lo largo de los siglos por épocas de ensalzamiento y también de oscurantismo y persecución.
En efecto, hay algo en la hipnosis en la mente humana que cuando surge o despierta, confiere estupor y hasta pánico al que no esperaba encontrarse esos contenidos ahí, pero no simplemente miedos o complejos, también experiencias y hasta saberes o conocimientos ocultos que en un principio, si no se está preparado, perturban más que ayudan o consuelan. (ver Psicología transpersonal, de Groff o Ser transpersonal de Assaglioli) son las llamadas «Emergencias espirituales» término o concepto admitido ya por la psicología oficial.
Encontramos alusiones a la hipnosis a comienzos del Renacimiento como comenta Pol C. Jagot, Plinio, Avicena, Basilio, Valentino, Agripa, Paracelso y algunos otros que proclamaban la acción del hombre por sí mismo y sobre los otros.
En todos los sistemas o filosofías de estos personajes encontramos métodos que hacen alusión a la hipnosis. También encontramos escritos como los del padre jesuita Atanasius Kircher (1601-1680) que en su libro titulado Magnus Lucis et Umbrae explica sus prácticas de hipnosis aplicadas a animales. Una de las que él realizaba consistía en «hipnotizar» a una gallina. Trazando una línea en el suelo con una tiza, ponía el pico del animal sobre la línea trazada, quedando la gallina paralizada. Otras veces el ave caminaba como hipnotizada por encima de la línea.
Quede claro al lector ya desde este mismo momento que la hipnosis es imposible con los animales, porque el trance hipnótico precisa de voluntad y entendimiento.
A pesar de la creencia popular, los animales no pueden ser hipnotizados nunca. Lo único que se puede hacer es aterrorizarlos o fascinarlos. En algunos casos de espectáculos, los animales suelen estar drogados o en todo caso han aprendido una serie de respuestas como reflejo condicionado del que nos hablaba Pavlov.
Otros animales suelen utilizar una especie de parálisis o catalepsia simulando la muerte como mecanismo de defensa.
Me traslado hasta mediados del siglo XVIII para hablar de Franz Anton Mesmer (1734-1815), creador de un método al que denominaba «magnetismo animal».
Su sistema curativo se remontaba en sus fundamentos teóricos al menos al siglo XVI a través de los planteamientos de Paracelso (1493-1541) acerca de las influencias cósmicas y la relación entre los cuerpos celestes y el hombre. Teorías que fueron continuadas más tarde por algunos activos seguidores como Jean Baptiste Van Helmont (1577-1644) y Robert Fludd (1574-1637).
Mesmer, doctorado en filosofía y medicina en Viena a la edad de 35 años, estuvo muy influido por las teorías de Paracelso y en su tesis doctoral, titulada De Planetarium Influxu afirmaba que existía una energía etérica creadora de materia que lo penetra todo y que ejerce una gran influencia sobre los hombres y otros seres vivos.
Se considera a Mesmer como el verdadero precursor del moderno hipnotismo. El padre sería el cirujano escocés James Braid por razones que ya explicaré más adelante.
Como se ha podido ver hasta ahora, la hipnosis se ha practicado y utilizado de diferentes formas a lo largo de la historia; aunque no con el nombre por el que se la conoce en estos tiempos.
Alrededor de 1770 el padre Hell, de la Compañía de Jesús, residente en Viena, se hizo famoso por las curas magnéticas obtenidas con el sistema de aplicar planchas de acero sobre el cuerpo desnudo de sus pacientes.
Mesmer se inspiró en estas ideas en el trabajo del padre Hell; de hecho, durante un tiempo, las aplicó de igual manera sobre sus enfermos. Más adelante descubrió que no hacían falta imanes o las placas de acero y que con oportunos y estudiados pases y contactos directos de tipo magnético se producían los mismos efectos curativos.
Mesmer postulaba que el hombre tenía una fuerza o energía magnética que debía de estar armonizada o, de lo contrario, la persona enfermaba. Lo cierto es que pronto creció extraordinariamente su fama gracias a las curaciones que realizó sobre infinidad de pacientes.
Ante la masiva afluencia de gente que acudía para ser tratada con estos revolucionarios métodos Mesmer creó su famosa «Baquet» o cubeta de la salud. Se trataba de un recipiente de madera de grandes dimensiones en el que introducía unas botellas llenas de agua de las que sobresalían unas largas varillas; el agua ya había sido magnetizada previamente por el mismo Mesmer.
Los pacientes se aplicaban, con fervor casi religioso, dichas varillas sobre las partes enfermas del cuerpo produciéndose curaciones consideradas casi milagrosas en la época.
Durante los tratamientos, Mesmer escenificaba todo un complejo ritual que sugestionaba poderosamente a los presentes: daba vueltas alrededor de la «Baquet» creando una gran expectación con su mirada, la música compuesta por él mismo y todo un sofisticado decorado a través del cual hacía posible esos fenómenos de catarsis colectiva y curaciones que cimentaron su prestigio.
Sin saberlo, estos sistemas creados por Mesmer, pasado el tiempo, han venido a considerarse como la piedra angular de la moderna psicoterapia de grupo.
Hay, en efecto, unos componentes parecidos entre las curaciones realizadas por grupos espiritistas y el moderno psicoanálisis.
El éxito de Mesmer siguió creciendo en los años posteriores a su llegada a París. Era tal la cantidad de pacientes que acudían a Mesmer en busca de curación que este finalmente, para atender tanta demanda, compró el Hotel Bullión situado en la Rue Coq-Heron. Allí, habilitó varias cubetas más donde sus pacientes acudían en masa.
A medida que su fama crecía por un lado, por otro aumentaba la crítica y el escepticismo por parte de los estamentos científicos de la época. Estos no veían con buenos ojos los sistemas poco ortodoxos empleados por Mesmer. Tampoco les gustaba a su orgullo académico el éxito de tales sistemas y el revuelo causado por sus sorprendentes curaciones.
Como el lector comprobará, los llamados científicos no cambian nunca ni se apean fácilmente de sus paradigmas y dogmas académicos según la época; Pasteur, Freud, hasta Juan Servet y otros muchos han pasado por la crítica, el rechazo y hasta la condena por atreverse a mostrar y practicar métodos y ciencias que los académicos de turno relegan al cajón de las supersticiones o lo no científico. ¡Cómo si realmente hubiera algo científico, perdurable e inmodificable!
Tanta relevancia tuvieron los casos de curación que el propio rey francés, Luis XVI, pidió a la Academia de Ciencias de París un informe sobre el llamado magnetismo animal. La comisión se formó en 1784. Todos los médicos eran miembros de la Academia de Ciencias de París. Esto ocurría el 12 de marzo del citado año. Fueron Borie, Sallin, Darcet y Guillotin, médicos de la Universidad de París y cinco miembros más, estos de la Academia de Ciencia, Franklin, Le Roi, Bailly, De Bory y Lavoisier.
El inicio de la conclusión de los científicos fue: «Comprobado que el fluido magnético no puede ser reconocido por ninguno de nuestros sentidos y que no ejerce ninguna acción sobre los enfermos que se someten al mismo...».
La citada comisión negaba la existencia del magnetismo animal; sin embargo, no decía nada de los cientos de casos tratados por Mesmer con resultado de curación total de los enfermos.
De cualquier manera, el descrédito fue definitivo. Mesmer se vio obligado a abandonar el escenario de sus mejores triunfos. Fue adulado y envidiado, admirado y calumniado; conoció la gloria más alta y el olvido más absoluto.
Durante un tiempo viajó por distintos países de Europa: los estados que después conformarían Alemania, Italia e Inglaterra. Después se retiró a Suiza. Allí se dedicó a curar a gente humilde y a escuchar su música favorita.
Tiempo después, varias instituciones científicas, reconociendo los errores cometidos contra Mesmer, quisieron recompensarle. Así, Francia le concedió en 1802 una pensión oficial.
Todo ello en reconocimiento por lo mucho que había hecho en favor de la ciencia y de la humanidad. Los alemanes, en 1812, a través de la Academia de Berlín, que lo había rechazado treinta y siete años antes, lo invitó a ingresar en ella otorgándole todos los honores que anteriormente le había negado.
Mesmer rechazó la invitación; lo mismo hizo con Prusia, que trató también de rehabilitarlo desde su Academia. En este caso Mesmer delegó en el profesor Wolfart y no se presentó.
Al margen de todo lo que se haya dicho en contra de este hombre, no cabe la menor duda de que fue un gran adelantado de la ciencia para su época. Muchos le consideran como una verdadera piedra angular del moderno hipnotismo.
Lo cierto es que no hay tratado o estudio sobre la hipnosis que no mencione a Mesmer por su evidente influencia, ¿A quién se recordará en siglos venideros de entre los psicólogos clínicos actuales? Sigmund Freud, Carl Gustav Jung y Milton Erickson, son verdaderos maestros y precursores de una nueva visión del psiquismo humano y de las formas de psicoterapia que exploran dimensiones distintas y complementarias de la humanidad, incluida de manera especial la hipnosis. ¿Quién de esos psicólogos que tanto desprecian y descalifican a otros psicoterapeutas que trabajan con otros métodos diferentes a los suyos y que obtienen experiencias distintas y más enriquecedoras serán recordados por generaciones futuras por haber aportado algo más que sus dogmas y prejuicios académicos? ¿A quién recordarán?
Mesmer tuvo muchos continuadores de su obra. Incluso en nuestra época existen defensores del magnetismo animal. Esta escuela explica la hipnosis como un fenómeno que es producido por el mencionado fluido.
Algunos de los más importantes continuadores de sus teorías fueron los hermanos Puysegur, nietos del Mariscal de Francia. Armand, el mayor, reproducía las mismas experiencias de su maestro y, como él había hecho antes con la cubeta, magnetizó un olmo. Este proceso de curación era mucho más suave que el de la cubeta y cuando llegaba a producir alguna crisis era menos violenta. La gente que acudía al citado olmo se adormecía plácidamente en lugar de las catarsis colectivas y a veces violentas de la cubeta.
Un campesino, al que algunos historiadores presentan como criado del marqués, de nombre Víctor, cuando Puysegur le curaba de un dolor en el pecho, al entrar en contacto con el árbol, en lugar de adormecerse y tumbarse como ocurría casi siempre, cayó en una especie de trance; se adormeció, sí, pero no dejaba de moverse (como un sonámbulo, que está dormido, pero puede llegar incluso a andar).
Lo más interesante no termina aquí: en este estado de trance el campesino, prácticamente analfabeto, hablaba y se expresaba con una facilidad que antes nunca había tenido, además de mostrar algunas facultades que hoy estudia la moderna parapsicología, como la telepatía, por ejemplo.
Una de las cosas que más asombraba fue que se expresó acerca de su enfermedad de una forma precisa y exacta, demostrando unos conocimientos sobre anatomía y medicina que no poseía en estado de vigilia normal.
El marqués Armand de Puysegur definió este estado con el nombre de «sonambulismo magnético». Estudiando la inteligencia demostrada por este campesino durante el trance sonambúlico, su seguridad de diagnóstico, la manera tan certera de adivinar el curso de la enfermedad, no solo la que le afectaba a él, sino también a otras personas.
Puysegur la llamó clarividencia. Se abría un campo de posibilidades enorme en relación a esta facultad, pues Víctor, adormecido, leía el pensamiento, contestaba las preguntas, adivinaba y ejecutaba las órdenes que se le sugerían, describía los órganos enfermos de los presentes y exponía los remedios para su curación.
Después, Puysegur publicó el resultado de sus observaciones. Se le considera como un hombre cuya grandeza de alma solo le guió a servir a la humanidad, desde la premisa que defendía: «Velar y creer». Además, no intentó atribuirse la paternidad del descubrimiento del estado sonambúlico, pues aseguraba que su maestro necesariamente tenía que conocerlo.
Puysegur había creado escuela. Petetin se interesó por sus trabajos. Este era presidente perpetuo de la Sociedad de Médicos de Lyon. En 1787 presentó a una mujer que, en estado de trance, veía, entendía y sentía por la punta de los dedos.
Él no creía en el magnetismo como tal y buscaba otras explicaciones para todos estos fenómenos tan extraordinarios.
Deleuze, bibliotecario y practicante en sus horas libres del magnetismo, escribió una obra sobre el mismo. Fue publicada en 1813 con el título de «Historia crítica del magnetismo animal».
Pensaba que los sonámbulos estaban dotados de algunas facultades paranormales. El P. Faria, llegado de la India, de la zona de Goa, perteneciente por esa época a la Corona de Portugal, no creía tampoco que los estados de trance fueran producidos por fluido magnético alguno.
Hizo unas cuantas demostraciones públicas. Su sistema consistía en mirar fijamente a los ojos al sujeto pasivo, adormeciéndolo para luego ordenarle sentarse en un sillón y cerrar los ojos. Con voz fuerte y autoritaria le gritaba: ¡duerme!
Con este sistema obtenía grandes resultados, logrando hipnotizar a muchos sujetos. Faria fue uno de los primeros en comprender que el denominado sonambulismo tenía su origen en la imaginación del sujeto (lo que conocemos como sugestión).
Noizet, discípulo de Faria, dedujo una ley psicológica muy importante: «Toda idea sólidamente implantada en la mente tiende a transformarse en acto».
En este punto de la exposición, me parece acertado señalar cómo las teorías comienzan a dividirse. Están las ideas mesmerianas defendiendo el fluido universal y también el animismo, que atribuye todo el fenómeno sonambúlico-hipnótico dentro de la imaginación, originado, por tanto, en el alma humana.
A pesar del tiempo transcurrido estas dos escuelas o teorías siguen vigentes. A lo largo de los años se han ido sucediendo los casos que defendían la validez de ambos enfoques.
Por ejemplo, en 1819 un odontólogo de apellido Martorell extrajo una pieza dentaria a un paciente sin dolor utilizando el magnetismo.
Por su parte, el barón Dupotet magnetizó en 1821 a unos sujetos y el doctor Recamier les cauterizó mediante moxas, mechas inflamadas sobre la piel, sin que padeciesen ningún dolor.
Estos experimentos se realizaban en algunos hospitales, como el Hospital General y La Salpetriere, con los doctores Georget, Rostan, Bertrand y otros.
En 1825, la Academia de Medicina realizó un informe a través del doctor Husson, quién tardó seis años en terminarlo: las conclusiones son que el magnetismo existe.
Así lo reconocen los investigadores de una comisión encargada de su estudio. Explican las diversas causas del mismo y finalmente dicen: «Encontramos aquí unos fenómenos fisiológicos y terapéuticos bien confirmados».
El barón Dupotet dio unas explicaciones tan interesantes acerca de las intervenciones quirúrgicas realizadas sobre sujetos adormecidos que llamaron la atención de un reputado cirujano de Londres, John Ellitoson, profesor universitario.
Era también presidente de la Sociedad Real de Medicina y Cirugía. Este eminente científico investigaba hasta el fondo los asuntos a los que se dedicaba.
Estudió el magnetismo utilizado en la cirugía, así como su acción sobre el sistema nervioso. La universidad le prohibió sus prácticas cuando se enteró del asunto que investigaba.
Elliotson no se acobardó y presentó su dimisión. En 1843 fundó una revista para la divulgación de sus métodos. En 1846 fundó en Londres el Mesmeric Hospital al que le siguieron otros de índole parecida por distintos lugares del Reino Unido.
En 1845, en Calcuta, un médico escocés realizó verdaderos prodigios con el magnetismo. Su nombre, James Esdaile, admirador de Elliotson, llevó a cabo tantas operaciones sin ningún tipo de anestesia que no fuera a través del magnetismo y con tan buenos resultados que se terminó creando un hospital mesmeriano.
Se calculan en más de 2.000 las operaciones realizadas. De ellas, unas 300, de verdadera importancia.
En 1841, en Londres, un suizo de nombre Lafontaine, entre otras exhibiciones, magnetizó a un león en el zoo. Y en Manchester concurrió a sus demostraciones un hombre que cambió de alguna manera el curso y devenir del magnetismo, transformándolo en lo que hoy conocemos como el moderno hipnotismo.
Se trataba de un cirujano escocés llamado James Braid (1795-1860), quien, al principio, conforme a su educación científica, acudió receloso y bastante escéptico al espectáculo. Pensaba que todo era superchería y engaño y, de alguna manera, asistió para desenmascarar a Lafontaine.
Pero no solo no consiguió confirmar esta idea preconcebida, sino que acudió dos veces más. En la segunda demostración hubo algo especial durante la misma que le llamó poderosamente la atención. Una persona se vio imposibilitada de abrir los ojos cuando Lafontaine la magnetizó. Braid se dio cuenta de que aquello era real. Admitió que se hallaba ante un fenómeno auténtico y digno de ser estudiado. Por eso acudió una tercera vez. En esta ocasión, pensó que el fenómeno tenía una naturaleza de tipo psicológico y realizó sus propios experimentos.
Hasta cierto punto, Braid fue un afortunado investigador del fenómeno que hoy llamamos hipnotismo, precisamente porque en su día Braid lo bautizó con este nombre.
Braid tuvo suerte porque al elegir a varias personas como sujetos experimentales de sus teorías, acertó con gente muy sugestionable. Es decir, personas muy fácilmente hipnotizables.
De no haber sido así, esto es, si hubiese elegido a personas más refractarias, quizá no hubiese podido confirmar su teoría. En todo caso, él quería confirmar que la causa de esos fenómenos era de tipo psicológico y, por tanto, no eran debidos a ningún agente externo.
Los sujetos pasivos de sus experimentos son tres: su asistente, su criado y su propia esposa. Al primero le ordena mirar fijamente el cuello de una botella. Este entra en trance a los tres minutos.
El segundo tardó dos minutos y medio y lo hizo contemplando atentamente una preparación farmacéutica.
En cuanto a su esposa, le encomendó la tarea de no perder detalle de una tapa de azucarero; también tardó dos minutos y medio. Así, Braid aseguró que él no los había adormecido, sino al contrario, ellos mismos se habían introducido en ese peculiar estado de adormecimiento.
A partir de este momento, Braid anunció su teoría, según la cual «la fijación sostenida de la mirada, paralizando los centros nerviosos de los ojos y sus dependencias, y destruyendo el equilibrio del sistema nervioso, produce el fenómeno».
No todo el mundo está de acuerdo con esta teoría. No obstante, se le concede, desde el primer momento, la importancia que tiene. De alguna manera se comprueba que los estados de trance o sonambulismo no son producidos por ningún fluido ni por ningún operador que lo transmita.
Fruto de sus operaciones y transcurridos más de dos años, publicó una obra a la que tituló Neurohipnología. Braid establece el nombre de hipnotismo para este tipo particular de, como él dice, sueño nervioso.
Gracias a Braid, se colocan los cimientos para la comprensión científica del fenómeno.
Y la ciencia académica vuelve tímidamente sus ojos hacia estas técnicas terapéuticas. Esta doctrina recibió durante bastante tiempo el nombre de braidismo. En 1842, Braid propuso una discusión y posterior demostración ante la British Medical Association, pero esta se negó.
Otros científicos de la época utilizaron también estos procedimientos a pesar de contar con la oposición de los estamentos oficiales. El doctor Durand de Gros realizó algunas intervenciones quirúrgicas espectaculares que le aseguraron una buena propaganda.
En 1859, Velpeau, doctor clínico prestigioso, informó a la Academia de Ciencias de una operación efectuada bajo hipnosis. Los médicos que llevaron a cabo dicha operación fueron Broca y Follin.
A continuación se realizaron otras muchas intervenciones quirúrgicas: la amputación de una pierna a la altura del muslo, fue quizá fue la más importante. La realizó el doctor Gerineau, comprobando una vez más la eficacia del hipnotismo.
Broca fue introducido en el braidismo por el doctor Azam y fue Velpeau a través de un informe el que despertó el interés de Liebeault hacia los estudios de Braid, retomándolos donde este los había dejado.
Interés despertado después de algunos estudios sobre diferentes casos de reumatismo, neuralgia, epilepsia y parálisis. Liebeault (1840-1923) publicó en 1866 un libro sobre «el sueño y los estados análogos». Se dice que solo vendió un ejemplar, sin embargo obtuvo centenares de curaciones. Es curioso, pero interesante, su procedimiento; en su pueblecito de Port-Saint-Vincent, este hombre sencillo se dedicó principalmente a curar a gente pobre.
No hacía a los enfermos ningún diagnóstico, tampoco examen alguno. Los adormecía y, con su voz monótona y penetrante, les iba sugiriendo cambios en su conducta, sobre su salud en general, alimentación, circulación, etc. Sugestiones y más sugestiones, las curaciones se sucedían. Como no podía ser menos, muchos de sus colegas le criticaron y le tildaron de charlatán.
El estamento oficial o académico no tiene nada de científico, todo lo contrario, siempre se resisten a una nueva teoría, o nuevo sistema que se presente diferente y más avanzado que el aceptado clínicamente. Luego, cuando las nuevas ideas y técnicas van abriéndose paso, esos mismos incrédulos que antes la despreciaban, lo incorporan y se hacen dueños de ese sistema, se vuelven insoportables y dogmáticos acerca de la técnica. Quedando esta adosada a los paradigmas y así se repite el ciclo. La psicología oficial esta atrasada, obsoleta y su visión y práctica de la hipnosis es sesgada, insuficiente y superficial. No es una opinión, es un hecho comprobable. Me refiero a lo que enseñan académicamente, otra cosa son las enseñanzas a nivel particular que algunos psicólogos imparten a sus alumnos en cursos especiales como el equipo mencionado de la Universidad de Valencia y sus prestigiosos títulos y diplomas en hipnosis ericksoniana (DBM).
De la Universidad de Nancy se desplazó el profesor Bernheim (1837-1919) con la intención de desenmascararlo. Sin embargo, pronto quedó convencido del sistema de Liebeault y, con toda su autoridad profesional, inició este tipo de tratamientos en el Hospital de Nancy.
Los dos se hicieron amigos e iniciaron en Nancy una escuela de hipnoterapia cuya reputación mundial solo fue igualada por la de Salpetriere, en París.
Después de cuatro años de experimentos en La Salpetriere con un grupo de histéricas (a las que hipnotizaban los discípulos), el prestigioso Charcot envió su informe a la Academia de Medicina. De esta manera, el hipnotismo, que antes había sido expulsado de ella, volvió de la mano de tan eminente hombre de ciencia.
Sin embargo, las teorías de Charcot resultaban incorrectas, por la sencilla razón de que los sujetos hipnotizados, en su totalidad, presentaban la patología de la histeria.
De ahí que en su informe titulado «Los diferentes estados nerviosos determinados por el hipnotismo entre las histéricas» partiera del supuesto totalmente falso de que la hipnosis es una forma de histeria.
Sin embargo, debido a su gran reputación científica, su interés por la hipnosis colaboró en hacerla respetable.
Bernheim y Liebault, los legítimos innovadores de la moderna psicoterapia, consideraban la hipnosis como una función del comportamiento humano normal. Fueron ellos los que introdujeron el concepto de sugestión y sugestionabilidad.
En La Salpetriere, Charcot estudiaba lo que él llamaba gran hipnotismo, que implicaba pérdida de conciencia. En Nancy, sin embargo, se practicaba lo que definían como pequeño hipnotismo.
Aquí, no obstante, se obtuvieron miles de curaciones con el enfoque más bien de carácter psicológico del hipnotismo.
Sin embargo, debido a su rigor investigador, Liebeault no estaba muy seguro de que el elemento magnético no estuviese también presente. Estas dudas sobre el fluido mesmérico se deben a que había obtenido ciertos resultados sobre algunos lactantes.
Es lógico pensar que la sugestionabilidad –elemento psicológicoen ellos no podía estar presente.
Por otro lado, Charcot, al igual que otros hombres de ciencia de aquel tiempo, no comprendió que es posible inducir algún grado de sugestionabilidad en prácticamente todo el mundo.
No se dio cuenta de que las respuestas que da un sujeto en estado hipnótico forman parte de los componentes subconscientes de la vida diaria y no son simples consecuencias de aquellos estados tan aparatosos que provocaban en las histéricas.
A pesar de sus indudables capacidades científicas no fue capaz de apreciar las enormes potencialidades terapéuticas del hipnotismo. En la escuela de Nancy, por el contrario, llegaron a conseguir impresionantes casos. Así, poco a poco, la hipnosis emergió de nuevo como ciencia alrededor de 1886.
Liebeault publicó un interesante libro titulado De la sugestión. Junto a Braid, Liebeault reconoció que el fenómeno de la sugestión es básico en el trance hipnótico. Su gran reputacion contribuyó al progreso de la hipnosis.
Otros muchos hombres de ciencia como Janet, Berillon, Vogt, Morsell, Dessoir, aceptaron su eficacia y validez. Otros prestigiosos médicos como Freud y Breuer sintieron también interés por la hipnosis.
Freud fue discípulo tanto en La Salpetriere con Charcot como en Nancy con Bernheim. Al principio Freud utilizó también la hipnosis en el tratamiento contra la neurosis, aunque después la abandonó.
Otros científicos importantes como Janet, Sidis y Prince, al contrario que Freud, demostraron que la hipnosis puede ser utilizada de forma eficaz para la exploración intensiva de los trasfondos ocultos del psiquismo humano.
Basándose en las ideas de Freud, en relación a su fracaso con el método hipnótico, otros psicólogos y, sobre todo, muchos de sus discípulos se niegan a considerar el método hipnótico como aplicable en terapia. Continúan con los prejuicios y críticas nacidas de un uso de tipo autoritario de la hipnosis, típico de la época de Freud.
No obstante y a pesar de todo lo dicho, Freud tiene la honestidad profesional de reconocer que «nunca se ponderará bastante la importancia del hipnotismo para la historia de la génesis del psicoanálisis». Tanto en su sentido teórico como terapéutico, el psicoanálisis administra una herencia que el hipnotismo le transmitió.