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Llama Abrasadora

Lunes a la mañana

Vencido por un ataque de tos, Michael se desplomó en el piso de la oficina del señor Phillips. La sangre manchó la alfombra y Michael, indiferente, la escupió e intentó refregarla. La poca paciencia que tenía había desaparecido.

Primero, atrapa al señor Richards, el asesino. Segundo, encuentra a Patricia pero no recupera el reloj de bolsillo. ¿Existió alguna vez el reloj? ¿Qué era lo que el señor Phillips realmente quería que encontrara?

Las manos le temblaban, manchadas con la sangre de Patricia. No estaba seguro de lo que le había sucedido unos minutos atrás. Había sido como si alguna cosa...algo inhumano lo había consumido. ¿Qué pensaría Betty de mí?

¿Qué era lo que había envenenado su sangre? Él sabía la respuesta pero tenía vergüenza de admitirlo. Era el dinero. Encontrar a Patricia y al reloj significaba todo para él: era su vida. Ambicionaba tanto ese puesto con el señor Phillips que había golpeado a una mujer para conseguirlo.

¿Quién sabría que había sido él? Michael tenía al señor Phillips de su lado después de todo. Patricia era poco menos que una ciudadana. Estaba en un país extranjero, era soltera y una mujer de la tercera clase. El hecho de ser una ladrona significaba que era poco probable que deseara informar a las autoridades a menos que quisiera verse incriminada. En lo que a Michael concernía, a nadie le importarían los golpes, la sangre ni las heridas de bala en sus piernas. Quería obtener ese puesto que le ofrecía el señor Phillips. El puesto que merecía.

El señor Phillips llegó.

—Lamento mucho mi demora, Michael. Tuve que entregar al señor Richards, como entenderás — dijo mientras se acercaba cojeando a su silla y se masajeaba la rodilla. —Con los años, estas cosas nos agotan fácilmente. Qué día terrible hemos tenido...

—Terrible, sí, muy terrible — respondió Michael. El día recién empezaba. Y no quería saber qué más le reservaba antes de que terminara.

El señor Phillips llegó hasta el armario y extrajo un puñado de papeles. Estirando el cuello para ver mejor, Michael advirtió que eran los papeles para nombrarlo socio de su banco. Este era el momento que tanto había esperado.

—¿Dónde está? — preguntó el señor Phillips mientras pasaba las páginas y firmaba al pie de cada una de ellas.

—¿El reloj? — contestó Michael luchando para tragar. Ya no importaba si tenía el reloj, ¿verdad? Había encontrado a Patricia.

—Por supuesto, idiota.

Michael evitó su mirada. —La maldita no lo tenía.

—¿La encontraste? — El señor Phillips dejó de firmar las páginas e hizo a un lado la lapicera.

—¿Por qué cree que estoy sangrando? — respondió Michael frustrado. Se limpió la frente. Sigue firmando, pensó para sus adentros.

—¿Dónde está?

Michael dudó. —La dejé en el garaje de vehículos, en los pisos inferiores. No creo que ella...

—¡No la quería muerta!

—Usted dijo viva o muerta. Todo lo que usted quería era el reloj de bolsillo. Me aseguré de que no pudiera escaparse. Y ella ni siquiera lo tenía.

—Me has demostrado que eres un inútil — dijo el señor Phillips. Las arrugas de su rostro se contorsionaron en una horrenda expresión. Los huecos de sus mejillas se profundizaron. Pareció haber envejecido una década en unos pocos segundos.

Estupefacto, Michael se echó a reír a carcajadas.

—¡Cómo te atreves! — gritó el señor Phillips.

El tono y la expresión de Michael se volvieron los de un salvaje. —Usted me tuvo atrás de un asesino desde el comienzo de esta mierda. Encontré a su asesino. Ya está bajo custodia y casi mata a mi esposa — gritó Michael pegando un puñetazo sobre el escritorio de roble. — Encontré a su ladrón. Está abajo desangrándose. Lo único que no pude encontrar fue el maldito reloj. ¿Y soy un inútil? Después de todo eso, ¿un inútil?

—Era lo único que me importaba — respondió el señor Phillips con tranquilidad. —Y con el señor Wrinkler muerto... ¿cómo voy a obtener otro igual?

—Usted quería al asesino—

—Yo sabía quién era el asesino — respondió el señor Phillips, golpeando el bastón sobre la mesa.

Michael estuvo a punto de responder pero se le hizo un nudo en la garganta.

—Yo lo sabía — dijo el señor Phillips restando importancia al hecho con un movimiento de la mano.

—Qu—qué?

—Yo envié a Robinson para que asustara a Helen y me dijera quién era el ladrón.

—¿Por qué ella lo sabría? Usted—

—Helen era mi amante en ese momento. Yo no me había dado cuenta de que me había robado el reloj hasta la noche de su muerte. Robinson fue demasiado duro con ella. Yo le había ordenado que la tratara con rudeza pero nunca esperé que la matara.

—¿Por qué Helen le robó el reloj?

El señor Phillips se encogió de hombros: —Por dinero.

—¿Por qué me tuvo detrás del señor Richards?

—Tenía que atrapar a alguien. No me importaba si era culpable o no. Tengo conexiones con las autoridades pero todavía necesitaba un chivo expiatorio. Lo bueno es que el señor Richards era el hombre perfecto. Un hombre que había enloquecido ante la prematura muerte de su amada esposa; los periódicos adorarán la historia...

Desconcertado, Michael de golpe se sintió enfermo. Se limpió rápidamente los vestigios de la sangre de Patricia en sus pantalones de vestir.

—Todo fue para...

—No, para nada no — gruñó el señor Phillips — pero tú me fallaste.

—¡Yo hice lo que me ordenó!

—¡Pero no encontraste lo que te pedí, maldición! — dijo el señor Phillips estrellando el tintero contra la mesa. Una lluvia de tinta negra cayó sobre los papeles.

—¿Todo lo que hice y todavía no es suficiente? — rugió Michael. La adrenalina le quemaba en las venas. —Usted sabe que lo hice para demostrar mis capacidades. ¡Tiene que nombrarme socio corporativo de Phillips Banking!

El anciano se largó a reír.

Las mortales dosis de furia que lo atravesaban hicieron que Michael se quebrara. ¿Qué quería decir el señor Phillips con eso de que “él sabía demasiado”? A Michael no le gustó ese tono. Sacó la pistola y apuntó hacia el anciano. Esto no podía haber sido para nada. Se había jugado el pellejo, había arriesgado su vida y su esposa había arriesgado la suya propia. Obtendría lo que merecía.

—Yo hice lo que me dijo. Encontré al asesino y al ladrón. ¡Usted no puede hacerme esto! ¡Yo maté por esto! ¡Firme el papel! — rugió Michael, con el rostro hinchado por la furia.

Dando un paso atrás, el señor Phillips miró la pistola. La determinación de Michael era visible en sus ojos y en la firmeza de la mano que sostenía el arma.

—Todavía estás a tiempo de marcharte de acá. Tu esposa te está esperando afuera. Tus hijos te esperan de regreso en tu hogar — dijo el señor Phillips con calma. Michael buscó signos de temor en su rostro, pero el anciano parecía tan falto de emoción como una roca.

Michael parpadeó, moviéndose nerviosamente con la pistola.

—Tus hijos no pueden crecer sin padre, Michael — continuó diciendo el señor Phillips, moviendo lentamente la cabeza. —Te daré algo de dinero para compensarte por los esfuerzos realizados, pero por favor, no actúes en forma impulsiva. Tú no quieres hacer esto.

Como un flechazo, la mirada de Michael fue de su pistola al anciano, y luego a la mano del anciano. No sabía si creerle o no. Podía sentir la transpiración en las manos y cómo perdía fuerzas para empuñar la pistola. Sin embargo, el señor Phillips tenía razón, no podía dejar que sus hijos crecieran sin padre.

Bajando el arma, Michael inspiró profundamente. —Lo siento, pero—

El brazo del señor Phillips se elevó rápidamente y en su mano apareció un arma. Oh Dios... Sin pestañear, abrió fuego contra Michael.

*

Temblando con cada paso que daba, Sylvia se las arregló para mantenerse erguida. Las lágrimas continuaban cayendo por su rostro. ¿Dejarían cicatrices las lágrimas? Si así fuera, su rostro ya nunca volvería a ser el mismo de antes.

Enfrentarse a la belleza de la ciudad de Nueva York era más difícil de lo que había imaginado. El sol que a la mañana temprano había bañado su bello rostro ya hacía bastante que se había ocultado. La lluvia y el viento ponían nerviosos a los miembros de la prensa y arrastraban las maletas de un lado a otro. En el aire, la conspiración sonora de los relámpagos también se hacía sentir. A fin de evitar a cualquiera que quisiera interactuar con ella, se apuró a ingresar en el automóvil que la estaba aguardando. El conductor ya había sido informado sobre los incidentes ocurridos en la mañana.

No obstante ello, en vez de poder alejarse rápidamente de allí, tuvo que esperar un rato más por sus pertenencias. Como tenía tantas maletas, incluidas las del señor Wrinkler, tuvieron que ocupar a otro miembro de la tripulación para ayudar con el equipaje.

Mirando a través de la ventanilla del automóvil hacia el inmenso Diamond Royale, se dio cuenta de todo lo que había dejado atrás en ese viaje. Las elecciones que había tomado. Aquellas que no había podido tomar. ¿Fueron las correctas? No estaba segura...nunca lo sabría.

Indiferente al tiempo que llevaba sentada allí, un recuerdo apareció en su mente. Un mes atrás, había golpeado a la puerta de la oficina de Markus para avisarle que la cena estaba lista. Al verle que estaba preparando un hermoso reloj de bolsillo para un cliente, Sylvia no pudo evitar hacer un comentario.

—¡Qué hermoso reloj! — dijo.

Markus se burló. —No costó mucho en realidad. Lo obtuve de un judío en Ámsterdam. Fue justo antes de la guerra. Sólo quería el dinero suficiente para sacar a su familia de tu querido país.

A Sylvia no le gustó su tono de burla. Ese pobre hombre...Le diste el dinero— dijo sin dudarlo.

—Le di algo de dinero — dijo, encogiéndose de hombros. — Estaba desesperado.

Si bien Sylvia se sentía perturbada por la muerte de su marido, también sentía un cierto alivio. Markus no había sido un buen hombre. Esos recuerdos le hacían evocar los momentos de infelicidad a su lado. ¿Era una mala persona por sentir un cierto alivio?

Con la vista perdida, recordó haber escuchado la historia de una criatura mítica reconocida por su habilidad para renacer. ¿Era el ave fénix? ¿Podría ella sobreponerse y levantarse más fuerte que antes?

La lluvia golpeaba sobre la ventanilla del automóvil. Justo cuando estaba a punto de subir el vidrio, una cara terriblemente familiar se le apareció.

—Pensé que serías tú — murmuró Benjamin. Ella se dio vuelta, intentando no mirarlo. Benjamin cargó las últimas maletas en el baúl del automóvil antes de acercarse nuevamente a la ventanilla.

Las gotas de lluvia caían sobre su rostro como gotas de sudor. Tenía los voluminosos labios húmedos. Sylvia contuvo el deseo de besarlos.

—Alguien nos puede ver — susurró Sylvia, mirando a su alrededor y advirtiendo que el conductor estaba fumando a unos metros de distancia.

—Nadie nos mira — le aseguró Benjamin. —Escuché lo sucedido...lo siento.

—No, no lo sientes — respondió Sylvia, mirándolo a los ojos.

—Yo te quería a ti, Sylvia. Pero no quería que él muriera.

Retirando su mirada del rostro de Benjamin, Sylvia dejó escapar una lágrima.

El silencio llenó el espacio entre ellos. Cuando volvió a mirarlo a los ojos, él la estaba mirando con curiosidad.

—Luces diferente.

Si bien Sylvia se había recompuesto el maquillaje, arreglado el cabello y colocado otro ceñido vestido, no pensó que él se refería a esas cosas.

—Hoy perdí a mi marido — contestó rápidamente. No quería escuchar palabras dulces de su boca. Quería olvidar que él la había hecho sentir viva. Que le había hecho recordar el sabor de la felicidad que había disfrutado tantos años atrás.

—Es...como si hubieras encontrado algo — dijo Benjamin, y la ternura de su voz tocó otra frágil pieza en su interior. —Consérvalo. Pareces más hermosa todavía.

Azuzada por el miedo, cerró la ventanilla. Benjamin apoyó su mano contra el vidrio antes de regresar al vientre del Diamond Royale. Sylvia se aferró con fuerzas a la manija de la puerta. Su pecho parecía a punto de estallar.

Aprovechando ese momento de soledad, Sylvia tomó su cartera, abrió la puerta del automóvil y vació el frasco de pastillas afuera. Que la lluvia se lleve mis pecados, rezó para sus adentros. No sólo había encontrado la libertad, la había arrancado del brote de la vida y nunca más renunciaría a ella.