CAPÍTULO 24

 

 

A pesar del caos imperante en el interior de la prisión Drake pudo percibir con claridad el sonido exaltado de voces procedentes de la calle.

Abandonó el edificio empuñando aún su pistolón cuando la imagen que vio ante sus ojos le obligó a detenerse de inmediato.

Darlington, escoltado a la fuerza por dos de los gorilas de Kavi cuyo aspecto rozaba más de cerca el silvestrismo animal que las formas humanizadas, se dejaba ver con un aspecto bastante deplorable. Estaba claro que aquellos hombres habían dado con él en algún lugar del pueblo y su recibimiento no había sido tan cortés como el que le ofreciera el propio Drake durante su visita nocturna. De hecho la hinchazón que deformaba su ojo derecho y la hendidura sangrante de su labio inferior no reflejaban demasiada cortesía.

Pese a todo el caballero se esforzaba por mantener su porte envanecido que no conseguía esta vez otra cosa más que transmitir un alto grado de comicidad. De poco le servía el perfecto y ajustado nudo de su cravat cuando una de las mangas de su chaqueta aparecía descosida y medio colgando, inútil resultaba que inflara el pecho cual palomo cuando su cabello permanecía revuelto y sus patillas desordenadas. Ineficaces, igualmente, sus andares altivos cuando a duras penas conseguía dar dos pasos sin trastabillar.

—Lamento informarle que sus secuaces carecen de un mínimo de cortesía — farfulló sacudiéndose el polvo de las mangas cuando los gorilas le soltaron. — Aunque no es de extrañar teniendo en cuenta la innoble condición de su amo. ¡Dígales que no vuelvan a ponerme la mano encima!

Un brusco empujón lo lanzó varios pasos por delante de sus captores, posicionándolo ahora a escasa distancia de Drake.

—Y yo siento informarle que no se trata de mis hombres, por lo que no obedecen órdenes mías.— se acercó a Darlington y empezó a caminar a su alrededor sin dejar de observarlo, del mismo modo que actuaría un depredador que pretendiera amedrentar a su presa. Y podría decirse que semejante táctica funcionaba a la perfección a juzgar por las gotas de sudor frío que perlaban la frente de aquel caballerete.

—¿Pretende intimidarme, Drake? — rumió Darlington, resiguiendo el avance del romaní mediante el movimiento giratorio de sus ojos.

Drake adelantó los labios.

—No tengo el menor interés en perder el tiempo intimidándolo. — sonrió con perversidad. — Lo que me propongo es matarle en este mismo instante.

Darlington sonrió pero su sonrisa se esfumó ahogada ante su dificultoso intento por tragar saliva. Drake aprovechó ese instante para abalanzarse sobre él y ceñir contra su gaznate el brillante filo de su puñal.

—Le prometí que acabaría con usted si tocaba uno solo de los cabellos de Emily y usted sabe que los romaníes siempre cumplimos nuestras promesas...

—¡Está sana y salva, no ha sufrido ningún percance, se lo aseguro!

El violento testarazo que descargó Drake cogió por sorpresa a Darlington, que cayó al suelo con la nariz rota y un gran charco de sangre en derredor.

—¡Me ha roto la nariz, me ha roto la nariz! ¿Donde está mi pañuelo?

—No le servirá de mucho en el Infierno. — y se agazapó sobre él dispuesto a arrancarle el alma.

—¡Drake, no lo hagas! — la voz enérgica de Emily sonó como un atajo de cascabeles desde algún lugar a su espalda deteniendo a Drake de sus propósitos criminales tal que si el mismo Creador le hubiese hablado desde los cielos. Corría hacia él todavía ataviada con su camisón y su bata de gasa, solo que esta vez en lugar de aquel blanco virginal la tela hecha jirones lucía un sucio color parduzco. Tenía el cabello liberado del agarre de las horquillas y el rostro tiznado de humedad y mugre, los ojos hundidos y ojerosos y el caminar vacilante y característico de las almas torturadas... ¡pero seguía siendo Emily, su Emily!

Tras ella, Kavi observaba la escena con los brazos afianzados sobre el pecho. En su rostro se dibujaba una claro gesto de asentimiento. Julius Elmstrong también se sumó a la escena emergiendo de algún lugar entre las sombras.

—¡Drake, no, no lo hagas! ¡Tú no eres como él, no eres un asesino, Drake, no manches tus manos con la sangre de un rufián! — se encontraba a escasa distancia del romaní, observándolo desde su posición elevada mientras él mismo permanecía acuclillado sobre un lloroso Darlington. La voz de Emily se volvía por momentos aterciopelada y dulce. — Podemos vivir en paz, Drake, solos tú y yo, pero para ello no debes darles la satisfacción de convertirte en un asesino.

—No es tan fácil Emily...

—¡Sí que lo es! Tú eres mejor que él, eres mejor que toda esa gente que te ha despreciado y ha pretendido convertirte en un salvaje. Yo te amo, Drake, podemos hacerlo juntos.

Con su mano rodeó la mano curtida del romaní, consiguiendo a través de su contacto afectuoso y templado arrebatarle el puñal que amenazaba con cortarle el cuello a Darlington.

—Ya ha pasado, cariño, todo está bien...

Él la miró a través de unas pupilas desenfocadas.

—Emily, estás bien... eres tú, Emily...

Poco a poco se levantó acercándose a ella como el niño desvalido que busca a su madre necesitado de calor y comprensión, abrazándola tan fuerte que por un instante Emily creyó que podría llegar a partirla en dos.

—Bésame Emily, o te juro que voy a volverme loco en este mismo instante...  — Emily se posicionó de puntillas y sostuvo el rostro bronceado de Drake entre sus manos, sonriéndole con verdadero deleite antes de cerrar sus labios sobre los labios trémulos de aquel hombre. Su hombre.

Pero se dice que la maldad jamás descansa y que de hecho espera siempre el momento más oportuno para dejarse notar y campar a sus anchas. Por ello y aprovechando el despiste que el reencuentro de los amantes había obrado en los presentes, Nígel Darlington se las ingenió para arrebatar su arma a uno de los matones de Kavi, que imperdonablemente había bajado la guardia, y apuntar con ella al romaní.

No obstante no todos habían sucumbido a la almibarada escena entre los recién casados. Una persona había permanecido alerta en todo momento manteniendo la cabeza alzada como la de una cobra y los ojos vigilantes como los de un auténtico animal de la noche. Una persona que, intuyendo las criminales intenciones del caballero, en dos amplias zancadas estorbó sus propósitos interponiendo su propio cuerpo ante el cuerpo de Byron Drake.

Todas las miradas se volvieron cuando en el aire sonó el eco terrible de un disparo.

  El cuerpo de Kavi, herido de muerte, yacía tumbado cuan largo era con el terrible dibujo de un negro orificio perforando su amplio y bronceado torso. Un orificio horrible, humeante, del que manaba un denso e imparable curso de sangre.

Su mirada vidriada permanecía fija en Drake, que inmediatamente se cernió sobre él tratando de socorrerle. Cuando entreabrió los labios en un intento desesperado por hablar, un urgente hilo rojo ascendió a borbotones desde las profundidades desgarradas de su cuerpo obligándole a toser y sufrir horribles estertores.

—Kavi, ¿por qué has tenido que interponerte? — sollozó Drake acunando entre sus brazos la cabeza de su hermano. —¡Maldita sea, tú no, tú no, Kavi!

Phral, sabes que siempre he cuidado de ti...

  —¡Schhhh! — silenció Drake, arrancándose desesperado la manga de su camisa e intentando taponar con ella la terrible oquedad mortal. —¡No puedes hacerme esto, maldito, no puedes dejarme! — las lágrimas corrían por sus mejillas sin ningún tipo de mesura. —¿Quién cuidará de mí ahora?

Kavi, por respuesta, desvió su mirada hacia la temblorosa y sollozante Emily.

—Tu rommi. Tenías razón, es una buena mujer para ti...  — murmuró esbozando una sonrisa. Y esa sonrisa fue el último vestigio de vida que aquel romaní tosco y salvaje consiguió emitir.

Darlington, aprovechando la confusión que él mismo había originado, retrocedió sobre sus pasos consiguiendo despistar la vigilancia de los dos matones.

Drake, con el rostro desfigurado de dolor, se irguió muy despacio, con la lentitud amenazante que encierran las fuerzas de la naturaleza segundos antes de estallar y lanzar su terrible cólera contra el mundo. Con un gesto de su cabeza detuvo a los hombres de Kavi, que se disponían a abalanzarse como posesos sobre el asesino de su líder para tomarse la justicia por su mano.

—Acaba de firmar su sentencia de muerte y puedo asegurarle que la suya no será tan inmediata como la de este hombre. — recogió del suelo su puñal para blandirlo de nuevo y avanzar lentamente, con clara actitud amenazante, hacia el caballero. Su rostro era una máscara de demencia. Sus ojos los ojos de un perturbado. — Voy a desollarle como a un conejo y a colgarle de un árbol en medio del bosque para que, mientras todavía sigue con vida, sea consciente de cómo los cuervos y las alimañas le devoran las entrañas...

Darlington, presa de un terrible pavor, temblaba como una vara verde. Alzó la pistola empuñándola con las dos manos pero el temblor era tan violento que le resultaba imposible fijar la puntería en un blanco concreto. Sudaba, balbuceaba y retrocedía tambaleante sin apartar la mirada de aquel demente romaní que se disponía a infringirle la peor de las torturas, y estaba convencido que aquel sin duda animal cumpliría sus amenazas, ni bajar la pistola deponiendo su actitud. Rendirse no era una opción. No cuando la suerte ya estaba echada y la suya tenía todas las trazas de ser negra, muy negra.

En un momento dado se quedó inmóvil, empezó a carcajearse en alta voz como un perturbado, helando la sangre en las venas a todos los presentes, y con la agilidad que el diablo concede a los locos y a los malvados, alzó la pistola, introdujo el cañón en su propia boca y apretó el gatillo.

Siguiendo el rito romaní Kavi fue enterrado tres días después. Su gente se había encargado de asear su cuerpo con agua salada y de vestirlo con los mejores trajes para el gran viaje.

Al anuncio de su muerte todo el clan se echó a llorar y a chillar en medio de grandes y sonoras demostraciones de dolor; hasta los niños más pequeños gemían y se lamentaban como si alguien les hubiera golpeado con saña. Todo eran caras largas, semblantes llorosos y ayes lastimeros por doquier. Conforme pasaban los días aquellos lamentos desgarradores acabaron transformándose en una letanía cadenciosa, casi murmurante.

 

Depositaron su cuerpo en un ataúd y lo enterraron en un lugar solitario y recóndito del parque de Ravendom con una discreta lápida como único ornato. Los romaníes no practicaban el culto a los cementerios por lo que muy probablemente en un futuro tan solo Drake, o Emily, acudieran a visitarle.

Después de esto el clan partió de nuevo hacia otra de sus peregrinaciones sin rumbo. La vida debía continuar y el arraigado nomadismo de los romaníes les impedía permanecer demasiado tiempo en un mismo lugar.

 

—Mientras permanecí retenida llegué a la conclusión de que Kavi pertenecía a tu familia. Era tu hermano... — murmuró Emily una tarde mientras, en compañía de Elmstrong, realizaban el ritual de quemar todas las pertenencias personales de Kavi. Según la tradición ningún miembro de la tribu o de la familia podía heredarlos.

—Mi hermano mayor — apuntó Drake. — Los dos somos hijos de la misma mujer rom. Su padre era un romaní legítimo mientras que el mío...

—Turlington...

—El viejo lord se encaprichó de mi madre cuando el clan cruzó sus tierras de forma casual. La forzó una noche en mitad del bosque y de ese acto abominable nací yo. Kavi ya era un muchacho y nuestra madre hacía poco que había enviudado. Mi nacimiento supuso una vergüenza y una ofensa para todo el clan, aunque mi madre jamás renunció a mí. Mi abuelo, el rom baro de la tribu, se vio obligado a criarme y aceptarme entre los suyos, aunque jamás me haya aceptado realmente como uno de ellos. De ahí el odio ancestral que Kavi sentía hacia los gadjos, por más que por mi sangre corra una parte de ellos.

Emily apretó el antebrazo de Drake en un gesto que pretendía confortarlo.

—Pero, ¿como llegaste a ser el dueño de Ravendom?

—Cuando me convertí en muchacho regresamos a estas tierras. Mi madre pretendía que mi padre me reconociera como hijo suyo y me ofreciese un trabajo en su propiedad, que me facilitase la posibilidad de encontrar mi sitio en el mundo para poder salir adelante. No quería regalos ni nada por el estilo, no quería ni siquiera que me brindase su apellido. Yo era un muchacho fuerte que podía trabajar y ella tan solo pretendía que lo hiciese bajo la tutela y la protección del que era mi padre...

... pero en lugar de recibirnos amablemente nos hizo echar como a los perros. Precipitó a mi madre por la escalinata principal ante nuestros propios ojos y a continuación se cernió sobre ella blandiendo su fusta, golpeándola con saña hasta arrancarle la piel a jirones.

  Emily se estremeció al recordar que de ese modo había conocido a Drake: blandiendo su fusta contra un pobre muchacho indefenso.

... Kavi no pudo soportar aquella visión y sacó su puñal para hundir su filo en el vientre de aquel malnacido. Fue más valiente que yo, que permanecí inmóvil como un chiquillo observando cómo aquel villano masacraba a mi madre delante de mis narices. Después de aquello, con mi madre mal herida y medio moribunda, nos dimos a la fuga, ocultándonos en el bosque con el resto de nuestro clan. Supimos que el viejo no falleció en el acto, sino que la puñalada había causado una herida infecciosa que lo postró en el lecho hasta que la muerte tuvo a bien llevárselo. — una mueca de repulsión adornó su semblante. — Creo que ni la de fúnebre crespón anhelaba realmente recibirlo en su seno pues pasaron varios días antes de que se decidiera al fin a segarle la vida. Nadie supo quién le había herido, pues quizás por vergüenza o quizás por no descubrir sus viejas faltas del pasado lord Turlintong jamás mencionó el nombre de su atacante. En el pueblo se decía que un grupo de rateros había asaltado la mansión durante la noche y que al enfrentarse con los saqueadores el señor había resultado mortalmente herido. Así se silenció la historia. Creo que a nadie le interesó realmente indagar puesto que Turlington era un hombre despreciable al que todo el mundo detestaba. Su muerte no entristeció a nadie.

La mirada de Drake se ensombreció ante ese recuerdo.

... afortunadamente yo conocía a Julius de otras veces en las que nuestro clan había visitado el condado. Hacía años que había hecho buenas migas con aquel muchacho de rizos desordenados y aspecto remilgado,  — Julius sonrió, — fue él quien me informó que Ravendom se encontraba al borde del desahucio, que ya no quedaba nada de la vieja propiedad más que un blasón inservible y un sinfín de acreedores acosando día y noche al viejo lord. Todo estaba arruinado, ni un solo chelín en las viejas arcas familiares, ni un solo heredero capaz de solventar la deuda del viejo propietario. A su muerte, que parecía inminente después del supuesto asalto, todo pasaría a manos de los acreedores.

... daba la casualidad que yo había hecho fortuna durante años criando y domesticando caballos de raza para algunos de los aristócratas del Imperio. Siempre se me han dado bien los animales...

Emily inclinó la cabeza y sonrió.

... gracias a mis ahorros me dispuse a solventar de algún modo la ofensa que lord Turlington había hecho durante tantos años a mi madre concediéndole lo que yo consideraba que la buena mujer se merecía. Me dispuse a comprar Ravendom House y hacerme cargo de todas sus deudas. Al menos de algún modo mi madre podría ser al fin la señora de Ravendom y ocupar un sitio que le había estado vetado.

—De ahí que siempre hemos dicho que Drake era a todas luces el propietario legal de Ravendom — aclaró Julius, — él se hizo cargo de todas las deudas de la propiedad hasta conseguir sacarla adelante. Gracias a su trabajo con los caballos y la buena administración de las tierras hemos convertido Ravendom en una propiedad próspera.

Drake continuó hablando, con la mirada siempre firme en los ojos nublados de Emily.

... visité a mi padre en su lecho de muerte para comunicarle que había asumido sus deudas y comprado su propiedad y que de ahora en adelante Ravendom me pertenecía. Yo, un romaní bastardo, era ahora el dueño y señor de sus adoradas tierras. Creo que el hombre no pudo asumir tal revelación pues se fue de este mundo casi en el acto, eso sí, llevándose en los labios una maldición contra mi persona.

... mi madre falleció al poco tiempo sin haber podido disfrutar de la comodidad que durante tantos años le había sido negada. La brutal paliza de mi padre acabó con ella. Darlington apareció poco después como un buitre que presintiera la carroña. Evidentemente se trataba de un caballerete arruinado cuya única relación con la clase alta era un apellido rancio y obsoleto. Por supuesto no podría hacerse cargo de la deuda aunque hubiese querido pero tampoco aceptaba renunciar a la propiedad. Veía en ella el modo más sencillo de salir de la miseria y aunque fueron muchos los letrados que le comunicaron que Ravendom en sí no valía nada, jamás desistió de sus propósitos. Siempre creyó que le engañábamos y que le estábamos arrebatando la posibilidad de hacerse rico y alcanzar la posición que él creía que le correspondía. Hasta que Kavi se encaró con él y le obligó a desistir durante un tiempo mediante la afilada hoja de su puñal...

Emily recordó la cicatriz blanquecina en el rostro de Darlington y el estómago le dio un vuelco. El líder de los salteadores, el hermano de su esposo, había sido un hombre de aspecto salvaje al que no valía la pena contradecir. Su sola mirada, tan similar a la de Drake y a la vez tan diferente, conseguiría amedrentar al mortal más aguerrido.

... el resto ya lo sabes, Emily. Esa es la historia de Ravendom y de Byron Drake. — enmarcó su rostro entre las manos y le dio un beso en la punta de la nariz. — Creo que te hemos proporcionado material suficiente para que escribas una buena novela. — Emily esbozó una tímida sonrisa. — ¿Te parece que podrás sacar algo bueno de aquí?

—Algo se podrá hacer. Siempre y cuando continúes practicando la maravillosa costumbre de besarme por sorpresa a medianoche.

—Creo, mi querida Emily, que eso es algo que podré cumplir... — e inclinándose sobre ella selló sus labios con un dulce e interminable beso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  FIN.