7
—Te harás sangre…
Héctor aparta una mano del volante para cogerme los dedos. Dios, no puedo dejar de rascarme de manera histérica. Me resisto, pero al final le hago caso y dejo de arañarme la piel. Me dedico a mirar por la ventanilla con la cabeza llena de pensamientos terribles. «Por favor, que Dania esté bien». Es mi mejor amiga y, ahora que he comprendido lo sola y perdida que se siente, debo ayudarla más que nunca, permanecer a su lado y demostrarle que es capaz de hacer frente a lo que venga.
—Todo irá bien —susurra Héctor, aunque su tono de voz denota que también él está preocupado.
Aarón no me ha explicado qué sucede exactamente porque aún no ha podido hablar con los médicos que atienden a Dania, pero tengo claros los motivos por los que mi amiga está en el hospital. Oh, Dios mío… Oh, Dios mío. Y si eso que estoy pensando ha sucedido, ¿qué voy a decirle? ¿Podré mirarla a los ojos sin estallar en llanto? Hace poco me confesó que cada vez estaba más segura de su decisión, pero realmente no creo que deseara hacerlo.
—Dania es fuerte —vuelve a decir Héctor.
Giro la cabeza hacia él y lo miro con unas tremendas ganas de llorar.
—¿Tú crees? —Suelto un suspiro y trato de contener las lágrimas, que ya me escuecen en los ojos—. Por muy fuerte que una sea, esto sería un golpe tremendo. Para cualquier mujer lo es.
—No adelantemos acontecimientos.
Aprieta los dientes y los huesos de su mandíbula se le marcan otorgándole ese aspecto sensual que tanto me gusta. Estiro la mano y le acaricio la mejilla, luchando para que se vaya de mi cabeza ese color rojo brillante que aparece al pensar en Dania.
Como no puedo estar quieta, saco el móvil del bolso y entro en el registro para llamar a Aarón. Da señal, pero no lo coge. Suelto un bufido de impaciencia.
—Amor, lo habrá puesto en silencio. Recuerda dónde está.
—¿Por qué Dania no me ha llamado a mí?
—Porque no habrá querido hacerte pasar por esto.
Cinco minutos después llegamos a La Fe. Ni siquiera espero a que Héctor acabe de aparcar para salir del coche y echar a correr hacia las puertas. Un enfermero me observa con curiosidad cuando paso ante él como una exhalación con el vestido de noche y los tacones que me había puesto para la celebración. También unas cuantas personas alzan la cabeza en cuanto entro en la sala de espera con el irritante taconeo por banda sonora. Diviso a Aarón al fondo, derrengado en una de las sillas más retiradas, con la cabeza gacha y un vasito de plástico entre las manos.
—Aarón… —susurro atemorizada ante la visión de su pálido rostro—. ¿Y Dania?
—Están visitándola aún. No me han dejado estar presente.
Héctor, que acaba de llegar, se sitúa a mi lado, pasándome el brazo por la espalda en un intento por tranquilizarme.
—Pero ¿qué ha ocurrido? —pregunto con voz chillona.
La señora que está un par de sillas más allá nos observa con curiosidad.
Aarón niega con la cabeza. Hay una expresión de tristeza en su rostro que me sacude hasta muy dentro.
—¿Ella ha…? —insisto, sin poder pronunciar esas palabras horribles. Héctor me aprieta la cintura.
—No lo sé. —Aarón vuelve a negar y se pasa una mano por el cabello en un gesto nervioso—. Ha empezado a sentir fuertes dolores y me ha llamado llorando, muy asustada. Cuando he acudido, tenía el pantalón manchado, y también lo estaba el sofá… —Se le quiebra la voz.
Me tapo la boca con una mano. Mi corazón trata de salírseme del pecho. Me sobrevienen unas terribles ganas de llorar, pero me contengo.
—¿Por qué cojones no me lo habíais contado? —Aarón me mira con disgusto.
Aparto los ojos, un poco avergonzada, sin saber qué decir. Entiendo que esté enfadado, pero no podía desvelar el secreto de mi amiga si ella no se sentía preparada. Me dispongo a decirle que lo siento cuando oigo una vocecilla a nuestra espalda. Aarón se levanta de golpe y, al volverme, me encuentro con una chica, alta y rubia, de aspecto frágil. Sin embargo, sus ojos, de un azul muy claro, denotan fortaleza. Su piel es muy blanca y delicada. Parece preocupada y no aparta la vista de Aarón. La reconozco: es la chica del local, la que le gusta a mi amigo.
—Alice… —Él me aparta con suavidad para adelantarse y cogerle una mano. Héctor me da un golpecito—. ¿Qué haces aquí?
—Estaba preocupada —dice ella esbozando una sonrisa nerviosa—. Como me has llamado tan agitado… —Tiene un ligero acento francés, aunque apenas se le nota—. He pensado que sería algo grave y que necesitarías compañía.
—Alice y yo habíamos quedado, pero he tenido que cancelarlo —nos explica Aarón.
—Esto es mucho más importante que ir al cine —asegura ella con voz calmada. Desliza sus vivos ojos hacia Héctor y hacia mí y nos saluda—. Soy Alice, una amiga de Aarón.
—Yo soy Melissa. Encantada. —No es el mejor momento para conocernos, pero, aunque me cuesta dibujarla, le dedico una sonrisa.
—Sí… Aarón me ha hablado de ti. Y también de ti. —Se vuelve hacia Héctor y le estrecha la mano.
—¿Habéis llamado a los padres de Dania? —pregunta Héctor segundos después.
—No me lo ha permitido. —Aarón se muerde el labio inferior.
Me fijo en que aún no se ha soltado de Alice. Esta mujer realmente le gusta, y me parece un gesto muy bonito que ella haya venido hasta aquí.
De repente me acuerdo de la extraña escena que he presenciado en el Dreams, me refiero a cuando he descubierto a ese hombre dándole a la chica la bolsita. Me encantaría comentárselo a Aarón, pero no es oportuno ahora, por supuesto, cuando lo único que ansiamos conocer todos es el estado de salud de Dania.
Nos sentamos a la espera de alguna noticia. Los minutos se hacen tan largos y pesados que tengo que levantarme una y otra vez para no caer en la desesperación. Camino hasta la máquina de café, la miro sin verla, me rasco el cuello de forma compulsiva. Pienso en aquella noche en la que estuve en el hospital porque Héctor casi pierde la vida. Y ahora, ¿habrá desaparecido una sin haber tenido ninguna oportunidad?
No puedo evitar dejar paso a un sinfín de pensamientos oscuros. Pienso en lo injusta que puede llegar a ser la vida en ocasiones. En lo sencillo que, a veces, es perderla. Uno nunca se para a pensar que puede tocarle a él, que puede ser el siguiente en desvanecerse, o que quizá la persona que duerme a su lado se convertirá en polvo en un abrir y cerrar de ojos. Se me escapa un sollozo y de inmediato tengo a Héctor a mi lado.
—Cariño, va a ir bien. El bebé de Dania es tan fuerte como ella.
No me salen las palabras, así que sólo me abrazo a él y lloro en su hombro, manchándole de maquillaje la impoluta camisa. Aarón y Alice nos miran desde sus sillas con expresión abatida. Diez minutos después resuena a través de los altavoces una voz reclamando a los acompañantes de Dania.
—Yo, por favor. Dejadme ir —les suplico.
No rechistan. Pregunto a uno de los enfermeros adónde debo ir y me indica el box. Casi me parece que estoy dando los mismos pasos que aquella noche. Por un instante creo que encontraré a Héctor con los goteros y una expresión de desolación en el rostro. Pero esta vez es la mirada de Dania la que se cruza con la mía cuando entro en la habitación. Está pálida y ojerosa e incluso parece que su pelo, tan cuidado siempre, haya perdido brillo.
—Mel —dice en voz bajita. Una voz impregnada de cansancio.
—Dania… —Me sitúo a su lado con un nudo en la garganta. Le tomo una mano para traspasarle todo mi cariño. Se echa a llorar y se me escapa un grito pequeño—. No —digo negando con la cabeza una y otra vez—. No…
Dania casi se atraganta con el llanto; es incapaz de hablar ahora, pero, al fin, esboza una sonrisa que me sorprende.
—Estamos bien, Mel.
—¡¿Qué?! —Abro mucho los ojos y, sin pensar en nada más, me lanzo sobre ella y la achucho con todas mis fuerzas. Al apartarme, ambas estamos llorando otra vez—. Entonces ¿no…?
Dania se lleva una mano al vientre. Hay una expresión diferente en su rostro, la de una mujer decidida.
—Continúa aquí —afirma en un tono cariñoso—. Ha sido un aviso, pero no ha ocurrido nada malo. Al final se ha quedado conmigo.
—Dios, Dania, ¡cuánto me alegro!
Vuelvo a abrazarla, llevándome casi el gotero por el camino. Reímos hasta que un médico viene para avisarnos de que van a trasladarla a planta, ya que es mejor que se quede en observación.
Mientras la llevan regreso a la sala de espera para dar la buena noticia a nuestros amigos. En cuanto me ven aparecer se abalanzan sobre mí y me avasallan a preguntas. Aarón me sacude por los hombros y Héctor intenta calmarlo.
—¡Está bien! ¡No ha perdido al bebé! —exclamo con lágrimas de emoción en los ojos.
Nos abrazamos, incluso Alice me abraza a pesar de que apenas nos conocemos. Me aferro a su cuerpo porque me inspira calidez.
Como no nos dejan pasar a verla a todos porque no estamos en horario de visitas, decidimos que yo seré quien se quede con ella esta noche.
—Mañana ya le daré lo suyo… —dice Aarón, aunque no puede ocultar su alegría.
—Está convaleciente, así que no, no vale regañarla aún.
Lo miro con severidad. Me fijo en que todavía continúa abrazado a Alice y, sin casi darme cuenta, se me escapa una sonrisa.
—¿Pasa algo? —pregunta él al ver mi gesto.
Niego con la cabeza, aunque está claro que hablaré con él. ¡Necesito saber si están saliendo o qué! Y, por supuesto, me gustaría también preguntarle acerca de lo que he visto en el Dreams. Me despido de todos, y Héctor me da un largo y húmedo beso.
—Mañana estaré aquí a primera hora —me dice con su frente apoyada contra la mía. Aspiro su olor, ese que me ensancha el corazón—. Da un abrazo enorme a Dania de mi parte. Dile que la quiero.
—Lo haré, cariño.
Cuando entro en la habitación, a pesar de que su rostro revela cansancio, Dania está bien despierta y exaltada. Me siento a su lado, con su mano entre las mías, y nos quedamos un buen rato mirándonos con sonrisas que dicen mucho.
—¿Sabes? Tenía muchísimo miedo, Mel —confiesa de repente.
—Lo sé. —Asiento, dándole a entender que la comprendo.
—Creía que no podría ser una buena madre. Por eso pensé en deshacerme del bebé. No quería que tuviera una mala vida por mi culpa. —Me doy cuenta de que se siente avergonzada—. También barajé la opción de darlo en adopción, pero sabía que si le veía la carita, no podría…
—¿Y qué piensas ahora? —Me acerco un poco más a ella. Le beso el dorso de la mano.
—Lo quiero. —Posa la otra mano en su tripa—. No lo conozco aún, pero ya lo quiero. Quizá esto haya sido un aviso, un escarmiento, pero se me ha dado otra oportunidad. —Los ojos le brillan—. Y voy a aprovecharla. Le daré todo el amor que yo no tuve.
—Sé que serás una madre estupenda, Dania. Nunca lo he puesto en duda —le aseguro, con una sonrisa. Me la devuelve y luego se hace la coqueta. Qué tía, en eso no cambia aunque haya pasado por una experiencia tan traumática hace nada.
—¿Sabes que el camarero del Dreams le pidió mi número a Aarón?
—¿Ah, sí? —Me hago un poco la tonta, aunque está claro que ese chico bebe los vientos por ella.
—Me mandó un whatsapp hace un par de días, pero como estaba así no tenía ganas de nada y no le contesté.
—Ya.
—Quizá deba hacerlo. No parece mal chico, ¿no? Y en su mensaje sólo me preguntaba qué tal estaba.
—Claro, deberías responderle. Por lo poco que lo conozco, me parece majísimo y una buena persona.
—En estos momentos no estoy preparada para nada con un hombre. Y con nada me refiero a nada. —Me mira un poco avergonzada.
—No tienes que darme explicaciones, Dania. Eres adulta, puedes hacer lo que quieras. Y, de todas formas, la compañía de Diego no te vendrá mal.
A la mañana siguiente, bien pronto, Héctor se presenta con un bocadillo para mi almuerzo. Se come a Dania a besos. Jamás lo había visto tan cariñoso con ella, aunque no me sorprende porque es un hombre muy sensible y realmente quiere a nuestra amiga. Charlamos un poco sobre cómo se encuentra ella, y Héctor es tan considerado que no dice nada acerca de lo que Dania había decidido. No obstante, cuando Aarón se presenta la cosa cambia pues empieza a regañarla nada más traspasar la puerta. Tengo que pararle los pies porque Dania está muy sensible y no es capaz de responderle como lo haría de costumbre.
A mediodía le dan el alta y la llevamos a su casa. Me quedo con ella todo el día y la cuido. Lo mismo hago los días siguientes: todas las tardes me paso por su casa, le llevo napolitanas de chocolate, que sé que son sus preferidas, y charlamos acerca de bebés. Ya todo el grupo sabe que Dania será madre. Mi hermana dio hasta saltitos al enterarse de la noticia.
—¡Otro bebé en la pandilla! —gritó extasiada—. Faltas tú, Mel. No tardes, que se te pasa el arroz.
Y la verdad es que, cada día que pasa, mis sentimientos van cambiando. Siento cierta envidia de Ana y Dania, y me imagino con tripa o con un mini-Héctor o una mini-Melissa correteando por la casa. Desde que pensé que mi amiga iba a perder a su bebé, algo en mí se removió. Me di cuenta de que la auténtica vida está construida a partir de instantes, que estamos aquí y ahora pero mañana podemos estar en otro lugar, que tenemos que vivir el ahora. Cada parpadeo que damos por las mañanas y cada suspiro que soltamos por las noches son únicos. Hay que mantenerse en el presente porque el pasado ya se fue y para el futuro aún queda un largo camino, un tanto incierto. Lo único verdaderamente real es cada segundo que estamos viviendo ahora y, por eso, a veces no hay que esperar el que creemos el momento más adecuado por temor. No, porque quizá la espera borre ese momento y nunca llegue.
Así que, con estos pensamientos, entre visitas a Dania y escritura, se pasan los días y las semanas y llegan las fiestas de Navidad. A Aarón no lo hemos visto mucho porque ha estado más ocupado que nunca organizando fiestas para las cenas de empresa, Nochebuena y Nochevieja. Por eso, y porque siempre me da excusas para quedar a solas, no he podido comentarle lo que aún me ronda la cabeza. Como ya no aguanto más, decido confesar mis temores a Héctor en una de esas tantas noches en las que nos morimos de hambre y de amor en la cama.
—Tengo que contarte una cosa.
—¿Qué? —Me mira con curiosidad, con esos hermosos ojos que tanto me dicen sin palabras.
—Vi… algo en el Dreams que no me gustó nada —contesto. Enarca una ceja y me insta a continuar—. Un hombre estaba pasándole droga a una chiquilla. —Callo durante unos segundos, dejando que Héctor digiera la confesión. Sin embargo, no parece inquieto ni extrañado—. ¿Crees que Aarón lo sabe?
Héctor no contesta enseguida; de hecho, tarda unos segundos en reaccionar. Cuando lo hace su respuesta me sorprende.
—¿Estás segura de lo que viste?
—¡Por supuesto que sí!
—Bueno… Quien menos te lo esperas, consume droga —dice pensativo.
—¿Estás insinuando que Aarón también? —pregunto asustada.
—Claro que no. Lo que digo es que no es tan extraño que en sitios como el Dreams suceda eso. Y tampoco significa que Aarón lo sepa.
—Me parece increíble —alego negando con la cabeza—. Además, él está tan raro… Tan obsesionado con todo lo relacionado con el local…
—Es su trabajo, Melissa. Le gusta.
—Antes no era así.
La conversación se queda ahí porque Héctor se muere de sueño. Me promete que hablará con Aarón.
Al cabo de unos días me pregunto si lo habrá hecho porque mi amigo no me ha dicho nada acerca de eso. Lo único que me tranquiliza es que Alice y él se hayan acercado más. Por fin un día nos confiesa que van a intentarlo. Lo celebramos el día de la lotería porque, además, a Dania le ha tocado un pellizquito. Hablamos sobre la difícil situación en la que Alice se encuentra. Cada vez la admiro más.
—Ella piensa que su exmarido la acecha, aunque tiene una orden de alejamiento —nos confiesa Aarón con semblante serio y preocupado—. No sé cómo ayudarla.
—Ya lo haces apoyándola, Aarón —lo anima Dania al tiempo que le ofrece una sonrisa tranquilizadora.
—Tiene miedo de que se lleve a sus hijos.
—Pero ¡no puede hacerlo! —exclamo ofendida, como si Alice fuera mi amiga de toda la vida.
—¿Que no? Ese hombre está desesperado. Y loco… o qué sé yo.
—¿Qué insinúas? —pregunto un poco nerviosa porque, en el fondo, sé lo que va a decirnos.
—Le pegaba, Mel. Y alguna vez lo intentó con sus hijos. Por eso ella se fue de casa y pidió el divorcio. Y a pesar de la orden de alejamiento, él se ha atrevido a acercarse un par de veces. No es que haya hecho nada, pero nunca se sabe…
—¿Por qué cojones funciona tan mal la justicia en España? —exclama Dania. ¿He dicho ya que ha recuperado su hablar de camionera? Está intentando reformarse porque no quiere transmitírselo al niño en un futuro, pero le cuesta.
—Nosotros estamos aquí. Te ayudaremos a ti, a ella. Lo que haga falta —interviene Héctor en ese momento apoyando su mano en el hombro de Aarón.
Alice me cayó bien desde el primer momento, cuando la conocí en el hospital. He podido apreciar que su mirada es la de una mujer ilusionada, la de una persona que lo pasó mal y que ansía forjarse una nueva vida. Está claro que no tiene la mejor situación, y quizá eso asuste un poco a Aarón, pero él es fuerte y sé que ella le importa de verdad.
Desearía que, por fin, hubiera encontrado en Alice a ese alguien a quien ofrecerle todo el amor que, aunque no lo sabe, tiene dentro.