28
Cuando salí de la galería, tanto Miranda como Billy querían saberlo todo. Les relaté una versión simplificada; obvié por completo la participación de Adrianna, por ejemplo. Al día siguiente, le conté a Billy la versión completa. Lo hice porque lo necesitaba, pero también porque él tenía el derecho de conocer la verdad y juzgar a su tío como lo creyera conveniente.
Tanto a Miranda como a Billy les pedí una cosa: no volver a hablar del tema, por lo menos durante ese verano. Ambos estuvieron de acuerdo.
Lo que nunca les dije, a ninguno de los dos, es lo que hice tres días después. En un sobre mecanografié el nombre completo de Preston, tal como lo había hecho Billy con el anónimo anterior, solo que yo no utilicé la máquina de escribir de los Pompeo sino la de los Meyer. Dentro del sobre coloqué la gargantilla de oro con las iniciales de Preston Alexander Matheson. Esperaba que con la gargantilla en su poder Preston olvidara la historia para siempre. Sabía que eso le daría la libertad necesaria para regresar a Canadá o irse a otra parte, pero si ese era el precio para que los Matheson no discutieran más y Miranda no sufriera, lo pagaría con gusto.