8

Es la mañana de Navidad y me levanto con sigilo para no despertar a Héctor, que duerme profundamente. Voy hasta el salón, donde Ana se empeñó en poner un enorme árbol, algo que yo no hacía desde que salía con Germán. Este año mi hermana está tan emocionada con su embarazo que ha vuelto a su niñez y todo le parece maravilloso. Pero ¡es que Dania está igual! Vino a casa a admirar el árbol y me recordó que el año que viene dos nuevas personitas estarán con nosotros. Ya se ha recuperado totalmente, se la ve más fuerte que nunca y muy decidida, algo que me alegra. Ana y ella han estrechado su relación de amistad —eso me molesta un poquito, aunque es comprensible que se sientan unidas— y no dejan de hablar sobre embarazos y partos. Me siento un pelín excluida, pero ¡qué le vamos a hacer!, es lo que pasa cuando llegas a cierta edad y todas tus amigas empiezan a casarse o a tener hijos.

Saco el sobre que guardé en el bolsillo trasero de mi maletín del ordenador y, al volverme hacia el árbol, descubro con sorpresa que ya hay dos regalos en el suelo. Este Héctor… No habíamos hablado de regalos. Había supuesto que me compraría algo, pero no pensaba que, como a mí, iba a ocurrírsele la idea de ponerlos bajo el árbol.

—Qué americano todo —murmuro para mí, divertida—. Parece la escena de una peli.

—Aunque falta la nieve…

Oigo la voz de Héctor a mi espalda. Cuando me doy la vuelta y lo veo apoyado en el marco de la puerta, con el cabello alborotado y cara de sueño, no puedo evitar sonreír. Incluso así está encantador. Me provoca un cariño infinito.

—Lo veo difícil en Valencia.

—Al año que viene nos vamos a Alemania o a Estados Unidos a pasear bajo los copos. —Ríe, mostrándome sus blancos dientes—. ¿Ha venido Papá Noel? —pregunta con una sonrisita.

Asiento con la cabeza y me llevo las manos a la espalda. Héctor se acerca, me atrapa de la cintura y me da un bonito beso en los labios. Su aliento huele a hierbabuena.

—¿Ya te has lavado los dientes y todo? —le reprocho, ya que yo no lo he hecho. Se echa a reír de nuevo y frota su nariz contra la mía; después se queda unos segundos mirándome muy de cerca, tanto que me parece que somos cíclopes.

—¿Qué? ¿Abrimos los regalitos que ha traído el barbudo gordinflón?

—¡Claro!

Dejo caer el sobre disimuladamente sin que se dé cuenta. Me agacho y me apresuro a coger uno de los paquetes. Lo desenvuelvo ante la atenta mirada de Héctor. Se trata de un perfume, Sexy de Carolina Herrera.

—Una colonia sexy para una mujer tremendamente sensual —dice agarrándome de la cintura otra vez—. Y para que nunca olvidemos nuestra primera cita, aquélla en la que saboreé tus labios por primera vez.

—¿Y quieres probar su sabor una vez más? —le pregunto coqueta.

Asiente con la cabeza, apretándome más contra él. Le doy un beso de agradecimiento y luego me señala el otro paquete, bastante más grande. ¿Qué será?

—Un pijama no puede ser. Está duro… —digo, y se echa a reír. Parece muy emocionado.

Al abrirlo, suelto un gritito de entusiasmo.

—¡Un Mac!

Alzo la vista del regalo y miro a Héctor totalmente sorprendida. Me echo a sus brazos riéndome.

—Para que escribas tus mejores novelas.

—Ten por seguro que lo haré.

Me muestro un poco tímida y le indico el sobre que he dejado en el suelo.

—No pensé que fueras a regalarme todo esto, así que sólo te escribí una carta.

Dejo la caja del portátil en la mesa y espero a que coja el sobre.

—Cariño, no importa. No necesito que me regales nada. —Esboza una sonrisa cautivadora—. Mi mejor regalo eres tú.

Me encojo de hombros y, con un gesto de impaciencia, lo apremio a que rasgue el sobre. Cuando descubre lo que hay dentro, abre mucho los ojos y suelta una exclamación.

—¡¿Dos entradas para Ara Malikian?! —Aparta la vista de los papeles y me mira sorprendido—. Pero ¡esto es carísimo, Melissa! Además, pensé que ya no quedaban.

—Bueno, una tiene sus truquitos —digo orgullosa.

En realidad no fue tan sencillo hacerme con las dos entradas. Al final hallé un anuncio en internet, y sí que son caras, sí, y eso que los asientos no están en un lugar privilegiado. Pero sé lo mucho que Héctor admira a ese violinista, y es una oportunidad maravillosa para que pueda vivir esa experiencia. Puedo permitírmelo de momento, así que ¿por qué no hacer feliz a la persona que amo?

—Aún queda la cartita. —Señalo el sobre.

Un remolino nervioso aterriza en mi estómago. Me muero por ver su cara cuando la lea. Lo que hay dentro es una tarjeta con una caricatura de un chico y una chica vestidos de novios.

Nada más verla, a Héctor le tiembla la mano. Me mira una vez más con los ojos bien abiertos y veo en ellos un brillo sumamente especial. Cuando abre la tarjeta, se muerde el labio inferior. En ella sólo pone: «Sí, quiero. Quiero amarte el resto de mis días». Se trata de la respuesta que ha estado esperando durante dos meses. He querido dársela hoy, en un día especial, aunque para mí todos lo sean desde que lo conocí.

—Melissa… ¿De verdad? —pregunta casi sin creérselo.

—Desde lo de Dania, lo veo todo de otra forma. Tú deseas que sea tu mujer, y yo deseo que tú seas mi marido. ¿Por qué esperar más? Es el momento. El nuestro.

Se lanza sobre mí y me estrecha entre sus fuertes brazos. Su cálida lengua, sabrosa y apasionada, busca la mía y la devora con ansias. Se me escapa un gemido al notar sus manos apretando mi espalda.

—Te quiero. Te amo tanto… —murmura entre jadeos sin dejar de darme pequeños besos.

Me levanta en vilo y me lleva hacia la habitación.

—¿Ensayando para nuestra noche de bodas? —pregunto entre risas.

Me deposita en la cama con cuidado, y después se sube él también y se coloca sobre mí, sin dejar de besarme de esa forma en la que sólo él sabe, la que hace que hasta el tuétano de mis huesos se estremezca, la que logra que mi cuerpo estalle en miles de fuegos artificiales. Segundos más tarde nuestros pijamas están volando por los aires. Me coge de las caderas y me da la vuelta, colocándome boca abajo.

—Quiero recorrerte entera —dice arrancándome una risita cuando su dedo resigue mi columna vertebral—. Y aprenderme cada una de las palabras silenciosas que me regala tu piel. Eres mi asignatura favorita, ¿sabes?

Ríe a mi espalda, y sus dedos bajan por ella hasta llegar a mi trasero. Me acaricia por encima de las braguitas, que han empezado a humedecerse. Jadeo contra la almohada cuando comienza a besarme las nalgas. Me hace cosquillas con la nariz, así que muevo el trasero de un lado a otro hasta que él lo acoge con sus manos y hace que lo levante, colocándome en una posición de lo más excitante. Uno de sus dedos pasa por mi perineo y luego se dirige hacia mi vagina hasta encontrar el clítoris hinchado. Me saca un gemido al apretarlo con sus dedos.

—Dime qué es lo que quieres que te haga —susurra arrimándose a mi cuello. Está a cuatro patas sobre mí, con su pecho caliente sobre mi espalda. Su respiración en mi piel logra que el corazón se me acelere hasta límites insospechados—. Me ha gustado tanto tu regalo que voy a darte todo lo que quieras.

—Acaríciame —le digo con la voz apagada por la almohada.

—¿Dónde? Guíame tú.

Tanteo hasta encontrar su mano y la pongo en mis bragas, justo encima de mi agujero. Héctor echa la tela a un lado y me toca, extendiendo la humedad por cada uno de los pliegues de mi sexo. Sus dedos me vuelven loca, pero lo que realmente me apetece es sentir su lengua haciendo magia en mí.

—Quiero que me devores —digo, atrevida, en un tono sensual.

—¿Ah, sí? ¿Cómo? —pregunta juguetón.

—Túmbate tú boca arriba —le ordeno.

Se aparta y se sitúa a mi lado, permitiendo que abandone la postura de antes y me coloque a horcajadas sobre él. Me inclino hacia delante, me cojo un pecho con la mano y se lo arrimo a la boca. Héctor lo recibe con ansias, atrapándome de las nalgas al tiempo que chupa y mordisquea mis pezones. Mientras tanto me dedico a frotarme con su asombrosa erección, tan dura que incluso me hace un poco de daño a pesar de llevar las bragas.

Saco mi pecho de su boca y coloco una rodilla a cada lado de su cabeza, de manera que tenga mi sexo muy cerca de su cara, perfectamente expuesto. Lo miro con una sonrisa y me devuelve otra cargada de excitación. Vuelve a apartar las braguitas a un lado y me coge de las nalgas para bajarme un poco más, hasta que sus labios posan un pequeño beso en mi sexo. Suelto un suspiro, cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás. Me muerdo el labio inferior en el momento en que su lengua roza la punta de mi clítoris. Tira de mis bragas con fuerza para abrirse camino más fácilmente. No puedo contenerme; su lengua se introduce en mí y se mueve de forma tortuosa. Dios, sí, esto es una magnífica tortura. Los dedos de su otra mano se clavan en mi culo, atrayéndome más hacia él.

—Dios, Héctor… —jadeo, mordiéndome el labio tan fuerte que creo que me haré sangre. Él responde con un nuevo lametón en mi clítoris, que palpita debido a la hinchazón.

Me sacudo hacia delante y hacia atrás con cada una de las acometidas de su lengua en mi sexo. Tengo que apoyar las manos en la pared para controlarme, porque noto que las piernas me tiemblan. De repente se detiene, cortando el inminente orgasmo. Me quedo mirándolo con una expresión interrogativa. Sin decirme nada, me aparta suavemente y, para mi sorpresa, me coge en brazos y me lleva hasta la silla de uno de los rincones en la que hay ropa, que tira al suelo de un manotazo.

—Lo siento. Sé que te he dicho que iba a hacer lo que tú quisieras, pero es que estoy deseando que follemos en esta silla y que te muevas como sólo tú sabes —me dice al oído sentándome encima de sus rodillas, de espaldas a él—. Quítate las bragas —me pide.

Alzo el trasero y obedezco, dejando que se deslicen por mis pantorrillas hasta los tobillos. Levanto un pie y luego el otro, y las empujo de una patada. Cuando vuelvo a sentarme descubro que Héctor ya se ha despojado también de su ropa interior. Me coge de las caderas con una posesión que me sacude y, con la otra mano, guía su pene hasta mi entrada. Nada más notarlo en mi interior, un escalofrío me recorre todo el cuerpo y se me pega un temblor a la piel. Apoya una mano en mi espalda y me inclina hacia delante, doblándome sobre el vientre, donde pone la otra mano. Da una sacudida que me obliga a soltar un gemido. Dios mío, jamás lo había notado tan dentro de mí. Después da otra, y otra, y una más. Y mis gemidos resuenan y chocan contra las paredes.

—Me… encanta… sentirte… —jadea, costándole pronunciar cada palabra.

Me lleva hacia él, con lo que vuelvo a tener la espalda contra su pecho. Apoyo la cabeza en su hombro, con los ojos cerrados y el rostro congestionado. Me mata con los círculos que traza en mi interior. Me coge los pechos y me los estruja. Me muerde el cuello y luego me susurra al oído:

—Sigue mi ritmo. Vamos, hazlo, Melissa.

Empiezo a moverme junto a él. Trazo los mismos círculos, luego varío el movimiento y doy suaves saltitos. Jadea y gruñe con su cara apoyada en mi nuca. Me tiene completamente atrapada, pues sus dedos se clavan en la piel de mis pechos. Me dejo caer hacia abajo, y da una sacudida hacia arriba, con lo que su sexo se mete tanto en mí que creo que en cualquier momento se hará realidad lo de fundirnos en uno solo.

—No puedo aguantar mucho más… —jadea.

Baja una mano hasta mi vientre. La otra la sube a mi rostro, me lo coge y lo vuelve hacia él para besarme. Su lengua se introduce en mí de forma violenta y, al mismo tiempo, dulce, al igual que su sexo. Jamás habría pensado que una contradicción así fuera posible, pero lo cierto es que ya no podría vivir sin sentirlo de esta forma.

Nos besamos sin parar, mientras continúo con mis movimientos y él prosigue con los suyos, perfectamente acompasados. Su pecho sudado se aprieta contra mi espalda al tiempo que sus dedos se clavan en mi mandíbula y su sexo palpita en las paredes del mío. El alma se me encoge y luego se me agranda nada más notarlo derramarse en mí con un gemido ahogado en mi cuello. Le cojo la mano que está en mi vientre y la llevo hasta mi sexo. Me acaricia, juega con mi clítoris mientras me muevo y persigo el orgasmo.

—Dios, ya… ¡Ya…! —Suelto un grito que me sorprende.

Como si hubiera perdido el juicio, me echo a reír mientras me corro. Hay una explosión en mí que me convierte en cuerpo tembloroso, en piel exaltada, en corazón libre. Sí, así me siento yo: libre, poderosa, viva.

—Te amo, Melissa —me susurra Héctor al oído abrazándome por la espalda—. Para siempre.

Esbozo una sonrisa apoyada en su pecho, totalmente rendida. Se levanta conmigo en brazos y me lleva hasta la cama. Nos quedamos acostados, hablándonos con las miradas, reconociéndonos con cada caricia que vamos dejando en nuestros cuerpos desnudos.

—No puedo creer que haya tanta felicidad en mí —dice de repente rompiendo el silencio.

—Yo también soy muy feliz, Héctor.

—Hasta que llegaste era un alma escondida en la oscuridad. —Se me queda mirando fijamente, como perdido en algún recuerdo del pasado.

—Tenías luz dentro, pero no la dejabas salir —le susurro frotando mi nariz contra su mejilla.

Niega con la cabeza y enarco una ceja sin entender muy bien lo que quiere decir.

—Nunca he sido una persona fácil, y lo sabes.

—Toma, ¡ni yo! —Río entre dientes.

—No, en serio, Melissa… No es lo mismo. —Ahora es él quien me acaricia una mejilla. Sus dedos son suaves y me transmiten un amor sin condiciones, sin demandas. Un amor sincero, brillante, puro. Lo escucho atentamente—. No tenía luz, estaba hecho de oscuridad. Pero tú me has entregado toda la tuya. Es casi como un milagro.

No logro comprender del todo lo que trata de decirme. Para mí, Héctor no está hecho de sombras, sino de recuerdos y problemas como los que todos hemos tenido alguna vez. Y aunque ha habido momentos un poco más oscuros, siempre he podido encontrar un atisbo de luz en sus ojos, en su corazón y en su alma.

—Me sentía tan perdido…

Poso dos dedos sobre sus labios. No voy a permitirle que continúe poniéndose serio y triste. Estamos bien, en una época en la que las cosas marchan, así que debemos aprovecharla.

—Pues yo soy tu brújula. —Me arrimo a sus labios y los rozo con los míos, notando un cosquilleo que me asciende desde los dedos de los pies.

Me aprieta contra su cuerpo caliente, contra esa piel que se ha adherido a la mía de forma irremediable para hacerme comprender que no hay otra hecha para mí.

Amo sus labios carnosos, y esos dientes un poquito grandes pero bien formados, esa mirada limpia que me muestra serenidad y confianza. Héctor ha luchado tanto… Y sé que no sólo lo ha hecho por él, sino también por mí. Por los dos.

Ya no puede haber nada que derrumbe nuestro amor. Nada impedirá que, dentro de un tiempo, una mi mano a la suya. Me reflejaré en sus ojos cada mañana y sabré quién soy gracias a ellos.

Ya no tengo miedo. He olvidado la intranquilidad y las dudas que tenía. Ni siquiera he vuelto a tener malos sueños.

La felicidad se ha instalado en nuestras vidas, y esta vez no permitiré que nos abandone.