CAPÍTULO 3 

 

 

A la mañana siguiente Emily abandonó su alcoba nada más despertar y realizar sus consabidas abluciones matinales con el propósito de visitar a su hermana pequeña, encontrándose entonces con la ruin noticia de que la niña había pasado una noche bastante agitada y que nada más rayar el alba había dado muestras de encontrarse notablemente indispuesta y aquejada de febrícula.

Visiblemente contrariada, conteniendo las lágrimas y tras derramar sobre el febril rostro de la pequeña un millón de besos, Emily abandonó aquella alcoba henchida de una atmósfera opresora confiando en encontrar alivio a su aflicción en la intimidad que conceden los corredores. Una vez a solas su dolor y ella, se dejó caer de espaldas contra las paredes vestidas de papel pintado, cerrando los ojos con fuerza mientras golpeaba repetidamente los adornados muros con el rodete que coronaba su cabeza. Exhaló lentamente por la nariz sintiendo cómo junto al oxígeno que abandonaba su cuerpo se evadía también su vida por momentos.

Santo Dios, ahora su hermana menor se encontraba indispuesta... ¿podría existir mayor infortunio en sus hados? ¡Indispuesta y encontrándose las tres lejos de su hogar, aisladas en un lugar desconocido y rodeadas por personas que, aunque se habían mostrado hospitalarias hasta el momento, resultaban totalmente extrañas para ellas! ¿Hasta cuándo duraría su mala fortuna? ¿Cuánto más debería soportar para probarle al mundo su fortaleza? ¡Santo cielo, ella no era ninguna heroína! ¡Solamente una joven de apenas veinte años cargando a cuestas con la difícil misión de cuidar y proteger a sus dos hermanas menores!

No pudo evitar gemir mientras cerraba los ojos y golpeaba repetidamente la pared con la cabeza. ¿Y si se trataba de tisis? Aquella terrible enfermedad que había aquejado a su padre convirtiéndolo en un cadáver andante hasta el momento en que se lo llevó a la tumba. ¿Y si Pippa corría ahora la misma negra suerte?

—Creo que voy a volverme loca... - murmuró sollozante.

La presencia de una joven doncella surgiendo de improviso al doblar un recodo la apartó de golpe de sus cavilaciones. Se enderezó y se adelantó hacia la sirvienta cortándole el paso. La doncella, al verla, la obsequió con una discreta y rauda reverencia, encogiéndose azorada sobre sí misma en una clara pose de sumisión.

—¡No quisiera...! ¡Oh! - Emily parecía no encontrar las palabras apropiadas, tal era su congoja.- ¡No es mi deseo molestar pero... mi hermana pequeña se encuentra indispuesta!- contuvo un sollozo.- ¿No podrían enviar a alguien en busca de un médico? Se lo ruego...

La doncella la miró con cierto asombro desde su púbera cara pecosa.

—El señor Drake ya ha mandado a llamar al doctor, señorita.- sentenció azorada.

Emily inhaló una importante bocanada de aire.

—El señor... ¿Drake?

—Sí, señorita, antes de salir esta mañana el señor se tomó la licencia de visitar a su hermana y pudo comprobar que la joven señorita sufría indicios de fiebre. Esperamos la visita del galeno a lo largo de la mañana.

Emily abrió y cerró la boca sin llegar a articular palabra. Las manos enlazadas frente al talle reflejaban nerviosismo a través de su movimiento constrictivo.

—Oh! Es muy amable el señor... ¿Drake ha dicho?- se acarició con nerviosismo el despojado escote percibiendo la zona exacta donde su yugular palpitaba de forma visible. ¿Era ese el nombre de su rescatador misterioso?- Muy amable, ciertamente...

—Sí, señorita- una sombra de tristeza veló de pronto los ojos de la joven sirvienta.- El señor Drake resulta siempre muy generoso, a pesar de lo que opine el resto del mundo.

Semejante afirmación no pasó desapercibida a Emily.

"¿A pesar de lo que opine el resto del mundo?”

—Todos ustedes se han mostrado hospitalarios con nosotras, pese a lo imprevisto e intempestivo de nuestra llegada,- ofreció su más sincera sonrisa a la muchacha,- en nombre de mis hermanas y en el mío propio queremos que sepan que les estamos sumamente agradecidas.

La doncella parecía azorada y su rostro de un intenso color escarlata ofrecía una nítida muestra de su cohibimiento.

—No es necesario, señorita. Pese a que no acostumbramos a recibir visitas en Ravendom House siempre resulta un placer hospedar a visitantes necesitados de asilo.

Emily asintió agradecida.

Visitantes necesitados de asilo. Sí, sin duda esas somos nosotras.”

—¿Sabe si mi otra hermana se encuentra ya despierta?

—¡Oh, sí señorita!- un ligero rubor tiñó con mayor vehemencia el rostro de la sirvienta.- Yo misma descorrí los cortinajes de su alcoba hará unos buenos veinte minutos, pero no sirvió de mucho.- parecía que la doncella pretendiera disculparse de su incapacidad para levantar del lecho a Charity.- Su hermana optó por ocultarse nuevamente bajo las sábanas,- bajó la voz,- no sin antes haberme arrojado una de sus botinas...

Emily sonrió. En Mayland, Charity era siempre la última en levantarse cada mañana, exasperando a las doncellas a causa de su vergonzosa holgazanería matutina. Su padre solía consentirla en ese y en muchos otros aspectos de la vida mimándola en exceso y limitándose a sonreír con condescendencia cada vez que observaba la silla vacía de Charity durante el desayuno.

—Disculpe su grosería. Y no se apure, me temo que mi hermana se parece más a una marmota que a una jovencita de dieciséis años.

La doncella sonrió ampliamente, sin duda complacida ante la confidencia que aquella agradable señorita acababa de compartir con ella. Y para agradecérselo, ella misma la obsequió con su tono más lisonjero.

—Si tiene usted la bondad de acompañarme, señorita, en el comedor está a punto de servirse el desayuno.

—Gracias, pero me temo que no me encuentro demasiado tentada a probar bocado esta mañana.

—Si me permite la licencia, señorita, le hará bien tomar algo caliente. No se preocupe por su hermana más de lo debido, otra doncella acompañará a la joven durante su ausencia y le aseguro que en cuanto el doctor sea anunciado yo misma la avisaré a usted.- y con una afectada reverencia se adelantó con pasitos breves y ligeros que un ratoncito de campo tomaría por suyos.

Emily suspiró y, notablemente contrariada, sin el menor deseo de ingerir bocado pero sin ánimo tampoco de rechazar la gentil invitación de la doncella, se dirigió resignada hacia las escaleras resiguiendo el avance de aquella amable sirvienta. Bastante trauma habría sufrido la pobre por un día recibiendo el imperdonable zapatazo de Charity.

Además, era el momento de reunirse con su anfitrión y agradecerle su bendita intervención de la pasada noche.

 

 

Una amplia mesa de caoba ornaba el centro del comedor. Decoraba las paredes de la sala rico papel adamascado en tonos granate y salpicaban su superficie un sinfín de retratos de viejas damas y caballeros de antaño enmarcados en regias molduras de pan de oro y bronce. Los suelos de alabastro veteados en rosa aparecían tan ricamente pulidos que su vasta superficie fácilmente podría usarse a modo de caprichoso espejo sin que el reflejo devuelto resultara turbio en modo alguno.

Emily, visiblemente intimidada ante la majestuosidad y la luminosidad de aquel lugar que contrastaba de un modo brutal con la sobriedad y el tenebrismo de los corredores, avanzaba con pasitos cortos y sigilosos evitando que el tacón de sus botinas emitiera sonido alguno en tan rica superficie. Elevando la mirada hacia los pintorescos frescos del techo y los minuciosos óleos de las paredes, no pudo evitar mostrar su fascinación descolgando la mandíbula y abriendo unos ojos como platos.

Desde un ángulo lateral un caballero hizo notable su presencia avanzando hacia el centro de la sala mientras acompañaba sus pasos de un cómico carraspeo. Emily se sobresaltó al percibir la presencia de otra persona en la estancia cuando la fascinación ambiental le había hecho suponer que se encontraba sola. El caballero, de igual modo, semejaba completamente sorprendido de saberse acompañado a esas horas y en ese lugar.

Un rápido examen visual, todo lo rápido que el decoro y la buena educación permitían, concluyó a la joven que su desconocido compañero se trataba de un caballero en disposición de un cierto engolamiento que rozaba quizás el exceso. Vestía impecablemente de negro, con un punto de Hungría exquisito y un corte afrancesado en su vestuario muy a la última moda. Un cravat negro de seda sujeto bajo la barbilla con un elegante broche dorado servía de colofón a una presencia impecable y sin duda rebuscada.

Emily replegó los labios y sofocó una sonrisa perversa. Ni siquiera el príncipe George se hubiera presentado a desayunar dotado de semejante acicalamiento. ¿Cuánto engrudo habría necesitado para domesticar unos rizos tan indómitos, por el amor de Dios?

—El señor Drake, supongo... - se inclinó en perfecta reverencia sin poder evitar que su tono reflejara una cierta decepción ante semejante posibilidad. Ella hubiera esperado,¡deseado! que su misterioso rescatador se acercara más a los truhanes que campaban por sus novelas góticas que a los caballeros atildados que ejercían de eternos y aburridos secundarios.

—¡Oh no, no, no, de ningún modo! - el caballero pareció despertar de su asombro.- Mi nombre es Julius Elmstrong, soy el administrador de Ravendom House y uno de los mejores amigos del señor Drake- acentuada reverencia,- ¿y usted es?

Las manos de Emily revolotearon al cuello y de repente se sorprendió a sí misma sonriendo ante la certeza de que aquel petimetre no fuese el endiosado señor Drake.

—Disculpe mi torpeza, señor, mi nombre es Emily Alcott, del condado de Mayland, al norte de Plymouth.- Julius Elmstrong asintió.- El señor Drake nos rescató la pasada noche a mis hermanas y a mí cuando acabábamos de sufrir un desgraciado incidente bajo la tormenta.

—¡Ah, sí, las tres infortunadas damiselas!- se acercó a una mesita oval cercana y se sirvió un dedal de licor.- He oído mencionar esta mañana al personal de servicio su aciago percance.- resopló con informalidad para despejar de la frente un rizo rebelde.- Drake siempre acaba sorprendiendo a todo el mundo con sus insólitas ocurrencias...

Emily alzó una ceja.

¿Insólita ocurrencia? ¿Acaso sus hermanas y ella eran insólitas ocurrencias para aquel individuo?”

De repente Julius Elmstrong, administrador de Ravendom House y mejor amigo del señor Drake, empezó a resultarle antipático.

-El señor Drake ha sido sumamente generoso al rescatar a unas completas desconocidas en plena noche y bajo una terrible tormenta, hasta el punto de arriesgar su propia vida cuando estábamos siendo asaltadas por un grupo de bandoleros.

—¡Es usted una ingenua si considera que la vida de Drake corrió peligro en algún momento!- la sonrisa de aquel hombre estaba totalmente fuera de lugar.- ¡Una auténtica ingenua!- repitió.

—Permítame informarle que se trataba de un grupo generoso, señor Elmstrong, y que el señor Drake se atrevió a plantarle cara solo.- el señor Elmstrong continuaba con su bobalicona sonrisa pintada en el rostro.- No sé si resulto ingenua o no, lo que sí sé a ciencia cierta es que en estos momentos mis hermanas y yo le debemos la vida al señor Drake.

Julius Elmstrong se acercó a la mesa y retiró la silla más próxima a la cabecera para ofrecer asiento a su asombrada acompañante.

—Estoy absolutamente convencido de que el señor Drake no considera que ustedes hayan contraído ningún tipo de deuda moral con su persona. Créame, no es el tipo de hombre al que le guste recibir halagos o lisonjas.

—Aún así, bajo mi punto de vista el señor Drake se comportó como un auténtico caballero.

Poco faltó para que Elmstrong espurreara violentamente su bebida.

—¡Puedo asegurarle que Drake tiene de caballero lo que yo de chabacano! - e insistió en ofrecer asiento a la joven reposando su mano en el respaldo de la silla.

Con una lentitud atribuible sin duda a su estupor, Emily se acomodó en el asiento consagrado para ella siendo imitada en el acto por un Elmstrong muy pagado de sí mismo. El administrador, sin mediar mayor palabra, hizo sonar la campanilla dispuesta sobre la mesa para atraer la atención del servicio.

—Creo que hoy tenemos pan de jengibre dulce, pastelitos de cebada y queso fresco de Gales,- anunció destilando gula por cada poro de su flamante cutis.- Hannah, la cocinera, tiene unas manos de oro macizo...

Emily alzó una ceja sintiéndose contrariada. Miró a su alrededor pero tan solo se encontró con la visión de más de una docena de sillas vacías bordeando la mesa.

—¿El señor Drake no nos acompañará durante el desayuno?

Julius Elmstrong sonrió como si la señorita Alcott hubiera expresado la chufla más inimaginable mientras efectuaba una enérgica seña al lacayo que acababa de asomar bajo el umbral.

—¿Quién sabe? Drake es como el viento, aparece y desaparece cuando menos te lo esperas- desdobló su lienzo y lo colocó sobre el regazo.- Lo cierto es que Drake rara vez está en casa, señorita Alcott, salvo para dormir... y eso cuando no le queda más remedio que hacerlo solo.- Emily se ruborizó intensamente.- Hágame caso, comamos, es posible que jamás haya probado usted unos panecillos de jengibre más deliciosos que los de Ravendom House.