CAPÍTULO  14

 

 

La soledad y la quietud reinaban en los corredores de Ravendom House en aquellas horas próximas al crepúsculo. De los ángulos oscuros emergían sombras informes, a veces susurrantes, que abandonaban los rincones más recónditos para reptar por los pasillos, ornar las paredes y vestir con el sayo de la tenebrosidad cada misterioso rincón. 

Tan solo osaba rasgar aquel silencio sepulcral el sonoro tic tac de algún reloj cercano cuyo eco invadía las sombrías galerías a modo de vibrante pulsación.

El señor Drake había salido a cabalgar a media tarde en compañía de su amigo y administrador y todavía no había indicios de que ambos hombres hubieran regresado a la mansión. Las risas despreocupadas de Charity y Pippa sonaban lejanas en el jardín, donde las jóvenes permanecían entregadas a sus pasatiempos pueriles ajenas totalmente al discurrir del mundo.

Emily acababa de concluir la lectura que la había mantenido entretenida durante los dos últimos días y en aquellos precisos instantes se disponía a devolver el tomo a la biblioteca, su ubicación original. Avanzaba con paso firme a través de aquellos interminables corredores cuando la invitación morbosa de una puerta entreabierta captó de inmediato su atención, embriagando en el acto esa perniciosa curiosidad latente en el sexo femenino.

Se trataba del despacho privado del señor Drake, un lugar desconocido que hasta el momento nunca había tenido ocasión de visitar.

Empleando apenas dos dedos, como si la infracción al mostrar el mínimo descaro resultara menor, desplazó la puerta hacia un lado permitiendo el espacio suficiente para que su figura se deslizara con sigilo al interior de la estancia. Una vez dentro contuvo la respiración.

¡Cielo santo, todo en aquel lugar le recordaba a él! La esencia amarga del tabaco y el cuero flotaba en aquella habitación llenándolo todo con el aroma penetrante y familiar del señor Drake. Los tonos oscuros de la madera que vestía las paredes y de los gruesos cortinajes de terciopelo evocaban el alma salvaje y sombría del romaní. Incluso la penumbra imperante aludía los profundos abismos obsidiana de sus ojos y de su alma.

Acarició distraídamente la superficie del escritorio percibiendo en las cuartillas y albaranes allí dispersos la caligrafía resuelta y espigada del caballero. Rozó apenas con la yema de los dedos el tintero de hueso perfilando su contorno labrado, la estilizada plumilla de oca, el original abrecartas fabricado con la pulida cornamenta de un ciervo...

 

Y de pronto, ante ella, erigido como un implacable titán en pos de sus indefensos vasallos, el óleo descomunal de un caballero desconocido la obligó a detenerse en el acto, instándola a fijar toda su atención en aquel personaje que, aún atrapado en su lienzo, conseguía infundirle un terrible pavor.

El caballero anónimo vestía de modo anticuado y semejaba cargar infinidad de décadas sobre su espalda. Lucía un cabello revuelto y agrisado que remataba en montaraces patillas preñadas de agresividad y unas cejas horriblemente pobladas que fruncían en una única y severa línea transversal. Su rostro, enjuto y déspota, despedía una malignidad manifiesta a través del rictus perverso de su sonrisa o del achicado tamaño de aquellos oscuros ojillos de alimaña.

Emily no pudo evitar un ligero estremecimiento sintiéndose de pronto como el incauto ratoncillo que, aún sin ver a su enemigo, es capaz de presentir su presencia entre la espesura.

Una breve y ligera sucesión de pasitos la devolvieron de nuevo a la realidad, ofreciéndole la visión de una joven doncella que permanecía petrificada bajo el umbral. Las manos de Emily revolotearon inquietas al talle, sintiéndose de inmediato ruborizar tras ser sorprendida en una imprudencia.

—Señorita, discúlpeme, no pretendía asustarla- la doncella se excusó, apareciendo tan ruborizada o más que la propia intrusa, - tan solo venía a ventilar el despacho del señor antes de que la noche cierre completamente. No sabía que hubiera nadie en la habitación.

—Soy yo la que debería disculparse... me disponía a... - acordándose del libro que aún sostenía entre las manos lo agitó en el aire a modo de coartada - ... iba a devolver este tomo a la biblioteca cuando descubrí la puerta entreabierta y el retrato de ese caballero acaparó mi atención.

Ambas levantaron la vista hacia el retrato, aunque sin duda la doncella resultó más rápida en su observación. Enseguida desvió la vista y se acercó a los ventanales, descorriendo con brío las colgaduras y permitiendo que la luz anaranjada del ocaso invadiera la estancia.

—¿Quién es? - preguntó Emily, sinceramente interesada.

—Ah... se trata del antiguo señor, señorita, lord Turlington- la doncella trataba de mostrar indiferencia en sus palabras, como si la identidad de aquel noble no albergara la menor importancia para ella o para el resto del mundo.

—No había oído hablar de él...

—Resulta muy comprensible, señorita, el caballero ya no pertenece al mundo de los vivos.

Emily ciñó el libro con firmeza contra el pecho.

—¿Hace mucho tiempo de eso?

—Hará dos años, según tengo entendido.

Emily se mordió el interior de las mejillas sintiéndose repentinamente azuzada por el gusanillo de la curiosidad.

—Supongo que será el tiempo que el señor Drake lleva a cargo de la mansión.

—Así es, señorita.

La doncella semejaba distraída en sus quehaceres, o más bien semejaba esforzarse por parecer ocupada. Ahora pretendía ordenar los útiles dispersos sobre la superficie del escritorio, pero el nerviosismo con que movía y devolvía los objetos al mismo sitio una y otra vez la dejaban en evidencia.

Emily se acercó a ella ataviada con su más lograda máscara de ingenuidad.

—Habrá significado un cambio drástico para el servicio el tener que habituarse de forma repentina a un nuevo señor, tan diferente por completo del anterior...

—¡Por supuesto, señorita, aunque el cambio ha sido totalmente para bien! El señor Drake es el mejor amo que nadie podría desear.

Emily arqueó las cejas visiblemente sorprendida y entregó su mirada de nuevo a la altivez pictórica de aquel lienzo.

—¿No era un buen señor el anterior propietario?

—Que el Señor se apiade de mi alma por lo que le voy a decir, señorita, puesto que no se deben mentar a los muertos... - en tono de confidencia, - pero el señor Turlinton era un amo despiadado y cruel.

—¿De verdad?

—Sí, señorita. Era de la estirpe del mismísimo Diablo, - y acto seguido se hizo de cruces.

—¿Y cómo llegó el señor Drake a convertirse en señor de Ravendom House? ¿Era acaso amigo del señor Turlington?

La doncella abrió unos ojos como platos.

—¡Oh no, señorita, nada más lejos de la realidad! ¡El señor Turlington, de haber podido, jamás hubiera consentido que el señor Drake tomara posesión de Ravendom House!

Emily frunció el ceño.

—Entonces no lo comprendo; no entiendo qué vínculo... - parecía que hablara consigo misma en lugar de con una doncella, de pronto, visiblemente inquieta. Meneó la cabeza sintiéndose incapaz de atar cabos.- Es evidente que el señor Turlington era muy mayor, a juzgar por su retrato. Supongo que tarde o temprano habrían esperado ustedes que el señor falleciera y cediera a otro su trono...

—Debería ser así por naturaleza, señorita, sobretodo tratándose de un anciano de la edad del señor Turlington. Pero en este caso lo cierto es que el fallecimiento del señor dio mucho que hablar y nos cogió a todos por sorpresa, puesto que el señor no falleció de muerte natural, seño... - la doncella se percató en el acto de su imprudencia, silenciándose urgentemente y vistiendo su rostro del más intenso tono escarlata. Se llevó la mano a la boca y su mirada abochornada se cruzó durante breves segundos con la mirada avispada de Emily, para a continuación perderse tras una torpe reverencia entre las sombras emergentes del pasillo.

Emily permaneció inmóvil todavía un buen rato, manteniendo la mirada extraviada tras la oscura oquedad entreabierta por la que la doncella había huido literalmente. Al cabo de varios segundos elevó los ojos hacia el caballero del retrato, que parecía observarla ahora con desdeñosa condescendencia. Aquel personaje siniestro sin duda ocultaba algo tras su sombría estampa, el señor Drake sin duda ocultaba algo tras su enigmática persona y el modo en el que habría llegado a hacerse cargo de la mansión, todo Ravendom House, en definitiva, semejaba ocultar algo bajo sus góticos techos...

“¿Qué relación hay entre usted y el señor Drake?”

Se acarició el cuello sintiéndose agitada de repente, intentando a duras penas asimilar toda la confusa información obtenida sin querer. Bajo las yemas de sus dedos adivinó el lugar exacto donde su yugular palpitaba de forma perceptible.

Según las palabras que habían huido de la indiscreta boca de la doncella, el antiguo propietario no había fallecido por causas naturales y el señor Drake había pasado inexplicablemente a tomar las riendas de Ravendom House nada más finar el antiguo señor. ¿Cómo había sido posible semejante asunto tratándose el señor Drake de un romaní? ¿De qué modo un hombre de su condición podría ostentar la heredad de un lord? Semejante asunto era algo que, desde su llegada a Ravendom le había dado mucho que pensar, pero no había sido hasta ese instante que la sombra de la duda y la desconfianza se había apoderado de ella. ¿Acaso la reacción de la sirvienta ante su torpe indiscreción no resultaba suficientemente esclarecedora? ¿Qué clase de muerte habría sufrido aquel hombre?

Se mordió el labio inferior hasta infringirse daño. De repente una sospecha atroz principió a fraguarse en su pecho, un presentimiento horrible que le exigía sentirse culpable por el simple hecho de tener cabida en su interior, sobretodo teniendo en cuenta el grado de intimidad que en los últimos tiempos había surgido entre ella y el señor Drake. 

No podía evitar sentirse como una Judas, como el desleal que muerde la mano que le da de comer... sin embargo todas las conjeturas parecían casar a la perfección en su cabeza. Rogó al cielo que sus suposiciones no fuesen acertadas porque de ningún modo podría soportar tal certeza.

¿Sería posible que el señor Drake...?

“Es salvaje e indómito, rebelde, desvergonzado y pertinaz... cierto, pero de ahí a lo que implican tus sospechas hay un mundo, Emily”.

Con un apretado nudo oprimiendo la boca de su estómago abandonó la mansión justo en el preciso instante en que las luces desmayadas del ocaso se desperezaban sobre la elevada bóveda. Cruzó el patio delantero con el paso firme del alienado que camina por la vida con una porfía que nadie más atina a comprender, cruzándose durante su avance con los últimos trabajadores que apuraban sus tareas antes de recogerse a sus respectivos aposentos.

"No puede ser cierto, tiene que tratarse de un error, de una desafortunada coincidencia. El señor Drake no pudo en modo alguno..."

Casi sin darse cuenta se encontró adentrándose en los establos, dejándose envolver por aquella escasa luz imperante donde oscilaban miles de átomos de polvo y donde el intenso olor a humedad, heno y estiércol animal lo envolvía todo. Varios relinchos amistosos le dieron la bienvenida, pero fue la testuz albina y magnífica de aquella hermosa yegua la que acaparó toda su atención. Se acercó a su caballeriza con una sonrisa dibujada en el rostro y acarició la brillante ternilla del animal permitiendo que éste la olfateara y acariciara con su hálito los mechones sueltos de su cabello. Los amplios ollares se dilataban y estrechaban sucesivamente durante el peculiar reconocimiento, humedeciendo la palma de Emily con su tibio resuello. La joven sonrió agradecida a semejante muestra de afecto, acercando su rostro y acunándolo contra la suave quijada.

—Señorita, no esperaba encontrarla aquí a esta hora... - una conocida y amable voz masculina a su espalda la distrajo de su embelesamiento. - Me disponía a echar el cierre por hoy a los establos.

—Oh, he venido tan solo a dar las buenas noches a los caballos- mintió. - No se apure, ya me voy.

El anciano de rostro amigable y cabello de nieve se acercó a ella sonriendo, secándose las manos en un sucio trapo de arpillera.

—No se preocupe, si usted lo desea puedo hacer tiempo echando un balde extra en los comederos, - el anciano le guiñó un ojo con complicidad y Emily no pudo evitar regalarle su sonrisa más agradecida.

—¿Sabe? Hemos conversado en varias ocasiones y todavía no sé su nombre...

—Me llamo Hugh, a su servicio, señorita. - y una inclinación de cabeza adornó sus palabras.

—Es un placer, Hugh- la yegua le dio un ligero empujón en el hombro con su hocico. - Me preguntaba, Hugh...

—¿Hay algo que le preocupe, señorita? Parece usted fatigada.

Emily tragó saliva. Fatigada no era la palabra que más se adaptaba a su estado de ánimo. Se sentía fuera de su propio cuerpo, como si algo o alguien le hubiera robado el alma.

—Sí hay algo que me preocupa, Hugh. ¿Hace mucho que vive usted en Ravendom?

—Hará dos años, señorita.

—Entonces no tuvo usted oportunidad de conocer al antiguo propietario, ¿verdad?

—No, claro que no, señorita, el señor Turlington ya había fallecido cuando muchos de nosotros llegamos a esta casa. La mayoría no teníamos a donde ir. Algunos como David mendigaban por las callejas londinenses buscándose la vida del mejor modo posible, otros acababan de salir de la cárcel y buscaban una oportunidad que nadie deseaba darles. Yo había perdido a mi esposa y a mi hija en un incendio y no tenía donde caerme muerto...

—¡Oh, Hugh, cuánto lo siento!

—La mayoría de nosotros éramos unos pobres diablos que no teníamos a donde ir ni qué llevarnos a la boca. Drake nos encontró y nos ofreció una nueva vida a todos y cada uno de nosotros. - se restregó la nariz con el dorso de una mano sucia y callosa. - ¿Por qué lo pregunta, señorita? ¿Conocía su familia al señor Turlington?

Emily clavó su mirada en los perfectos orbes del animal, deteniéndose a contemplar su propia imagen reflejada en aquellos inmensos espejos de ónice.

—¡Oh, no! Es tan solo que hoy he descubierto su retrato en una de las estancias de la mansión... - no pudo evitar silenciarse.

—Intimida, ¿verdad?

Emily no pudo evitar estremecerse ante el recuerdo de aquel rostro severo y su sonrisa, casi demoníaca, reflejada sobre lienzo.

—Se dice que era un hombre despiadado y cruel, señorita, un tirano amargado que maltrataba a sus trabajadores y que rechazaba cualquier tipo de debilidad humana. - el hombre se apoyaba en los travesaños de la caballeriza y hablaba ahora con absoluta sencillez.

—¿No tenía familia? ¿Nadie que pudiera heredar Ravendom House a su muerte?

El anciano dudó apenas un segundo antes de responder con suma parquedad.

—Tengo entendido que no existe ningún descendiente legítimo.

Una chispa de intuición estalló en la mente de Emily.

—¿E ilegítimo?

  El anciano tragó saliva con evidente dificultad.

—No dispongo de la información suficiente para responder a eso, señorita.

El hecho de que el anciano no desmintiera aquel punto no consiguió más que alimentar las dudas que martilleaban en la cabeza de Emily. Dudas que en ese caso no necesitaban ni mucho menos ser alimentadas.

—Hugh...

Pero Hugh se enderezó de pronto, como si hubiese recordado de forma precipitada que tenía aún tareas urgentes por hacer. Su rostro se tornó blanco como la tiza y sus labios se contrajeron en una fina línea transversal.

—No sé qué esperar oír, señorita, pero me temo que no soy yo la persona con la que debe hablar de este tema.

Abandonó a continuación la mirada en el suelo terroso, casi parecía fascinado por algún punto invisible en él, y Emily percibió el delator latido de una vena en su sien derecha.

—Debería usted regresar a la mansión, señorita, es hora de que eche el cierre a los establos. Todavía me quedan varias tareas por hacer antes de retirarme. - y sin conceder opción a réplica el hombre desapareció bajo las sombras del cobertizo.

Emily, sumamente frustrada, decidió hacer caso de la sugerencia de Hugh. Por desgracia tanto el silencio de aquel amable trabajador como la oscura expresión de su rostro acababan de confirmar parte de sus horribles sospechas.

 

 

 

Con el corazón golpeando en su pecho como un mazo batiendo ferozmente contra un humilde cepo de madera, abandonó los establos en precipitada carrera recogiéndose las faldas con ambas manos y sintiéndose terriblemente consternada; con tan mala fortuna que nada más traspasar el umbral del portalón se encaró de frente con la figura esbelta, sensual y oscura de Drake.

Reaccionando torpemente para tratar de evitar el encuentro se giró de forma brusca ante la mirada atónica del caballero.

—¡Señorita Alcott, Emily...!

Drake, con la rapidez de un ave de rapiña cercando a su presa, le cortó el paso con dos amplias zancadas. La obligó a detenerse sujetándola por el codo y la giró completamente hasta posicionarla cara a cara con él.

—Emily, ¿qué sucede? ¿Le ha sucedido algo a alguna de tus hermanas?

Emily bajó los ojos sintiendo en su interior un torbellino de sentimientos encontrados amenazando con salir a flote. Su pecho ascendía y descendía en peligroso vaivén y un frío acerado recorría su columna. ¿Era miedo aquello que sentía? ¿En qué momento concreto había empezado a sentir miedo de Byron Drake?

Desde este mismo instante.”

  Forcejeó para tratar de zafarse de la prensa que conformaba la mano de Drake sobre su codo, pero semejante empeño solo consiguió que el caballero la ciñera con su mano libre por el talle, ajustándola más firmemente a él.

—Emily, ¿qué pasa? ¡Háblame, por Júpiter, y mírame! - Emily insistió en esconder el rostro pero semejante porfía solo conseguía irritar más a Drake.- ¿Qué diablos ha sucedido? ¿Emily? ¡Dime qué ha sucedido!

Emily levantó la mirada y la fijó en aquellos insondables abismos del color de la brea. ¿Sería posible que aquellos pozos sin fondo ocultaran realmente en sus profundidades a un hombre peligroso?

—Emily, dime algo o por Dios te juro que no responderé de mis actos... ¿por qué llego a Ravendom después de unas horas fuera y te encuentro en este estado? - Emily contuvo un hipido. - Por favor, tranquilízate, respira, solo deseo hablar contigo...

Envió saliva sin apartar su mirada de la expresión ceñuda, interrogante, del caballero. Y de pronto tuvo la certeza de que ese miedo que nace de la desconfianza se apoderaba de todo su ser y recordó lo salvaje y cruel que le había parecido el señor Drake la primera vez que le había visto golpeando a  David frente a los establos.

Drake era un romaní. Jamás podría obviar sus orígenes, su naturaleza inestable y salvaje, y ella misma había sido una completa estúpida por vestir a aquel lobo con piel de cordero.

—Mis hermanas me estarán buscando...

—¡Tus hermanas están bien! - acercándola más a él habló en un registro bajo y desesperado. - Por favor, Emily, necesito saber qué ha cambiado desde esta mañana.

Pero ella no atendía a razón. Con una brusquedad inesperada se liberó del agarre del hombre para hablarle con voz trémula y aliento breve:

-En este momento no puedo hablar con usted...

-¿Y cuándo, cuándo hablarás conmigo entonces?

Emily se llevó la mano a la boca conteniendo un sollozo. No podía responder. Su pecho adornado de muselinas ascendía y descendía con tal violencia que respirar resultaba en ese momento un acto completamente involuntario y doloroso.

-No puedo... por favor, ¡déjeme...!

Y echó a correr tambaleante hacia el refugio que le ofrecía la mansión dejando tras de sí la sombra siniestra, colérica e insatisfecha de Byron Drake.