CAPÍTULO 7

 

 

Drake sujetó a Emily por los codos y, girándola con un raudo movimiento, se las ingenió para variar su poco ventajosa posición y situar a la joven estratégicamente debajo de él.

Emily permaneció rígida, completamente tiesa bajo el peso de aquel poderoso cuerpo que limitaba completamente su movilidad. Drake, dando muestras de una confianza y un descaro vergonzosos y lejos de arredrarse ante la embarazosa situación surgida entre ambos, permaneció inmutable en su posición dominante, afianzándose con insolencia sobre la joven al acomodar las rodillas a ambos lados de su envarada figura y sujetarla alzando sus manos por encima de la cabeza.

—¿Estaba usted siguiéndome, duquesita?- su voz sonó extremadamente peligrosa a causa del siniestro dulzor que la envolvía.

—Me está aplastando... - rugió ella entre dientes.

Drake le lanzó una mirada furibunda, perversa, mirándola bajo la dureza de su ceño fruncido.

—Nadie la aplastaría si hubiera permanecido en su alcoba.- achicó los ojos.- ¿Qué diablos está haciendo aquí?

Emily sopesó con rapidez una posible respuesta pero su cabeza en esos momentos se encontraba demasiado aturullada como para elaborar un pretexto razonable.

—Señor Drake, le aseguro que no puedo respirar.

—No necesita respirar para responder a mi pregunta.

Pero la joven respiraba, ¡vaya si lo hacía!, y Drake podía percibir con dolorosa claridad el vaivén agitado y medroso de aquel pequeño cuerpecito temblando bajo el poderoso peso del suyo. ¡Santo Dios, aquella mujer se había internado en mitad del bosque y en plena noche ataviada tan sólo con un ligero camisón de muselina incapaz de disimular en modo alguno la sinuosidad de sus formas femeninas! ¿En qué cabeza podía caber semejante disparate? ¿Qué clase de bruja perversa era para aparecer de ese modo y de forma repentina con el claro propósito de tentarlo, ¡y de qué forma! ocultando su perfidia bajo la tentadora máscara de la ingenuidad?

Dios de los Cielos, podía presentir con nitidez la femenina redondez de sus carnes temblando como gelatina bajo su marmóreo torso, podía percibir los sinuosos huesos de sus caderas bajo su cintura, podía percibir la bravura de una auténtica yegua sin domesticar debatiéndose con furia bajo aquella cascada de lazos y encajes puritanos...

Sin poder evitarlo se inclinó aún más hacia ella, entornando los ojos y aspirando con deleite el aroma dulzón que emanaba de las caracolas de nácar ocultas entre el cabello color miel. Rozó con la nariz la parcela íntima que emergía entre el lóbulo y la clavícula y se demoró percibiendo la textura aterciopelada de aquel delicado rostro de nieve.

Bajo la presión de ese gesto Drake percibió cómo Emily se tensaba aún más debajo de él, retorciéndose levemente a modo de protesta ignorando tal vez que su seguridad peligraba claramente ante los instintos depredadores de aquel hombre.

—¿Qué diablos está haciendo?- susurró Emily fuera de sí.

—¿Qué diablos está haciendo usted? ¡Maldita sea! ¿Por qué no está en su habitación?

Emily tomó aire. Todo el aire que le permitía contar con una auténtica escultura de ébano sobre su delicado torso.

—Yo... yo tan solo pretendía... ¡Oh, apártese de encima, bruto!

—¿Y qué pasaría si me negara?- un brillo malicioso cruzó los iris color brea de Drake. Y Emily comprendió entonces que se encontraba completamente a merced de aquel hombre.- Hasta donde yo sé usted ha abandonado su alcoba por propia voluntad para seguirme por el bosque. ¿Qué quiere que piense de eso? Aparece ante mí medio desnuda, jadeante... - Drake enmudeció para deleitarse aspirando el delicado aroma que emanaba del cabello revuelto de la joven.- ¿Cree que soy de piedra? ¿Cree que podría resistirme fácilmente a un manjar tan apetitoso como el que me ofrece?

¿Manjar apetitoso?”

Emily se estremeció. Realmente la reluciente y perfecta dentadura del señor Drake parecía en esos momentos haber sido concebida sin otro fin que el de devorarla.

—Un caballero se resistiría... - murmuró sin demasiada convicción. El señor Clevendorf, de cara a la galería un caballero de reputación intachable, estaba deseando meterse en su cama de Mayland. Y no precisamente para dormir.

—Puede que uno lo suficientemente bobo, ciego o estúpido como para no darse cuenta de lo que tiene delante.- atrapó con sus labios el lóbulo de la oreja de Emily y tironeó de él.- Pero de más está decir que yo no soy ningún caballero...

—¡No hace falta que lo jure!

—Bien, me gusta que ciertos puntos queden despejados desde el principio...

Sin mediar otra palabra atrapó las muñecas de Emily bajo una sola mano y las mantuvo unidas sobre su cabeza. Empleó la otra mano para deslizar la palma abierta por el cuello de la joven, resiguiendo el fino perfil de aquel cuello de cisne y la elevación notoria de su clavícula para detenerse al fin en la inútil lazada que cerraba su camisón. Suavemente, sin prisa ni violencia, desató la lazada y tiró de ella ocasionando sin pretenderlo que la delgada tela se rasgara. Los hombros de Emily quedaron liberados de inmediato y, libres también del acorazamiento del corsé, los redondos y níveos pechos se insinuaron bajo la fina tela de una camisola.

Emily volvió la cabeza a un lado y cerró los ojos. El horrible recuerdo de lo acontecido la noche en la que fueron asaltadas y la evocación de aquel hombre intentado aprovecharse de ella provocó que una lágrima solitaria descendiera por su mejilla.

Y entonces sucedió algo que Drake jamás hubiera imaginado que pudiera llegar a suceder. Algo que marcaría su futura relación con Emily para siempre.

Viéndola atrapada bajo su cuerpo, tan vulnerable, tan indefensa y asustada, recordó el instante en el que la descubrió en mitad del bosque en condiciones similares. Y se sintió un monstruo. O al menos tan lascivo y obsceno como aquel incorregible romaní que permanecía sentado frente a la hoguera. Y él no se parecía en nada a aquel romaní rebelde. Al menos en nada más allá de lo obvio y obligado.

Porque si precisamente había algo que le gustaba de aquella mujer era su valentía, su vehemencia, su arrojo.

Ser consciente de ella sumisa y actuando contra su voluntad no era algo que le resultara apetecible, atractivo o deseable especialmente. De hecho jamás había tomado a ninguna mujer contra su voluntad. Y jamás lo haría. Las mujeres siempre habían gozado con él; de hecho jamás había hecho el amor a ninguna mientras lloraba, al menos por supuesto que la dama llorara de placer, y no tomaría a aquella sabiendo que se mostraría inmóvil, llorosa y sometida como una muñeca de trapo. Emily Alcott debía de poseer una fuerza y una pasión arrolladoras y desde luego sería un pecado ahogar ambas bajo la presión que implica la dominación.

Tras lanzar al cielo una maldición se puso en pie de un salto y, sujetando a la joven todavía por los pulsos, la izó con vehemencia para posicionarla a su lado.

—¡Márchese ahora mismo! - bramó mientras le ofrecía la espalda. Se sentía tan furioso como excitado y frustrado.

Emily se acarició las muñecas y recompuso como pudo sus ropas. Ni siquiera se atrevía a mirarlo de tan avergonzada como se sentía. Pero no se movió ni un ápice.

—¡Márchese le digo antes de que cambie de opinión y la tome aquí mismo! - rugió volviéndose hacia ella totalmente fuera de sí. Y su larga  melena azabache, sus ojos obsidiana y su oscuro y atractivo perfil lo insinuaron en ese instante como un ser más cercano a lo sobrenatural que al mundo de los vivos.

Y aunque algo en su interior, seguramente la parte más estúpida de su subconsciente, le decía que no debía temer a aquel hombre, que por más que semejara lo contrario el señor Drake no podría hacerle daño jamás, en esos momentos los necios resquicios de su sensatez la obligaron a obedecer sin rechistar. Ciñéndose con desesperación en su chal echó a andar hacia la mansión sin aflojar el paso ni mirar atrás en ningún momento.

 

Una vez a salvo en la intimidad de su alcoba, Emily se aovilló en su cama intentando recordar, y conservar durante todo el tiempo posible, cada sensación, cada estremecimiento, cada músculo contraído ante el contacto abrasador e imperecedero de aquel hombre. Inconscientemente se acarició el escote desnudo y cerró los ojos recordando el tacto áspero y a la vez fascinante de sus manos.

Y en ese mismo instante se dio cuenta de que había dos cosas de las que se encontraba completamente segura: primera y por más incomprensible que resultara, el señor Drake era un romaní. Segunda, y por más que le costara admitirlo, se sentía perdida y enloquecedoramente atraída por él.

 

 

 

 

 

 

—Phral ¿qué diablos era eso? ¡Te has levantado como alma que llevan los diablos dejando a medias el mejor licor de Inglaterra! ¿Qué has escuchado?¿Acaso los aldeanos han seguido a mi gente armados con guadañas y horcas de madera?

—No te preocupes, Kavi, el clan está a salvo. Tan solo era una mujer.- murmuró Drake recuperando su sitio al lado de la hoguera. “¡Pero qué mujer!”

—¿Una mujer en plena noche y en mitad del bosque? ¡Benditos tus bosques ingleses! Dime también que portaba una botella de ginebra y que caminaba desnuda y haré guardia por ella cada noche.

“Desnuda no, pero aquel inútil camisón...”

-No te hagas ilusiones, ruv, esta mujer no es de las que tú acostumbras a llevarte al lecho.

—¡Todas las mujeres son buenas para llevar al lecho! - el romaní, cuyo perfil se asemejaba asombrosamente al de Drake salvo en la perfidia de sus ojos rasgados y las muescas que la vida pendenciera había cosido en su rostro, achicó lo ojos para mirar a su compañero.- ¿Por qué la has dejado ir? ¡Podríamos habérnoslo pasado muy bien!

—En primer lugar porque, a diferencia de ti, yo no acostumbro a tomar a las mujeres a la fuerza.- Kavi torció el gesto, burlón.- Y en segundo lugar porque era una de las tres jóvenes a las que tú- apuñaló con el pulgar el pecho del romaní,- tuviste la magnífica idea de asaltar hace unas cuantas noches.

—¿Una de las gadjis? ¿La mayor de ellas? ¡Vaya, esa yegua sí que debía ser apetecible de montar... - la pérfida carcajada del gitano crispó los nervios de Drake.- No entiendo por qué la dejaste ir entonces y por qué la dejas ir ahora otra vez.- chasqueó la lengua.- Siempre has sido un blando, phral.- esbozó una sonrisa maligna.- ¿Y por qué diablos esas estúpidas mujeres no se encuentran ya a millas de aquí? Supuse que habrían huido con la misma rapidez con la que las gallinas huyen del zorro.

—Se hospedan en mi casa.- tajante.

La risa socarrona cesó de golpe.

—¿En tu casa? ¿Las has acogido en esa casa?

—Tenía que hacerlo, debía hacerlo. Te recuerdo que alguien las ha dejado sin su único medio de trasporte.

El gitano se levantó como impulsado por un resorte invisible, agitando las manos en el aire.

—¿Y qué? ¡Vamos! ¿A quién le importa? ¿Desde cuando tenemos que preocuparnos por esos estúpidos gadjos y sus ridículas mujeres? ¡Que el diablo se los lleve a todos al Infierno!

—Esas muchachas no tienen nada que ver con el pasado, Kavi. Son inofensivas y se encuentran indefensas...

—¡Son solo gadjis, Drake! ¡Estúpidas gadgis! ¡Y créeme que no hay una sola gadgi inofensiva! - resopló impaciente.- ¿Debo entender que vas a erigirte de ahora en adelante como su perro guardián? ¿Acaso has olvidado que fue un maldito gadjo el causante de nuestro infortunio, de tu infortunio?

Los maxilares de Drake se tensaron bajo la presión infringida. Por supuesto que no lo había olvidado. Cada noche, en la quietud de las sombras y el silencio de las altas horas recordaba al detalle todo lo que aquel maldito gadjo, aquel viejo miserable, había hecho para destrozar su vida y la de los suyos.

—Todo eso terminó, Kavi. Ya no debemos albergar más odio en nuestras almas. Ese gadjo ha pagado sus pecados con su propia vida.

—¡Te juro que yo mismo volvería a arrancarle el alma con mis propias manos a ese desgraciado infeliz! - exclamó besando dos de sus dedos, que formaban una cruz.- ¡Detesto a los gadjos, los detesto con toda mi alma! Nuestra familia ha sufrido demasiado por su culpa. Madre...

Pero Kavi se silenció y Drake varió el rumbo de su mirada para extraviarlo en algún punto entre la negrura del bosque. La arruga de su entrecejo se tornó más profunda otorgándole un rasgo siniestro a su mirada.

—Deberías echarlas de esa casa. Los gadjos no traen más que problemas y tú lo sabes. La gente hablará, empezarán a hacerse suposiciones: tres mujeres jóvenes viviendo en la casa de un...

La mirada fulminante de Drake silenció a su interlocutor.

—Deberías echarlas de inmediato.- concluyó.

Pero Drake no tenía la menor intención de expulsar a las tres hermanas de Ravendom House. Aquella mujer, la mayor de las tres, había conseguido atrapar su atención y despertar sensaciones adormecidas en su interior de un modo insospechado. De pronto no solo deseaba devorarla como un lobo hambriento sino que por primera vez sentía que sería interesante amanecer cada día enredado entre sus piernas de porcelana en lugar de huir de un lecho distinto cada noche como un animal furtivo. Sentía de pronto el extraño deseo de besar sus pechos desnudos a plena luz del día, de encontrarse con ella en los corredores de Ravendom y despojarla de las enaguas bajo la mirada de aquellos óleos vetustos, deslizar las manos por la suavidad de sus medias hasta dejar al descubierto unos muslos níveos y apetecibles como leche fresca para llegar al centro cálido y sedoso de su cuerpo y recrearse en él.

  Necesitaba descubrir por qué la sola presencia de aquella criatura conseguía retarlo y alterarlo, ¡y sacarlo de sus cabales! de ese modo, por qué aquella osada muchacha se atrevía a replicarle y encararse con él cuando ni la mayoría de los hombres osaría hacerlo.

Y por qué disfrutaba y se sentía henchido de un extraño frenesí cada vez que ella se atrevía a desafiarlo. ¿Acaso no le temía? ¿Acaso no se daba cuenta de que era un romaní peligroso?

Aquella joven poseía la piel blanca y lechosa de las gadjis, incluso su apariencia frágil y desvalida, pero su alma... su alma vertía arrojo y valentía como el alma de una auténtica mujer rom.

Tú preocúpate tan solo de guardar las distancias con ellas. - Kavi abrió unos ojos como platos. - Y especialmente te prohíbo que te acerques a la señorita Alcott. - el tono de Drake adquirió de pronto un registro bajo y sombrío. - Jamás vuelvas a tocarla o a mirarla como aquella noche en el bosque.

Un brillo divertido cruzó las pupilas color de la brea del romaní.

—¿La quieres para ti? ¿Se trata de eso? - descargó una palmada cómplice en el hombro de Drake. - ¡Haberlo dicho antes! Sabes que un rom jamás toca a la hembra de su phral.

Un orgullo desconocido inflamó su alma porque, sea como fuere, Emily Alcott tenía que ser suya. Su mujer, su rommi.