CAPÍTULO 20

 

 

  El sol principiaba a asomar su testuz sobre las nubes de un cielo encapotado y vestido de ronchas de luz rosáceas cuando sus primeros y audaces rayos invadieron la alcoba de Emily, cayendo de forma oblicua sobre el revuelto lecho y los cuerpos desnudos de los amantes.

Aún aletargados en el recuerdo de la noche más especial de sus vidas no pudieron evitar sobresaltarse cuando una sucesión inesperada de golpes aporreó la puerta con tal ímpetu que parecía que fueran a echarla abajo.

Drake, incorporándose de un salto y cubriendo su desnudez con la sábana, maldijo en un idioma desconocido mientras abría la puerta y ocultaba el interior de la estancia apoyando un brazo en el marco de la puerta e interponiendo su cuerpo bajo el umbral.

—¡Maldita sea, haré cortar las manos al causante de este estrépito! ¿Qué diablos...? - pero la visión de Julius Elmstrong, totalmente despeinado, en mangas de camisa y con el rostro y las ropas tiznadas le obligó a silenciarse.

—¡¡Drake, fuego Drake!! ¡Ha empezado en el Roble Grande y se dirige sin control hacia Ravendom! ¡Estamos perdidos!

Drake se mesó el cabello, desconcertado.

—¿Cómo es posible? ¿Habéis intentado atajarlo?

—¡Todos los hombres del lugar han intentado frenar su avance con retamas y cubos de agua, pero las llamaradas son demasiado grandes para cualquier mortal! ¡Está completamente fuera de control y pronto llegará a las casas de los arrendatarios y al propio parque de Ravendom!

—Maldita sea, ¿cómo ha podido suceder algo así? ¿Cuánto lleváis luchando contra él?

Julius deslizó una mano por los ojos, enrojecidos y cansados.

—No hará más de dos horas, Drake, -exhaló derrotado, - pero te aseguro que aquello es lo más parecido al infierno que he visto en mi vida.

  —¡Maldita sea, proveeros con azadas, calderos y todo lo que encontréis que pueda sernos de utilidad! ¡Debemos atajar este desastre antes de que los daños resulten irreparables!

Una ligera presión sobre su brazo le hizo volverse de pronto. Emily, con el ceño fruncido y una mueca de preocupación dibujada en el rostro, lo miraba con ojos expectantes. Permanecía envuelta en su sensual y elegante bata de seda.

—No te vayas, por favor, no puedes irte ahora...

—Emily...

—Tengo un mal presentimiento, un peso terrible sobre mi corazón, por favor...

Le dolía en el alma tener que negarle algo a aquel rostro suplicante, a aquella mirada dulce como la miel que le invitaba a permanecer a su lado. Resultaba tan tentador sucumbir y entregarse de nuevo a la pasión entre sus brazos...

—¡No puedo hacer eso, Emily, se trata de mi gente! - farfulló en un tono bajo y susurrante. - Son mis arrendatarios y tanto sus vidas como nuestras tierras corren peligro. Dependen de mí, no puedo abandonarlos ahora. - la miró fijamente a los ojos. - Quédate en casa y no salgas por nada del mundo. ¡Prométemelo!

Emily replegó los labios hacia el interior de la boca y volvió la cabeza a un lado.

—¡Prométemelo! - exigió en tono imperativo.

—Lo prometo...

—Buena chica, - acarició su barbilla con el pulgar, - te prometo que volveré muy pronto.

Besó con dulzura la frente fruncida de su esposa y se alejó todavía desnudo por los pasillos en dirección a su alcoba, sin cohibirse lo más mínimo ante su desnudez, detener sus pasos o mirar atrás.

Poco después Emily lo vio desde la ventana montando de un salto su vigoroso caballo negro, que alguien había ya ensillado frente a la escalinata principal. Tras él todos los hombres disponibles en Ravendom, amén de un agotado e inesperadamente desaseado Elmstrong, se reunieron para acudir a sofocar un incendio que prometía resultados catastróficos.

Emily se encontraba sumamente turbada. Una losa desconocida, similar no obstante a la losa del sepulcro que cierra el conocimiento y abre la eternidad, pesaba sobre su pecho arrebatándole tanto la cordura como el sosiego.

Una hora después de que Drake hubiera partido permanecía aún en su alcoba sintiendo que le faltaba el aire. Había cerrado la puerta con llave y durante los últimos diez minutos se paseaba por la estancia como un perro acorralado en un callejón sin salida. Era demasiado temprano y no deseaba despertar a sus hermanas con una noticia tan terrible como la del incendio que amenazaba Ravendom. Seguramente con ello no consiguiera otra cosa más que excitarlas o atemorizarlas, quizás las dos cosas a la vez, y cualquiera de las dos opciones no resultaba de lo más deseable para su contrito ánimo en esos momentos.

“¿Por qué has tenido que irte justo ahora?”

  Un terrible presentimiento martilleaba en sus sienes y le oprimía el corazón con la fiable certeza de que algo espantoso estaba a punto de suceder. 

Se llevó la mano a la frente. Helada. Se llevó la otra mano al pecho. Los movimientos de su corazón resultaban tan frenéticos que ahora solo se discernía un único y peligroso zumbido. Una fugaz mirada a la puerta acristalada del balcón heló de pronto la sangre en sus venas. Estaba abierta. El miedo la paralizó por completo. ¿Cuánto tiempo llevaba así? ¿Acaso habían pasado la noche con ella abierta sin haberse enterado? No, no era muy probable que las doncellas se hubieran olvidado de cerrarla. ¿O quizás Drake la abriera esa mañana sin ella haberse dado cuenta?

—¿Drake? - su voz sonó apenas como un susurro inaudible realizando una pregunta que no necesitaba ser respondida. Porque no podía tratarse de Drake de ningún modo.

Un movimiento raudo a su espalda la obligó a volverse, pero ya era demasiado tarde. Un áspero saco de rafia cayó sobre su cabeza y la oscuridad más espantosa la invadió de pronto.

 

 

 

  Hacía tan solo unas horas que el sol se encontraba en su cénit y abrillantaba con fuerza los campos de Ravendom cuando los hombres regresaron por fin a la propiedad. En el aire flotaba la esencia amarga y lapidante de la madera quemada, del fuego consumido, de la naturaleza violentada. Había sido una mañana muy larga y las secuelas de un cansancio brutal y del aún mayor esfuerzo físico realizado habían hecho mella en sus rostros. Los semblantes tiznados, la ropa hecha jirones y completamente chamuscada, la sangre seca visible sobre arañazos y heridas todavía abiertas ornaban la llegada de aquel desolado ejército. Semejaba talmente aquella inesperada procesión de supervivientes el silencioso desfile de una hueste de almas derrotadas en su camino hacia ninguna parte.
Drake descendió de su montura tras ceñir en un regio apretón el antebrazo de Julius Elmstrong y de varios de sus hombres a modo de silencioso agradecimiento. Aquellos valientes habían demostrado una vez más ser amigos leales que nuevamente y sin la menor vacilación habían dejado sus vidas a un lado para luchar codo con codo contra un enemigo insaciable y esta vez cien veces superior. Una vez más habían permanecido a su lado, acompañándolo en los malos momentos sin cuestionar en modo alguno la racionalidad de sus decisiones.

Paseó su mano por la frente intentando aliviar los frunces característicos de un abatimiento que por momentos amenazaba con volverse insoportable. Su rostro reflejaba la viva imagen de la desolación entremezclada con grandes dosis de agotamiento e impotencia. Sus ropas, desceñidas y carbonizadas, evidenciaban la dureza de una lucha muy desigual. Su torso lampiño y surcado de arañazos inflamados se perlaba en esos momentos de una sucia capa de sudor que no obstante hacía resaltar su tez bronceada.

Sin embargo y pese a todas las catastróficas desdichas en que se había visto atrapado en las últimas horas, en su cabeza permanecía inamovible por encima de cualquier otro asunto el propósito de hallar consuelo a tanta desolación abrazado al cuerpo tierno y cautivador de su esposa, buscar un calor familiar y placentero entre sus brazos y amarla quizás hasta que se le nublara la razón. Como sucediera durante la pasada noche en la que Emily le había brindado un puerto adorable en el que atracar. El mejor y más gozoso puerto del mundo.

Pensar en Emily seguramente descansando como una diosa de marfil en su lecho, esperándolo ataviada con el ligero camisón de la pasada noche y el cabello suelto en cascada acariciando su sedosa piel, sus pechos nacarados, redondos, turgentes y su vientre aterciopelado, perfecta planicie en la que descansar, le proporcionó nuevos bríos para ascender en amplias zancadas la escalinata principal que le separaba de la razón de sus desvelos.

Pero alguien le detuvo a medio camino. Alguien cuya presencia a esas horas y en ese lugar resultaba completamente inesperada.
-Charity... ¿qué sucede? ¿Por qué no estás en el jardín? - preguntó extrañado, basándose en la certeza de que la joven permanecía gran parte del día en el terreno sobre el que iba a levantarse su invernáculo.
Charity vestía todavía un grueso vestido de franela y envolvía su grácil silueta adolescente en un despeluchado chal de lana. La expresión grave que le confería el ceño fruncido así como el rictus hierático que asomaba a sus labios no podía augurar nada bueno. Semejaba realmente, con la palidez mortal que adornaba su rostro y la languidez de su pose, el espectro de un alma en pena o la silueta inanimada de una estatua de alabastro.
-Es que... - balbuceó apenas en un susurro. - Emily...
Drake salvó con dos amplias zancadas la distancia que le separaba de la inamovible joven, sujetándola bruscamente por los codos mientras la zarandeaba como un muñeco de trapo obligándola a reaccionar.
-¿Qué sucede con Emily? ¿Donde está?
La ferocidad de aquellas pupilas del color de la brea la devolvieron de nuevo a la realidad. Parpadeó con nerviosismo un par de veces tratando de recobrar el sentido, sin embargo sus palabras sonaban demasiado atropelladas en sus labios como para irradiar un mínimo de paz a su interlocutor.
-No está en su alcoba. Ayer se retiró muy temprano y no quisimos molestarla pensando que tal vez necesitaría descansar. - Drake meneó la cabeza impaciente. Eso ya lo sabía. Él había pasado la noche con ella.

—¿Cómo que no está en su alcoba? ¿Habéis llamado? Quizás se haya quedado dormida. - era lo más probable. Después de la apasionada noche de bodas que habían disfrutado en la intimidad de su alcoba y pese a que en todo momento había intentado contenerse y acoplarse a su ritmo para no hacerle daño, era obvio que Emily necesitaría descansar. Probablemente a esas horas se encontrara dolorida y extenuada.

—No se ha quedado dormida... - sus ojos se paseaban con inquietud de los elevados muros de piedra al mármol de la escalera, pasando sin detenerse por la vasta acuarela que conformaba el paisaje. - Hoy pretendí ir a visitarla para ver cómo había pasado la noche y me encontré con la puerta cerrada con llave. Llamé y llamé hasta cansarme y no me respondió - el sonrosado labio inferior de la muchacha empezó a temblar mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. - Preocupada por ella, temiendo que se hubiera desmayado o algo peor, fui a buscar al ama de llaves para abrir la puerta...

—¿Y qué sucedió? - Drake se encontraba tan impaciente que ni el cansancio hacía ya mella en él. Tan solo la desesperación. - ¡Por las mil cruces, habla, muchacha!

—¡No estaba allí! - gritó la joven.
-¿Estás segura? ¿Habéis buscado bien?- Drake la zarandeó de nuevo haciendo danzar furiosamente los tirabuzones áureos de la joven. - ¿Estás del todo segura de lo que dices?
-Su cama estaba muy revuelta... - balbuceó oprimiendo con una mano la pálida y helada frente - pero ella no estaba allí. Sin embargo la puerta del balcón estaba abierta. No logro entenderlo...
Drake la soltó bruscamente, como si el contacto con aquella traumatizada joven consiguiera quemarle más que el fuego que venía de sofocar. Tragó saliva repetidamente haciendo rodar con violencia la nuez de su gaznate, tornándose en ese instante más blanco que la tiza. Se volvió despacio sobre sus pasos imitando los andares zozobrantes e inestables de un enajenado hasta encontrarse al inicio de la anchurosa escalinata con la expresión interrogante de Julius Elmstrong.
-¿Drake...?
-Nos han hecho como a las ratas...  - murmuró mirando a su amigo fijamente a los ojos. En sus labios se dibujaba una dolorosa sonrisa rebosante de sarcasmo.
-¿Qué estás diciendo? ¿Has perdido la razón?
Los maxilares de Drake palpitaron entonces de forma visible evidenciando una cruel opresión.
-¿No te das cuenta? - Elmstrong arqueó las cejas sin acabar de comprender. - Han provocado el incendio para obligarnos a abandonar Ravendom. Para obligarnos a salir en estampida. Como a las ratas...

-¿Cómo he podido ser tan estúpido? - Drake arrojó su vaso con inesperada violencia contra una de las paredes del estudio, creando una mancha informe de licor sobre el papel pintado de la pared y llenando el suelo de una lluvia de diminutas perlas de cristal.

—Drake, no puedes culparte de esto; tú no podías tener la menor idea, ninguno de nosotros podíamos presentir lo que estaba a punto de suceder...

—¡Pero la he dejado sola! ¿No lo comprendes, Julius? ¡He consentido en abandonarla entre estos muros inservibles a merced de ese mal nacido! - de un brusco manotazo volcó el escritorio provocando un sonoro estruendo de objetos caídos y suscitando que Julius se viera obligado a cerrar los ojos de forma involuntaria acorde con el estrépito acaecido.

—Nadie era capaz de imaginar que ese incendio podía tratarse de una treta para obligarnos a abandonar Ravendom al amanecer. Tú simplemente te limitaste a cuidar de los tuyos, a velar por la seguridad de tus arrendatarios...

Drake lo observó con los ojos inyectados en sangre. En su sien derecha una vena persistía en latir con ferocidad.

—¿Cuidar de los míos? ¡Si ni siquiera he sabido cuidar de mi propia esposa! ¿Qué clase de hombre soy? - relajó el peso de su cuerpo sobre un antebrazo que apoyó contra la pared, descansando a continuación la frente sobre él. Parecía talmente la figura de un guerrero abatido y herido en lo más profundo de su alma. - Pero te juro que esto no va a quedar así. - levantó la mirada hacia Julius y sus ojos reflejaron la furia siniestra y queda que precede a la más terrible tempestad. - Voy a matarlo. Te juro que acabaré con él. Voy a terminar lo que Kavi dejó a medias en su día y acabar con todo esto de una maldita vez. ¡Estoy harto del ronsel maldito con el que ese viejo del demonio ha marcado para siempre  mi vida! ¡Estoy harto de Darlington y de sus continuas arremetidas por esta maldita propiedad! ¡Por el amor de Dios, tan solo deseo que me dejen vivir en paz!

—Entonces la violencia no es la solución...

—¿Y cuál es? Dime, ¿cuál es? - de una patada apartó varios enseres que permanecían por el suelo entorpeciendo su camino mientras avanzaba hacia Julius gesticulando con ansiedad. - ¡Ha violentado la seguridad de mi propio hogar para llevarse a mi esposa! ¡Delante de mis narices! ¡Insultándome en mi propia casa! ¿Crees que un hombre con sangre en las venas podría tolerar injuria similar? - se detuvo a pocos pasos de su interlocutor, apartando con ansiedad el cabello que le caía sobre la frente y dejando ésta completamente al descubierto. - ¡Ahí fuera hay dos chiquillas que no dejan de llorar y que se preguntan continuamente donde está su hermana! ¿Qué quieres que les diga, Julius? ¿Que un estúpido hijo de perra se la ha llevado para obligarme a entregarle Ravendom? ¡Maldita sea mi estampa, que se quede con la casa, que se quede con estas tierras, yo no las quiero para nada, jamás he necesitado nada material para vivir! Me llevaré a Emily y a sus hermanas de aquí y viviremos como lo han hecho durante siglos los de mi estirpe: bajo un techo de estrellas, sin deber nada a nadie.

—¿Estás seguro de que no se ha ido por su propia voluntad?

Drake se volvió hacia él con la furia de un lobo herido brillando en sus pupilas obsidiana. Su boca entreabierta, jadeante, dejaba a la vista la cruel opresión inferida a las mandíbulas.

—¿Qué quieres decir?

Elmstrong sopesó bien sus próximas palabras. En ese instante sentía que no le llegaba la camisa al cuerpo frente a la terrible cólera que despedía su amigo.

-Quizás haya pensado mejor todo esto, quizás se sintió abrumada de verse de pronto convertida en la esposa de un romaní...

Con dos amplias zancadas Drake se plantó delante de él para agarrarlo por las solapas de su tiznada chaqueta y alzarlo en peso contra su pecho. Sus siguientes palabras surgieron arrastradas entre los dientes como el agua que corre libre y desbocada desde la montaña.

-¡Ella no huiría de mí! He pasado la noche con ella. Sé que no huiría de mí, - recordó su cuerpo desnudo moviéndose lentamente al compás de su sexualidad. Recordó sus jadeos inaudibles, sus suspiros, sus párpados entornados... - ella no huiría. ¡Jamás!

-¡Cálmate Drake, tan solo era una posibilidad! - poco faltó para que Elmstrong se hiciera todo encima ante lo inesperado y brusco de la reacción del romaní.

-¡Pues deséchala de inmediato! Confío en Emily...

“... Y me moriría solo de barajar esa posibilidad”.

Drake soltó a su amigo con brusquedad y Elmstrong, una vez libre de las prensas del romaní, volvió a respirar alisándose con ridícula dignidad las arrugadas solapas de su chaqueta.

Apostado frente a la ventana Drake se llevó las manos a la cabeza y aferró todos los mechones de cabello que le cabían en las manos, tirando de ellos presa del demente desvarío que provoca la desesperación.

-¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Cómo piensas reuperar a tu esposa?

Drake lanzó a su amigo, que retrocedió un paso ante la amenaza de aquel gesto, una mirada furibunda derramada desde unos ojos inyectados en sangre.

-Voy a matarlo.

 

 

 

El campamento romaní permanecía aquella noche sumido en una quietud inusual. Kavi, sentado en un tronco frente a una generosa y crepitante hoguera, cortaba con su puñal una onza de tocino que goteaba sobre una tosca rebanada de pan, llevándose a la boca los trozos resultantes ensartados en el brillante filo. A su espalda el ligero rumor de pasos sobre la escarcha que vestía la hierba apenas logró inmutarle lo más mínimo, ni siquiera cuando una sombra sigilosa ocupó una parcela a su lado sobre el tronco.

—Baksheesh!

Kavi no respondió. Ni siquiera levantó la vista hacia su interlocutor, limitándose a rezongar algo por lo bajo y continuar alimentándose con mayor concentración. Las rodillas separadas frente al fuego y la espalda encorvada pretendían sin duda alguna levantar una muralla infranqueable entre él y el recién llegado. Pese a todo no pudo evitar ladrar con indiferencia unas palabras al cabo de un rato.

—¡Vaya! Un recién casado que abandona tan rápido el lecho caliente de su esposa... ¿Qué diablos haces aquí? Nash Avri! ¡Vete con tu gente!

Drake permaneció en silencio con la mirada prendida en las trepidantes lenguas de fuego que danzaban frente a ellos. Las manos cruelmente apretadas porfiaban por retorcerse de forma compulsiva haciendo estallar los nudillos.

Vista la ineficacia de su primera estocada, Kavi pretendió seguir ensañándose con el toro que de pronto se había vuelto manso como un becerro.

—Siempre he sabido que las mujeres gadjis no poseían el fuego suficiente para calmar la sed de un romaní, pero jamás creí que te aburrirías tan rápido de la tuya. - expresándose con desprecio. - Vete ahí detrás, seguramente encuentres alguna hembra romaní dispuesta a calentarte esta noche. 

Drake hizo nuevamente caso omiso a la provocación del romaní, ocupándose en continuar oprimiendo los puños de un modo convulso.

—¿Has podido presenciar el incendio que asoló el bosque la pasada noche? - preguntó al cabo de un buen rato.

Kavi masticó de forma ruidosa un pedazo de carne. Estaba claro que no tenía la menor intención de mantener una charla amistosa con su interlocutor. No sin antes romperle la cara o propinarle una buena patada en la entrepierna.

—Sí, estábamos acampados varias millas al norte. - ladró. - Tantos animales y tantos árboles masacrados a cuenta de la estupidez humana. ¡Gadjos del demonio, ojalá les prendieran fuego a todos y cada uno de ellos en sus estúpidos y arrogantes pies!

—Ha sido cosa de Darlington. - espetó Drake de pronto, con la mirada perdida en algún punto entre las elevadas llamaradas. Kavi, por respuesta, elevó una ceja.

-¿Ahora se dedica a prender fuego a los bosques? - meneó la cabeza. - Estos gadjos no están bien de la cabeza.

No se le ocurrió nada mejor que incendiar los bosques de Ravendom para obligarme a abandonar la propiedad durante unas horas. - Drake continuó hablando sin hacer caso de las observaciones del romaní.

—¡Gadjo estúpido! ¿Y cuál era su plan? ¿Aprovechar tu ausencia para apropiarse de tu casa? - una sonora carcajada consiguió espantar a las avecillas que se ocultaban en algún punto entre el follaje. - ¡Menudo imbécil!

—Ha raptado a mi esposa. - ahora sus ojos se fijaron en las pupilas obsidiana del romaní que tenía al lado y que esta vez había interrumpido su cena dejando el puñal en suspenso a cierta distancia de la boca. - Se ha llevado a mi rommi de mi propia casa.

Kavi tragó con dificultad el trozo de carne que permanecía aún en su boca, concentrando a continuación la mirada en la infernal magnitud de la hoguera. Las llamas del averno no tendrían mucho que envidiar a las que debían de estar consumiendo por dentro a aquel hombre torturado que se sentaba a su lado. A su phral, por más estúpido que fuera.

Y de pronto su percepción hacia los sentimientos de Drake empezó a cambiar. El pueblo romaní era terriblemente posesivo y místico en sus creencias. Para ellos su esposa, aquella a quien habían elegido para compartir su existencia por toda la eternidad, era algo sumamente sagrado. Se trataba no solo de un lazo de sangre, sino de un vínculo espiritual inquebrantable que alcanzaba mucho más allá del entendimiento humano. Una unión bendecida por los espíritus no podía en modo alguno ser truncada o alterada por la mano del hombre, y mucho menos un romaní que se preciara de serlo podría consentir que otro hombre le arrebatara a su rommi y viviese para contarlo. Menos aún si ese hombre era un gadjo estúpido que se llamaba Nígel Darlington.

—Necesito que me ayudes a encontrarla, Kavi. - los músculos maxilares de Drake palpitaban a causa de la rabia contenida. Su semblante realmente vestía la máscara del orgullo hecho añicos. - He venido a suplicarte tu ayuda, necesito que me ayudes, te lo ruego...

Kavi suspiró largamente. En su interior un cúmulo de emociones dispares confluían ocasionando terribles tempestades afectivas. Por un lado desearía propinarle un puñetazo a aquel estúpido que permanecía ahora sentado a su lado suplicando ayuda cuando horas antes había desoído por completo sus consejos y obrado según su propio, y errado, discernimiento. Pero por otro lado sabía que no podría hacer tal cosa por más que se lo propusiera. Aquel joven mestizo era parte de su vida, de su alma, de su sangre... jamás podría abandonarlo y de hecho jamás había deseado hacerlo. Llevaba demasiados años velando por él en la sombra. Al fin y al cabo y por más estúpido que fuera no dejaba de ser su phral, su hermano pequeño.

—¿Sabes a donde se la ha podido llevar?

Drake negó con la cabeza.

—Solo sabemos que es muy probable que Elliot esté implicado en este asunto, por lo demás no tenemos ni idea de hacia donde ha podido huir. Portesham no es tan grande ni posee tantos lugares donde ocultarse.

—Quizás no se haya ido muy lejos. Deseará poder chantajearte con la mujer y para ello necesitará estar cerca para controlar tus movimientos. - carraspeó con arrogancia. - No te preocupes, nosotros batiremos el bosque pulgada a pulgada.

—¿Quiere eso decir que vas a ayudarme?

Kavi mostró una sonrisa ladeada sumamente cómica.

—¿Alguna vez te he dejado tirado, chal estúpido? - y le propinó un codazo tan brusco a su interlocutor que poco faltó para que éste diera con sus huesos en el suelo. - Si me hubieras hecho caso desde el principio ese imbécil estaría ahora varias yardas bajo tierra y tú dormirías abrazado a tu gadji...

Drake se recompuso del golpe asomando a sus labios la primera sonrisa frugal desde hacía horas.

—Pienso dormir con ella en pocas horas, Kavi, no consentiré que ese hijo de perra se salga con la suya. Tan solo voy a pedirte un favor, - sus ojos azabache brillaban ahora con el reflejo anaranjado de las llamas, - esta vez Darlington es mío.