13
AOMAME
Sin tu amor
—1Q84 —dijo Aomame—. Ahora estoy viviendo en un año llamado 1Q84, que no es el 1984 real. ¿Te refieres a eso?
—Qué se considera un mundo real es una cuestión sumamente difícil —dijo boca abajo aquel hombre al que llamaban líder—. Al final se convierte en un problema metafísico. Pero éste es un mundo real. De eso no cabe duda. El dolor que se siente en este mundo es dolor real. La muerte producida en este mundo es muerte real. La sangre derramada es real. No es un mundo falso. No es un mundo virtual. No es un mundo metafísico. Puedo asegurártelo. Con todo, éste no es el 1984 que conoces.
—¿Como una especie de mundo paralelo?
El hombre se rió agitando ligeramente los hombros.
—Me parece a mí que lees demasiada ciencia ficción. ¡No! Esto no es un mundo paralelo. No se trata de que allí esté 1984 y aquí su ramificación 1Q84, y que ambos se desarrollen de forma paralela. El año 1984 ya no existe. En lo que concierne al tiempo, para ti y para mí ahora mismo sólo existe 1Q84.
—Nos hemos adentrado en esta temporalidad.
—Exacto. Nos hemos adentrado aquí. O bien la temporalidad ha entrado en nuestro interior. Y, hasta donde yo sé, la puerta sólo se abre en una dirección. No hay camino de regreso.
—Sucedió cuando bajaba las escaleras de emergencia de la autopista metropolitana, ¿no? —dijo Aomame.
—¿La autopista metropolitana?
—En las inmediaciones de Sangenjaya —aclaró ella.
—El lugar da igual —dijo el hombre—. Para ti fue Sangenjaya, pero el problema no reside en un sitio determinado. Se trata de una cuestión puramente temporal. Podría decirse que las agujas de la vía cambiaron allí y el mundo pasó a ser 1Q84.
Aomame se imaginó a unos cuantos Little People aunando fuerzas para mover el dispositivo que cambiaba las agujas de una vía. De noche, bajo la pálida luz de la Luna.
—Y en este año 1Q84 dos lunas penden del cielo, ¿verdad? —preguntó ella.
—Efectivamente. Hay dos lunas. Es un símbolo de que las agujas de la vía han cambiado. Permite distinguir los dos mundos. Pero no todas las personas que se encuentran aquí ven las dos lunas. No, muy al contrario, la mayoría no se da cuenta. En otras palabras, el número de personas conscientes de que estamos en el año 1Q84 es muy limitado.
—¿La mayoría de la gente no se ha dado cuenta de que la temporalidad se ha alterado?
—Eso es. Para la mayoría no hay nada de particular. Es el mismo mundo de siempre. Cuando digo que «éste es un mundo real», lo digo en ese sentido.
—Las agujas de la vía se han cambiado —dijo Aomame—. Eso quiere decir que si no se hubieran cambiado, tú y yo no nos habríamos encontrado aquí y ahora, ¿verdad?
—Eso nadie lo sabe. Es una cuestión de probabilidad. Pero es posible que no.
—¿Lo que estás diciendo es rigurosamente verdad o una mera hipótesis?
—Buena pregunta, pero discernir una cosa así resulta muy difícil. Mira, hay un verso de una vieja canción que dice así: Without your love, it’s a honkey-tonk parade. —El hombre tatareó la melodía en voz baja—. Sin tu amor, esto no es más que una burda comedia. ¿Conoces la canción?
—It’s Only a Paper Moon.
—Sí. Tanto 1984 como 1Q84 funcionan bajo los mismos principios. Si no crees en el mundo o si careces de amor, todo será una mera falsificación. En ambos mundos, o estés en el mundo que estés, la línea que divide las hipótesis de los hechos es, en la mayoría de los casos, imperceptible. Esa línea sólo se puede observar con los ojos del corazón.
—¿Quién cambió las agujas de la vía?
—¿Que quién las cambió? Ésa también es una pregunta difícil. Aquí, el razonamiento de la causa y el efecto vale bien poco.
—En cualquier caso, he sido arrastrada al mundo de 1Q84 por algún designio —dijo Aomame—. No porque yo lo haya querido así.
—En efecto. Has sido arrastrada a este mundo porque cambiaron las agujas de la vía del tren en el que ibas subida.
—¿Tiene la Little People algo que ver?
—En este mundo existe la Little People. Por lo menos, así es como se la llama en este mundo. Pero no siempre ha de tener una forma y un nombre.
Aomame se mordió el labio y reflexionó sobre ello. Luego habló:
—Me da la impresión de que te contradices. Supongamos que la Little People cambió la vía y me arrastró a 1Q84. Si la Little People no desea que haga lo que estoy a punto de hacerte, ¿por qué han tenido que tomarse la molestia de traerme hasta aquí? Quitarme de en medio habría sido más beneficioso para ellos…
—No resulta fácil de explicar —dijo el hombre con voz monocorde—. Pero tú eres bastante espabilada. Aunque vagamente, quizá puedas comprender lo que estoy diciendo. Como te comenté antes, lo más importante para el mundo en el que vivimos es mantener el equilibrio entre la proporción de bien y de mal. En realidad, la Little People, o el designio que hay detrás de ella, es muy poderosa. Sin embargo, cuanto más usa su poder, el poder que lo contrarresta va elevándose de forma automática. Así, el mundo preserva ese frágil equilibrio. Ése es un principio inmutable, independientemente del mundo en el que nos encontremos. Lo mismo ocurre en el mundo de 1Q84. Cuando la Little People empezó a ejercer ese inmenso poder, un poder anti Little People surgió de manera automática. Y ese impulso de oposición debió de arrastrarte a 1Q84. —Todavía tendido sobre la alfombrilla azul, como un tiburón varado en la costa, aquella mole humana respiró hondo—. Siguiendo con la analogía del ferrocarril de antes, ellos pueden cambiar las agujas de la vía. A raíz de ello, el tren ha entrado en esta línea. La línea de 1Q84. Sin embargo, no pueden identificar ni seleccionar uno por uno a los viajeros del tren. Es decir, probablemente haya gente no deseada a bordo.
—Pasajeros que no han sido invitados.
—Exacto.
Un trueno retumbó. «¡Qué extraño!», pensó Aomame. «A pesar de que está tronando tan cerca, no relampaguea. Ni rompe a llover».
—¿Has entendido hasta ahora?
—Te escucho. —Ya había apartado el extremo de la aguja de la nuca del hombre y la dirigía hacia el aire con precaución. «Ahora tengo que poner toda mi atención en lo que me está contando».
—Donde hay luz tiene que haber sombra y donde hay sombra tiene que haber luz. No existe la sombra sin luz, ni la luz sin sombra. Eso cuenta Carl Jung en una de sus obras.
»“La Sombra es malvada del mismo modo que los seres humanos somos positivos. Cuanto más nos esforzamos por convertirnos en seres perfectos y bondadosos, más aclara la Sombra su propósito de ser oscura, malvada y destructiva. Cuando las personas intentan superarse para ser perfectos, la Sombra desciende al infierno y se convierte en el Diablo. Ello se debe a que, en el mundo natural, el hecho de que las personas se conviertan en algo superior o algo inferior a ellas es igual de pecaminoso”.
»No sé si eso a lo que llaman Little People es bondadoso o malvado. En cierto sentido, trasciende nuestro entendimiento y capacidad de definirlo. Hemos vivido con ellos desde tiempos inmemoriales. Cuando el bien y el mal todavía no existían. Desde los albores de la conciencia humana. Pero, sean buenos o malos, sean luz o sombra, lo importante es que cuando despliegan su poder surge de forma inevitable una acción de resarcimiento. En este caso, prácticamente al mismo tiempo que yo me he convertido en apoderado de la Little People, mi hija se ha convertido en el ser que encarna la acción anti Little People. Es así como se mantiene el equilibrio.
—¿Tu hija?
—Sí. Fue mi hija quien guió hasta aquí a la Little People al principio. Entonces ella tenía diez años. Ahora tiene diecisiete. Ellos surgieron de la oscuridad en cierto momento y a través de ella vinieron hasta aquí, y yo me convertí en su apoderado. Mi hija es perceiver, o sea, quien percibe, y yo, receiver, quien recibe. Casualmente estamos dotados de esas capacidades. En todo caso, ellos nos encontraron a nosotros; no los encontramos nosotros a ellos.
—Entonces violaste a tu propia hija.
—Nos unimos —dijo él—. Esta palabra se aproxima más a la realidad. Y con la que me uní era sólo una hija conceptual. Unirse es una palabra ambigua. Lo fundamental era convertirnos en un solo ser, como perceiver y receiver.
Aomame sacudió la cabeza.
—No comprendo lo que me estás diciendo. ¿Has copulado con tu hija, sí o no?
—La respuesta es, en todo caso, sí y no.
—¿Lo mismo pasó con Tsubasa?
—Lo mismo, en principio.
—Pero el útero de Tsubasa quedó literalmente destrozado.
El hombre negó con la cabeza.
—Lo que tú has visto sólo es algo conceptual. No físico.
Aomame era incapaz de seguir el veloz flujo de la conversación. Hizo una pausa para tomar aliento. Luego prosiguió:
—¿Quieres decir que un concepto puede tomar forma humana, caminar y huir?
—Simplificando, sí.
—¿La Tsubasa que yo he visto no era su verdadero cuerpo?
—Por eso fue recuperada.
—Recuperada —dijo Aomame.
—Recuperada, sanada. Recibió el tratamiento que necesitaba.
—No me creo lo que dices —le soltó Aomame.
—No te lo puedo reprochar —dijo el hombre en un tono carente de emoción.
Aomame se quedó sin habla durante un rato. A continuación formuló otra pregunta:
—Te convertiste en apoderado de la Little People violando de manera equívoca y conceptual a tu hija. Pero al mismo tiempo que te convertiste en su apoderado, para compensar, ella se alejó de ti y se convirtió, por así decirlo, en un oponente. ¿Es eso, en definitiva, lo que afirmas?
—Exacto. Para ello, mi hija abandonó a su propia hija, a su daughter, como decimos nosotros —dijo el hombre—. Pero con eso tampoco creo que entiendas a qué me refiero.
—¿Daughter? —preguntó Aomame.
—Una especie de sombra viviente. Y ahí es donde entra en escena otra persona. Un viejo amigo mío. Un hombre de confianza. Yo dejé a mi hija en sus manos. Además, desde no hace mucho, Tengo Kawana, a quien tú bien conoces, también se ha implicado. Tengo y mi hija se han encontrado por casualidad y han formado un equipo.
El tiempo pareció detenerse de repente. Aomame era incapaz de encontrar las palabras justas. Con el cuerpo yerto, esperó quieta a que el tiempo volviera a moverse. El hombre prosiguió:
—Ambos poseen cualidades que se complementan. Eriko tiene lo que a Tengo le falta y Tengo tiene lo que a Eriko le falta. Compenetrándose y uniendo sus fuerzas han llevado a cabo una misión determinada, y ello ha ejercido un gran impacto en lo que a la creación de un impulso anti Little People se refiere.
—¿Han formado un equipo?
—No quiere decir que mantengan una relación amorosa o carnal. Por eso no tienes que preocuparte. Si es eso en lo que estás pensando, claro. Eriko no se va a enamorar de nadie. Ella… está por encima de eso.
—¿Cuál es, en concreto, el fruto de esa colaboración?
—Para explicártelo necesito utilizar otra analogía diferente. Por así decirlo, ambos han erigido una especie de anticuerpo frente al virus. Si llamamos virus a los actos de la Little People, ellos han creado un anticuerpo y lo han difundido. Desde luego, ésta es una analogía sesgada, ya que desde la perspectiva de la Little People, ellos dos serían los portadores del virus. Todo tiene su reverso.
—¿Ésa es la compensación de la que hablas?
—Sí, eso es. La persona a la que amas y mi hija han unido fuerzas para llevar a cabo esa misión. Es decir, en este mundo tú y Tengo os pisáis, literalmente, los talones.
—Pero tú has dicho que no es una casualidad; o sea, que he venido a este mundo guiada por algún designio. ¿No es así?
—Exacto. Has venido al mundo de 1Q84 con un objetivo, guiada por cierto designio. El que tú y Tengo os hayáis visto implicados en todo esto, de la forma que sea, no es en absoluto un capricho del destino.
—¿Y cuál es ese designio, ese objetivo?
—No estoy capacitado para explicártelo —dijo el hombre—. Lo siento.
—¿Por qué no puedes explicármelo?
—No es que no pueda explicártelo, pero desde el momento mismo en que lo hiciera con palabras, se perdería cierto sentido.
—Pues entonces te haré otra pregunta —dijo Aomame—. ¿Por qué he tenido que ser yo?
—¿Todavía no te has dado cuenta de por qué?
Aomame sacudió repetidamente la cabeza.
—No sé por qué. Ni idea.
—Es muy sencillo: porque Tengo y tú os atraíais mutuamente con mucha fuerza.
Aomame guardó silencio durante un buen rato. Sentía un ligero sudor en la frente. Todo su cuerpo parecía recubierto de una fina membrana invisible.
—Nos atraemos mutuamente —dijo ella.
—Mutuamente y con mucha fuerza.
Un sentimiento parecido a la rabia se apoderó de ella sin razón. También presintió una ligera náusea.
—No me lo creo. Se supone que no debería acordarse de mí.
—Mentira; Tengo se acuerda perfectamente de que existes y te está buscando. Además, nunca ha amado a nadie más que a ti.
Aomame perdió el habla durante un rato. Entretanto, la fuerte tormenta había hecho una breve pausa para continuar más tarde.
Al final también se echó a llover. Grandes gotas empezaron a golpear fuertemente las ventanas de la habitación del hotel. No obstante, Aomame apenas las percibía.
—Eres libre de creer o no creer. Pero más vale que me creas, porque es la pura verdad —dijo el hombre.
—¿Se acuerda todavía de mí, después de veinte años sin vernos? ¿A pesar de que apenas hablamos…?
—Tú le cogiste de la mano con fuerza en un aula vacía del colegio. A los diez años. Para hacerlo debiste de sacar todo tu valor…
Aomame frunció violentamente el ceño.
—¿Cómo lo sabes?
El hombre no respondió.
—Tengo no ha olvidado nada de eso y ha estado pensando todo el tiempo en ti. Incluso ahora sigue pensando en ti. Créeme. Sé muchas cosas. Por ejemplo, aún hoy, cuando te masturbas piensas en él. Te acuerdas de él. ¿No es cierto?
Aomame abrió un poco la boca pero se quedó sin palabras. Sólo respiró superficialmente.
—No tienes por qué avergonzarte. Forma parte de la naturaleza humana. El hace lo mismo y también piensa en ti. Incluso ahora.
—¿Cómo narices puedes…?
—¿Que cómo lo sé? Abriendo los oídos. Porque mi trabajo consiste en escuchar la voz.
Aomame no supo si echarse a reír a carcajadas o echarse a llorar. Pero ambas cosas le resultaban imposibles. Se había quedado petrificada, incapaz de decidirse por una u otra; simplemente sin habla.
—No hay nada que temer —dijo el hombre.
—¿Temer?
—Tienes miedo. Del mismo modo que la gente del Vaticano temió en su día aceptar la teoría heliocéntrica. No era que creyeran en la infalibilidad de la teoría ptolemaica, sino que, simplemente, temían la nueva situación que se produciría al aceptar la teoría heliocéntrica. A decir verdad, la Iglesia católica todavía no ha aceptado de forma oficial esa teoría. Igual que tú. Aún temes tener que abandonar la recia armadura defensiva que has llevado puesta durante tanto tiempo.
Aomame sollozó varias veces, cubriéndose el rostro con las manos. No quería hacerlo, pero fue incapaz de contenerse. Ella quería reírse de todo aquello, pero le resultaba imposible.
—De algún modo, vosotros dos habéis sido arrastrados a este mundo en el mismo tren —dijo el hombre con voz serena—. Tengo actúa junto con mi hija contra la Little People y tú, por un motivo diferente, estás a punto de liquidarme. En otras palabras, cada uno de vosotros realiza algo muy peligroso en lugares muy peligrosos.
—¿Quieres decir que ese designio requería que yo hiciera esto?
—Quizás.
—¿Y para qué? —Tras soltar aquello, Aomame se dio cuenta de que era en vano. Era una pregunta sin expectativas de obtener respuesta.
—La manera más satisfactoria de solucionar esto sería que os encontrarais en alguna parte y, cogidos de la mano, os fuerais de este mundo —dijo el hombre, sin contestar a la pregunta—. Pero eso no es sencillo.
—No es sencillo —repitió Aomame de forma inconsciente.
—Por desgracia, y utilizando una expresión muy contenida, no es sencillo. Francamente, es casi imposible. Os enfrentáis, llamémoslo como lo llamemos, a un poder brutal.
—Ahí… —dijo Aomame en un tono seco. Entonces carraspeó. Contenía su desconcierto. «Aún no es hora de llorar», pensó—. Ahí es donde entra en juego tu propuesta. A cambio de una muerte sin dolor, me vas a ofrecer algo. Una especie de alternativa.
—¡Qué aguda eres! —dijo el hombre tendido boca abajo—. Exacto. Te propongo una alternativa que os concierne a ti y a Tengo. Quizá no sea agradable, pero al menos puedes elegir.
—La Little People tiene miedo de perderme —dijo el hombre—, porque todavía me necesitan. Les soy muy útil como apoderado. No va a resultarles fácil encontrar un sustituto. Y, por el momento, mi sucesor todavía no está preparado. Para ser su apoderado es preciso satisfacer diversas y complicadas condiciones y yo soy una de esas excepciones que las satisface todas. Tienen miedo de perderme. Si me perdieran, se produciría un vacío provisional. Por eso intentan impedir que me quites la vida. Quieren que viva más tiempo. Esos truenos ahí fuera son una señal de su ira. Pero ellos no pueden hacerte nada de forma directa. Se limitan a advertirte. Probablemente por el mismo motivo han conducido con gran habilidad a tu amiga a su muerte. Y supongo que también intentarán infligir algún daño a Tengo.
—¿Infligirle daño?
—Tengo ha escrito una historia sobre lo que han hecho. Eriko se la ha facilitado y él la ha transformado en un texto eficaz. Ha sido un trabajo en equipo. Ese relato desempeña el papel de anticuerpo que se opone al impulso ejercido por la Little People. Ha sido publicado en forma de libro y se ha convertido en un best seller. Por esa razón, y aunque temporalmente, ciertas capacidades de la Little People se han anulado y algunos de sus actos están restringidos. Supongo que habrás oído hablar del título de la obra, La crisálida de aire.
Aomame asintió.
—He visto artículos sobre el libro en la prensa. También anuncios de la editorial. Pero no lo he leído.
—Básicamente ha sido Tengo quien ha escrito La crisálida de aire. Y ahora está escribiendo una historia propia. En él, quiero decir, en el mundo de las dos lunas, ha descubierto su propio relato. Eriko es una excelente perceiver y ha hecho que dentro de Tengo surgiera esa historia que actúa como anticuerpo. Tengo también parece dotado de unas excelentes facultades como receiver. Tal vez hayan sido esas facultades las que te han traído hasta aquí o, dicho de otra manera, las que te montaron en ese vagón de tren.
Aomame torció el gesto en medio de aquella penumbra. Tenía que seguir el hilo de la conversación como fuera.
—Es decir, ¿que he sido arrastrada a este mundo diferente de 1Q84 por la capacidad de narrar historias de Tengo o, tomando prestadas tus palabras, por el poder del receiver?
—Eso es lo que yo supongo —dijo el hombre.
Aomame miró sus manos. Las lágrimas le habían humedecido los dedos.
—A este paso, es muy probable que Tengo vaya a ser liquidado —continuó el hombre—. Ahora mismo representa la mayor amenaza para la Little People. Y éste es un mundo real, en el que se derrama sangre de verdad y la gente se muere de verdad. Naturalmente, esa muerte es eterna.
Aomame se mordió el labio.
—Considéralo de la siguiente forma —dijo el hombre—: supongamos que me matas y desaparezco de este mundo; entonces, la Little People ya no tendría motivo para hacerle daño a Tengo, ya que una vez extinguido el canal que yo represento, por muchos impedimentos que pusieran Tengo y mi hija, para ellos dejarían de ser una amenaza. Los dejarían en paz, se irían a otra parte y buscarían otro canal. Un canal de origen distinto. Eso sería lo prioritario para ellos. ¿Lo entiendes?
—Resulta lógico —dijo Aomame.
—Pero, por otra parte, matándome, la organización que he creado no te dejará tranquila. Quizá tarden tiempo en encontrarte, puesto que te cambiarás el nombre, te mudarás de vivienda y es probable que también te cambies el rostro. Así y todo, un día te acorralarán y te castigarán severamente. Nosotros hemos creado ese estricto y violento sistema al que no se le puede dar marcha atrás. Esa es una de las opciones.
Aomame ordenó mentalmente lo que le había dicho. El hombre esperó a que aquella lógica permeara la cabeza de Aomame y luego siguió hablando:
—En cambio, supongamos que no me matas; que te marchas ahora mismo dócilmente. Yo sobrevivo. En ese caso, la Little People intentaría desembarazarse de Tengo por todos los medios, para protegerme a mí, el apoderado. El talismán que él lleva todavía no es demasiado fuerte. Ellos encontrarían su punto débil e intentarían destruir a Tengo de algún modo, ya que no pueden permitir que el anticuerpo siga propagándose. Tu amenaza, en cambio, desaparecería y ya no habría motivo para castigarte. Esa es la otra opción.
—En ese caso, Tengo muere y yo sobrevivo. En este mundo de 1Q84, —dijo Aomame condenando las palabras del hombre.
—Es posible —dijo él.
—Pero vivir en un mundo en el que Tengo no existe no tiene sentido, porque la probabilidad de encontrarnos se perderá para siempre.
—Desde tu punto de vista, puede que así sea.
Aomame se mordió el labio con fuerza y se imaginó la situación.
—A lo mejor eso es sólo lo que tú dices —aventuró ella—. ¿Existe algún fundamento o prueba por el que tenga que creerte?
El hombre sacudió la cabeza.
—En efecto, no existe ningún fundamento o prueba. Es lo que yo digo, simplemente. Sin embargo, supongo que hace un rato te habrás fijado en el poder único que poseo. Ese reloj de mesa no está atado a ningún hilo. Y es muy pesado. Puedes ir y comprobarlo por ti misma. Tienes dos posibilidades: creerme o no creerme. Y la verdad es que no nos queda demasiado tiempo.
Aomame dirigió la mirada hacia el reloj de mesa sobre la cómoda. Las agujas marcaban un poco antes de las nueve. La posición del reloj estaba un poco desviada. Ligeramente torcido. Se debía a que hacía un rato había levitado en el aire y luego se había caído.
—Ahora mismo, en este mundo de 1Q84, es poco probable que os vayáis a salvar los dos al mismo tiempo. Hay dos opciones. La primera consiste en que tú seguramente mueres y Tengo se salva. En la segunda, es probable que él muera y tú sobrevivas. Esas dos. Ya te advertí al principio que no eran opciones agradables.
—Pero no existe ninguna más.
El hombre negó con la cabeza.
—En este momento sólo puedes elegir una de las dos.
Aomame se llenó los pulmones de aire y lo expulsó poco a poco.
—¡Es una pena! —dijo el hombre—. Si te hubieras quedado en 1984, no te habrías visto obligada a tener que elegir. Pero, por otra parte, no te habrías enterado de que Tengo ha estado pensando en ti todo este tiempo. Gracias a que has entrado en 1Q84, sea como sea, conoces esa verdad. La verdad de que, en cierto sentido, vuestros corazones están unidos.
Aomame cerró los ojos. «¡No voy a llorar!», pensó. «Aún no es hora de llorar».
—¿Es cierto que Tengo me está buscando? ¿No estará afirmando algo que es mentira? —preguntó Aomame.
—Hasta el día de hoy, Tengo no ha amado profundamente a ninguna otra mujer más que a ti. De eso no cabe duda.
—No obstante, no me ha buscado.
—Tú tampoco lo has buscado a él. ¿No es cierto?
Aomame cerró los ojos y durante un instante se retrotrajo a un pasado lejano. Como si hubiera ascendido una alta colina y observara un estrecho desde un abrupto acantilado. Podía sentir el olor del mar y percibir el profundo sonido del viento.
—Debimos armarnos de valor y buscarnos el uno al otro hace mucho tiempo. Así habríamos podido unirnos en el mundo original.
—Hipotéticamente, sí —dijo el hombre—; pero en el mundo de 1984 no lo habrías visto de esa manera. La causa y el resultado están vinculados de una forma retorcida. Ese retorcimiento nunca se anulará por muchos mundos que se superpongan.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Aomame. Lloró por todo lo que había perdido hasta entonces. Lloró por lo que iba a perder. Al cabo de un rato —¿cuánto tiempo habría estado llorando?— llegó un punto en que fue incapaz de llorar más. Las lágrimas se habían agotado como si sus emociones hubieran chocado contra un muro invisible.
—¡Genial! —dijo Aomame—. No existe fundamento alguno ni puede demostrarse nada. No lo entiendo en detalle y, a pesar de todo, tengo que aceptar tu propuesta… Te haré desaparecer de este mundo, como deseas. Te concederé una muerte instantánea e indolora para que Tengo sobreviva.
—Eso quiere decir que haces el trato conmigo, ¿no?
—Sí, hago el trato.
—Es probable que vayas a morir —dijo el hombre—. Te perseguirán y te castigarán. El castigo seguramente será atroz. Son unos fanáticos.
—No importa.
—Porque amas.
Aomame asintió.
—Sin tu amor, esto no es más que una burda comedia —dijo el hombre—. Igual que el verso de la canción.
—Si te mato, ¿Tengo va a sobrevivir de verdad?
El hombre permaneció callado durante un rato y luego le respondió:
—Tengo va a sobrevivir. Te doy mi palabra. Es lo que puedo concederte a cambio de mi vida.
—Junto con la mía —añadió Aomame.
—Hay cosas que sólo se pueden cambiar por una vida —dijo el hombre.
Aomame apretó ambos puños.
—Pero, sinceramente, lo que yo querría es vivir y estar junto a él —dijo ella.
El silencio reinó en la habitación durante un rato. Entretanto, dejó de tronar. Todo quedó en silencio.
—Si fuera posible, te ayudaría —dijo el hombre en un tono sereno—. Si por mí fuera, claro. Pero, lamentándolo mucho, esa opción no existe. Ni en 1984, ni en 1Q84. En cada año, por razones diferentes.
—¿Te refieres a que en 1984 mi camino y el de Tengo nunca se cruzarían?
—Exacto. Seguramente acabaríais envejeciendo solos, pensando el uno en el otro, sin llegar a encontraros.
—Pero en 1Q84 al menos sé que voy a morir por él.
El hombre respiró profundamente, sin decir nada.
—Quiero que me digas una cosa —dijo Aomame.
—Siempre que me sea posible… —dijo el hombre tendido boca abajo.
—¿Sabrá Tengo de algún modo que he muerto por él o acabará sin saberlo nunca?
El hombre meditó la respuesta con calma.
—Eso probablemente dependa de ti.
—Depende de mí —dijo Aomame. Entonces se le torció ligeramente el semblante—. ¿Qué quiere decir?
El hombre sacudió la cabeza sin alterarse.
—Tienes que pasar una dura prueba. Cuando la pases, verás las cosas de cierta forma. No puedo decirte nada más. Nadie sabe exactamente cómo es morirse hasta que uno se muere.
Tras secarse con cuidado las lágrimas de la cara utilizando la toalla, Aomame recogió el picahielos que había dejado en el suelo y comprobó una vez más que su fino extremo no se había roto. Luego buscó el punto fatal en la nuca del hombre, que había tanteado hacía un rato con la yema de los dedos de la mano derecha. Como llevaba grabada la posición en su mente, pudo encontrarlo enseguida. Aomame presionó con suavidad en ese punto con el extremo del dedo, midió la reacción táctil y volvió a asegurarse de que su intuición no estaba errada. A continuación, respiró hondo varias veces con calma, controló sus latidos y se tranquilizó. «Debo despejarme la cabeza». Disipó temporalmente los pensamientos acerca de Tengo. Selló en otro lugar diferente el rencor, la ira, la confusión y la piedad. No podía permitirse fallar. Tenía que concentrar todos sus sentidos en la muerte en si misma. Como si uniera varios focos de luz en uno solo.
—Voy a despachar el trabajo —dijo Aomame sosegada—. Tengo que eliminarte de este mundo.
—Así podré librarme de todos los dolores que me han sido conferidos.
—Todos los dolores, la Little People, el mundo que cambió de aspecto, las diferentes hipótesis… y el amor.
—Y el amor. En efecto —dijo el hombre como si hablara consigo mismo—. A mí también me amaron. Bueno, terminemos nuestros respectivos trabajos pendientes. Eres una persona de un talento extraordinario. Soy consciente de ello.
—Tú también —dijo Aomame. Su voz ya estaba teñida por la misteriosa diafanidad de quien va a matar—. Tú también debes de ser una persona brillante y capaz. Seguro que existe un mundo en el que no tendría que matarte…
—Ese mundo ya no existe —dijo él. Ésas fueron sus últimas palabras.
Ese mundo ya no existe.
Aomame apuntó la afilada aguja hacia aquel sutil punto en la nuca. Se concentró y corrigió el ángulo. Entonces alzó el puño derecho en el aire. Contuvo el aliento y, quieta, esperó una señal. «No medites más», pensó Aomame. «Vamos a terminar nuestros respectivos trabajos, sólo eso. No necesitas pensar en nada. No necesitas dar explicaciones. Sólo esperar la señal». Aquel puño estaba duro como una roca, carente de espíritu.
Fuera, un trueno sin relámpago retumbó violentamente. La lluvia golpeaba la ventana. En ese momento, ellos se encontraban en una caverna prehistórica. Una caverna sombría y húmeda, de techo bajo. Bestias oscuras y un espectro rodeaban la entrada. Por un instante, la luz y la sombra se volvieron una alrededor de Aomame. Una ráfaga de viento atravesó soplando el lejano estrecho. Ésa era la señal. Respondiendo a ella, Aomame descendió el puño rápidamente y con precisión.
Todo terminó en silencio. Las bestias y el espíritu exhalaron un profundo suspiro, levantaron el asedio y fueron regresando al bosque, que había perdido su corazón.