CAPÍTULO 4
-¿Sus hermanas tampoco nos acompañarán o es que prefieren desayunar de forma privada en sus aposentos? - Julius se expresó con devastadora indiferencia mientras consentía en que el lacayo al que había requerido atendiera la solicitud de su voraz apetito.
—Permítame informarle que mi hermana pequeña se encuentra indispuesta, señor Elmstrong. Mucho me temo que durante nuestra accidentada expedición la pasada noche se resfriara con consecuencias lamentables para su salud. El señor Drake ha enviado diligentemente a llamar a un doctor y esperamos su visita a lo largo de la mañana.
—Lamento mucho oír eso, señorita Alcott, pero según tengo entendido son ustedes tres hermanas. ¿Su otra hermana se encuentra también indispuesta?
Emily no pudo menos que enrojecer hasta el mismo nacimiento de sus cabellos. No. Charity simplemente se encontraba dando rienda suelta una vez más a su propia autodeterminación. Charity simplemente pretendía revelarse contra el mundo, y sobretodo contra su hermana mayor, comportándose todo lo irreverente, resuelta y discordante que su condición le permitía. Y si eso pasaba por levantarse pasada la hora del almuerzo no tendría el menor escrúpulo en llevarlo a cabo. ¡Charity, Charity... pequeña cabezota!
—Me temo que la hermana que me sigue en edad es un poco...
Se sobresaltó de un modo ostensible cuando la cucharilla que sostenía se deslizó entre sus dedos para rebotar de forma ruidosa contra la elegante porcelana. Un renovado ardor coronó las rosas de sus mejillas y deseó entonces que la tierra se abriese bajo sus pies y se la tragase a ella, a Elmstrong, o a ambos de forma inmediata.
Julius Elmstrong alzó la vista conteniendo a duras penas una sonrisa vanidosa. Sin duda estaba disfrutando del azoramiento y la incomodidad de la señorita Alcott.
—Disfrute de su desayuno, señorita Alcott, ya tendrá tiempo de solucionar sus controversias familiares más tarde y con el estómago lleno.- Ahogó una sonrisa tras la doblez de su lienzo.- Y dejemos que las jóvenes rebeldes duerman todo lo que deseen. Al menos mientras permanezcan en sus aposentos no estarán metiéndose en líos.
Emily sonrió brevemente. Aquel hombre era un iluso si consideraba a Charity inofensiva por encontrarse encerrada en la habitación de la segunda planta.
Una vasta sucesión de jamón frío, huevos de codorniz, rabanitos, pastas de sésamo y té aromatizado fueron incapaces de persuadir a la señorita, limitándose ésta simplemente a marear el contenido del plato con el tenedor de un lado a otro mientras aplastaba la compacta yema de huevo sobre el lacado corazón de loza. Su acompañante sin embargo no comía sino que devoraba el contenido de su servicio tal que si se tratara de un mastín famélico ante el más delicioso de los manjares. De hecho ni siquiera se molestaba en levantar la cabeza del plato y ofrecer conversación a su compañera de mantel, sino que apuraba cada bocado como si fuera el último acompañándolo con prolongados tragos de vino.
Una sonrisa escéptica se dibujó en el semblante de Emily mientras sacudía discretamente la cabeza en un intento por mantener sus pensamientos sujetos a tierra firme. Aquello no podía estar sucediéndole a ella. De ninguna manera. Resultaba irrisorio. En algún momento tenía que despertarse en su querida alcoba de Mayland.
En un momento dado abandonó su lienzo sobre la mesa y se levantó discretamente con el pretexto de procurar alguna noticia de su hermana convaleciente. Abandonó la mesa sin haber ingerido más alimento que varios sorbitos breves del delicioso brebaje ambarino y una dosis elevada de indolencia y decepción, dirigiéndose en el acto y en impropia carrera, una vez alcanzados los corredores, a la habitación donde reposaba de forma febril la más pequeña de las Alcott.
Acuclillada en el borde de la cama la joven sustituyó en su labor a una doncella que hasta el momento habría invertido su tiempo en aplicar paños húmedos en la frente y el cuello de la inválida.
—Pippa, pequeña, tienes que ponerte bien...
Pippa entreabrió unos ojitos vidriosos, nublados, asentados sobre profundos surcos azulinos.
—Em, tengo calor...
—Lo sé, pequeña, lo sé... - y con manos temblorosas desató la leve lazada que unía el cuello del camisón permitiendo parte del escote de la niña al descubierto.
—Em, ¿crees que volveré a ver las golondrinas otra vez?
Emily frunció el ceño.
—¡Por supuesto que volverás a verlas, mi pequeña!
—¿Nuestras golondrinas de Mayland?
Emily tuvo que ingeniárselas para no romper en llanto.
—Si no son las de Mayland serán las de cualquier otro lugar, querida. Ya sabes que papá siempre decía que el hogar está donde está nuestro corazón. Haremos nuestro nido en otro sitio, igual que las golondrinas y seremos tan felices como lo fuimos en Mayland.
—¿Lo prometes?
Emily tragó saliva.
“¡Ojalá pudiera prometértelo!”
—Lo prometo, pero para ello has de ponerte bien. Ya sabes que tía Phillips nos espera en el norte.
La pequeña balbuceó algo ininteligible mientras entornaba de nuevo los párpados presa de un ligero sopor. Pequeñas perlas de sudor ornaban su frente y su cuello a modo de febril abalorio.
—Charity ha venido a verme... - murmuró en muy baja voz, todavía con los ojos cerrados.- No debes enfadarte con ella, Em, Charity está muy triste. Amaba nuestra casa de Mayland y todas las cosas que hemos dejado allí.
—No estoy enfadada con ella, Pippa, es ella la que se empeña constantemente en estar enfadada con el mundo.- tragó saliva.- Y puedo asegurarte que todas nos encontramos igual de tristes en estos momentos. Pero pasará, del mismo modo que el viento borra las huellas sobre la arena, así se borrará todo este dolor.- acarició su cabello apartando los mechones humedecidos de la frente.
—El señor Drake es muy amable.- murmuró la niña de pronto, sonriendo en un dulce estado de duermevela. Emily levantó la vista para encararse con la mirada velada de la pequeña. ¿Por qué le parecía de pronto que el corazón se sacudía en su pecho a una velocidad superior a la habitual?
—¿El señor Drake? - preguntó intentando sonar indiferente.
“¿Indiferente? ¡Si el corazón estaba a punto de salírsele por la boca!”
—Ha venido a verme cuando aún estaba oscuro y me ha acariciado el pelo, igual que ahora haces tú. Creyó que estaba dormida pero le he engañado, le he estado mirando con los ojos entrecerrados.
“¿Has podido verle? ¿Y cómo es? ¿Se parece a esos héroes magníficos y valerosos que aparecen en los libros? ¿De qué color son sus ojos? ¿Y su pelo?”
Emily tragó saliva obligándose a concentrarse más de lo requerido en sumergir el paño en el interior de la tinaja y aplicarlo de nuevo sobre el ardoroso cuello de la chiquilla. Un inesperado nudo en el estómago amenazaba con provocarle náuseas e incluso el frunce acentuado de su ceño parecía ahora más manifiesto que nunca. Por un lado se moría de curiosidad por conocer al misterioso caballero surgido de entre las sombras, al héroe que se había alzado en mitad de la negrura y ahuyentado a aquel horrible clan de romaníes...
... pero por otro lado la indiferencia que su tan nombrado héroe había mostrado desapareciendo sin dar mayor explicación una vez llegados a la mansión, o incluso esa misma mañana obviando el desayuno y de ese modo la consabida compañía de sus huéspedes, evidenciaba un desprecio absoluto por las normas de la cortesía hospitalaria y la buena educación. ¿Se trataba entonces de un héroe o de un villano?
"El señor Drake rara vez está en casa, salvo para dormir... y eso cuando no le queda más remedio que hacerlo solo".
Trató de serenarse y centrarse en su tarea mientras sentía cómo un delator rubor se aposentaba de nuevo en sus mejillas. ¿Por qué rememoraba ahora las procaces palabras del señor Elmstrong? ¿Por qué no podía evitar imaginarse a su desconocido rescatador cortejando a una hermosa mujer, quizás galopando a esas horas por el bosque con ella firmemente asentada entre sus piernas y sentir una puñalada de celos estrangulando sus entrañas?
"Compórtate, Emily, ¿qué diablos pasa contigo?”
—¿Crees que el señor Drake volverá a visitarme hoy?
Una punzada en el estómago la devolvió a la realidad y casi se sobresaltó. Parpadeó con nerviosismo.
—Es probable que sí lo haga, querida.
“Ojalá lo haga.”
El doctor Norris hizo su aparición en la mansión cuando apenas acabaron de sonar diez campanadas procedentes de alguno de los múltiples relojes de la casa.
Siempre bajo la atenta mirada de Emily y manifestando con creces en cada uno de sus ademanes la parsimonia y la parquedad tan características entre los miembros de su profesión, el galeno examinó a la convaleciente tomándose mucho más tiempo del que la paciencia y la ansiedad de la señorita Alcott fueron capaces de tolerar.
Al cabo de una larga hora de menesteroso escrutinio el doctor convino que la niña se encontraba absolutamente fuera de peligro y que su estado febril obedecía sin duda alguna a un simple resfriado, tan habitual en esa época del año. Existía infección, cierto, pero por suerte no había alcanzado los pulmones por lo que el mal de la criatura no resultaba pútrido ni revestía mayor peligro sino un fastidioso inconveniente y la necesidad de prescribir reposo, abundantes caldos de gallina y un par de días de convalecencia para una pronta recuperación. Por supuesto quedaba descartado viajar en modo alguno durante el tiempo que durase la convalecencia.
Nada podría hacer más feliz en esos momentos a la señorita Alcott que, ante semejante noticia, creyó principiar a ver disiparse al fin las nubes negras que tiznaban desde hacía tiempo su horizonte.
A media tarde y sin que Emily hubiera abandonado esta vez la alcoba de su hermana ni siquiera para bajar al comedor, Charity decidió abandonar su enclaustramiento voluntario para compartir con sus hermanas las oscuras horas vespertinas. Todo fueron por su parte mimos y afectos para la pequeña de las Alcott, la cual desprovista temporalmente del sopor de las fiebres reflejaba ya en su rostro el ánimo esperanzador de un largo despertar. Asimismo y venciendo su enojosa porfía y su usual terquedad, la vehemente Charity decidió acercarse a Emily en un momento dado para reposar en silencioso gesto su mano sobre el hombro de su hermana mayor. Ni una palabra, ni una sola mirada intercambiadas... tan solo hizo falta ese ligero contacto físico por parte de la mediana de las Alcott para que Emily comprendiera que era su peculiar forma de disculparse por la actitud caprichosa mostrada hasta el momento. Y a Emily le bastaba con eso.
Sabía de sobra que Charity era una persona especial y que la manera en que dejaba translucir sus propias emociones distaba mucho de la que se podría esperar en una persona de naturaleza extrovertida y visceral. Charity era talmente como un pequeño caracol, su padre lo repetía constantemente: ante cualquier ligera permuta procedente del exterior la joven se ocultaría en su propia concha, revestida previamente de una coraza impenetrable, para vivir en privacidad sus emociones más íntimas. Y a menudo su modo de mostrar desacuerdo o infelicidad ante algún asunto concreto pasaba por rebelarse contra el mundo reflejando la dureza misma y la imparcialidad de los más valerosos guerreros.
Así era su hermana y así había sido siempre ¡y por su vida que jamás dejaría de quererla mientras corriese sangre por sus venas! Las tres eran notablemente distintas, pero las tres permanecerían por siempre unidas por un inquebrantable lazo de afecto y sangre. Y Emily jamás consentiría que esos lazos se quebrasen de ningún modo.
—Cuando Pippa esté recuperada del todo deberemos proseguir con nuestro viaje.- anunció en un momento dado, ignorando el mohín de sus hermanas a modo de respuesta.- Voy a escribir a tía Phillips para informarla de nuestro incidente. Sin duda se preocupará mucho cuando descubra por todo lo que hemos pasado.
—O puede que quizás respire aliviada- comentó distraídamente Charity, sentada en el alféizar de la ventana mientras observaba los páramos infinitos que se dibujaban en el exterior.- Después de todo, tres bocas menos que alimentar suponen un gran alivio al final del día.
—Charity, por el amor de Dios... - protestó Emily, ajustando las sábanas sobre el pecho de su hermana pequeña.
—Solo digo que resulta imposible que alguien a quien ni siquiera conocemos y que jamás manifestó interés alguno por conocernos pueda sentir cierta inquietud por nuestra seguridad.
—Se trata de nuestra única pariente viva, aparte del señor Clevendorf, nos guste o no. Y debemos mostrarle gratitud. Se ha ofrecido a concedernos asilo y protección cuando nadie más lo hizo.
Charity farfulló por lo bajo alguna extraña letanía mientras se reacomodaba con lentitud en su improvisado asiento. Emily suspiró con desánimo, incomodada y sin embargo sintiéndose en concordia por vez primera con los pensamientos de su hermana.
—Pues yo no tengo prisa alguna por irme, a mí me gusta esta habitación... - murmuró Pippa de pronto.- ¡Y me gusta el señor Drake!
Sus hermanas mayores clavaron en ella dos miradas completamente diferentes. Los ojos azules de una reflejaban una evidente y sincera curiosidad mientras que los verdes de la otra dejaban entrever una emoción sin duda más intensa y de carácter privado, a juzgar por el vivaz rubor de que fue acompañada.
—¡Ni siquiera conoces al señor Drake, mentirosa! - espetó Charity con intención de fastidiar a la pequeña, aunque sinceramente carcomida por la curiosidad.
—¡Sí lo conozco, ha estado aquí esta mañana y ha sido muy amable conmigo!
—Las fiebres te han provocado desvaríos, pequeña mentirosa...
—¡No es cierto, y si no hubieras estado encerrada en tu habitación tú también lo habrías visto! ¡Emily, dile que lo que digo es cierto!
Emily balbuceó como un pez arrojado fuera del agua.
—La verdad es que yo tampoco lo he visto, Pippa...
Charity, por toda respuesta, asomó la lengua a la pequeña.
—¡Pues será que quizás no le gustéis y solo desee conocerme a mí! - sentenció la niña cruzando los brazos sobre el pecho, enfurruñada.
—¿Cómo le vas a gustar tú con esos pelos de loca y esas ojeras? ¡Si te pareces a la anciana señora Pybb, la loca de los gatos!- pinchó Charity, abalanzándose sobre la pequeña para hacerle cosquillas en el cuello y el costado.
—Pues no estaría mal que se molestara en conocernos a las demás también- expresó Emily en alta voz, ignorando la pueril riña de las jóvenes y el delator rubor que pintó su rostro,- puesto que me siento en la obligación de transmitirle nuestra gratitud y dadas las circunstancias me temo que acabaremos por marcharnos sin tener la oportunidad de mostrarnos agradecidas con nuestro benefactor.
—Ya sabes que estos grandes hombres están siempre sumamente ocupados, Emily, siempre tienen tantas cosas que hacer... - comentó Charity dando un respiro a la pequeña,- ni me imagino lo afanoso que debe resultar pasarse el día galopando de un lado para otro observando sus vastas propiedades desde la silla de su caballo y preocupándose de si el faisán destinado a ser su cena está lo suficientemente rollizo para su gusto. ¡Qué existencia tan abrumadora!- empezó a girar sobre sí misma por la habitación, abarcando el aire con los brazos extendidos.- ¿Cómo pueden vivir entre tanto lujo y comodidades? ¡Ni siquiera se imaginan la emoción que es capaz de reportarle a la existencia de uno el hecho de dormir con los pies helados o tener que conformarse con cenar labazas seis noches a la semana!
Emily no se molestó en ocultar una sonrisa condescendiente. Pippa, menos cohibida, estalló en una sonora carcajada.
—No juzguemos al señor Drake, queridas. Ha demostrado ser una persona muy noble al rescatarnos de aquellos... - no pudo terminar la frase recordando el brillo perverso de aquellos ojos azabache o el horrible colmillo de oro.- Debo hacer lo posible por entrevistarme con él y agradecerle su hospitalidad antes de que prosigamos nuestro viaje. Resultaría penoso tener que irnos sin haber podido transmitirle nuestro agradecimiento, ¿verdad? ¿Qué pensaría de las señoritas Alcott si no?
Y la ocasión propicia para que Emily mostrara de forma sincera su gratitud llegó al día siguiente, durante la mañana.