CAPÍTULO 6

 

 

¡Bruto, zafio, cretino, arrogante, bobo…!”

Furiosa ante la indiferencia del señor Drake y su actitud grosera e irreverente y presintiendo una cólera montaraz latiendo con fuerza en sus entrañas, Emily retrocedió sobre sus pasos farfullando maldiciones en baja voz.

—¿Quién se habrá creído que es para hablar de un modo tan insolente en presencia de una dama, ¡de su invitada, para más señas!, comportándose como un déspota ante su propia servidumbre? ¡Oh, se me olvidaba: “yo no poseo sirvientes, señorita”! ¡Patán impertinente! - Emily caminaba hablando consigo misma, golpeando con displicencia los guijarros del camino y haciendo aspavientos en el aire con las manos.- ¡Y qué aspecto tan impropio e irreverente! ¡En mangas de camisa ante la servidumbre! - resopló fastidiada.

Cualquier nadería en el aspecto o la actitud del señor Drake le resultaba en esos momentos digna de ser cruelmente censurada.

—¡Qué manera de hablar tan desagradable y vulgar! - emitió un gruñido desesperado desde el abismo de su garganta.- ¿Y tú pretendías ataviarlo con la armadura de sir Lancelot? ¡Estúpida, estúpida Emily, si no es más que un asno, un patán arrogante y un rústico!

Detuvo su cáustico monólogo cuando divisó a pocos pasos y bajo el alero de las caballerizas a uno de los empleados del señor Drake, identificándolo en el acto como el anciano que había sujetado el inquieto caballo durante la refriega.

Se acercó a él con paso firme.

—¡Disculpe, disculpe señor! - el anciano fijó en ella su atención dejando a un lado su retomada rutina. Sobre el hombro derecho cargaba la cabezada y la fronterola de alguno de los caballos.- ¿Se encuentra bien el muchacho?

El hombre la miró interrogante.

—El joven que recibió aquí mismo una paliza hace algunos minutos.- aclaró impaciente.

—¡Ah, se refiere usted a David! Es usted muy amable preocupándose por él, señorita.- rascándose el cogote y sonriendo con humildad.- David se encuentra perfectamente. Se sentirá halagado de  saber que se ha interesado usted por su salud.

Y con una sutil inclinación de cabeza se dispuso a reanudar su trabajo. Emily, no obstante, lo interceptó de nuevo.

—Pero... pero el pobre acaba de recibir una paliza brutal, ¿nadie ha avisado a un médico? Podría encontrarse gravemente herido...

El anciano meneó su cabeza coronada de nieve y cargada de años.

—Creo que la preocupación primordial del chico consistirá en recuperarse de la terrible resaca que le sobrevendrá mañana más que en las cicatrices provocadas por unos simples fustigazos.

"¿Simples fustigazos? ¿Acaso están todos locos?"

—¿Insinúa usted que el joven se encontraba ebrio? ¿Por eso le ha golpeado el señor Drake?

El hombre la miró con la condescendencia propia de un padre ante una nueva muestra de ignorancia de uno de sus vástagos.

—David sufre una incorregible afición a la bebida, señorita, demasiado acusada para lo que su constitución está acostumbrada a tolerar. Además hay algo en su cabeza que no rige bien- haciendo rodar un dedo en la sien izquierda-, a menudo pierde los papeles.

—¡Pero ese no es pretexto para que el señor Drake se haya comportado de un modo tan salvaje con él!

El anciano sonrió.

—Créame que Drake ha sido sumamente blando en comparación con lo que cualquiera de los otros muchachos le habría hecho.- al ver la cara de extravío de la dama se dispuso a proseguir con su explicación.- No es la primera vez que el chico pone en peligro el honor de Drake y la seguridad de todos nosotros con su comportamiento irresponsable. En una ocasión y hará cosa de un mes, el alguacil lo trajo de regreso a altas horas de la madrugada completamente ebrio y fuera de sí. Había degollado más de una docena de gansos en varios corrales del pueblo y destrozado las cristaleras de todos los negocios a lo largo de la calle principal. Apareció completamente ensangrentado y lleno de plumas, riéndose a carcajadas... - meneó la cabeza para dar credulidad a sus palabras,- parecía un completo tarado.

—¡Qué horror!- Emily se llevó la mano a la boca sintiéndose asombrada ante la información recibida. Aquel joven no podía en modo alguno ser mayor que  Pippa, por el amor de Dios.

—En otra ocasión en que también la ginebra se habría apoderado de su frágil alma y su cabeza habría marchado por extraños derroteros, el muy necio mató a pedradas todas las ovejas que se encontró de camino a Ravendom. Hoy sin embargo su locura no perjudicó a las gentes del pueblo sino que se cernió sobre la mano que le da de comer. El chico es el encargado de alimentar a los animales y hoy, bajo su insensata ebriedad, ha envenenado gran parte de los caballos del establo llenando sus comederos con hojas de tejo, terriblemente venenosas. Ahora gran parte de la yeguada de Ravendom House se encuentra en peligro a causa de su necedad.

—Resulta terrible, pero si tantos problemas acarrea ese chico ¿por qué el señor Drake no se limita a despedirlo y prescindir de sus servicios?

—¿Despedirlo? - el hombre la miró con incredulidad bajo sus espesas cejas albinas.- Usted no lo entiende, señorita. Drake es como un padre para el chico. Lo rescató de las callejuelas londinenses cuando no era más que un vulgar ratero del tres al cuarto, con la cara llena de mocos y un insaciable agujero en el estómago. Drake le ofreció un hogar, una familia y la fortuna de no morir aplastado bajo las ruedas de cualquier carruaje o en el interior de una sórdida celda. El pobre chico está enfermo, nadie le contrataría jamás. ¿Adonde iría si Drake lo echara de aquí? - bajando la voz y ajustándose los aperos al hombro.- Ninguno de nosotros tendría a donde ir. Que tenga un buen día, señorita.

Y con un ligero ademán de cabeza, el hombre desapareció en el interior de los establos.

 

 

Varios días después de aquel desafortunado incidente con el señor Drake y sin que la providencia hubiera tenido a bien disponer un nuevo encuentro bajo los dominios del caballero, Emily se despertó sobresaltada en mitad de la noche, alarmada por un ruido misterioso que, en su inestable estado de duermevela, habría creído percibir en los solitarios corredores de la mansión.

Ataviada simplemente con un sencillo camisón y cubriéndose con un raído chal de lana, la joven se aventuró en silencio al exterior de su alcoba, avanzando en la punta de los pies y a lo largo del pasillo procurando no hacer ningún ruido capaz de alertar al resto de los durmientes.

Acercándose a uno de los ventanales y mirando al exterior pudo percibir claramente y bajo el plateado llanto de la luna la silueta del señor Drake avanzando sigilosa por el jardín, moviéndose con la agilidad de una gacela y la confianza propia de un hijo de la noche. Habían transcurrido siete días desde la última vez que coincidiera en mala hora con el señor Drake y observarlo a hurtadillas en ese instante, comportándose como un furtivo en sus propios dominios, azuzó con violencia el corazón de la señorita Alcott.

Emily no se detuvo a pensar lo que hacía. De haberlo hecho seguramente habría regresado sobre sus pasos al feliz refugio de su alcoba, pero en lugar de ello descendió a la carrera la escalinata interior para a continuación lanzarse en presurosa acometida en persecución del misterioso caballero.

Las gotas de rocío que coronaban la hierba, la humedad creciente que besaba los bajos de su camisón, el frío acerado de pleno Diciembre y los ruidos misteriosos provocados por los seres de la noche no resultaron aliciente capaz de persuadir a la joven en su porfía de abandonar su plan persecutorio.

A cierta distancia delante de ella Drake avanzaba veloz y confiado en sus pasos camuflándose entre las sombras, perdiéndose entre los claroscuros hasta traspasar los límites de su propiedad y adentrarse en el bosque. El corazón de Emily no cabía ya en su pecho y luchaba con empeño por traspasar su coraza. Piel de gallina vestía todo su cuerpo y de su labio entreabierto y jadeante manaba un gélido vaho blanquecino.

Cuando llegado a un punto de gran espesura en medio del bosque creyó haber perdido la pista a su perseguido, maldiciendo por lo bajo su mala suerte, un extraño sonido a escasa distancia acaparó de nuevo su atención. Escudriñó entre los helechos, acuclillada y ceñida en su chal, descubriendo a pocas yardas una extraña reunión dispuesta en torno y a la luz de una generosa hoguera. Un corrillo de risas desenfadadas procedente de un prolífico grupo de varones y hembras de todas las edades hería la quietud de la noche con sus ecos insolentes. Almizcle, hierbas aromáticas y otros aromas dulzones copaban la atmósfera, amén de la vorágine mareante de colores vivos que irradiaba el peculiar vestuario de aquellas gentes.

Emily se acercó aún más ocultándose entre el follaje, hipnotizada por el baile frenético de aquellas mujeres que vibraban poseídas por alguna fuerza desconocida y agitaban en el aire la inmensidad de sus faldas, riéndose a carcajadas, asomando sus extremidades carentes de enaguas y dotando de vida la estridente joyería que cintilaba sobre sus escotados pechos. Varios hombres arrancaban notas estrepitosas a sus laúdes, otros bebían y fumaban en pipa medio adormecidos, algunos daban rienda suelta a sus instintos carnales en medio de aquel siniestro aquelarre y la mayoría reía con descaro las bromas del orador de turno.

Iluminados por las llamas de la hoguera dos hombres conversaban en baja voz, sonriéndose mutuamente y estrechando las manos en afectuoso y familiar ademán. Una joven de aspecto desaliñado regalaba zalamerías al más apuesto de los hombres, acariciándole el cabello y ofreciéndole con descaro y en bandeja las generosas carnes que manaban de su desajustado corpiño.

Emily achicó los ojos y se mordió el labio inferior. Se trataba de dos hombres de similar apostura, tan parecidos entre sí como pudieran serlo dos gotas de lava negra. Dos hombres cuyo cabello azabache a la luz de las rojas lenguas de fuego brillaba como ala de cuervo, acentuando el tono atezado de su piel y la blancura perlada de sus sonrisas. Excepto en una de ellas en la que destacaba el brillo feroz de un colmillo de oro.

Tragó saliva conteniendo la respiración. Acababa de identificar al líder de los gitanos que habían asaltado su carruaje.

Pero no fue ese punto lo que hizo zumbar su corazón, palidecer su rostro y helar la sangre en sus venas sino la certeza de que el otro hombre, el que conversaba, reía y ceñía la mano de aquel gitano monstruoso no era otro que el señor Drake, cuyo caluroso recibimiento por parte del grupo evidenciaba que no era ni mucho menos un desconocido para el clan. De hecho parecía un miembro más de aquel grupo salvaje.

Un miembro más...”

Una chispa de intuición saltó entonces en mitad de la noche y Emily se sintió estúpida por haber pasado por alto ciertos detalles tan obvios en ese instante.

Asustada retrocedió un paso, provocando con ese gesto que una rama seca crujiese de forma audible bajo sus pies. Contuvo de nuevo la respiración rogando al cielo que ninguno de los integrantes de aquella bacanal hubiese percibido su intrusión.

"Resultaría imposible, estoy demasiado lejos, ellos hacen demasiado ruido..."

Sin embargo cuando volvió la vista hacia el grupo su mirada se encontró de frente con la mirada rapaz y penetrante del señor Drake que, aún sin haberla localizado todavía, dirigía la mirada al punto exacto donde ella se ocultaba.

"¡¡Diablos, no!!"

Recogiendo la ligera tela del camisón y completamente fuera de sí retrocedió sobre sus pasos desandando lo andado, tropezando en su precipitación con las ramas bajas de los árboles, lidiando con zarzas rastreras y sorteando fastidiosos tocones emergentes por doquier. El corazón golpeaba sus sienes con violencia zumbando en el interior de su cabeza, la respiración entrecortada hería su pecho oprimiéndolo como una losa y las rodillas le temblaban como juncos verdes a causa del terror que la invadía. Varias veces creyó percibir tras de sí un jadeo audible, el estruendo de alguien arrollando con violencia a su paso la maleza surgida en el camino. Quiso gritar de pura desesperación, de impotencia, de pánico… pero el instinto de supervivencia la obligaba tan solo a correr y correr sin mirar hacia donde y sin volver la vista atrás. Con el miedo atenazando sus sentidos y el corazón quemando su pecho corrió con toda la fuerza de que disponía ignorando la cortante brisa nocturna que hería su rostro.

Cuando ya las sombrías tapias de Ravendom House se alzaban a escasa distancia y la esperanza de un refugio seguro se afianzaba en su cabeza, una fuerza inesperada la aferró por el talle y la elevó en volandas, arrancándola del suelo y obligándola a caer mientras gritaba.

Se preparó para aterrizar bruscamente sobre el firme del bosque con todas sus dolorosas consecuencias, pero en lugar de eso lo hizo sobre una enorme masa mullida que actuó a modo de colchón. Abrió los ojos, que mantuvo cerrados durante la caída, para encontrar bajo su propio rostro el rostro ceñudo y amenazante del señor Drake, atrapado de algún modo bajo el ridículo peso que ofrecía su propio cuerpo.