CAPÍTULO 18
Las primeras luces del alba principiaban a arrancar ronchas de luz sobre un cielo hecho jirones en el que los albores de un nuevo día deshilachaban con urgencia el negro manto de la noche.
Emily, ataviada todavía con su camisón de lazos y el cabello cayendo liberado sobre su espalda en sedosa cascada, se disponía a realizar sus abluciones matinales frente a una jofaina dispuesta para tal fin. Se había acostado intentando no pensar en Byron Drake y se había despertado sin conseguir otra cosa más que pensar en él.
Ya no había escapatoria a unos sentimientos que cada día se arraigaban más profundamente en su alma, como las raíces de la madreselva se aferran desesperadas a las piedras de un muro. Estaba completa y perdidamente enamorada del señor Drake y a esas alturas ya no podía negarlo. No deseaba negarlo. No se sentía con fuerzas para negar la evidencia.
De hecho, ninguno de los dos parecía poder negar a esas alturas la poderosa atracción que sentían el uno por el otro, las centellas que surgían al choque de sus miradas, el fuego líquido que corría por sus venas ante el simple contacto piel con piel...
Solo que en su caso los sentimientos jugaban ahora además un papel muy importante. Demasiado importante para lo que moral y sensatez exigían a voz en grito.
A su alrededor la alcoba permanecía entre luces, iluminada tan solo por la llama oscilante de una palmatoria y por los albores de un nuevo día. Descalza, tiritando de frío frente a las bajas temperaturas de un amanecer invernal, hundió sus manos en la palangana inclinándose sobre el aguamanil y cerrando los ojos antes de recibir el gélido impacto del agua sobre un rostro todavía adormilado.
En semejante pose y ante la indefensión que ello suponía no fue consciente de la sombra que surgió a su espalda hasta que una poderosa mano bronceada la ciñó con firmeza por el talle obligándola a girarse lentamente.
El susto inicial fue sustituido de inmediato por una atropellada sucesión de rubores en alternancia con el entrecortado jadeo que huyó de sus labios. Un rápido vistazo a la puerta acristalada del balcón, cuyos visillos se mecían levemente bajo la brisa del amanecer, bastaron para responder a la pregunta silenciosa que se formuló en su cabeza.
—No sé si podré acostumbrarme jamás a sus incursiones nocturnas... - murmuró sintiendo el rostro arder de puro sofoco y el cascabeleo de una risita nerviosa adornando sus palabras.
—Técnicamente ya no es de noche. - Se acercó a ella sin más, sin apartar sus pupilas obsidiana de las vibrantes pupilas de la joven, entornando los ojos y acariciando con la nariz el contorno suave y delicado de aquel fino cuello de nieve. Sin pronunciar palabra hundió su rostro en la garganta de Emily, deleitándose en silencio y aspirando aquellos seductores aromas femeninos que conseguían transportarlo hasta las puertas del delirio. ¿O eran acaso las del Infierno?
-¿Ya no está enfadado conmigo? - En respuesta un sordo gruñido brotó del pecho del romaní mientras ceñía con ambas manos el diminuto talle de la joven. La ligera tela del camisón le permitía con dolorosa facilidad percibir el calor y las deliciosas formas reveladas bajo la codicia de sus manos.
—En estos momentos estoy que me llevan los demonios, Emily - susurró en un registro bajo y sombrío que estremeció a la joven,- … pero no por tu culpa.
—La otra noche...
Pero Drake no le permitió terminar. Obedeciendo un doloroso instinto primario la empujó hacia el lecho dando muestras de una urgencia inesperada pero sin mostrar no obstante el menor atisbo de brusquedad. La dejó caer suavemente sobre la cama deshecha acomodándose a continuación sobre ella con toda la delicadeza que le permitía el feroz deseo que en esos momentos torturaba su cuerpo. Con suavidad separó las piernas de la joven introduciendo una rodilla entre sus muslos, reposando a continuación parte de su peso sobre las caderas de la muchacha y la otra parte sobre los codos apoyados en el lecho.
¡Santo Dios, la deseaba como nunca antes había deseado a otra mujer! Y daba buena fe de ello su poderosa virilidad, que empujaba bajo sus pantalones con impiedad y descaro ante una cercanía que arrastraba a su propietario hasta el paroxismo del dolor.
—Estoy a punto de perder la razón, Emily, y tú eres la culpable de esta demencia...
Empezó a besarla con una ansiedad tan solo atribuible al devoto que pretende adorar por última vez a su dios pagano temiendo que por algún capricho del destino éste pudiese llegar a desaparecer en un momento dado. Y ciertamente Emily, aquel sueño hecho mujer, aquella deidad de carne y hueso, podía desaparecer de un momento a otro.
La joven, atribulada y sorprendida, no se sintió capaz de corresponder a la urgencia del caballero; de hecho semejante vehemencia y tan inesperada impetuosidad no pudo menos que asustarla y confundirla.
Drake parecía esta vez consumido por una fiebre peligrosa, por una extraña necesidad. Cada beso entregado, cada caricia, cada roce antaño delicado parecía arrancado ahora de lo más hondo de su alma dejando tras de sí una amarga estela de dolor, un rastro de inquietante ferocidad. Más que amarla, adorarla o sentir la necesidad de tenerla cerca semejaba que quisiera devorarla con sus besos o acabar con ella bajo la impetuosidad de sus caricias. ¿Qué sucedía con él? Parecía un lobo desquiciado marcando a su hembra para que ningún otro miembro de la manada se atreviese a rondarla. Solo que Emily no era la hembra de nadie.
Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad y siendo consciente en todo momento que de ella dependía el mostrarse racional y prudente en esos instantes, interpuso los codos levantándolos entre los dos hasta conseguir separar brevemente a Drake, intentando contener entre siseos conciliadores y susurros afectuosos el ansia atroz que parecía consumirle mientras sujetaba su rostro descompuesto con ambas manos y lo sostenía a escasa distancia del suyo.
—Schhh, tranquilo, todo está bien. Míreme, estoy aquí, con usted...
Las sombras negras empezaron a disiparse poco a poco y Drake pareció calmarse al cabo de un minuto, concediéndole a Emily el exigido espacio sin apartar la mirada de aquellos diluidos ojos verdes, besando a continuación su barbilla y explorando con los labios el hueco formado en su garganta. De nuevo la suavidad y la calidez volvieron a predominar en sus gestos y Emily no pudo evitar emitir un ronco gemido de placer.
—Emily, mi Emily...
—Me pregunto cuánto más durará su porfía de trepar a mi ventana durante la noche... - murmuró con los ojos entrecerrados.
-Ni cien mil ventanas conseguirían apartarte de mí, - susurró arrastrando las palabras, resiguiendo con la nariz el perfil de la joven. - Emily, no hay lugar en el mundo donde puedas esconderte de mí.
—No deseo esconderme. Es más, me gustaría que jamás dejara de trepar a mi ventana para venir a besarme a medianoche, cada medianoche... - y acto seguido se encendió como una amapola. ¿Acaso había expresado sus sentimientos en voz alta? ¿Había cometido semejante imprudencia? ¡Santo Dios! ¡Qué vergüenza, y qué estupidez! ¡Acababa de delatarse ante el señor Drake!
“Tonta, más que tonta, ahora probablemente perderá todo su interés por ti.”
Pero Drake, lejos de perder interés por ella, parecía tan completamente fascinado que bien podría parecer que de un momento a otro fuera a postrarse a sus pies y besárselos con febril devoción, como un pupilo a su maestro.
—Me alegra que pienses así, mi muy querida Emily, sería una necedad por tu parte y una absurda pérdida de tiempo que intentaras huir de mí. - con el pulgar acarició la ardiente mejilla, acunándola a continuación en la oquedad de su palma. - Porque jamás lo conseguirías, Emily. Jamás podrías esconderte de mí. Bajaría a buscarte hasta los mismísimos Infiernos. - Y Emily, en un momento de lúcido desvarío, comprendió que las palabras de Drake resultaban literales por completo. Y que en su cabeza, más que como la amenaza posesiva y machista que realmente era, sonaban como una promesa maravillosa.
—No voy a huir, señor Drake - jadeó entrecerrando los ojos.
Impulsado por las palabras de la joven, Drake trazó un húmedo sendero de besos desde la sobresaliente clavícula hasta el lóbulo de la oreja, deslizando la punta de su lengua por la ardiente superficie. Emily no pudo evitar arquear la espalda ante ese gesto.
Cuando alcanzó la temblorosa y receptiva boca de la joven se dedicó a mordisquear y tironear de su labio inferior mientras ronroneaba como un tigre deliciosamente entretenido con su presa.
—Emily, ¿recuerdas la conversación que mantuvimos en esta alcoba la última vez?
Emily frunció el ceño sin acabar de comprender. ¿Cómo podía ponerse a hacer preguntas en un momento como ése? ¡Santo Cielo, si ella misma se sentía como un trozo de mantequilla expuesto en el alféizar en una calurosa tarde estival! ¡Y como mantequilla acabaría derritiéndose entre los brazos de aquel vigoroso e insaciable romaní!
—Asegurabas que no te importaría convertirte en la esposa de un tipo como yo, - con delicadeza desató el suave lazo que cerraba el escote de Emily, deslizando a continuación la mano por aquella venerada abertura. Emily dio un respingo pero continuó inmóvil. - Que dejarías a un lado toda clase de prejuicios y obedecerías a tu corazón sin importarte el pasado o la condición del caballero...
Emily jadeó cuando el señor Drake abarcó uno de sus pechos con la mano y empezó a juguetear bajo la tela con el sonrosado montículo. ¿Qué diablos estaba haciendo? ¿Se suponía que aquello estaba bien? Cerró los ojos. Seguramente no lo estaba, seguramente estaría condenando su alma al infierno con semejante comportamiento pero, y que el Señor le perdonara, jamás había experimentado un placer tan delicioso en toda su vida.
—Deseo saber si sigues pensando lo mismo. - insistió mientras continuaba torturando a la joven con su osadas, aunque delicadas, caricias.
Emily vaciló durante un segundo. Sentía que el rostro le ardía, que el aliento escaseaba y que los pulsos se le habían quedado helados. Todas sus terminaciones nerviosas desde la cabeza hasta el dedo gordo del pie se encontraban encrespadas, alerta, a punto de colapsar. ¿Cómo esperaba el señor Drake que su mente elaborara una respuesta coherente en un momento como ese?
—Sí, lo mantengo. - consiguió gemir.
Los frunces de la frente del romaní se suavizaron y una sonrisa apenas perceptible asomó a su rostro.
Inclinándose sobre el deseable escote cubrió con pequeños besos fugaces aquella amplia parcela de nieve, preámbulo suave y delicioso de un manjar más exquisito, mientras sus manos se deslizaban ahora por los redondos y bien formados hombros de la joven, acariciaban los arqueados antebrazos y finalmente se entretenían enredando los finos tirabuzones alrededor de sus dedos.
—Entonces me gustaría que aceptaras ser mi esposa, Emily. - soltó de pronto y sin más preámbulos, mordisqueando la tersa carne de un hombro.- Tú me conoces y sabes que no soy hombre dado a elaborar discursos - pausando su dulce pasatiempo alzó la cabeza para clavar en Emily una mirada penetrante y felina. - Tampoco creo que a estas alturas esperes algo así de mí, ¿verdad?
Emily ladeó la cabeza para dedicarle una mirada juguetona. A la vista de su actual posición completamente expuesta y a su merced y teniendo en cuenta su extravagante costumbre de trepar balcones, difícilmente podría esperar de él un comportamiento civilizado.
—Si no se comportara de continuo de forma impetuosa e irreverente me temo que dejaría de ser el señor Drake que conozco.
“Y adoro. Y amo. Y deseo.”
—Tan solo quiero ser para ti Byron Drake, tu salvaje y hambriento Byron Drake - y para corroborar sus palabras dio un goloso mordisco a la delicada zona del cuello donde la yugular palpitaba de forma perceptible. - Si es cierto lo que manifestaste aquella noche dime que aceptas convertirte en la señora de Ravendom House, que aceptas convertirte en dueña de mi cuerpo y de mi alma.
Emily no pudo evitar pasear la mirada por aquel torso que asomaba impasible por la abertura de la camisa y un sentimiento muy parecido a la gula se adueñó de todo su ser. Deseaba alzar sus manos y acariciar aquel pecho firme y bronceado como si hubiera sido tallado en ébano, recorrer el vientre pétreo del romaní y deleitarse sabiendo que podía ser suyo, ¡suyo y de nadie más!
—¿Tengo alguna posibilidad? ¡Dímelo, te lo ruego!
Emily parpadeó con nerviosismo sintiéndose perpleja.
“¿Usted me pregunta si tiene alguna posibilidad? ¿Usted, perfecta esfinge de ónice, se cuestiona que yo, la sencilla Emily Alcott, pueda siquiera vacilar un segundo en mi respuesta?”
—Si tu respuesta es negativa dímelo sin preámbulos, di que no si tu corazón siente negación en su interior... no obstante has de saber que mis intenciones y mis deseos seguirán siendo los mismos hacia ti.
Emily no podía hablar. Permanecía con los ojos vidriosos clavados en el rostro de Drake, observándolo con lo que por momentos semejaba una sonrisa reflejada en su faz y otras veces claramente parecía la antesala de un obvio derramamiento de lágrimas.
—Emily... porque siempre has sido mi querida Emily, creo que desde aquella primera noche que te rescaté en el bosque supe que habías despertado algo dormido en mi interior. Es cierto que te he censurado, que me he burlado de tus palabras, de tus pensamientos, que he actuado con brusquedad comportándome como un villano sin alma... y no solo lo has soportado todo con entereza sino que además has mostrado la valentía de enfrentarte a mí como pocos hombres lo hubieran hecho.
Emily esbozó una tímida sonrisa mientras replegaba los labios hacia el interior de la boca. Ya no se sentía capaz de luchar por más tiempo. Iba a acabar llorando. Llorando de felicidad.
—Es cierto que mis modales no son los mejores, que mi comportamiento resulta a veces un tanto... salvaje - Emily soltó una risita mezclada con un sonoro sollozo - ... ¡bah, no necesito explicarme más porque tú me conoces de sobra! Tan solo espero que seas capaz, que puedas de algún modo corresponder mis sentimientos.
Emily sonrió ahora abiertamente. ¿Cómo no podría corresponderlos? ¡Llevaba tantas semanas amándolo en secreto!
—¡Sí, los correspondo, los correspondo y acepto ser su esposa!
Una chispa de felicidad cruzó las pupilas obsidiana del caballero.
—¿De verdad puedes hacerlo? ¿Estás hablando con sinceridad? - su tono se tornó sombrío de pronto. -No me engañes, Emily, sabes que no lo soportaría. Sería capaz de...
Pero Emily asintió enérgicamente con los ojos empañados.
—Sabes que poseo una vida social muy limitada, por no decir nula, que mi círculo de amistades es sumamente reducido y que el número de mis enemigos supera con creces al de mis partidarios. No precisarás un ajuar demasiado ostentoso, apenas hago vida fuera de estos muros y no recibo visitas, pero te prometo que a mi lado no te faltará protección - besó los párpados de la joven, - calor, - besó ambas sienes, - ternura, - besó la punta de la nariz, - y toda la pasión que seas capaz de soportar. - finalmente atrapó bajo la hambruna de sus labios los labios hinchados y ardientes de Emily.
—No me importan la vida social ni el número de amistades que usted posea. - comentó jadeante cuando la voracidad del romaní le concedió un respiro.
Drake colocó uno de los mechones sueltos de Emily por detrás de su oreja mientras la observaba con algo en sus ojos semejante a la fascinación. Y Emily sintió retorcerse las entrañas cuando algo en su interior insinuó que quizás se tratase de amor. ¿Podía ser que Byron Drake la amase?
—Entonces lo arreglaré todo para que la ceremonia se oficie cuanto antes. Haré venir a varias modistas de la ciudad para que confeccionen tu ajuar y tu vestido de ceremonia.
—¿Por qué tanta prisa?
Una negra sombra cruzó la mente de Drake haciéndose eco en la amenaza que Darlington había vertido contra ella hacía tan solo unas horas.
—¿Y por qué esperar? - Drake tomó una mano de Emily y se la llevó a los labios, besando los nudillos uno por uno y el interior de la muñeca. - Deseo protegerte y solo puedo hacerlo si te conviertes en mi esposa. De otro modo no podría protegerte como desearía.
—¿Protegerme? - Emily frunció el ceño. - ¿De qué debería protegerme?
—Ya te he dicho que cuento con muchos enemigos, Emily, y ahora han encontrado la forma de llegar a mí y hacerme daño.
Emily pareció comprender el alcance real de las palabras de Drake.
—¿Desean hacerle daño? ¿Quienes? ¿Por qué...? - de repente no pudo evitar sentirse desasosegada, inquieta. - Si nuestra presencia, ¡mi presencia! Supone un peligro para usted quizás deberíamos...
—No sufras por mí. Tan solo existe un punto a través del que podrían herirme de verdad - acunó entre sus manos el rostro de Emily, besando con dulzura sus cejas, los párpados y la punta de su nariz. - Pero no tengas miedo, mi querida duquesita, - Emily hizo un mohín ante semejante apelativo, - jamás permitiré que nadie ose siquiera tocar uno solo de tus cabellos. Aquel que lo intente tiene su destino sentenciado.
Emily vio cómo Drake se sacaba el enorme sello dorado que lucía siempre en el dedo meñique y lo deslizaba ahora en su dedo anular.
—Tendrás tu propio anillo de boda, lo prometo, pero en este momento deseo sellar nuestro compromiso de algún modo. Quiero que seas mía, Emily, deseo que seas mía para siempre.
Observó anonadada durante un rato el centelleo de aquella sortija sobre la blancura de su dedo y las mayúsculas azabache que se entrelazaban sobre su superficie: B. D.
—No necesito otro anillo, señor Drake. Ningún otro podría resultar más perfecto.
Y Drake se inclinó finalmente sobre ella sellando esta vez con besos templados, suaves, los labios ardorosos de Emily.
Un atropellado torbellino de ideas empezó a borbotar en su interior. ¿Quienes deseaban hacerle daño a Drake? ¿Quien en su sano juicio resultaría tan temerario como para amenazar a un tipo arrebatado, pasional y destructivo como él? ¿Quién estaba al corriente del vínculo surgido entre los dos para amenazarla también a ella por extensión?
Aquel hombre seguía alimentando numerosos secretos en su interior ¡pero por su vida que ella misma acabaría por desentrañar todos y cada uno de esos misterios hasta llegar finalmente al fondo del alma de aquel controvertido romaní! Una vez casados le encerraría en su alcoba si era necesario, le ataría a la pata de la cama, le torturaría de mil formas diferentes, ¡pero por Dios que Byron Drake respondería a todas las preguntas que ella le formulara hasta saciar por completo su curiosidad!
Acunada por los besos de su prometido dejó que las dudas se fueran disipando lentamente en su cabeza mientras ella misma se entregaba a la calidez de su mutua pasión. Su prometido, la palabra revoloteó como música celestial en su cabeza, ¿estaba haciendo lo correcto? ¿Qué pensarían sus hermanas cuando fueran informadas de semejante acuerdo?
—Creo que... lo mejor será que me detenga... - murmuró Drake soltando el labio inferior de Emily y sellando su boca con la suave caricia de su pulgar.
—¿Por qué? - protestó ella.
—Porque de lo contrario no podré parar, Emily, y acabaría tomándote en este mismo instante. - se incorporó lentamente y anudó con mimo el lazo que cerraba la parte superior del camisón. Emily pataleó como una niña caprichosa a la que hubieran privado de su juguete favorito.
—No... - gimió.
—Debemos hacerlo, Emily, tus hermanas duermen en la habitación contigua. Además - atrapó con cariño entre sus dedos la nariz de la joven - ¿por qué crees que no pienso demorar la boda ni un día más de lo necesario? - se inclinó sobre ella para susurrarle al oído las palabras mágicas. - Porque si sigo conteniéndome voy a volverme loco. No soporto estar a tu lado ni un solo segundo más sin poder poseerte, sin poder amarte y hacerte el amor hasta que ambos nos desmayemos de agotamiento.