Prólogo
Para Horacio.
Conocí a Horacio gracias a mi nunca olvidado amigo Fernando Jiménez del Oso; en un programa mío de radio en el que él colaboraba, me anunció que la semana siguiente iba a venir con un hipnoterapeuta con el que trabajaba en ocasiones. Como él sabía de mi escepticismo generalizado, no le asombró mi inmediata pregunta:
—¿Trabaja contigo–psiquiatra o contigo–parapsicólogo?
Hablaba el psiquiatra y Horacio completó, una semana después, un programa de esos «redondos». La hipnosis es un tema seguro en la radio y en la televisión: funciona siempre, pero también siempre te provoca el mismo conflicto personal ¿he hecho divulgación o he hecho espectáculo a bajo precio? Hacía mucho tiempo que yo mismo había escrito un artículo pidiendo –inútilmente, claro– a las televisiones que prohibiesen las sesiones de hipnosis dentro de programas de espectáculos porque una de dos: si estaban trucados era una falta de respeto a los televidentes y si eran ciertos, me parecían una falta de respeto a la dignidad de las «victimas» de los hipnotizadores.
Cuento todos estos precedentes para dejar claras mis reticencias a bajar la hipnosis al terreno del morbo. No fue el caso de Horacio, naturalmente, que no solo nos aclaró –como hace en este libro– las diferencias entre la hipnoterapia y el espectáculo, sino que, además, provocó mi curiosidad y respeto por una realidad seguramente casi tan antigua como el hombre.
Más adelante asistí a uno de sus cursos intensivos con el profesor Jiménez del Oso y un buen número de interesados por muy diversos motivos. El fin de semana aquel fue un cúmulo de descubrimientos, de asombros y de constataciones liberadoras importantes: que nadie quiere ser hipnotizado contra su voluntad porque, en definitiva, es uno mismo quien entra en ese estado y el terapeuta lo que hace es acompañar y dirigir ese camino apasionante en el que el «yo» deja de taponar lo que está más escondido en alguna parte de nuestro cerebro: nuestra conciencia.
Este libro, por último, va dirigido a muchas personas con diferentes curiosidades: sirve para conocer más la historia de la hipnosis con sus verdades y sus mitos, sirve para adentrarse en la cantidad de utilidades que tiene esta técnica y sirve para que, el que quiera, haga sus «pinitos» si no como hipnotizador –que quién sabe– sí al menos como actor o director de una relajación intensa en un mundo ajetreado.
Lo mejor que se puede decir de este libro y de su autor es algo sencillo, pero importante: los dos son serios, profesionales y útiles y, a la vez, son divertidos, amenos y tratan de algo apasionante con rigor y sin arrogancia.
Andrés Aberasturi