CAPÍTULO  9

 

 

Drake permanecía sumido entre los claroscuros de su sombrío estudio, parapetado tras la densa humareda procedente del habano que se estaba fumando. Frente a él y suspendida en la pared a una altura considerable, la vetusta imagen del viejo lo observaba con desprecio, como siempre había observado aquel hombre a todo el mundo, desde su solemne atalaya de lienzo. ¿Por qué seguía conservando aquel retrato en su ubicación original después de tantos años?  Ladeó su sonrisa más mordaz mientras exhalaba una densa vaharada de humo y se la lanzaba directamente al rostro a aquel regio caballero de porte adusto y aspecto siniestro.

Quizás la única razón para que aquel retrato permaneciese allí era que en su fuero interno Drake se regocijaba al pensar que de algún modo el viejo, representado en aquel óleo sombrío, estaría condenado a contemplarlo día tras día sabiéndolo (a él) amo y señor de Ravendom House. De su amado e intocable Ravendom House.

Un breve y rítmico repiqueteo resonó en la estancia, entreabriéndose el regio portón para dar paso a la figura grácil y acicalada de Julius Elmstrong. Drake sonrió ante la presencia de su buen amigo y administrador. Aquel gadjo era una buena persona, pese a su aspecto ridículamente afeminado y a su alta dosis de flema británica.

Julius Elmstrong, haciendo alarde de la confianza que un trato íntimo otorga, se acercó en silencio a la mesita auxiliar y se sirvió una generosa copa de brandy, ocupando a continuación con semblante adusto el asiento enfrentado al de su anfitrión. Varios surcos ornaban su despejada frente.

—¡Hace ya muchos días que no te veo el pelo, mi querido amigo, me alegra ver que te las ingenias para mantenerlo tan engolado como siempre!

Elmstrong torció el gesto evidenciando que ese día en concreto no tenía el cuerpo para bromas.

—No hace falta que te rías si no lo deseas. Con que te pases de vez en cuando por aquí para beber mi brandy me doy por satisfecho.- ironizó.

—Darlington está en el pueblo.- cortante.

Drake permaneció imperturbable en apariencia, salvo por la perceptible pulsación a la que su mandíbula se vio sometida de pronto. Sesgando los ojos descargó una prolongada calada a su puro exhalando a continuación el humo muy lentamente.

—¿Y qué diablos está haciendo aquí?

—Creo que no resulta tan difícil encontrar respuesta para tu pregunta.

—¡Maldita sea!- impulsado por un invisible resorte Drake se irguió de su butaca tras descargar un feroz puñetazo sobre el tablero.

—Drake, tranquilízate, quizás simplemente se encuentre de paso...

—¿De paso? ¿De paso a más de cien millas de su residencia habitual? ¿De paso ese maldito cretino?- apoyó el codo en un estante cercano y prosiguió con su insalubre hábito.- ¡Ni tú mismo creerías algo así!

Julius Elmstrong agitó la ventruda copa en su mano mientras permanecía ensimismado con el vaivén del líquido ambarino. Cierto. Nígel Darlington no podría encontrarse de paso en un pueblecito que distaba cientos de millas del resto del mundo. Tan solo podía haber venido con una intención.

—No podemos hacer nada al respecto, está en todo su derecho de visitar Portesham. Si no existe provocación previa por su parte...

—¡Esta visita ya es en sí una provocación! ¡Todos sabemos lo que está haciendo aquí y por Júpiter que no se lo consentiré! ¡Estoy en todo mi derecho de disponer de Ravendom House!

—Y él lo sabe, amigo mío, pero también tienes que ser consciente de que no cejará en su empeño de arrebatarte lo que considera suyo por ley.

—¡Maldita sea, Ravendom no le pertenece! - apenas en un murmullo: - Creo que me he ganado a pulso el derecho a poseer estas tierras.

—Y te pertenecen, son tuyas legalmente.

Pero las palabras de su amigo no parecían tranquilizar a Drake, que se paseó inquieto por la habitación como un zorro acorralado por sus captores en una nauseabunda hondonada.

—Quizás deba ir a hacerle una visita nocturna a ese imbécil; ofrecerle un pequeño comité de bienvenida con el que seguramente jamás contaría.

Julius Elmstrong se levantó en el acto, horrorizado.

—¿Estás loco? ¡No puedes actuar como un perturbado! ¡Sabes que el alguacil vigila muy de cerca todos tus pasos, sabes que están esperando cualquier pequeño desliz por tu parte, cualquier minúscula bravata para meterte entre rejas o llevarte a la horca! ¿Acaso vas a darles la satisfacción de saber que al fin se han salido con la suya? ¿Es eso lo que quieres después de todo lo que has luchado por conseguir todo esto?

Drake se detuvo al pie del vetusto retrato levantando la vista para encarar la mirada de aquel terrible déspota. Desde su atalaya, el viejo parecía sonreírle con indecible menosprecio. Con odio, con arrogancia, como le había mirado toda su vida.

—Me siento continuamente en tierra de nadie… ¡y todo por su culpa! - señaló el óleo mientras oprimía con rudeza la mandíbula.- Jamás han querido verme como uno de ellos.

—Y jamás lo harán, Drake, porque no lo eres.

—¡Maldita sea, yo no escogí ser lo que soy!- se mesó el cabello con desesperación. - ¡Ni romaní ni gadjo, un maldito paria!

—Pero puedes escoger aquello en lo que quieres convertirte. Gánate su respeto y no actúes de la forma en la que ellos esperan que lo hagas. Demuéstrales que no eres el salvaje asesino en que pretenden convertirte. Yo te conozco, Drake, toda tu gente te conoce y sabemos la nobleza y la bondad que encierra tu corazón. Estás por encima de todos sus demenciales prejuicios.

—Tu palabrería sirve de poco cuando todo el mundo está contra ti simplemente por el color tu piel o porque consideran que la sangre que corre por tus venas es menos honorable que la suya.

—¿Cuando comprenderás que no eres el diablo que desean ver en ti? - señaló el retrato.- ¡Olvídate de él! Lleva demasiados años bajo tierra como para que siga ejerciendo un efecto negativo sobre ti. Deja que siga enterrado, pudriéndose como el villano que siempre fue y prosigue con tu vida.

—No puedo hacerlo si a cada instante veo mis manos manchadas con su sangre.

Elmstrong se acercó a él lentamente, temeroso quizás de la peligrosa impulsividad de su amigo. Cuando se acercó a una distancia prudencial dejó caer afectuosamente una mano amiga sobre su hombro.

—Sabes perfectamente que no son tus manos las que están manchadas con su sangre.

Drake volvió el rostro para fijar en su amigo unas pupilas vidriadas, preñadas de un dolor antiguo.

—Pero sí las de mi phral.

 

 

 

Emily coronó el rellano en el preciso instante en el que Julius Elmstrong abandonaba el estudio del señor Drake. La primera reacción de la joven ante la visión de aquel vanidoso petimetre fue la de ceñirse a la pared intentando pasar desapercibida; pero tras un breve instante de reflexión cayó en la cuenta de que aquel hombre era el único que podría brindarle información legítima acerca del señor Drake.

Apurando el paso consiguió darle alcance justo cuando el hombre se disponía a cruzar el umbral de la mansión.

—¡Señorita Alcott, qué agradable sorpresa, creía que ya habrían abandonado ustedes a estas alturas Ravendom! ¿Su hermana se encuentra al fin restablecida?

—¡Oh sí, señor Elmstrong! Todas nosotras gozamos de una salud excelente, a Dios gracias.

—Me agrada mucho oír eso. ¿Es de suponer entonces que nos veremos privados de su compañía muy pronto?

—Ojalá pudiera aventurarme a asegurar algo así, señor, pero por lo visto y mal que me pese nuestra partida se demorará todavía un tiempo.

—¿Cómo es eso posible?

Emily sonrió ampliamente y cuanto más amplia era su sonrisa más crecía la impaciencia en su interior.

—Me temo que nuestro anfitrión no consiente en que partamos a estas alturas de la estación. Literalmente se podría decir que nos lo ha prohibido.

—¿Drake? ¿En serio ha hecho algo así? ¡Prisioneras en Ravendom House! - meneó la cabeza, divertido.- ¡Jamás dejará de sorprenderme con sus ocurrencias! Es un buen tipo, aunque demasiado excéntrico la mayor parte del tiempo.

Se encontraban ya en el exterior de la mansión y Emily no pudo evitar observar cautelosa en derredor para asegurarse de que permanecían a salvo de miradas y oídos indiscretos.

—Ciertamente el señor Drake resulta un caballero peculiar. ¿Hace mucho que le conoce usted?

—¿A Drake? Mmm… hace ya bastante tiempo, sí. Se podría decir que soy su persona de confianza y su único amigo por estos lares.

—¿Y eso no es un poco raro? - el señor Elmstrong arqueó una ceja. - Quiero decir que no resulta muy común que un caballero de la posición del señor Drake carezca de relaciones sociales. Normalmente estos grandes hombres permanecen siempre rodeados por un amplio séquito de partidarios.

—Bueno, los ricos pueden hacer siempre lo que les place. Incluso tomarse la libertad de ser un poco extravagantes en sus costumbres.

Emily decidió que si quería llegar al meollo de la cuestión debía mostrarse más zalamera. Mucho más zalamera. O aquel pisaverde no soltaría prenda. Jugueteando con uno de sus tirabuzones empleó el tono más meloso,- y más fingido,- del que fue capaz de dotar sus palabras.

—Quizás el señor Drake sea mucho más que un simple caballero extravagante, señor Elmstrong. Es muy posible que detrás de su apariencia insólita y sus excéntricas costumbres se oculte algo más,- parpadeó con coquetería,- ¿verdad?

Elmstrong se detuvo en seco y cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿A donde pretende llegar con esta orquestada conversación?

Emily enrojeció como una amapola. Aquel caballerete acababa de descubrir su juego y no serviría de nada intentar disimular. Alisándose las faldas trató de aparentar naturalidad e indiferencia. Algo complicado dado el delator rubor que pintaba sus mejillas.

—He visto al señor Drake reunido con un grupo de gitanos.

  Aquellas palabras impactaron al señor Elmstrong mucho más de lo que a él le hubiera gustado trasmitir, a juzgar por el violento balanceo de su nuez y el súbito fruncimiento de su ceño.

—¡Imposible! - y apuró el paso intentando zanjar así la conversación. Emily, no obstante, continuó a su lado, imperturbable y decidida.

—¡Pues le aseguro que parecía muy cómodo formando parte del grupo!

—¡Le digo que no hay clanes gitanos en estas tierras, señorita Alcott! - el tono del administrador no admitía réplica. De hecho parecía más enojado por momentos.

—¿Cómo que no? ¿Debo recordarle que mi carruaje fue asaltado por uno de ellos?

—¡Nómadas de paso! - el caballero agitó la mano en el aire. - A veces ocurre que aparece algún grupo errante durante su migración hacia el oeste- observando desafiante a la joven. - No debería usted aventurarse a afirmar lo que no deja de ser una mera suposición por su parte. ¡Errada, a todas luces!

—¡Pero yo los vi! ¡Se asentaban en el bosque, en los límites de esta propiedad, tenían carromatos, hogueras y tiendas de lona! - el señor Elmstrong agitaba la cabeza negativamente. - ¡Cantaban y fumaban alrededor de una hoguera y el señor Drake se encontraba entre ellos!

—¿Nadie le ha dicho nunca que es demasiado pertinaz?

Emily alzó la barbilla intentando no mostrarse más ofendida de lo que realmente se sentía.

—Sé lo que he visto, señor Elmstrong.

—Pues ha debido de soñarlo usted. He oído que beber vino de naranja durante la cena puede resultar indigesto y provocar ligeros desvaríos durante las horas de sueño.

Emily se mordió el interior de la mejilla sintiéndose impotente. ¿Cómo explicar a aquel tiralevitas que no lo había soñado de ningún modo? ¿Cómo explicar aquel abrumador instante de intimidad compartido después con el señor Drake, el peso de su poderoso cuerpo sometiendo al suyo, la masculina calidez de su aliento abrasando cada parcela de su piel, el roce de sus labios quemando su cuello? ¿Cómo explicarle el torbellino de sensaciones experimentadas a continuación por ella misma en la soledad de su alcoba y el deseo febril de rememorar una y otra vez cada una de esas sensaciones? ¡Por supuesto que todo ello parecía digno de pertenecer a un sueño escandaloso e impropio, pero por Dios que había sido para ella lo más real del mundo hasta el momento!

—Lo he visto con mis propios ojos, señor Elmstrong, tal como le veo a usted en estos momentos. Por el amor de Dios le ruego que no me tome por una boba.

Julius Elmstrong se detuvo de nuevo y encaró a la joven, dirigiéndose a ella en un registro bajo y sombrío.

—Le repito que no hay clanes gitanos en estas tierras, señorita Alcott, y que su obcecada porfía al respecto obedece sin duda a un exceso de fantasía por su parte. Es probable que lo haya soñado usted y que le cueste distinguir a estas alturas la realidad de la ficción. ¡El señor nos guarde de las mentes exaltadas y acusadas de un exceso de ociosidad!

Definitivamente aquel hombre no iba a soltar prenda.

—¿Va a negarme también que el señor Drake no es realmente un caballero?

Elmstrong suspiró, impaciente.

—No puedo negar la evidencia y usted misma sería una simplona si no se hubiese dado cuenta.

Emily sintió el corazón batiendo con fuerza en su pecho como lo haría una maza golpeando contra un cepo de madera. Con golpes secos y rotundos.

En su mente resonaba una única pregunta para la que cualquier respuesta resultaba del todo innecesaria. Porque ella sabía la verdad.

-El señor Drake es romaní, ¿verdad? Un romaní rico, pero romaní al fin y al cabo.

Elmstrong se mesó el cabello con impaciencia. Gesto harto difícil debido al potente engrudo empleado para inmovilizar sus rizos.

—¡Bravo, lo ha adivinado usted! Me imagino que no le habrá supuesto mucho esfuerzo dada la apariencia innegable de nuestro anfitrión. ¿Y qué hará usted ahora? ¿Huir despavorida de Ravendom por miedo a ser ultrajada?

—¿Cómo puede pensar algo así? Estoy segura de que el señor Drake jamás nos haría daño a mis hermanas o a mí misma.

Elmstrong pareció relajarse ante semejante afirmación.

—Byron Drake es un buen hombre, señorita Alcott. Lleva demasiado tiempo viviendo atormentado por los demonios de su pasado como para tener que preocuparse ahora de los absurdos prejuicios de sus propias invitadas.

—¡Yo... yo jamás me atrevería a despreciar al señor Drake por su condición!

  —¿Está segura?

Y no pudo evitar silenciarse y ruborizarse al recordar que cierta mañana, sentada con sus hermanas en el comedor, había insinuado a Pippa que no debía encariñarse con el señor Drake. ¿Qué la había inducido a exigir semejante precaución? El simple hecho de ser consciente de que su anfitrión era romaní. Así de prejuiciosa, clasista y absurda había sido.

—Que tenga usted un buen día, señorita Alcott, y procure que su fantasía no le juegue de nuevo malas pasadas.

Con una breve inclinación de cabeza el caballero de generosos rizos se alejó de la joven, dejándola desbordada por un torrente de sensaciones contradictorias y una oleada de culpabilidad.