CAPÍTULO 17
Varias noches después la luna cabalgaba a horcajadas sobre las escasas nubes de un cielo ampliamente estrellado.
Drake permanecía oculto entre las sombras de un sombrío callejón esperando que la última luz de la posada se extinguiera tras el cristal. Manteniéndose sigiloso y silente como el depredador que aguarda la aparición de su presa en la espesura durante horas sin llegar a desfallecer, el caballero intentaba aplacar su impaciencia con ayuda de uno de sus habituales cigarros habanos.
La calleja permanecía sumida en el triste y
húmedo silencio característico de los pasadizos de mala muerte y
limitada concurrencia. Portesham era un pueblo tranquilo y sus
escasos habitantes, o al menos aquellos en disposición de un mínimo
de moral, rara vez se aventuraban a abandonar sus hogares una vez
la noche cerraba sobre sus cabezas. De todos es bien sabido que
durante la noche tan solo los gatos solitarios y las almas sin
nombre son capaces de sentirse cómodos caminando entre las
sombras.
Permanecía pues la solitaria calleja sumida en el silencio sepulcral de los páramos olvidados, animados sus oscuros adoquines tan solo por el presuroso caminar de algún caballero celosamente embozado en su capa o por las grotescas carcajadas de cualquier meretriz sin nombre que esa noche hubiese hecho la feliz conquista de un incauto mortal deseoso de calor femenino.
Pasaron sus buenos cincuenta minutos antes de que la escasa claridad imperante tras la ventana de la primera planta se extinguiera al fin, tiempo empleado por Drake para abandonar su improvisado refugio y rondar con andares felinos los muros de la posada. De un ágil salto echó mano a los barrotes de forja del balcón, impulsándose acto seguido ayudándose de las piernas para salvar la escasa distancia que lo separaba de aquella liviana atalaya. Apoyándose en su vientre y balanceándose sobre la barandilla alcanzó el interior de la discreta balconada.
La puerta cedió al punto con un ligero clic que resonó de forma audible por toda la estancia. Drake permaneció un par de segundos petrificado y en silencio a la espera de cualquier clase de reacción, pero desde el interior de la alcoba llegó tan solo el plácido rumor de una respiración pausada sumida en la vigilia del sueño, entremezclada con el quejicoso soniquete de una irrisoria sucesión de ronquidos informes. En respuesta torció el gesto como muestra de obvio desprecio hacia el artífice de semejante tonada.
Avanzó de forma sigilosa a través de los claroscuros sorteando el escaso mobiliario para inclinarse sobre el austero lecho ocupado. El brillo del acero centelleó en el aire y el durmiente despertó entonces aterrorizado ante el gélido filo que oprimía su gaznate.
—Buenas noches, Darlington... - la dentadura perfecta de Drake centelleó en concordancia con el acero de su puñal.
—¡Drake, maldita sea, que los diablos se lo lleven! - rumió entre dientes el aludido, permaneciendo hierático en su posición y mostrando por ello cada uno de los tendones del cuello tensos como cuerdas de arpa. Tuvo que luchar para no atragantarse del susto. - ¿Qué diablos pretende? ¿Ha venido a matarme a sangre fría? No sabía que fuera usted tan cobarde.
—Debería ofrecer mejor recibimiento a sus visitas, Darlington, con su actitud desmerece completamente la hospitalidad inglesa de que tanto hacen gala los de su clase.
—¡Al diablo con su cháchara! - Darlington pretendía claramente hacer valer su hombría, pero la sumisión de su pose y el ridículo rubor que cubría su rostro (así como las delatoras gotas de sudor que perlaban su frente) dificultaban la consideración de un mínimo de dignidad en su persona. Por un momento pareció que buscara a alguien por encima del hombro de Drake. - ¿Ha venido solo esta vez? ¿No se ha traído con usted a ese gitano salvaje y demente que le acompaña a todas partes?
Drake observó el recuerdo del último encuentro entre Kavi y Darlington, acaecido dos años antes, visible en el rostro de aquel tipo en forma de imborrable cicatriz. Semejante visión dibujó una sonrisa en su rostro atezado.
—¿Acaso cree que voy a necesitarlo?
Darlington tragó saliva de forma audible al tiempo que una acusadora gota de sudor se deslizaba rauda sobre sus enjutos pómulos, secundando con su fuga el terror que evidenciaba su rostro. No, seguramente aquel romaní de mirada siniestra no precisara a su camarada en modo alguno. No en aquellos momentos.
—¿Qué diablos pretende irrumpiendo como un salvaje en mis aposentos?
Drake ladeó el rostro sin dejar de sonreír, observando complacido el semblante de aquel cobarde que permanecía ahora completamente a su merced.
—Veo que sigue usted abrigando una pobre opinión sobre mí. - chasqueó la lengua simulando fastidio. - ¡Es una lástima teniendo en cuenta lo mucho que tenemos en común! - contuvo una risotada. - Un salvaje... ¿es eso lo que soy para usted?
—¡Entre otras muchas cosas! - Darlington permanecía del color de un tomate maduro mientras pretendía en vano incorporarse haciendo fuerza sobre los codos. - ¡Un caballero jamás se comportaría del modo en que usted lo hace...!
—Pero creo recordar que no soy ningún caballero, sino... permítame que cite sus propias palabras... - fingió reflexionar durante unos segundos para manifestar acto seguido imitando con su tono el siseo de una cobra - ... un romaní rastrero y repugnante que debiera pudrirse bajo una losa antes que usurpar un sitio que no le corresponde.
Darlington pretendió enviar saliva nuevamente pero la opresión de la hoja de acero sobre sus tragaderas lo desanimó de inmediato de hacer tal cosa.
—No recuerdo haber empleado nunca semejantes palabras...
—¡¡Pero yo sí lo recuerdo!! - y la presión que ejerció con el arma sobre la piel del yacente hizo que éste se encogiera en su posición. - ¿Qué diablos ha venido a buscar a Portesham?
—Usted... usted sabe a qué he venido. - su voz sonaba trémula, el pánico rebordeaba en sus ojos desorbitados. - ¡Ravendom perteneció a la dinastía de lord Turlington desde tiempos inmemoriales y yo soy su único descendiente legítimo!
Drake sonrió ante el empecinamiento de aquel caballerete. “Su único descendiente legítimo.” ¿Acaso aquel necio no se daba cuenta de que...?
—¡Qué absurdos resultan los de su clase! Disputando continuamente por posesiones que no tienen más valor que los ecos de una estirpe rancia y obsoleta. - ¿Y ese era el maldito mundo al que pertenecía su querida Emily? - Esa maldita propiedad no valía nada cuando me hice cargo de ella, ¡entérese de una maldita vez! Turlington la había endeudado hasta las almenas. Sus tapias no poseían más que la ridícula solemnidad de unos blasones medio derruidos y un apellido que había dejado de resultar respetable muchos años atrás.
—Me niego a creerle...
—¡Que me lleven los diablos si me importa algo lo que usted crea! Poseo el título de propiedad de Ravendom House y eso es lo único que cuenta ante un tribunal. Usted sabe que tengo razón, Ravendom me pertenece le guste o no.
—Dudo mucho que lord Turlington permitiera que un... - frunció los labios y arrugó la nariz como muestra de desprecio. Si en esos momentos dispusiera de su habitual pañuelo sin duda cubriría con él de inmediato sus fosas nasales - ... que un vulgar romaní, que un descastado como usted residiera en su preciada mansión.
Drake frunció el ceño. Empezaba a cansarse de aquella estúpida conversación. La paciencia no era precisamente uno de sus fuertes y aquel cretino empezaba a poner a prueba los breves resquicios que restaban de ella. Ya iba siendo hora de poner el punto y final a una charla tan infructífera como absurda.
—Pues este vulgar romaní es el que reside ahora en Ravendom House y continuará residiendo en él mientras viva. Y para su información permítame comunicarle que su querido lord sabía perfectamente que a su muerte este vulgar romaní se haría cargo de su propiedad; y le aseguro que no le quedó más remedio que aceptarlo...
—¡Por supuesto que tuvo que aceptarlo porque entre usted y ese otro descastado del diablo se las ingeniaron para quitarlo de en medio! ¡Asesino, criminal, de lo contrario el viejo jamás cedería su propiedad a un despreciable patán como usted!
—No debería emplear ese tono para dirigirse al hombre del que depende su vida en estos momentos... - la sonrisa de Drake centelleó en la penumbra de forma siniestra. Darlington resopló exhalando ruidosamente. Diminutas gotas de sudor perlaban su labio superior.
—¡Esto no quedará así, se lo aseguro! - forcejeaba y pataleaba como un mono atrapado en una red. Mas todo en vano. Byron Drake lo tenía completamente acorralado. - ¡Ha de saber que no va a salirse con la suya! ¡No puede andar trepando por viviendas ajenas y amenazar a sus moradores cuando más indefensos se encuentran! ¡Haré que le arresten!
Drake tuvo que hacer un gran esfuerzo para no reír. Aquel estúpido se comportaba como un niño dominado por una ridícula pataleta.
—¡O mejor aún, que acabe en la horca, maldito descastado!
Ya se había cansado de tolerar insultos y de mirar aquel rostro encendido y lleno de pavor. En ese mismo instante se le ocurrían asuntos mucho más interesantes y atractivos a los que dedicar su tiempo.
—¿En serio lo cree? - sonrió con la certeza del que se sabe intocable. Intocable al menos por aquel ridículo pisaverde.- No debería molestarse en amenazarme, Darlington. No tiene la capacidad ni el valor suficiente para hacerme daño. - se inclinó sobre él para sisearle al oído. - Sabe perfectamente que no es más que un maldito cobarde y que en un cuerpo a cuerpo conmigo no tendría nada que hacer...
Ahora fue Darlington el que sonrió de forma siniestra y por un instante Drake sintió curiosidad ante el innovador brillo que cruzó las pupilas de aquel cobarde.
—Puede que con usted no... ¿pero qué me dice de cierta damita...?
Olvidándose del puñal aferró a Darlington por la pechera de su camisa de dormir sin permitirle concluir su frase, elevándolo considerablemente sobre el lecho. Sus manos cerraban sobre el hombre con la ferocidad de una prensa sobre una indefensa mole animada. Y en ese instante y pese al peligro inminente al que se había expuesto, Darlington no pudo evitar sonreírse para sus adentros. Porque la salvaje reacción del romaní ante la mención de la joven del páramo acababa de delatarlo. Y esa reacción era lo mejor que podía suceder para sus nefastos planes.
El rostro de Drake se había ensombrecido confiriéndole los rasgos desnaturalizados de un animal salvaje. Sus ojos parecían ahora contenedores de lava líquida a punto de desbordarse y su mandíbula una prensa peligrosamente oprimida.
—Si se atreve a tocar un solo pelo a esa mujer le juro que le arrancaré el corazón con mis propias manos... - y el tono del romaní no abrigaba una simple amenaza sino que encerraba una promesa literal.
-Vaya, ¿tanto le importa esa joven? Aunque apenas pude apreciarla bien bajo la lluvia me atrevería a apostar que no pertenece a los suyos. Yo diría de se trata de una señorita de buena cuna.
Drake empezaba a perder la paciencia. Que aquel maldito truhán osara siquiera mencionar a Emily era algo que le sacaba de sus casillas. ¡Mucho más si la mención implicaba una seria amenaza!
-No se atreva a retarme, Darlington, porque usted no sabe de lo que soy capaz... - silbó al oído de aquel hombre provocándole en el acto un evidente erizamiento de piel. - Yo no cometeré el descuido de dejar una simple cicatriz en su estúpido rostro como recuerdo de mis advertencias.
—¿Se atreve a amenazarme? ¿En mi propia alcoba?
Drake alzó la barbilla antes de responder.
—Usted acaba de destapar la caja de los truenos, Darlington, con que aténgase a las consecuencias. Podría rajarle la garganta aquí mismo y nadie se daría cuenta de ello. Para cuando descubrieran su cadáver ya estaría usted frío y cubierto de moscas.
Con sumo desprecio, como quien se desprende de una inmundicia que lastrara su vida, arrojó aquel cuerpo lechoso sobre la cama, provocando con la fuerza conferida al impacto que éste rebotara violentamente sobre el colchón.
Sin dar la espalda a su oponente abandonó la estancia muy despacio, dotando sus pasos del sigilo y la mirada amenazante de una serpiente al acecho para perderse a continuación entre los claroscuros de la noche.
—¡Maldito bastardo, que el diablo me lleve sin no haré que se trague sus amenazas!