CAPÍTULO 19
Julius Elmstrong se mesó con suficiencia los descontrolados rizos oscuros. Permanecía de pie frente a los ventanales del despacho contemplando la vastísima extensión de terreno que crecía ante sus ojos y que conformaba la magnífica propiedad de Ravendom House. En su mano derecha agitaba una ventruda copa de brandy mientras en su rostro se reflejaba una amplia sonrisa de satisfacción.
Hacía varias semanas que no se dejaba caer por Ravendom. La preparación de la tierra para el inicio de la siembra había conseguido mantenerlo muy ocupado en los últimos tiempos. Como administrador de Ravendom House él mismo se encargaba de visitar personalmente a los arrendatarios del lugar para compartir con ellos impresiones, procurarles la semilla y los materiales adecuados para el inicio del sembrado y trasmitir sus peticiones o quejas al señor de aquellos dominios.
Cierto que la propiedad se sustentaba casi exclusivamente del trabajo de Drake y sus hombres con la doma y cría de caballos, pero nadie podía olvidar que aquellos comuneros que habían dedicado toda su vida a Ravendom conformaban a esas alturas una parte muy importante de la heredad. Y las cosas habían mejorado notablemente desde que Drake se hiciera cargo de aquellas tierras, dos años antes, y él mismo ocupara el puesto vacante de administrador. Los inquilinos ahora ya no pasaban hambre como en tiempos del anterior propietario y en los últimos años se habían construido nuevas y modernas infraestructuras que dotaban de vida la heredad; como un molino para el grano, un horno comunal para cocer el pan y varios graneros donde resguardar la siembra. Sí, definitivamente Drake y él formaban un buen equipo y ambos se complementaban a la perfección, pese al carácter a menudo rudo y ofuscado de su amigo.
—¡Buen día, mi buen amigo! - saludó Drake, que entraba en el despacho en esos momentos luciendo en su semblante una sonrisa de oreja a oreja.
—Me temo que no te reconozco. ¿Quién diablos es usted y qué ha hecho con el terrible humor matinal de mi amigo?
Ambos hombres festejaron la broma mientras Drake se servía un dedo de brandy.
—¿Acaso un hombre no puede sentirse satisfecho en la tranquilidad de su propio hogar?
—¡Por supuesto, siempre y cuando se trate de un hombre corriente y no de un alma inquieta como tú! Cielo santo, me veo en la obligación de repetirme: ¿quien es usted y qué ha hecho con mi amigo? - Drake ofreció una mirada provocadora a su administrador que de inmediato mostró una amplia sonrisa. - He recibido tu mensaje esta mañana y he venido en cuanto he podido. Siento haber estado tan ocupado últimamente pero los Dixon han tenido ciertas dificultades con el grano de la pasada cosecha y he tenido que ausentarme para tratar de conseguir material de mejor calidad.
—Mantenme informado al respecto y no escatimes con el precio. Ya sabemos que a menudo es preferible pagar un poco más para obtener los mejores resultados. - envió un largo trago a su bebida mientras se sentaba detrás del vasto escritorio y apoyaba informalmente los pies sobre el tablero.
—Tú me dirás, ¿qué puedo hacer por ti? Mi ama de llaves me dijo que se trataba de algo importante.
Drake lo observó en silencio durante largo rato. Permanecía repantigado en su sillón como el dios supremo que observa el mundo con indiferencia desde su atalaya inalcanzable, mirando esta vez a su amigo detenidamente y con cierto aire indagador, como si de algún modo intentara averiguar el efecto que su próxima revelación produciría en el ánimo de Julius.
—Debemos proteger a Emily - anunció de pronto sin alterar en lo más mínimo la expresión de su rostro.
—¿A la señorita Alcott? ¿Por qué? ¿Acaso corre algún tipo de peligro?
Drake lo observó con expresión serena.
—Porque es mi deber hacerlo, Julius. Un hombre debe siempre proteger a su esposa.
Julius Elmstrong tosió con violencia después de atragantarse con su bebida.
—¿Hablas en serio? No, no puede ser en serio, estás bromeando. ¿Al final vas a hacerlo? - lo miró durante un segundo tratando todavía de recuperarse del reciente atragantamiento. En su rostro asomaba el rictus de lo que pretendía ser una sonrisa forzada. - Estás bromeando ¿verdad? ¿Has olvidado ya nuestra última conversación? ¡Es una locura! ¡Si acabas de conocerla!
Drake no se inmutó. Permanecía repantigado en su asiento con aire insolente.
—¿Cuanto tiempo se necesita para conocer a alguien? Pueden pasar años y morirte sin haber conocido en lo más mínimo a la persona que vivió a tu lado y en cambio hay personas a las que un solo instante de conocimiento bastan. Voy a casarme con la señorita Alcott y salvo que los mismísimos demonios del centro de la tierra vengan a impedírmelo en persona no pienso cambiar de opinión.
Julius carraspeó con nerviosismo antes de deslizar el último trago por su garganta. El posterior escozor que acompañó a tan precipitada ingestión le obligó a dibujar en su rostro una mueca cómica. Sabía que Drake resultaba tan enojosamente terco y obcecado en sus decisiones que hacerle mudar de opinión una vez persuadido de ello resultaba una verdadera pérdida de tiempo.
—¿Y solo porque la deseas? ¿Qué sucederá en cuanto hayas saboreado las mieles de su cuerpo hasta saciarte? ¿La mandarás al norte con sus hermanas?
—No voy a cansarme de Emily.
—¿Por qué no? Tú mismo confesaste que lo que te atraía de la señorita Alcott era el fortísimo deseo que sentías hacia ella. El poder de la atracción física. No somos animales, Drake, a diferencia de ellos no podemos basar nuestras relaciones en el deseo de aparearnos.
—Es algo totalmente diferente. No solo deseo su cuerpo sino que también deseo su alma. Si de mí dependiera estaría a su lado las veinticuatro horas del día, velando su sueño y cuidando sus pasos.
—No puede ser en serio... - comentó con escepticismo.
—Amo a Emily Alcott. - zanjó.
Julius Elmstrong suspiró resignado.
—En fin, supongo que es tan buena como cualquier otra.
—Es todavía mejor, te lo aseguro. - interrumpió Drake asomando su sonrisa ladeada.
—Ha de serlo; o si acaso rematadamente tonta como para aceptar ser tu esposa. Porque no la habrás obligado a aceptarte, ¿verdad? - ahora una sonrisa maligna adornó también el rostro de Julius. - Ya diste en la flor de retenerla en Ravendom así que no me extrañaría nada que...
—Ella me ha aceptado, Julius. - y sus palabras reflejaban un hondo orgullo. El orgullo de alguien acostumbrado a recibir desprecio como moneda de cambio y que de pronto recibe cariño y afecto con la misma sorpresa y gratitud que el infiel que por primera vez en la historia de la humanidad descubrió el fuego.
—Siempre supe que esa jovencita no estaba en sus cabales. Es terca y cabezota como una mula. Sí, creo que haréis un buen matrimonio. - Drake meneó la cabeza sin poder evitar sonreír. - Y dime, ¿de qué se supone que debemos protegerla además de un esposo bárbaro e insaciable?
La sorna de Julius se diluyó en el aire como el humo de una hoguera incipiente y no fue hasta entonces que el semblante de Drake se sombreó confiriéndole un aspecto salvaje y desnaturalizado a sus facciones.
—Darlington pretende hacerle daño. - arrastró las palabras como si fuesen grava dentro de su boca.
—¿Y cómo es posible que tú estés enterado de sus planes? ¿No habrás...? - mesándose el cabello con impaciencia. - ¡Oh, maldita sea, definitivamente pasas demasiado tiempo con Kavi! Creo que llega un punto en el que afloran inevitablemente los vínculos de sangre que os unen.
—No es eso lo que él opinaría. Según él soy demasiado blando, demasiado sensible como para ser su phral.
Julius Elmstrong volvía a mostrarse encarnado a causa de la excitación que se apoderaba de él a pasos agigantados. Bajo la presión de sus dedos el endeble vaso vacío corría serio peligro de estallar en mil pedazos.
—¡Por supuesto, si de él dependiera estoy convencido de que te arrancaría ahora mismo de este nido de blancos para arrastrarte con él a una vida de callejeo y salvajismo! ¿De verdad no te das cuenta de que eso es lo que pretende? ¿No te das cuenta de que por eso viene a visitarte cada cierto tiempo y permanece acampado en tus tierras hasta que pierde la paciencia y termina por marcharse como un perro apaleado? ¡Tan solo busca convencerte para que lo dejes todo a un lado, para que abandones esta nueva vida que te has labrado a pulso y regreses con él! ¿Es eso lo que deseas? ¿Seguir sus pasos eternamente como un perro amaestrado?
—No resultaría tan descabellado, amigo mío. -La mirada de Drake encerraba ahora un velo nostálgico. - Mi familia lleva errando por el mundo desde la noche de los tiempos. Es el sino ineludible de los clanes romanís. Así lo hicieron mi madre, mis abuelos y todos mis antepasados hasta el origen de la estirpe.
—¡No tiene por qué ser así, por el amor de Dios! - Elmstrong intentó serenarse bajando un punto el airado tono de su voz. - Sabes que por tus venas no solo corre sangre romaní. Te guste o no tu lugar también está entre nosotros. ¡Por el amor de Dios, sabes perfectamente que no eres como Kavi, tu corazón no alberga los mismos sentimientos que laten en las entrañas de ese... de ese romaní chalado!
Drake se levantó de pronto reflejando en sus ojos negros una ira latente desde muchos años atrás.
—Dices que no soy como Kavi, que sería una deshonra para mí ser como él. Dices que la sangre romaní no es la que impera en mis venas… ¿soy acaso como ese viejo miserable? ¿Pretendes decirme que pese a todas mis reticencias soy como Turlington? ¡Preferiría mil veces ser como Kavi que como ese viejo hijo de perra! Al menos Kavi se mantiene fiel a unos ideales. - Drake oprimió la dentadura hasta que sus maxilares palpitaron visiblemente. - He vivido entre romaníes toda mi vida, Julius, soy uno de ellos. Ellos han hecho de mí un hombre. Ese viejo tan solo me dedicó los cinco minutos necesarios para concebirme.
Julius Elmstrong sacudió la cabeza con vehemencia y sus descontrolados rizos se sacudieron también con el brío concedido al movimiento.
—Tú has escogido tu camino, el rumbo que querías darle a tu vida. Nadie ha hecho de ti un hombre sino tú, tú te has hecho a ti mismo, Drake, has seguido tu estrella. - tragó saliva antes de continuar, sin saber que la mirada de su amigo permanecía ansiosamente apacentada sobre él, sopesando sus palabras y batallando con los sentimientos de su interior. - Y dime, ¿has hablado ya con Kavi acerca de tus próximos esponsales?
Drake desvió la mirada al papel pintado de la pared.
—Todavía no ha habido ocasión, tú has sido el primero en ser informado.
Julius sonrió con cierta desesperación mientras enredaba nuevamente los dedos entre sus rizos. ¿Era posible que lo que perlaba su frente fuese una leve capa de sudor frío?
—Te deseo buena suerte entonces, amigo mío, por mi vida que la necesitarás. - suspiró con aires de resignación. Drake le ofreció una mirada nada auspiciadora. Sin duda Kavi sería el hueso más duro de roer de la jornada.- Cuéntame, ¿qué tienes en mente para proteger a tu dama en apuros?
Los últimos días de Diciembre pasaron sin pena ni gloria por Ravendom House y entremezclados con el aroma dulce de las galletas de jengibre, los diferentes budines, el brandy butter y el Christmas pudin revoloteaban también las risas y el entusiasmo de las jovencitas Alcott, cuya alegría al tener conocimiento del compromiso de la mayor con el señor Drake no pudo haber sido manisfestada con mayor regocijo. Al fin que en la mente de las más jóvenes reinaba desde hacía tiempo la esperanza de que algo así llegara a suceder algún día y de ese modo las tres pudieran quedarse para siempre en aquel lugar misterioso perdido en mitad de la nada.
Y tanto se tratara de un pirata como de un misterioso romaní ambas muchachitas no podían dejar de sentirse sumamente complacidas. Siempre habían supuesto que Emily, la novelista soñadora de la familia, no podría conformarse jamás con un snob de aspecto afectado y cabello relamido que necesitara más de quince minutos para arreglarse y aparecer presentable en sociedad.
—¡Oh Emily, me siento tan feliz de que te cases con el señor Drake! - confesó una noche Pippa mientras Emily la arropaba. - Creo que este es un lugar tan bueno como Mayland para que las golondrinas hagan sus nidos.
Y Emily sonrió en silencio. Porque sin duda aquel era el mejor lugar del mundo para iniciar una nueva vida con sus hermanas y su apasionado esposo.
Varias modistas llegaron desde la capital para confeccionar el vestido de ceremonia y el ajuar completo de la futura señora de Ravendom y para goce particular de Drake, Emily estuvo lo suficientemente ocupada escogiendo telas, aprobando patrones y acatando pacientemente los deseos de las costureras como para abandonar ni por un solo instante la seguridad de los muros de la mansión. Desde aquel último encuentro nocturno entre él y el miserable de Darlington este último no había dado señales de vida; Drake, no obstante, sabía que el muy canalla se encontraba al acecho, esperando simplemente un momento de debilidad para atacar a su oponente por la espalda. Del mismo modo que actuaría un cobarde.
Por ello jamás perdía de vista a Emily y aún desde la distancia y sin que ella se percatara de su presencia, la seguía a todas partes. Sobretodo cuando en los escasos ratos libres la joven se paseaba por los jardines en compañía de la hermosa yegua blanca que él le había regalado.
Y todas las noches trepaba a su ventana, incluso cuando la señorita Alcott, agotada tras un largo día de probar patrones y posar inmóvil y erguida, se rendía en brazos de Morfeo. Y era entonces, en esos apacibles momentos de letargo, cuando Drake más disfrutaba sentándose a un costado del lecho mientras la observaba ensimismado y velaba sus sueños. Y jamás había dejado de besarla a medianoche, en silencio y entre los claroscuros de la alcoba, jurándole al alma dormida de la señorita Alcott fidelidad y entrega eternas.
“Siempre serás mía, Emily Alcott, hasta el fin de nuestros días.”
Llegaron los fríos días de Enero y seguían sin presentarse noticias de Darlington. Se sabía que permanecía hospedado en el pueblo y que de vez en cuando se reunía en secreto y a horas intempestivas con Elliot, el alguacil, pero los informadores de Elmstrong no eran capaces de decir más. No era bueno de todos modos bajar la guardia puesto que mientras el caballerete permaneciera en el pueblo nadie tras los muros de Ravendom estaría a salvo de su perfidia.
Drake comunicó a Kavi cierta noche su intención de contraer matrimonio con una señorita, casualmente una de las muchachas a las que ofrecía asilo en la mansión tras haber sido asaltado su carruaje en plena noche por el romaní y sus secuaces. Kavi, por toda respuesta, maldijo y escupió al fuego con desdén, destrozando a su paso las lonas de los vardos, pateando hogueras y maldiciendo entre gritos a aquel estúpido y a su despreciable mitad gadjo por aceptar unirse a una gadji insignificante hasta el fin de sus días. Otra cosa era revolcarse con ellas hasta que uno saciara la propia lujuria carnal, al fin y al cabo todas las mujeres resultaban aceptables para el disfrute en el lecho, pero de ahí a condenarse de por vida al lado de una de esas ridículas y melindrosas gadgis...
—¡No te entiendo, phral! ¿Acaso no has escarmentado de los errores de madre? ¡No debemos unirnos a esa estirpe descarriada! ¡Ellos ensucian nuestra sangre rom!
—¡Y tú olvidas que mi sangre ya está sucia, Kavi! Nunca he sido un rom legítimo.
—¡Jamás amaré a tus hijos!
—Si no amas y respetas a mi esposa y a mis hijos no podré seguir llamándote phral.
Y Kavi, en respuesta a esas palabras, propinó una patada al puchero de hierro forjado que, asentado encima de un trípode, calentaba un guiso al calor de la hoguera, derramando por tierra su apetitoso contenido. Acto seguido se perdió en la oscuridad del bosque ahuyentando a su paso a las bestias nocturnas y causando un gran estrépito entre la espesura, como un jabalí herido que tratara de desahogar su dolor provocando a su paso un terrible estruendo.
—¿Están todos los cabos bien atados, Elliot? - Darlington hablaba con
su fino pañuelo de seda sobre la nariz ejerciendo de perfecta pantalla contra las humedades del cuartelillo.
-Creo poder afirmar que sí. - comentó el alguacil. - He reclutado a dos hombres que servirán perfectamente a nuestros propósitos.
—¿Podemos fiarnos de ellos? - el caballero tenía que esforzarse mucho por contener la náusea. - ¿No nos delatarán?
Elliot jugueteó con el palillo que sostenía entre los dientes.
—¡No lo creo! Tengo a esos desharrapados bien cogidos por donde más les duele, - cerró el puño para reforzar sus palabras. - Uno de ellos es un ratero del tres al cuarto que llevaba ya un tiempo entre rejas y al que prometí la libertad si colaboraba con nosotros. Al otro lo hemos pillado hace unos días después de haber destripado a su propio hermano en un callejón. Ese iba directo a la horca. No creo que les convenga traicionarnos.
—Entonces tan solo debemos enviar a un tercer incauto a prender fuego en varios puntos del bosque para que nuestros hombres actúen. - el brillo de a perfidia asomaba a las gélidas pupilas de Darlington. - Solo así conseguiremos que ese bastardo abandone su madriguera.
—¿Y está seguro de que la abandonará? - Elliot humedeció los labios con lascivia. - No creo que desee abandonar el lecho caliente y recién estrenado de su esposa para sofocar un fuego.
Darlington alzó la barbilla con altivez.
—La abandonará, por supuesto que la abandonará. Ese hijo de perra es demasiado leal con su gente como para abandonarlos a su suerte en un momento como ese.
—Para desgracia de su mujercita - remató Elliot.
Y las risas maliciosas de los dos hombres resonaron en la estancia.
-¡Eres malvada, una bruja de ojos verdes y piel de un armiño! ¿Eres consciente de lo que estás haciendo conmigo? ¡Me tienes dominado como a un niño!- censuró cierto día Drake, tumbado boca arriba sobre el heno del establo con un brazo recogido tras la nuca a modo de almohada y una pierna en alto, doblada a la altura de la rodilla. Emily, tumbada a su lado, se entretenía jugueteando con el escaso vello que ornaba el torso brillante y pétreo del romaní. - ¿Acaso te propones que no espere hasta la noche de bodas, mujer?
Emily sonrió con perversidad.
—Sé que esperará. Jamás he dudado de su contención, señor Drake.
—Pues has de saber que la estás poniendo a prueba, señorita Alcott, puesto que en este instante daría mi vida por arrancarte ese ridículo vestido y llevarte a la parte de atrás de este establo.
Emily fingió sentirse molesta.
—¿Ridículo vestido? ¿Acaso tiene usted algo en contra de la batista, señor Drake? Permítame decirle que es un tejido tan bueno como cualquier otro.
Drake se alzó apoyándose sobre un codo. El brazo que ejercía de almohada cambió su posición para adaptarse ahora al contorno redondeado del rostro de Emily.
—Pues lo siento por la batista porque cuando seas mi esposa pasarás la mayor parte del tiempo vestida con el mejor tejido que existe.
—¿Puedo saber qué tejido es ese?
Drake atrapó el labio inferior de Emily con los dientes y tiró de él.
—Tu delicioso cuerpo desnudo, Emily Alcott.
Y Emily no pudo evitar sonrojarse hasta el nacimiento de sus cabellos mientras Drake llenaba el aire con sus carcajadas.
Entre semejantes pasatiempos por parte de todos llegó al fin el día acordado para la boda. Todos los hombres de Ravendom, leales trabajadores y buenos amigos de Drake, asistieron a la ceremonia ataviados con sus mejores trajes y su ánimo más festivo. Julius Elmstrong, administrador de la propiedad y amigo personal de su propietario, acompañó a Drake hasta el altar de la capilla privada con un atuendo que el acicalado caballero consideró el más apropiado para la ocasión y que no dejaba de ser rebuscado y excesivo, como casi todo lo que rodeaba su persona.
Drake apareció sumamente vestido con un impecable traje en tonos oscuros. El estiloso cravat que ceñía su cuello, prendido en elegante bucle con un alfiler de oro, contrastaba bruscamente con el abundante y lustroso cabello azabache que caía suelto sobre sus hombros, del mismo modo que destacaba de forma evidente el brillo desafiante del aro de plata que asomaba entre los brunos mechones. Emily, al contemplarlo por primera vez de pie y solo frente al altar, no pudo menos que sentir un brutal estremecimiento recorriendo de arriba a abajo su espina dorsal. Jamás había imaginado a Drake con un aspecto tan cercano a lo divino. Jamás había aparecido tan bello, magnífico y apuesto ante sus ojos. ¡Y la estaba esperando a ella! ¡Solo a ella! Y para siempre...
La sonrisa nerviosa con que diera inicio al breve recorrido hasta el altar se tornó de pronto en un gesto serio y comedido y no pudo evitar que sus pasos zozobraran.
Él se encontraba allí, frente a ella, esperándola con su sempiterna pose desgarbada y sus aires de insolente incorregible. Sintió un terrible nudo en el estómago cuando aquellas pupilas de obsidiana se cernieron sobre ella, atravesándola con la fuerza de diez mil puñales. Iba a convertirse en su esposa, en la esposa de aquel salvaje romaní que abrigaba la fuerza de un volcán en erupción en sus pupilas.
Faltaban pocos pasos para llegar a su altura cuando una extraña debilidad amenazó con doblar sus rodillas ante la aparición de la maleante sonrisa ladeada; en ese instante, cuando sus piernas flaquearon y todo en derredor parecía a punto de desvanecerse, la mano rauda y atenta de Drake la sostuvo con firmeza atrayéndola hacia sí.
—Creo que estoy condenado a los Infiernos pues me temo que acabo de arrebatar al cielo uno de sus ángeles más bellos... - murmuró a una encarnada Emily cuyo aliento porfiaba por escasear.
La ceremonia se ofició sin ningún percance salvo por las lágrimas nerviosas que la pequeña Pippa derramó en el momento en que Drake deslizó el anillo en el dedo de su esposa. En la otra mano lucía todavía el anillo con el que Drake pretendiera sellar su compromiso.
Al abandonar la capilla los recién casados, los hombres de Drake y las doncellas más jóvenes arrojaron sobre los novios montones de almendras, flores de verbena y monedas de oro siguiendo la costumbre ancestral de los romaníes, al mismo tiempo que les deseaban a voz en grito un gran dicha y una próspera vida en común. Charity, como no podía ser menos, liberó dos hermosas palomas blancas que rasgaron el cielo con sus alas de nieve.
En los vastos jardines de la mansión se habían dispuesto decenas de mesas bien provistas con suculentos manjares donde los convidados, posicionándose en torno sin demora, se dispusieron a dar buena cuenta del banquete nupcial. Todo eran júbilo y risas, brindis en alta voz, juegos, chascarrillos y canciones entonadas bajo un ligero achispamiento. La bebida y los dulces corrían de mano en mano y las felicitaciones a la novia llegaban de todas partes. Todo el mundo deseaba besar y felicitar a la nueva señora de Ravendom, todo el mundo semejaba pretender monopolizar la atención de la dama descaradamente.
Drake, sintiéndose repentinamente celoso y manifestando un claro ademán posesivo que motivó las risas de los allí presentes, raptó con descaro a su esposa durante unos minutos conduciéndola bajo la sombra de las hayas del jardín.
-Ya eres mía... - murmuró al oído de Emily, acorralándola contra uno de los troncos plateados. - He estado esperando este momento durante mucho tiempo y sin embargo ahora tan solo deseo que se marchen todos para quedarme a solas contigo...
Emily tragó saliva lentamente sin dejar de mirarlo. Bajo el abrazo de Drake todo su cuerpo temblaba.
—¿No será capaz de esperar hasta esta noche, señor Drake?
El romaní levantó las pesadas capas de tela de la falda y deslizó su atrevida mano por los muslos de Emily, deleitándose con los encajes de las medias y con la adornada correa de tules y cinta que las sujetaban al corsé.
—Quiero que te olvides del señor Drake. Soy Drake, solo Drake. Dilo.
Emily gimió cuando la mano del romaní cerró sobre un punto prohibido de su anatomía. Un punto recubierto de minucioso encaje y tul.
—Drake...
Y sintió que estaba a punto de desmayarse ante la dulce presión ejercida por la audaz mano de su esposo.
—Prometo que voy a hacerte muy feliz, Emily, y que jamás te dejaré marchar. Jamás desearás marchar.
“No me marcharía de su lado por nada del mundo...”
Las voces de los invitados reclamándolos a gritos y entre risas desde el jardín los devolvieron de nuevo a la realidad. Drake maldijo en alta voz y se apresuró a recomponer el arrugado vestido de su esposa. Su rostro era una perfecta máscara de enfado y frustración mientras que el de Emily reflejaba un perverso divertimento.
—¡Por las mil cruces que esta noche cerraré la puerta de nuestra alcoba con cien cerrojos y no existirá mortal que se atreva a molestarnos!
Al desmayarse las postreras luces del día, justo cuando el sol principiaba a sangrar sobre el horizonte y en los ánimos de los presentes comenzaba a escasear la moderación, Emily se sintió en la necesidad de excusarse ante sus invitados y ante su propio esposo a la vista de la repentina desazón que, de pronto, asoló su espíritu.
Se despidió de todos no sin cierto embarazo, notando que todas las miradas permanecían pendientes de ella y que decenas de sonrisas pícaras adornaban los rostros de sus invitados, sobretodo en el caso de los varones.
Una vez en el interior de la mansión no caminó sino que corrió hacia sus aposentos. Cerró tras de sí mientras apoyaba la espalda contra la puerta, cerraba los ojos y exhalaba lentamente. Una fina capa de sudor frío perlaba su frente. Sus manos revolotearon al pecho en un intento de aplacar las agitadas pulsaciones de su corazón. En vano; se encontraba tan inquieta y excitada que estaba convencida de que en un momento dado podría sufrir un síncope.
Una vez en la intimidad de su alcoba una joven doncella la ayudó a desvestirse y liberar el cabello de la molesta opresión de las horquillas. Antes de retirarse con una sonrisita pícara adornando su rostro, la doncella dejó perfectamente estirados sobre el lecho su nuevo camisón de dormir y una elegante bata de gasa.
Emily, de pie junto a la cabecera, ataviada tan solo con un hermoso corsé saturado de encajes y unas enaguas de seda fina y tul, observaba aquel camisón con el corazón en un puño y el aliento entrecortado. Su pecho, expuesto sensualmente a través del amplio balcón del corsé, ascendía y descendía en violento vaivén mientras la joven no podía hacer otra cosa más que pasear la mirada de un punto a otro sin ser capaz de detenerla en un lugar concreto. Se sentía nerviosa, jadeante, casi al borde del histerismo y temblando a causa de la anticipación. Y a pesar de que mantenía la boca entreabierta sentía que no existía oxígeno suficiente en aquella alcoba, y si acaso en el mundo entero, para insuflar el aire necesario a sus pulmones.
La puerta se abrió a su espalda y Emily se sintió entonces al borde del desmayo. Drake, cerrando tras de sí, se acercó a ella con paso felino, cercándola con su presencia del mismo modo que un lobo cercaría a una oveja indefensa.
—Estás aquí...
Todavía vestido con su elegante traje oscuro se situó al lado de Emily, que en un acto reflejo se cubrió el escote con ambas manos e inclinó la cabeza a un lado. Sabía que era una completa tontería esconderse cuando Byron Drake ya había adivinado y acariciado su cuerpo con anterioridad. Y sin embargo ahora se trataba de algo distinto. Ahora sabía que nada impediría que sus besos, sus caricias culminaran por completo.
—¿Estás nerviosa? - la voz melosa y acariciante de Drake a su espalda obligó a Emily a tragar saliva y parpadear con nerviosismo antes de responder.
—No...
—¿Tienes miedo de mí? - su cálido aliento rozó la piel de Emily al hablar.
Emily insistió en volver aún más la cabeza hacia el lado opuesto. Se encontraba tan terriblemente concentrada en mantenerse consciente y respirar que cualquier otra actividad le parecía imposible. Sobretodo en lo que se refería a emitir cualquier respuesta coherente.
—¿Temes que te haga daño?
Emily jadeó.
—No lo sé...
Inmediatamente Drake abandonó su posición para situarse cara a cara con Emily, sujetándole la mano para llevársela a la boca. Una mano gélida y temblorosa.
—No voy a hacerte daño, Emily, - susurró mientras besaba con dulzura aquel dorso de nieve y el interior de los dedos uno a uno. -Jamás te haría daño. Eres como una flor abriéndose para mí. - besó el interior de su pulso. - ¿Sigues teniéndome miedo?
Emily tragó saliva y volvió finalmente el rostro para mirarlo. Parpadeó con nerviosismo en el momento en que sus pupilas se cruzaron con las pupilas obsidianas de Drake. Y casi sintió deseos de llorar.
—No... - gimió cerrando los ojos y conteniendo la respiración.
Drake paseó su pulgar por los labios de Emily demorándose en el tembloroso labio inferior y apartándolo del superior. Acto seguido la besó con dulzura. Un beso breve, casto, suave y ligero.
—Confía en mí... - cerró su poderosa mano color canela sobre la redondez nívea del hombro de Emily, trazando a continuación un sendero de caricias por la desnudez que ofrecía la parte superior de su espalda. Emily contuvo la respiración sintiendo que un volcán desconocido bullía en su vientre dispuesto a entrar en erupción.
Acto seguido y con la maestría que conceden años de experiencia Drake aflojó el trenzado que cerraba el corsé hasta que las varillas de la prenda cedieron y los pechos de Emily quedaron libres de toda opresión. En ese punto la joven apenas fue consciente de su vulnerabilidad puesto que Drake no dejó de besar sus labios trémulos con una dulzura devastadora invitándola a olvidarse de toda estúpida mojigatería para disfrutar de ese momento. Su momento.
Emily sintió cómo poco a poco se iba relajando en brazos de Drake, cómo la suavidad con que acompañaba cada gesto conseguía hacerle sentir cómoda. Drake era sin duda un amante experimentado que en esos momentos mostraba una contención encomiable. Sin prisas, como si tuvieran por delante toda la eternidad, se quitó la ropa ayudado por Emily, que introdujo con timidez las manos en su chaqueta y tiró de ella.
Esbozando una perversa sonrisa propiciada por la maravillosa torpeza de su esposa el romaní continuó deleitando a Emily con una dulce oleada de caricias, besos suaves, cálidos, tentadores, que consiguieran romper la coraza con que la joven se había recubierto. Y en efecto Emily sentía que su corazón y su cuerpo se abrían lentamente, como los pétalos de una flor para recibir el sol de la mañana. Para recibir a Byron Drake.
En un momento dado y presa de una urgencia abrasadora la cogió en brazos sin apartar de ella sus penetrantes ojos negros. Con suavidad la tumbó sobre la cama, acomodando su cabeza en un mar de almohadones de plumas. En ese punto el rostro de Emily reflejaba ya una paz y una relajación absolutas. Los rubores de sus mejillas, los párpados entornados y la dulce sonrisa que se dibujaba en su rostro reflejaban la entrega, el deseo y el profundo amor que sentía por su esposo.
Drake deslizó sus dedos a lo largo de los ardientes muslos de la joven para ayudarla a librarse de la suave caricia de las medias; todo ello mientras permanecía reclinado sobre su dulce cuerpo de porcelana, cubriéndola de besos y susurrándole al oído.
—Esta noche es para nosotros, Emily - la joven recibía sus atenciones con los párpados entornados, - y marcará el principio del resto de nuestra vida. Una vida en la que prometo amarte cada día como si se tratara del último.
Alentada por sus palabras Emily deslizó sus manos por la poderosa y bronceada espalda del romaní, tratando en vano de abarcarla y demorándose en acariciar con los dedos aquellos músculos esculpidos en ébano.
—Te deseo, Emily, no te imaginas cuanto...- susurró mientras la despojaba de las medias, la última prenda que había sobrevivido hasta el momento, y se deleitaba en la contemplación de su cuerpo desnudo. Deslizó sus poderosas manos por el pecho de la joven, abarcando, acariciando y mimando aquellas perfectas redondeces coronadas por una cumbre sonrosada y erguida. Hundió el rostro en el fragante valle surgido entre aquellas montañas de nieve y se demoró besando, mordisqueando y lamiendo la dulce carne mientras Emily se retorcía de placer atrapada bajo el dulce peso de su cuerpo.
A continuación paseó la palma extendida por el aterciopelado vientre, demorándose en trazar un sensual sendero de besos sobre la piel mientras introducía la lengua en la diminuta oquedad del ombligo y jugueteaba con ella. Emily jadeó y arqueó la espalda exigiendo mayor dedicación y cuando la bronceada y experta mano de Drake reposó sobre la ardiente parcela que se ocultaba entre sus muslos, acariciando e invadiendo con sus dedos los escondidos pliegues femeninos, Emily sintió que iba a perder la razón.
—No haré nada que tú no quieras... - el cálido aliento de Drake acarició los labios de Emily.
—¡Quiero, Drake, te necesito! - suplicó mientras arañaba su espalda sintiéndose arder en el fuego de una hoguera desconocida. Él se movió para apretarla contra sí, sintiendo cómo las caderas y las piernas de Emily lo envolvían y trataban de darle la bienvenida a su cuerpo mediante un suave e inconsciente bamboleo.
—Despacio, Emily, todo esto es nuevo para ti...
Sin hacerle caso, ella buscó los botones del pantalón de Drake y torpemente tiró de ellos hasta que consiguió abrir la prenda.
Completamente encendida contempló aquella parte desconocida e impresionante del cuerpo del romaní que se descubrió ante ella y un extraño escalofrío la recorrió de arriba a abajo. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? Seguramente debería estar asustada y sin embargo no podía evitar ser muy consciente de que su cuerpo se derretía por momentos.
Drake, prevenido de la inocente confusión que había dejado a Emily momentáneamente descompuesta, empezó a susurrarle al oído lo que a la joven le semejó pura lírica, puesto que el romaní hablaba en una lengua desconocida, mientras presionando con su rodilla separaba los muslos de su esposa, que no ofrecieron ni la menor resistencia.
Entre susurros románticos, besos, caricias y jadeos entrecortados Drake penetró en su intimidad moviéndose lentamente, cadenciosamente, permitiendo que Emily lo recibiera sin sentirse demasiado abrumada por la invasión, hasta hundirse completamente en ella.
Emily dejó escapar un grito, mezcla de sorpresa, susto y dolor, pero continuó meciéndose contra él sintiéndose completamente llena de Drake.
—Dios mío, Emily, eres mía, mía por completo... -susurró sin dejar de moverse.
—Tuya... - consiguió jadear ella rodeando la cintura de su esposo con ambas piernas mientras se acoplaba a su movimiento cimbreante.
Y Drake sonrió, alargando el brazo por encima de la cabeza de su esposa para ahogar entre los dedos la oscilante llama de la palmatoria.