CAPÍTULO 21
Emily se despertó con un terrible dolor de cabeza. Sentía la base de la nuca entumecida y un desagradable sabor metálico en el paladar. Igual de repulsivo resultaba también el intenso olor a humedad que hería sus fosas nasales y la obligaba reprimir una náusea tras otra.
Desde algún punto cercano una gotera resonaba de forma audible por toda la estancia haciéndose eco en las paredes y fomentando la sensación de desapacibilidad que imperaba en aquel lugar.
Se incorporó lentamente de su posición recostada notando cómo todo giraba en derredor. Al principio se vio obligada a parpadear varias veces para tratar de habituar sus pupilas a la penumbra que imperaba en la estancia; cuando su visión se acomodó a tan pobres condiciones pudo atar cabos en su mente para llegar a la conclusión de que debía encontrarse en una especia de celda. Por supuesto jamás había visto una con anterioridad, pero sí que había leído numerosas novelas góticas donde los calabozos de las prisiones e incluso las austeras cámaras de los monjes poseían una descripción muy similar a la que podría aplicarse a aquel lugar.
Cuando al fin consiguió sostenerse en pie notó cómo la cabeza amenazaba con estallar de un momento a otro. Se llevó los dedos a las sienes y oprimió con fuerza.
"¿Cómo has llegado hasta aquí, Emily? Piensa, tienes que pensar..."
Se llevó las manos al talle y percibió con claridad la delicada gasa de su bata nueva, que todavía llevaba puesta. Inclinó la cabeza y se miró las manos. Acarició la alianza que lucía en su dedo anular, girándola una y otra vez, así como el sello masculino que ostentaba en la mano opuesta.
Una sucesión de imágenes cruzaron entonces por su mente como si cabalgaran a horcajadas de la cordura.
"Aquel incendio... Drake... un presentimiento terrible oprimiendo mi pecho como si de una losa se tratara... Drake marchando con sus hombres hacia el corazón de aquel infierno en llamas... yo desesperada y sola en mi alcoba, paseándome inquieta como un perro acorralado... la puerta del balcón entreabierta... una sombra furtiva cruzando la estancia y a continuación la más desquiciante oscuridad."
Ahogó un grito llevándose las manos a la boca y boqueando a continuación como un pez arrojado fuera del océano. La habían raptado. No atinaba a adivinar quién o con qué propósito pero lo cierto es que la habían sacado de su alcoba de forma violenta. No era capaz de recordar nada después de eso.
Quizás y a juzgar por el insoportable dolor de cabeza y la amargura que imperaba en su boca era probable que le hubiesen suministrado láudano o cualquier otra tintura por el estilo con el propósito de adormecerla.
Los goznes de un enorme portón, cuya situación hasta el momento no había sido capaz de distinguir en la penumbra, gimieron de forma lamentable dando paso a un breve haz de luz oblicuo saturado de danzarinas motas de polvo. La silueta de un hombre se recortó sobre esa breve claridad obligándola a usar su mano a modo de visera.
—Al fin se ha despertado, empezaba a temer que nos hubiéramos excedido con el láudano.
Láudano, por supuesto. Sus sospechas eran acertadas.
—¿Quién es usted? ¿Donde estoy?
El desconocido se movió un poco acortando la distancia entre los dos. De todas formas el acercamiento resultaba insuficiente a la hora de tratar de adivinar su identidad.
—¡Calma, damita! Aquí las preguntas las hago yo... - breve pausa que dio paso a una carcajada malévola. El caballero avanzó entonces un par de pasos y su rostro interrumpió el recorrido del breve haz de luz. Una pulsación de discernimiento aguijoneó el pecho de Emily.
—¿Usted? - exclamó sorprendida.
—Veo que me recuerda... - el caballero de porte flemático y vestuario atildado sonrió llevándose un pañuelo a la nariz en un vano intento por mitigar el severo olor a humedad que imperaba en la estancia. - Me halaga que así sea teniendo en cuenta que tampoco yo he podido olvidarla a usted. Lo que no alcanzo a comprender es cómo de huésped ha pasado a convertirse en la esposa de ese... de ese desharrapado infeliz.
Todos los músculos de Emily se tensaron bajo la fina capa de gasa que vestía su cuerpo. Una gasa antaño virginal, preciosa, y que ahora lucía sucia y destrozada en algunos puntos.
—¿No me diga que la ha obligado a casarse con él? - soltó una risotada cargada de flema. - ¡Qué entretenida ocurrencia! - a continuación una mueca de repugnancia distorsionó durante unos segundos el rostro del hombre. - Aunque bien pensado prefiero creer que la haya forzado a ello antes que tener la certeza de que usted haya aceptado desposarse con él. ¡Qué imagen más repugnante imaginarla a usted revolcándose con ese descastado.
—¿Cómo se atreve? Usted no conoce a Drake... - murmuró Emily, observando a su interlocutor bajo el severo frunce de sus cejas.
—Le conozco demasiado bien. - se aflojó un punto el cravat, incómodo. - Lo suficiente para saber que no es más que un bastardo romaní, un pendenciero, un ladrón y un salvaje desgraciado criado en los establos.
—¡Basta! ¡No le consiento que hable en esos términos de él! ¿Cómo se atreve a insultarle cuando usted me ha privado a mí de mi libertad y me retiene aquí a la fuerza? ¡Usted es el villano!
—¡Ah, no se preocupe, no albergo el menor interés en usted! - sonrió nuevamente de forma perversa y esta vez la enorme cicatriz blanca que cruzaba su rostro permaneció a la vista. - Usted es tan solo... digamos, ¡un señuelo! Eso es. Mi señuelo. Todo el mundo sabe que para atrapar la presa deseada hay que usar el señuelo perfecto. No se angustie, con un poco de suerte pronto quedará usted libre, no es su hermosa cabeza el trofeo que busco.
Emily comprendió entonces y una creciente piel de gallina vistió todo su cuerpo. Su corazón principió a golpear en su pecho con la misma intensidad con que un batán golpearía contra un cepo de madera retorciendo su alma impíamente en cada acometida. Drake le había dicho que tenía enemigos y que esos enemigos tan solo serían capaces de hacerle daño si conseguían alcanzarla a ella. Ella era su único punto débil, su talón de Aquiles, el único modo de doblegar a aquel hombre rudo y apasionado. Y había sido tan estúpida como para dejarse atrapar.
—Siento comunicarle que Drake no va a venir a rescatarme - mintió. - Dudo siquiera que en estos momentos se haya percatado de mi ausencia. Apostaría a que se encuentra bebiendo con sus hombres y festejando su última adquisición. Estará tan ebrio que pueden pasar varios días hasta que me eche en falta.- Emily pretendió sonreír pero las comisuras de sus labios temblaron de un modo delator.
Darlington sonrió con evidente sarcasmo.
—Buen intento, querida, aunque muy poco efectivo. - se inclinó para susurrar, separando cada sílaba: - Es usted una embustera realmente penosa. Por supuesto no voy a cuestionar la intensidad afectiva de los sentimientos de ese salvaje porque dudo mucho que sea capaz de apreciar a alguien más allá de sí mismo y de ese atajo de secuaces que pulula por sus bosques. - Emily frunció el ceño sin acabar de comprender las últimas palabras de su acompañante. - Ah, ¿desconocía usted la existencia de esa tribu de maleantes? Permítame informarle pues que su reciente esposo es el protector de un clan de gitanos que campa a sus anchas por el condado asaltando carruajes y robando a los viajeros de paso. Él, por supuesto, no se mancha las manos participando en las artimañas de sus secuaces sino que se dedica a ampararlos y ocultar las faltas de esos miserables con el dinero que colma sus arcas. Digamos que su señor Drake es un ladrón rastrero de guante blanco aunque, ¿qué otra cosa se puede esperar de un romaní? - el caballero soltó una estúpida risotada. - Ya conoce usted el dicho: aunque la mona se vista de seda...
Emily tragó saliva y no pudo evitar recordar aquella aciaga noche de tormenta en la que un grupo de salteadores romaníes había interceptando su carruaje. Recordó también cómo el señor Drake había aparecido casualmente en escena dirigiéndose a los bandidos en un idioma desconocido y obligándolos a desistir de sus propósitos. Recordó cómo ellos habían acatado sus órdenes sin rechistar, aún encontrándose en amplia y evidente mayoría, y cómo habían desaparecido sumisos desistiendo de su perversa finalidad. Tampoco podía olvidar aquella otra noche en la que, siguiéndolo a través del parque, le había visto asistir a una extraña reunión bajo la luz de la luna y cómo sus acompañantes no eran otros que el líder de aquella banda de salteadores amén de un grupo estrafalario de hombres y mujeres en actitud desordenada.
—Veo que la he turbado a usted, querida, lamento haberle abierto los ojos a la realidad de una forma tan penosa - la sonrisa de Darlington se vio amortiguada por un nuevo paseíllo del pañuelo a las fosas nasales. - ¡Qué lamentable! Recién casada y descubre usted que su esposo no es más que un tunante, un ladrón, un canalla y un asesino. ¡Sí, no me mire usted con esos ojos de pavor! A estas alturas no le sorprenderá descubrir una nueva tara en su perfecto esposo, ¿verdad?
Emily se llevó una mano al talle tratando de paliar la fuerte presión que amenazaba con estrangularla. Estaba convencida de que si su estómago contuviera algo lo arrojaría al exterior en esos momentos.
—Ravendom House me pertenece por ley, ¿lo sabía usted? El anterior propietario, el señor Turlington, era un pariente mío lejano. A su muerte y a falta de heredero directo, sus posesiones debían pasar de inmediato a mis manos. Pero ese usurpador se las ingenió para apoderarse de unas tierras que no le pertenecen. Y la forma más sencilla de llevar a cabo su plan fue asesinar al viejo obligándolo a firmar una cesión en el mismo lecho de muerte.
—¡No, no quiero escucharle!¡Cállese de una vez!- Emily se llevó las manos a ambos lados de la cabeza tapándose los oídos y obligándose a ignorar las palabras de aquel hombre.
—Puede que él no haya sido la mano ejecutora, para eso tiene a ese perro salvaje que actúa en su nombre - al citar a Kavi no pudo menos que reseguir con la yema de los dedos aquella cicatriz cuan larga era - pero qué curioso que el único beneficiario de esa muerte haya sido él mismo, ¿verdad?
—¡Drake no ha matado a nadie! - rugió Emily. - O al menos no hasta el momento. - oprimiendo los puños a los costados. - Aunque estoy segura de que le matará a usted en cuanto descubra que me tiene retenida contra mi voluntad.
Darlington se carcajeó y hasta su sonrisa sonaba tan estúpida como el cacareo de un gallo.
—¿Pero no decía usted que jamás vendría a buscarla?
Emily apretó los labios obligándose a callar. Un intenso picor crecía detrás de sus párpados y en el interior de su nariz.
—No vendrá... - sollozó.
—¿Sabe qué? Yo creo que sí. Y ojalá lo haga porque lo que no sabe ese maldito descastado es que le estaremos esperando. - se acarició la barbilla con suficiencia. - Y puedo asegurarle que no saldrá de aquí vivo. - en un registro bajo y sombrío. - Le desollaremos como a un zorro...
—¡No, no se atreverá, no se atreverá! - impulsada por una fuerza desconocida Emily se abalanzó a ciegas, presa de la demencia y la desesperación, estrellándose con brusquedad contra el pecho de aquel hombre mientras apuñalaba su torso desgarbado con los puños cerrados. Al principio los golpes se sucedieron de forma apremiante e intermitente y eran propinados con cierta energía, pues incluso el enclenque Darlington se vio obligado a retroceder temiendo la vehemencia de la joven. Pero poco a poco tanto los golpes como el brío de la muchacha fueron amortiguándose entre sollozos hasta que la joven acabó doblegándose y cayendo de rodillas asida todavía a los faldares de la chaqueta de aquel individuo. El llanto colapsaba cualquier intento de reacción por su parte, cualquier ápice de cordura o de discernimiento y tan solo la desesperación alcanzaba a gobernar ahora en su cabeza.
Darlington, con sumo desprecio, como aquel que se quita una pelusilla de su mejor traje de tweed, se liberó, no sin cierta dificultad, del agarre de aquellos testarudos puñitos que permanecían aún aferrados a su chaqueta, ocasionando que la joven se desplomara por completo en aquel suelo lleno de humedades hasta convertirse en un pequeño ovillo humano.
Se llevó el pañuelo de seda a la nariz tratando de amortiguar el desagradable olor imperante y salió de la estancia cerrando el portón tras de sí con un lastimero soniquete. Un denso e impenetrable velo negro se cerró nuevamente sobre una desolada Emily.