18

Al día siguiente encontré a Billy en el claro, con la sonrisa triunfal de un cazador que posa para ser fotografiado junto a la bestia abatida, salvo que a sus pies estaba su bicicleta y en su mano aferraba una rama torcida y no una escopeta. Había entrado en la casa de los Matheson, trabado amistad con la hija, todo en contra de mis pronósticos, y ahora quería su reconocimiento. Billy era así. Cuando se le metía una cosa en la cabeza, los genes maternos se activaban y no paraba hasta conseguirla. A veces bromeaba con ser presidente, y yo en el fondo sentía un retortijón y procuraba cambiar de tema, porque con Billy, cuanto más intentabas disuadirlo de algo, peor era.

Detuve mi bicicleta arrastrando los pies sobre la tierra —mis frenos gastados hacían el trabajo a medias— y me apeé de un salto. Coloqué mis brazos en jarras y lo miré, increpándolo en silencio con un movimiento de cabeza, sin pestañear y adelantando el mentón.

Billy siguió sonriendo, todavía sin responder. Quería su condecoración.

—¿Y bien? —dijo al fin, sin poder contenerse. Abrió los brazos y la rama zumbó.

—Me has impresionado —admití—. Has conseguido que te inviten a la mansión de los Matheson, recorrerla…, tal como querías.

—No me refiero a eso. ¡¿Qué opinas de Miranda?!

Aparté la vista de inmediato.

—Oh, te refieres a eso. —Pateé la rueda de mi bicicleta y unas costras de barro se desprendieron—. Me parece muy simpática.

—Simpática… —repitió Billy como un médico que sopesa el diagnóstico de un colega.

Le propiné otro puntapié a la rueda.

—¿Qué diablos te ocurre, Sam?

—Nada.

Piensa rápido. Piensa. Piensa.

—¿Entonces?

—Es que creí que me pedirías disculpas por lo del otro día —improvisé—. Todos esos días de ausencia.

Mi amigo se relajó.

—Ah, eso. Vamos, fueron solo tres días. Y además, te pedí perdón ayer. Perdí la noción del tiempo.

Era cierto, Billy ya se había disculpado. Y además no había sido tan grave.

—Miranda parece fantástica —comenté.

Billy sonrió al comprobar que no tenía nada contra ella, como quizá había temido.

—Ya lo creo que sí —dijo.

Me dirigí hasta el tronco caído y me senté encima.

—¿Tu madre ha hablado con los Matheson?

Billy se sentó a mi lado.

—Sí. Aunque te confieso que tan pronto como se lo pedí creí que había tenido la peor idea de la historia. Primero me lanzó una batería de preguntas acerca de la familia, de mi paso por la casa, de sus modales, en fin, ya sabes, cosas de madre. —Se detuvo, y al comprender lo que acababa de decir, hizo un gesto de fastidio—. Perdón, Sam. Cosas típicas de mi madre.

El comentario no me molestó.

—Sé a qué te refieres.

—En medio de su cuestionario le dije que no tenía la menor idea de todas esas cosas que me preguntaba. ¿Cómo voy a saber las creencias religiosas de los Matheson? ¿O qué opinan del aborto? ¡Es ridículo! Mi madre logra exasperarme, tiene esa capacidad de hacer las preguntas más insólitas, y cuando uno se lo dice entonces siempre tiene a mano alguna frase del tipo «Solo decía…» o «Simplemente es una pregunta, Billy, no tienes por qué ponerte así».

—Te imaginas entrar a esa casona y preguntar… —continuó Billy apuntando al cielo con su rama—: oiga, señora Matheson, ¿tiene usted alguna posición tomada respecto al aborto? Se lo pregunto porque mi madre necesita una definición al respecto. La locuaz, esa misma. Y si usted es de las que piensa que es libre para decidir si trae alguien al mundo, pasando por encima de Dios…, bueno, absténgase de mencionárselo a ella cuando la vea.

—¿Pero accedió?

—Le dije que si no quería hacerlo, entonces que no lo hiciera, que a mí me daba igual, que solo era camaradería hacia los nuevos vecinos, como ella me había enseñado.

—Buen intento.

—No tan bueno. Mi madre estaba acomodando ropa en uno de los estantes de mi habitación y al volverse me preguntó… —Billy emuló la voz de su madre—: ¿te gusta esa niña, Billy?

Guardamos silencio un instante.

—A la señora Pompeo no se le escapa casi nada —observé.

Billy me miró con la boca abierta.

—No te pongas como ella. He dicho que es bonita, nada más.

—Lo que tú digas. ¿Aceptó?

—Finalmente sí. Habló con Sara Matheson. Escuché solo una parte de la conversación, pero no tuvo que insistir ni explicar casi nada. También hablaron de la iglesia y de otras cosas más.

—¿Entonces mañana pasarás a buscarla?

—Sí. Solo espero que la señora Matheson no haya dicho que sí para quitarse a mi madre de encima.

—Seguro que están encantados de que su hija se integre tan pronto.

—Eso espero. Mañana lo sabremos con certeza.

Billy se bajó del tronco y caminó hasta el centro del claro, ahora utilizando la rama como un bastón. Trazó una línea más o menos recta en la tierra que fue borrando con sus mismos pasos. Supe que necesitaba decirme algo más.

—Ayer, cuando le hablaste a Miranda del claro…

Mantenía la cabeza gacha, la vista puesta en un garabato que trazaba con la punta de la rama.

—¿Sí? —lo animé.

—Pensé que le hablarías de… lo otro.

—Me parece un poco apresurado, ¿no crees?

—Sí, yo pienso lo mismo.

Seguía rascando la tierra con la rama.

—Pero a su debido tiempo creo que podríamos decírselo.

Alzó la cabeza de repente.

—¿Tú crees?

—¡Claro!

Billy podía ser el niño más parlanchín del planeta, pero en determinadas circunstancias necesitaba un poco de ayuda externa para decir las cosas. En aquel momento supe que la señora Pompeo no se había equivocado cuando le preguntó a su hijo si le gustaba Miranda. Posiblemente ni siquiera Billy era del todo consciente todavía, pero Miranda en efecto le gustaba.

Y yo, desde luego, no podía culparlo por eso.

El pantano de las mariposas
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
portadilla.xhtml
dedicatoria.xhtml
cita.xhtml
prologo.xhtml
primera.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
segunda.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
tercera.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
cuarta.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
epilogo.xhtml
agradecimientos.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml