25
—Dania —digo casi sin aliento.
—¿Mel? Me pillas a punto de entrar en la ducha —murmura a través de la línea telefónica.
—Esta noche nos vamos a dar una vuelta por la ciudad para ver las luces de las Fallas. Luego iremos a cenar, y puede que al cine. —Lo he soltado todo de carrerilla para no arrepentirme.
—¿Perdona? ¡Que he quedado con Diego! —se queja.
—Tranquila, puedes hacerlo.
—¿Qué? No entiendo nada.
—Sólo tienes que repetir a Héctor lo que acabo de decirte en el caso de que él te llamara. —Noto que el estómago se me revuelve con todo esto que estoy haciendo. Pero hay algo superior a mí que me está tirando, que está convirtiéndome en alguien que no soy.
—¿Por qué? —Suena sorprendida.
—Porque sí.
—¿Qué vas a hacer?
—Nada.
—¿Adónde piensas ir? —Cada vez es más insistente. Y es mi amiga. Sé que si a ella le digo lo que pretendo, no contará nada.
—He quedado con alguien.
El silencio inunda la llamada durante unos segundos. Dania no parece segura de qué replicar, y eso en ella es algo sorprendente. Carraspea y, al fin, me pregunta:
—¿Tienes un amante, Mel?
—¡No, joder! —exclamo.
—¿Entonces…? A ver, si lo tienes… Yo… No debes preocuparte, soy una tumba. Es más, ni siquiera te sermonearé porque cada uno… —Titubea.
—No tengo ningún amante, Dania. Quiero a Héctor —respondo muy seria, recalcando cada una de las palabras.
—Pues, chica, estoy totalmente perdida.
—¿Recuerdas lo que te conté acerca de aquel hombre?
—¿Qué hombre?
—El que conocía a Naima.
Otro silencio. Me cambio el móvil de oreja porque estoy empezando a ponerme nerviosa. Vamos, Dania, di algo.
—Sí. —Parece algo preocupada—. ¿Es con ese hombre con quien has quedado?
—Sí.
—¿Por qué, Mel?
—No lo sé. Sinceramente, no lo sé.
—¿De verdad que no sois amantes?
—¡Joder, que no! —Me llevo una mano a la cara y suelto un bufido.
—¿Y qué tipo de relación tenéis? —me pregunta. Sé que tan sólo lo hace por curiosidad, que no está insinuando nada ni me lo reprocha, pero, aun así, estoy que salto por todo.
—Ninguna.
—Entonces no entiendo por qué quedas con alguien con quien no tienes relación y encima se lo ocultas a Héctor. —Sé que en esas palabras tampoco hay malicia.
—Pues porque él es el único nexo con Naima, el que puede hacerme comprender muchas cosas.
—¿No te acuerdas de lo que te dije?
—Sí. Que deje a los muertos en paz.
—Me parece que mi consejo no te ha gustado mucho.
—No es eso, Dania. Es sólo que… hay ciertas cosas que no comprendo. Y encima esos sueños…
—¿Has tenido más?
—Sí. Y lo paso mal, ¿sabes? No creo en espíritus. —Me echo a reír yo solita, aunque aprecio que se me ha puesto la carne de gallina—. Pero la verdad es que esto parece una peli de ésas en las que la muerta trata de poner claridad en su muerte.
—¿Qué? —Dania casi está gritando a través del móvil—. Mel, ¿no estarás pensando que Héctor…?
—¡No, por Dios! —Esta vez soy yo la que chillo. Cojo aire y trato de serenarme. Dania se mantiene callada, esperando mi respuesta—. Es sólo que necesito saber por qué ella hizo eso y por qué Héctor lo permitió. Si ese hombre puede explicármelo, entonces…
—Soy incapaz de comprender por qué necesitas saber eso, Mel. Naima es el pasado de Héctor y no tiene nada que ver con vosotros —se interrumpe, a ver si yo digo algo, pero no. No porque entonces le contaría que Ian no opina lo mismo y paso de parecer una loca—. Pero bueno, si consideras que te ayudará, entonces te apoyo.
—¿En serio? —Una especie de tranquilidad acude a mi estómago. Si tan sólo una persona está ahí conmigo, no me sentiré tan mal—. ¿Crees que estoy comportándome de forma horrible haciendo esto a las espaldas de Héctor?
—Bueno… Puede que fuera más fácil que le preguntaras directamente, pero…
—Él jamás ha querido hablar sobre eso. Precisamente por esa razón estoy así, Dania.
—Vale, pues ya está. Sólo vas a hablar con ese hombre, ¿no? La verdad es que no veo nada malo en ello. —La buena de mi amiga intentando quitar importancia al asunto para que me sienta mejor.
Sonrío, aunque tengo un ardor en la garganta con el que no puedo.
—Pues muchas gracias, en serio. Te debo una.
—Pero, oye, no sé… ¿Vas a ir tú sola?
—Claro. ¿Por qué lo dices?
—No sé, es que me preocupo por ti. No conoces a ese hombre de nada.
—Es una de las personas más ricas de la ciudad. Puede que del país —le informo.
—¿En serio? —Se calla una vez más, pero luego vuelve a la carga—. De todos modos, podría acompañarte. Y cuando termines, nos volvemos.
—No creo que…
—¿Dónde habéis quedado?
—En una cafetería.
—No es necesario que me siente con vosotros cuando habléis de eso… Puedo tomarme algo en otra mesa.
—No sé si será lo mejor. —Empiezo a ponerme nerviosa. ¿Y si aparezco con Dania, él se enfada y pierdo la oportunidad de saber algo?
—Vamos, Mel. También podemos acudir antes, y yo entro a la cafetería como si no fuéramos juntas. Así os veo y me quedo tranquila.
Me muerdo el labio inferior. Sé que insistirá una y otra vez, y que hasta que no acceda no se callará, así que al final le digo que vale, que vayamos juntas.
Me paso el resto del día sin poder hacer nada porque no puedo concentrarme. Tan sólo pienso en la cita de esta noche, en lo que él se propone, en las cosas que me mostrará. A medida que van pasando las horas me pongo más y más nerviosa. Cuando la puerta de la calle se abre y Héctor me llama, el corazón vuelve a la carga. «Para, para, joder. Que él no note que estás inquieta».
—Hola, mi amor. —Entra en el salón y se inclina para darme un beso. Alzo el rostro y se lo devuelvo, aunque sin muchas ganas. Por suerte, no parece darse cuenta. Se quita la chaqueta, tira el maletín en el sofá y se dirige a nuestro dormitorio—. Voy a quitarme la ropa. Porque… no querrás salir, ¿no? Estoy agotado.
—¡No, tranquilo! —exclamo desde el sofá poniéndome tensa. Cojo aire y digo—: En realidad sí voy a salir.
Se asoma desabotonándose la camisa. Me mira con una sonrisa, aunque me parece que no le hace mucha gracia.
—¿Y eso?
—Dania y yo pasaremos una noche de chicas —digo en un susurro.
Héctor abre la boca, parpadea y después se muerde el labio. Me pongo más nerviosa. «A veces las personas no son lo que nos muestran». Me rasco la frente para apartar las palabras de Ian.
—¿Por qué no me has avisado? Pensaba que nos quedaríamos en casa, juntos. —Ha borrado la sonrisa y ahora me mira serio. Me recuerda a aquellas veces en las que se imaginaba que yo quedaba con otro hombre. Y, en realidad, voy a hacerlo, aunque no para nada malo…
—Es que se nos ha ocurrido de repente. Dania está un poco agobiada con lo del embarazo. —Espero la respuesta de Héctor. No llega, tan sólo me mira con los ojos entornados. Siento que debo excusarme, así que continúo—: Pero volveré pronto, y vemos alguna peli o algo. Hemos quedado a las ocho. Cenaremos, iremos al cine…
Otro silencio. Por unos segundos me enfado porque no tendría que darle tantas explicaciones. Somos pareja, pero no es mi dueño, somos libres de hacer lo que queramos. No obstante, como sé que estoy actuando en secreto, me digo a mí misma que no tengo derecho a molestarme. Es normal que él quiera saber, ¿no?
—Vale —dice al final, aunque no muy convencido—. Intentaré esperarte despierto. —Me dedica una sonrisa que no es muy sincera y regresa al dormitorio.
Me quedo en el sofá con la boca seca y con un martilleo en la cabeza. A las siete entro en la ducha y luego me visto con algo muy sencillo, como para demostrarle que de verdad es una noche de chicas. Cuando termino está tomando una Coca-Cola y unas patatas fritas mientras ve la televisión. Se vuelve hacia mí y me sonríe, pero tengo la sensación de que no está nada contento.
—Pásatelo bien.
Me inclino para darle un beso y hasta sus labios me parecen menos familiares.
«¿Vas a joder de nuevo tu relación, Mel?», me susurra la vocecilla que tanto odio. No cojo el coche porque estoy demasiado nerviosa para conducir. Pillo el autobús y paro en la plaza del Ayuntamiento, pues al final he quedado con Dania en una de las cafeterías más céntricas. Estará esperándome en un banquito. Todavía queda media hora para las ocho. Ian no habrá llegado y cuando lo veamos acercarse podremos fingir que ella y yo no nos conocemos.
Mi amiga llega cinco minutos más tarde y se disculpa. Le digo que no pasa nada, que ni siquiera tendría por qué haber venido. Nos dirigimos hacia la cafetería en silencio, aunque no para de lanzarme miradas de reojo. Me siento como si fuera a cometer un crimen terrible o algo así.
—Estaré allí, ¿vale? —Señala una mesa del fondo, y asiento con la cabeza.
Me pido un té y juego con el hilo de la bolsita una y otra vez al tiempo que lanzo miradas a Dania, a la que tengo enfrente. Me responde con sonrisas tranquilizadoras. Dos minutos antes de que sean las ocho, la puerta de la cafetería se abre y sé perfectamente que es él. Puedo oler su fragancia desde aquí y eso hace que tiemble toda. ¿Cómo puedo ser capaz de reconocerlo si apenas nos hemos visto?
Me fijo con disimulo en Dania. Le ha cambiado la cara. Tiene los ojos como platos y sé lo que está pensando. Que es un hombre muy atractivo, o algo parecido. Y que tiene… un no sé qué misterioso, algo que no te deja confiar en él por completo y, a pesar de todo, te atrae. Un chico peligroso, diría ella.
Unos segundos después Ian se sienta frente a mí con esa sonrisa tan suya. Jamás he visto una igual. Trago saliva, pero no aparto la vista de él. Trato de devolverle el gesto; tan sólo logro esbozar una mueca. Voy a preguntarle cómo está para ser educada, pero se inclina hacia delante y susurra:
—Creo que lo de traer amiguitas a una cita es propio de una adolescente, ¿no? —Me mira fijamente y me parece que caigo en la infinita espiral de sus ojos.
—¿Perdona? —Me hago la disimulada. Se incorpora, apoyando la espalda en la silla, y mueve la cabeza en dirección a Dania. Abro la boca, totalmente sorprendida.
—Tu amiga. ¿Qué hace aquí?
—¿Cómo sabes que es mi amiga? —Me pongo a la defensiva, imaginando por un instante, una vez más, que este hombre está vigilándome, que controla cada uno de mis pasos.
—Os vi el otro día en el bar. ¿Te acuerdas?
No puedo evitar soltar un suspiro de alivio. Vale, tiene lógica. Aunque es sorprendente que sea capaz de recordarla con haberla visto sólo una vez.
—¿Es que me tienes miedo, Melissa?
«Contesta. Hazlo rápido. No permitas que vea lo inquieta que estás». Es como un animal: puede oler mi miedo.
—Claro que no.
—Pues no lo parece. Sabes que soy conocido y que tengo una reputación. ¿Iba a arriesgarme a hacerte algo? Por Dios… —Se lleva a los labios la taza de café y me sonríe antes de dar un sorbo—. Que se vaya.
—¿Cómo? —Parpadeo porque no me esperaba esa respuesta.
—Si quieres que esto funcione, debemos vernos a solas. No entiendo por qué traes a una amiga. ¿Acaso vengo yo acompañado?
«Si quieres que esto funcione…». ¿El qué, joder?
—No estamos en las mismas condiciones —musito.
—Tú estás en una superior.
—¿En serio? Pues explícate.
Me cruzo de brazos, esperando a que me diga algo. Sin embargo, se inclina hacia delante y me susurra:
—Pídele que se vaya. Tiene cara de cansada, y encima está embarazada. —Entorna los ojos y después los abre en ese gesto que me pone nerviosa y, al mismo tiempo, empieza a agradarme—. Si lo que pretendes es conocerme mejor, trato hecho. ¿Quieres que hablemos? Hagámoslo. Intentaré comportarme como un posible amigo.
Aparece en su rostro esa sonrisa ladeada que, en el fondo, es bonita. Ian es como un ángel caído… Inquietante, oscuro y seductor. Lo sabe y lo usa como arma, aunque por suerte estoy lo suficientemente inquieta para impedir que funcione.
—No te entiendo…
—Antes de mostrarte lo que quiero y lo que necesitas, te contaré todo lo que desees saber de mí. Como personas normales que están conociéndose. —Se echa hacia atrás y alza la taza como si brindara y, por fin, bebe.
—No nos estamos conociendo —replico de mala manera.
Su semblante cambia. Se hace más oscuro, como si le hubiera ofendido.
—Claro… Ya nos conocemos, ¿eh? Aunque tú quieres más. —Me guiña un ojo y frunzo el ceño sin entender a qué ha venido eso.
Se acaba el café de un trago e, inclinándose una vez más, me dice en voz baja:
—Se va y me quedo. O se queda y me voy. Tú decides, querida. —Me muestra una sonrisa llena de dientes perfectos.
Sé que no tengo ninguna elección. Si no pido a Dania que se marche, quien lo hará será él… y me quedaré con la misma insatisfacción de siempre, porque lo más seguro es que no vuelva a tener otra oportunidad. Sin decir nada me levanto de la silla y me dirijo hacia mi amiga. Da un respingo, sorprendida, y me pregunta con la mirada qué sucede.
—Tienes que irte —le digo entre dientes.
—¿Qué? ¿Por qué? —berrea casi, con lo que tengo que hacerle un gesto para que baje la voz.
—Por favor, Dania. —Le estoy suplicando. ¿Por qué estoy haciendo esto…?
—No me voy de aquí sin ti. ¿Qué coño es lo que quiere ese tío?
Estoy segura de que Ian tiene ahora una sonrisa en los labios.
—Todo irá bien. Llama a Diego y que venga a por ti. Te lo ruego…
La miro con intensidad, tratando de convencerla. Desliza sus ojos de uno a otro, nerviosa y aturdida. Sé que se muere por sacarme de aquí, pero al final asiente, arrancándome un suspiro silencioso.
—Sigo pensando que deberías solucionar tus dudas con Héctor, Mel —me dice mientras se pone la chaqueta. Cierro los ojos, mordiéndome el labio y asintiendo con la cabeza. Me da un abrazo fuerte—. Llámame si me necesitas. Y no te vayas de la cafetería con él a ningún sitio.
—Vamos, ve.
Le doy una palmada en el brazo. Se saca el móvil del bolso y manda un whatsapp a Diego. Luego me mira, como si esperara que cambiara de opinión y, al darse cuenta de que no lo haré, suelta un bufido y se va. Las miradas de Ian y ella se cruzan.
Cuando me siento ante él de nuevo, tiene las manos cruzadas ante el rostro y una expresión de suficiencia que me cabrea aún más. Para mi sorpresa, empieza a hablar.
—Soy hijo único. Mi programa favorito de pequeño era Los Fraggle y mi película preferida Pesadilla antes de Navidad, aunque durante unos años me daba un poco de miedo, en especial por la forma en que se movían; me resultaba siniestra. Fui a un colegio privado donde estudiaba muchísimo. Mi padre era muy estricto con las notas. No quería que cursara Humanidades… así que al final hice lo que quiso: Economía y Dirección de Empresas para poder trabajar con él. En ocasiones es muy estresante. Creo que me ha provocado algunos traumas… —Abre los ojos como si de verdad los tuviera y, sin quererlo, dibujo una sonrisa que parece satisfacerle—. Me gusta el rock, y del duro, aunque te sorprenda por mi aspecto. Adoro viajar, en especial a lugares exóticos. Vivo solo en un apartamento enorme, con demasiadas habitaciones que no necesito. Acudo al gimnasio dos veces por semana para relajarme… ¡Ah, se me olvidaba! En el trastero de mi piso guardo cadáveres de mujeres; los colecciono.
Calla y espera a mi reacción. Me he quedado boquiabierta. Al final se echa a reír y me apunto, aunque estoy nerviosa. ¿Por qué ha de tener este humor tan negro?
—Entonces no iré a tu casa. —Trato de seguirle la broma para que vea que no me intimida.
—Qué pena —murmura pellizcándose el labio inferior. ¿Está flirteando? ¿De verdad lo está haciendo en esta situación?
—Gracias por contarme todo esto. Ahora ya puedo decir que eres mi mejor amigo —respondo con sarcasmo.
—Sería algo cíclico —murmura sonriendo y al mismo tiempo mirándome con ojos serios.
Sé a qué se refiere y, aunque me he quedado para que me explique cosas de ella, no puedo evitar ponerme más nerviosa.
Ambos nos quedamos en silencio hasta que él lo rompe con algo que me deja helada:
—¿Nos vamos?
—¿Adónde?
—A mi coche —responde tranquilamente.
—¡¿Qué?! Ni hablar. —Mi mente empieza a montarse historias oscuras.
—Tranquila, recuerda que si no te llevo a mi piso no ocurrirá nada… —Me guiña un ojo. Su expresión se ha vuelto tan relajada que me sorprende sentirme un poco más tranquila y notar cierta conexión con él—. No puedo mostrarte aquí lo que deseo, querida.
Trago saliva. No debo irme con él, ¿a que no? Joder, podría haber traído mi coche. Está esperando mi respuesta. Los segundos me parecen horas, como si el tiempo se hubiera detenido. Mi corazón actúa mucho antes de que mi mente pueda procesar lo que ocurre. Me veo a mí misma levantándome de la silla. Lo veo a él pagando lo que hemos tomado. Veo nuestros pies dirigirse a la salida. Y entonces descubro un pedazo de coche esperando fuera que, por supuesto, es suyo. Abro la boca al percatarme de que lo conduce un chófer.
—Mira la cara de Juan. ¿Te parece alguien de quien desconfiar? —Me señala al conductor, un hombre de unos cincuenta años de mirada afable.
Para no pensar más y no echarme atrás, señalo la puerta con un gesto de impaciencia. Ian me la abre y entro, sintiéndome como Caperucita en las fauces del lobo. Cuando se sienta a mi lado el corazón se me acelera. Y me retumba en el pecho en el momento en que ladea el rostro hacia mí y me sonríe. ¿Es ternura lo que advierto en sus ojos? Me sorprende y, a medida que cruzamos semáforos, en lugar de inquietarme me siento más segura y valiente. Apoyo la mano en el asiento, al igual que él.
Cuando sus dedos rozan los míos con disimulo no sé por qué motivo no los aparto.