15
La puerta de la calle estaba abierta, como de costumbre. Encontré a Joseph sentado a la mesa del comedor. Los restos del almuerzo todavía estaban tibios.
Collette llegó desde las habitaciones en ese momento. Se terminó de colocar un pendiente justo antes de abrazarme.
—¡Hola, Sam! —dijo mientras me plantaba un beso en la mejilla.
Joseph suavizó su rostro cuando advirtió aquella muestra de cariño. Ya sabíamos que si Collette me llamaba por mi nombre y me abrazaba, el proceso de aceptación se aceleraba.
—Hola, Collette —dije mientras ella terminaba de estrujarme. Rodeé la mesa y besé a Joseph en la mejilla. Él no se movió, siguió sentado con las manos a los costados, observándolo todo con esa mirada escrutadora y tranquila que lo caracterizaba.
—Qué bien que has llegado temprano, Sam —comentó Collette mientras se colocaba el otro pendiente—. Casualmente le comentaba a Joseph que vendrías a leerle un poco mientras yo voy a reunirme con las chicas.
—¿Las chicas? —preguntó Joseph. Era gracioso cuando utilizaba ese tono entre curioso y despreocupado para sonsacar información.
—Oh, las de siempre, cariño. Becca, Libby, Alicia. —El último nombre tuvo que gritarlo desde la escalera porque otra vez se marchaba a su habitación.
Joseph me miraba.
—No me gusta nada Becca —dijo, bajando el tono de voz—. Es torpe. Una vez me derramó una copa de vino encima.
—¿De veras? Dios mío. —Conocía la anécdota de memoria. Había tenido lugar dos décadas atrás y era una de las preferidas de Joseph en la categoría chicas.
Joseph asintió apesadumbrado. Sacó sus manos de debajo de la mesa e hizo un gesto como si sopesara el aire alrededor, encogiéndose de hombros.
Collette habló desde el descansillo de la escalera, ya de regreso:
—Me han llamado para reunirse una hora antes —decía mientras sus pasos ya repicaban en el último tramo de la escalera—. Por eso voy a contrarreloj.
Cruzó el comedor como una exhalación. Una estela de perfume la siguió.
—Yo recogeré la mesa, Collette, no te preocupes.
—Gracias, Sam. Eres un encanto.
Joseph se puso de pie de inmediato y me ayudó a llevar los platos al fregadero. En menos de tres minutos, la mesa estaba limpia. Collette se quejó porque no podía encontrar el libro que diseccionaría con sus amigas en el club de lectura, pero finalmente lo encontró.
—Estaba en el porche trasero —dijo cuando me interceptó en el comedor. Le lanzó una mirada a Joseph y en un tono más bajo agregó—: Me pregunto cómo habrá ido a parar allí.
Ahogué una risita.
Collette estaba impecable, como siempre. Se había retocado el maquillaje y su cabello era una espesa aureola castaño oscuro. Se inclinó ligeramente para despedirse de mí con un beso, pero su semblante cambió de repente.
—¿Tú cómo estás?
—Yo, muy bien. ¿Lo dices por el periódico?
—Me dio tanta rabia que lo quemé —dijo Collette, negando con la cabeza—. Amanda me dijo que hablaría contigo.
—Sí, ya lo ha hecho. Gracias por preguntar.
—Cuídate, Sam.
Volvió a abrazarme y a besarme. Me limpió el lápiz labial de la mejilla con el dedo pulgar.
—Adiós, Joseph —dijo mientras cogía su bolso y se lo colgaba al hombro.
—Adiós, querida —respondió él.
—¡Divertíos! —fue lo último que dijo Collette antes de cerrar la puerta tras de sí.