CAPÍTULO  11

 

 

Para su enorme sorpresa Emily no solo no pudo escandalizarse ante el comportamiento del señor Drake, sino que íntimamente se vio obligada a reconocer que había disfrutado lo indecible durante aquel último encuentro.

Drake la había obligado a aceptar su posesivo y profundo beso, cierto, pero también ella había deseado ceder a su posesión completamente subyugada. Sus dedos se habían enredado entre los oscuros mechones por deseo propio y en lugar de apartarlo de sí se encontró cayendo en la cuenta de que su resistencia había resultado ridícula y en exceso floja. Había disfrutado muchísimo durante aquel primer contacto que le había hecho estremecer hasta convertir la sangre de sus venas en fuego líquido. ¿Y a qué negarlo? Se había sentido terriblemente frustrada en el momento en que el señor Drake decidió en mala hora alejarse de ella dejándola con ganas de más. ¿No resultaba acaso un gesto de gran crueldad ofrecer agua al sediento para acto seguido alejarse de él y dejarlo sumido en la más terrible frustración?

Eso era lo que había hecho el señor Drake: ofrecerle por vez primera la visión de una fontana fresca y desconocida para de inmediato privarla cruelmente de su disfrute y posterior conocimiento.

"... en tu mano está decidir si deseas que esta experiencia se repita."

No podía hablar en serio. Había despertado su sed, su curiosidad, su más ardiente y prohibitivo deseo femenino... ¿cómo podría ella, curiosa e intrépida por naturaleza, despreciar ahora tan llamativa y seductora experiencia?

¡Por supuesto que deseaba más! ¡Por supuesto que ansiaba encontrarse con él a solas en cualquier rincón de Ravendom y que nuevamente la tomara entre sus brazos hasta provocar que vibrara de pasión! Byron Drake había despertado la fierecilla insaciable que llevaba dentro y por Dios que esa fierecilla no volvería a hibernar sin haber bebido, sin haberse emborrachado otra vez con la ambrosía de sus labios.

 

 

 

El señor Drake no se personó en el comedor esa tarde durante la cena y al día siguiente tampoco se presentó a la hora del desayuno. Emily no pudo menos que sentirse ligeramente decepcionada ante su ausencia pues de algún modo deseaba encontrarse nuevamente con él. Anhelaba que sus miradas se cruzaran una vez más, deseaba experimentar de nuevo ese estremecimiento que, a buen seguro, se repetiría en el mismo instante en que sus pupilas del color de la brea se clavaran nuevamente en ella. Codiciaba rememorar con tan solo mirarlo ese segundo mágico en el que por vez primera su corazón había latido de un modo único y violento, como uno de los enormes abejorros de Charity encerrados a la fuerza en un recipiente demasiado pequeño para su tamaño real.

 

Envuelta en un inevitable halo de resignación salió a explorar los jardines una vez más, decidida a olvidar por unos minutos las contradicciones que batallaban en su cabeza mientras procuraba que el aire fresco relajara sus sentidos. Esta vez se encaminó hacia el ala trasera de la mansión, lugar donde se levantaban los establos y demás cobertizos del servicio. Sus hermanas permanecían bulliciosamente entretenidas en los parterres delanteros y en esos momentos Emily prefería no enturbiar con su meditabunda presencia los pasatiempos y juegos de las jóvenes. La soledad le permitiría poner en orden sus pensamientos. Unos pensamientos cada vez más vehementes y peligrosos.

Se detuvo frente al edificio del establo. Recordaba aquel lugar de una forma un tanto trágica pues había sido bajo su pórtico donde habría visto por vez primera al señor Drake en un estado de cólera y enajenación que dejaba mucho que desear. Suspiró ante semejante recuerdo y prosiguió caminando con paso distraído, dirigiéndose sin darse cuenta al interior de las caballerizas a través del portón que permanecía abierto de par en par.

En su interior reinaba una oscuridad que se tornó cómoda y precisa en el mismo instante en el que los ojos se habituaron a ella. Átomos de polvo flotaban en el aire así como el característico olor del heno y los forrajes habituales en cualquier lugar frecuentado por ganadería.

Varias testas curiosas se alzaron en sus habitáculos recibiendo a la intrusa con relinchos joviales y cabeceos rítmicos. Al fondo de la estancia, en una caballeriza ligeramente alejada de las demás, Emily distinguió un hermoso ejemplar del blanco más íntegro y reluciente que había visto jamás. Junto al animal reconoció al amable anciano con el que había tenido oportunidad de conversar el mismo día de la fatal confrontación. El anciano cepillaba amorosamente las crines de la magnífica bestia mientras susurraba algo a su inquietas orejas.

—Es un animal precioso... - murmuró Emily observándolo fascinada.

El hombre la miró durante un segundo, sorprendido sin duda por su presencia, para a continuación ensimismarse de nuevo en su apacible labor tras haber obsequiado a la joven con una amable sonrisa.

—Es la joya de este establo, el animal más caro y valioso de toda la yeguada.

—No me atrevería a ponerlo en duda. Jamás había visto un ejemplar tan grande y fascinante.

—Se trata de un árabe, una yegua joven con mucho carácter y energía.

Emily la observó con atención sintiéndose inevitablemente seducida por la belleza en movimiento de aquel poderoso ejemplar. Realmente era un caballo enorme, de esbelto talle y frente altiva, anchuroso lomo y cola en alto. 

Observaba a la joven desde su altivez con arrogancia y altanería, tumbando las orejas y desorbitando en su dirección sus grandes orbes azabache.

—¿Se han recuperado el resto de los caballos del incidente con las hojas de tejo? - preguntó experimentando un halo de culpabilidad. Hasta ese momento no había vuelto a interesarse por tal asunto.

—Afortunadamente solo se han perdido cinco ejemplares, el resto de la yeguada pudo salvarse gracias a la rápida intervención del veterinario. Sería terrible haber sufrido más bajas teniendo en cuenta que estos animales conforman el sustento de Ravendom House.

Emily arqueó las cejas, sorprendida. El animal, curioso, inclinó la cabeza para olfatear la mano de la joven, empujándola a continuación con su humedecido belfo.

—Desconocía que se dedicaran ustedes a los caballos; había supuesto que el señor Drake vivía como el resto de los caballeros de su posición.

—¿De rentas? - el anciano sonrió con ganas. - No conoce usted a Drake, él no es un caballero como los demás, señorita. No soportaría vivir completamente ocioso esperando que los demás le sacaran las castañas del fuego. Se dedica a la doma y cría de caballos desde niño, su destreza es la que sustenta Ravendom.

—¿El señor Drake ha domado personalmente todos estos caballos?

—¡Por supuesto! ¿Acaso le parece increíble? Drake es el mejor domador que existe bajo las estrellas, de hecho se dice que los romaníes son los mejores domadores de caballos del mundo. Y en su caso es cierto. Desde muchacho ha hecho de su habilidad especial su profesión, su modo de vida, y con mucho éxito. Nuestros caballos son conocidos en todos los rincones de la isla e incluso nos han sido demandados desde el extranjero.

Emily acarició ensimismada la amplia frente del animal, consintiendo que éste apoyara el hocico sobre su hombro.

—Esta yegua ha sido su último gran reto. - comentó acariciando el denso pelaje del animal. - Se trataba de un animal terco, orgulloso, independiente. Ninguno de nosotros podía acercarse a ella sin recibir una coz o una dentellada... pero Drake ha sabido amansarla a base de horas y horas de tesón y paciencia.

Emily no pudo evitar estremecerse. Conocía el poder de dominación del señor Drake a la hora de doblegar a los demás a su voluntad. De hecho a ella la había doblegado completamente.

—Parece que le ha caído usted bien, creo que los animales poseen un sexto sentido para reconocer a las buenas personas. - Emily agradeció el cumplido sonriendo con ternura. - Tendrá que disculparme, señorita, debo echar un vistazo a los ejemplares recién llegados al picadero. Los machos jóvenes pueden resultar peligrosos si no se les ata en corto.

  Y cediendo a la joven su cepillo, el hombre se alejó del lugar tras una amable inclinación de cabeza. Emily tomó en sus manos cepillo y rascador y principió a acariciar el amplio cuello del animal con mano inexperta. El lustroso pelaje albino resplandecía como rayo de luna pero estaba claro que había algo incorrecto en el método empleado por la joven pues semejante cuidado, lejos de procurarle relajación al animal, le provocaba un evidente desasosiego. Cabeceaba, piafaba, tumbaba las orejas e intentaba arredrarse lo más posible de la mano insistente de la muchacha.

—Lo estás haciendo mal - una voz a su espalda heló en las venas la sangre de Emily, acelerando su corazón de tal forma que por un instante llegó incluso a olvidarse de respirar. Tragó saliva e intentó permanecer serena, acompasando como pudo la respiración en el momento justo en el que sus pulmones reaccionaron de nuevo. Sin volver el rostro contuvo un jadeo en el mismo instante en que percibió la presencia del señor Drake ceñida a su espalda. El caballero cerró su poderosa mano bronceada sobre la temblorosa mano de Emily para reconducirla muy despacio a lo largo del fibroso cuello del animal.

—Debes hacerlo en el sentido del crecimiento del pelaje y no a contrapelo, de lo contrario provocarás que el animal se ponga nervioso.

—Es usted un experto...

—Solo procuro ser dócil en el momento justo. Ninguna fiera se amansa a base de golpes.

Emily sentía la sangre latiendo en sus sienes, en el interior de sus pulsos, en el vientre, golpeando tan fuerte que un mazo batiendo contra un cepo de madera sería incapaz de infringir un castigo mayor.

—¿Lo ves? ¿Has notado cómo se va relajando?

Emily asintió mientras ladeaba ligeramente el rostro para deleitarse con aquellas facciones rasuradas en las que destacaba la perfección de una piel tersa y aceitunada. El cabello, largo, lacio y oscuro como ala de cuervo brillaba como si de oro negro se tratara.

—Creo que le has gustado, Emily. Resulta extraño, suele mostrarse arisca y desconfiada ante desconocidos.

Emily le regaló una sonrisa temblorosa.

—Los animales poseen una nobleza innata y una bondad inexistentes en la condición humana. - continuó él.

—¿Por eso los prefiere usted a las personas? - y bajó la vista en el acto sintiéndose terriblemente avergonzada ante el atrevimiento de sus palabras.

—Solo a algunas personas - recalcó. Sirviéndose de su mano libre despojó a Emily del cepillo, centrándose en conducir la pequeña mano de la joven hacia los ollares y el belfo curioso del caballo. Emily dio un respingo, asustada. - Permítele que te sienta, no tengas miedo, tan solo desea identificar tu olor. De ese modo te reconocerá siempre en cualquier lugar.

Emily sonrió nerviosa, el hocico húmedo y cálido del animal le hacía cosquillas en los dedos, acunados deliberadamente bajo la mano poderosa del caballero. Para su sorpresa percibió la otra mano de Drake resiguiendo de forma apenas perceptible la línea de su columna.

—Lamento mucho la pérdida de sus otros caballos, señor Drake. Ahora comprendo que su enfado resultaba justificado.

Drake se volvió para mirarla directamente a los ojos. En ese instante y ante la profundidad insondable de aquellos negros abismos Emily se dio cuenta de que su corazón había dejado de latir y que era probable que jamás retomara su pulsación.

—No se puede justificar de ningún modo la enajenación que la cólera es capaz de producir en las almas volubles. Me he comportado con el joven David como un demente desnaturalizado, como tú bien dijiste. - recogió un mechón suelto por detrás de la oreja de Emily, ignorando el violento temblor que semejante gesto había provocado en la joven. - Pero este es mi mundo, mi querida señorita Alcott, he luchado mucho por llegar hasta aquí y mi mayor temor es que cualquier infeliz pueda destruirlo.- ladeó ligeramente el rostro para mirar a Emily con una pasión inesperada. Su voz era apenas un susurro. - Poseo un carácter fuerte, difícil, a menudo me llevan los demonios... - acercó los labios a la mano de Emily sin apartar los ojos de las pupilas de la joven y con inusitada ternura principió a besar el interior de los dedos uno a uno, continuando con los nudillos para morir en el delicado interior del pulso. - Sin embargo no debes tenerme miedo pues pese a que pueda parecer un bruto te aseguro que también sé ser delicado.

Emily contuvo un estremecimiento mientras sostenía la mirada de Drake. En ese instante no se parecía en nada al arrogante entrometido que parecía disfrutar sacándola constantemente de quicio sino que semejaba un pobre hombre solitario, un niño grande completamente falto de afecto.

—No le tengo miedo... - murmuró apenas en un hilillo de voz.

—¿De verdad? - y se acercó peligrosamente a ella acariciando con un dedo el cuello aterciopelado y níveo de Emily, adivinando el lugar exacto donde su yugular palpitaba de forma perceptible y reposando definitivamente sobre él.

—¿Debería tenerlo? - la voz salió entrecortada, vibrante.

-En una ocasión te aseguré que no tomaría de ti más de lo que tú quisieras darme, - acunó con su poderosa palma la ardorosa mejilla de la joven y ella, experimentando una ternura infinita, cerró los ojos e inclinó el rostro sobre tan adorable refugio. - A tu lado me siento como un lobo, Emily, no te imaginas el doloroso esfuerzo que debo realizar para no devorarte cada vez que estás cerca.

Emily cerró los ojos y se aferró con fervor al antebrazo del caballero, entreabriendo los labios y dejando escapar un afligido suspiro.

“No me importaría en absoluto que me devorara en este mismo instante.”

Drake ladeó el rostro y la penumbra de aquel modesto cobertizo fue testigo de la calidez apasionada de su beso y de la desesperación con la que atrajo a Emily contra sí hasta amoldarla completamente a su cuerpo. En su interior la pasión y la cordura mantenían una lucha atroz puesto que si de él dependiera la señorita Alcott no permanecería vestida en su presencia más tiempo del que le llevara desnudarla. Sin embargo un sentimiento desconocido hasta el momento, una extraña necesidad le obligaba a mantener la cordura y comportarse como ella esperaría que lo hiciera. ¡Por su vida que se moría por ella, por poseerla, por hundirse en ella y hacerla suya para siempre! Pero también resultaba imperativo para él respetarla y esperar a que ella le concediera permiso para invadir su cuerpo y su corazón.