CAPÍTULO 2
Todo se sucedió a continuación en una inquietante vorágine de luces y sombras, incertidumbre y misterio, dudas,temor y oscuridad.
Una cosa estaba clara y resultaba innegable incluso para el aturullado ánimo de Emily: las Alcott acababan de ser rescatadas de su infortunio en plena noche y bajo una tormenta de dimensiones bíblicas por un caballero desconocido que en buena hora se había cruzado en su camino.
No obstante Emily apenas había podido discernir entre las sombras el rostro de su anónimo rescatador, pues había resultado tan sorpresiva la intervención de éste como inesperado y vehemente el hecho de sujetarla por el talle para izarla y acomodarla con escasa cortesía en su propia silla y entre el ceñido hueco que ofrecían sus muslos. ¿Quién haría algo así más que los arcaicos y, por desgracia, ficticios héroes de sus novelas góticas?
—”Se hospedarán en mi casa esta noche”- había susurrado el caballero al oído de Emily,- “no puedo consentir dejarlas a su suerte en medio del bosque en una noche como esta y en su situación. ¿Cómo se les ocurre viajar sin la compañía de algún sirviente?”
Y acto seguido se habría despojado de su abrigo para cubrir con él los hombros de la muchacha.
Nada más, ninguna otra palabra. Casi podría semejar que la joven galopara sola a lomos de un corcel del pelaje del mismísimo demonio de no ser porque en ningún momento pudo dejar de sentir la presencia de aquel hombre misterioso detrás de ella.
Resultaba inútil tratar de obviar aquella abrumadora presencia ceñida a su espalda y a sus nalgas, aquella cercanía impropia y jamás experimentada anteriormente, aquel cuerpo cálido y fibroso tan inadecuadamente pegado a ella que semejaban ambos cosidos a una misma piel.
Podía percibir con nitidez la dureza marmórea de aquel torso en el que, por más que tratara de evitarlo y mantenerse firme en su posición, no podía menos que respaldarse en base al cansancio y al frío acerado que padecía. Podía sentir la complexión pétrea de aquellos muslos entre los que se encontraba toscamente sentada o la rotundidad de aquellos brazos que la rodeaban mientras sujetaban con firmeza las riendas de la montura. La vibración obligada del camino la obligaba a sentirse atrapada y mecida entre aquellos cálidos muslos de acero cuya cercanía no conseguía más que encender peligrosamente rubores en su rostro, caldear sus entrañas y acelerar su corazón.
Todo el miedo experimentado hacía escasos segundos había desparecido. En brazos de aquel extraño se sentía confortada, segura, protegida. Había algo en él, en su actuación heroica, en su implicación desinteresada y en la atención con que se había desprendido de su propio abrigo para echárselo a Emily por los hombros que obligaba a la joven a experimentar una inevitable gratitud, y admiración, hacia aquel hombre.
Una penetrante oleada de picantes fragancias masculinas mezcla de tabaco y cuero invadió sus fosas nasales enardeciendo sus sentidos hasta hacerla estremecer. ¿Aquel era el olor que se suponía debía desprender un caballero? ¡Pues por su vida que su padre jamás había olido a otra cosa más que a almidón, talco o jabón!
Una legión despiadada de hormigas recorría su vientre forzándola a ser consciente de cada mínimo balanceo, del contacto con aquellos poderosos brazos que la rodeaban sujetando las riendas, de cada roce involuntario de ciertas e innombrables partes masculinas rozando sus nalgas.
“Eres una insensata Emily, por el amor de Dios, no resulta apropiado que barajes semejantes pensamientos con un desconocido. Esta no es una de tus novelas…”
Cerró los ojos, inhaló por la nariz y trató de pensar en otra cosa. O simplemente de no pensar en nada.
“Y ojalá fuera una de tus novelas...”
La cabeza le daba vueltas y las sienes le zumbaban como un enjambre de abejas enloquecido.
“En ese caso tu héroe te subiría a su caballo y huiría contigo a algún lugar remoto, quizás a los confines de la misteriosa Escocia, para casarse contigo en secreto en alguna capilla de Gretna Green...”
Las gélidas y violentas bofetadas de la lluvia arreciando por momentos la devolvieron bruscamente a la realidad. A una realidad sin duda menos seductora y bastante más fatalista que la que pintaba su imaginación. Suspiró y dejó caer la cabeza hacia atrás para reposarla en el torso impasible de aquel hombre. Seguramente él ni se daría cuenta. Cerró los ojos, de todas formas resultaba imposible ver nada en la negrura de la noche, se subió las solapas del abrigo hasta ocultar la nariz y se aovilló en aquel improvisado y bamboleante refugio.
Pese a las incomodidades del nuevo transporte y seguramente en base a la agitación de tantas emociones vividas en las últimas horas, en algún momento de la expedición Emily se entregó rendida al sueño, mecida contra el torso del desconocido rescatador como un pajarillo se mecería sobre un junco al atardecer.
Cuando Emily abrió los ojos sumida aún en un confuso estado de duermevela, el carruaje en el que viajaban sus hermanas se encontraba detenido varias yardas por delante de la montura sobre la que había realizado el improvisado viaje y que ahora cabeceaba agitada ante la seguridad de saberse en el hogar.
Se enderezó despacio en su posición consciente de que se encontraba ligeramente tendida sobre las crines del animal y abrazada a éstas de un modo muy poco femenino. Un ligero rubor coloreó sus mejillas. Desde luego la suya era una posición muy poco aceptable para una señorita.
Sujetándose a la silla consiguió erguirse en su asiento, descubriendo entonces que con cada leve movimiento que realizaba tratando de incorporarse aparecía en su cuerpo un nuevo punto de dolor que la obligaba a cerrar los ojos y sofocar una maldición. Dios, se encontraba más magullada que si la hubiera arrollado uno de los trotones del establo de su padre...
Trató de volverse buscando el jinete misterioso que la había acompañado durante el interminable trayecto, pero tras de sí no había ya más que la inmensidad de una noche todavía en pleno auge. De la presencia de aquel hombre, que a esas alturas bien podría haber atribuido a un desvarío, tan solo restaba el confortable abrigo que cubría sus hombros.
Se sobresaltó cuando varios mozos se dirigieron a ella con intención de ayudarla a descender del corcel y solamente aceptó su ayuda una vez pudo comprobar cómo varios sirvientes de librea se afanaban por ayudar a sus hermanas a descender de la calesa para conducirlas hacia el interior de una mansión que, pese a la escasez de luz natural en aquellas altas horas, a Emily se le antojó magnífica.
Elevó la vista a tiempo para apreciar, a la luz cintilante y ambarina de los hachones que portaba la servidumbre, los inmensos muros de piedra gris en los que se adivinaba el rastro imperecedero de la humedad y el paso del tiempo, las ventanas abovedadas que parecían custodiar las tapias con regia displicencia tal que si se trataran de los ojos con que aquella casa miraba olímpicamente el resto del mundo e incluso las azoteas y las salientes cubiertas de pizarra saturadas con la mirada horrenda de las gárgolas.
Tras salvar una breve escalinata de anchurosas dimensiones Emily pudo al fin alcanzar a sus hermanas, que caminaban abrazadas y medrosas entre el reducido séquito de sirvientes.
—¡Emily!- la pequeña Pippa se abalanzó contra ella obligándola con su ímpetu a retroceder varios pasos. Los bracitos de la pequeña rodeaban su talle con dolorosa energía y Emily no pudo menos que contener un hipido ante semejante muestra de pasión.- ¿Qué sucede, Emily? ¿Quienes eran esos hombres? ¿Por qué estamos aquí? Esta no es la casa de tía Phillips, ¿verdad que no?
Emily tragó saliva. ¿Cómo satisfacer la curiosidad de Pippa cuando ni ella misma contaba con una respuesta? Tan solo estaba segura de algo obvio: aquella no era la casa de tía Phillips.
—Ya ha pasado, pequeña, estamos a salvo y las tres juntas.- acarició los bucles empapados de la niña.- Eso es lo que importa, ¿verdad? Todo irá bien a partir de ahora.
Miró a Charity y observó en el rostro de su hermana un gesto que distaba mucho de la mueca irascible con que se había engalanado desde que abandonaran Mayland. En su carita de porcelana no había esta vez rastro alguno de ceñimiento o dureza sino un miedo aterrador dibujado en sus pupilas y en los rasgos afilados de su faz.
—Estamos a salvo... - repitió, y no pudo evitar inclinar la cabeza cuando los ojos de Charity descendieron hasta el ultrajante desgarro que había sufrido su vestido.- Estoy bien, estoy bien.- murmuró tratando de desceñir con sus palabras el fruncido ceño de la joven.
Las jóvenes cruzaron la mansión a la luz trémula de una palmatoria resiguiendo la silueta de una encorvada doncella que avanzaba en la oscuridad con la habilidad de un ratoncito en su madriguera.
A su paso sobre las interminables paredes y bajo la escasa luz imperante se dibujaban figuras tenebrosas y desproporcionadas que exaltaban el ya de por sí exaltado magín de las muchachas.
Espantosas esculturas de bestias demoníacas retorciéndose en antinatural pose sobresalían de forma inesperada de los ángulos oscuros, tan siniestras y llenas de vida que por momentos parecían escucharse sus terribles bramidos resonando contra los elevados techos. Óleos abismales de caballeros desconocidos, rostro severo y enjuto gesto observaban el avance de las hermanas desde sus atalayas de lienzo y tal parecía que sus ojos acompañaran el apurado paso de las medrosas jóvenes. Ora dragones alados, ora seres del inframundo esculpidos rigurosamente en mármol asomaban a sus ménsulas exhibiendo sus fauces diabólicas. Y por todas partes semejaban escucharse lamentos, gritos desgarradores y ayes que no pertenecían en modo alguno al mundo de los vivos.
Hubo un punto en el que Emily no pudo evitar encomendar su alma al Señor temiendo por momentos que las estuvieran conduciendo hasta las mismísimas puertas del Infierno.
Finalmente la doncella se paró frente a tres alcobas contiguas de la segunda planta indicándoles a las jóvenes que el personal de la casa estaría a su disposición para proporcionarles cuanto necesitaran para su descanso.
Agotada por el viaje, por todas las inclemencias acontecidas en las últimas horas, por la reciente desgracia familiar que pesaba sobre sus cabezas, con la sangre golpeando aún en sus sienes como lo haría un mazo batiendo contra un cepo de madera y el aturdimiento nublando su razón, Emily se dejó mimar en el interior de la alcoba por dos doncellas que acabaron de desnudarla y la obligaron, sin necesidad de ejercer demasiada presión, a relajarse en el interior de una rebosante bañera.
"... ¿Qué va a ser ahora de nosotras? ¿Cómo podremos proseguir el viaje? ¡Dudo mucho que nos alcance el dinero para coger otro coche de posta! - se llevó la mano a la ardorosa frente y presionó intentando paliar el intenso dolor de cabeza que la torturaba.- Debo advertir inmediatamente de este incidente a tía Phillips y prevenirla así de un retraso obligado. ¡Santo Cielo, qué inconveniente tan grande en nuestros planes! Sí, esa será la mejor opción. Ella podrá enviarnos algo de efectivo para permitirnos alquilar otro carruaje... - resopló agotada.- ¡Dios de los cielos, qué vergüenza tener que pedir limosna a alguien que ya ha mostrado una generosidad infinita ofreciéndonos su casa!”
Cerró los ojos ignorando la presencia de las doncellas que en esos momentos derramaban agua caliente con una jarra sobre su cabeza.
“¿Y quien será el desconocido caballero que, como un valeroso Lancelot, acudió en nuestro auxilio en mitad de la noche enfrentándose él solo a aquellos rufianes sin escrúpulos? ¿Por qué desaparece cuando su proceder ha sido de lo más encomiable? ¿Por qué ni siquiera se ha presentado? Debo hablar con él, debo mostrarle mi más sincero... - y conteniendo la respiración sumergió su cuerpo por completo en la ovalada tina de latón consintiendo que su mente sucumbiera al cansancio.- ¡Ouchhh, mañana, mañana Emily..!"