21

Manzana Podrida

Lunes al mediodía

Michael dio una palmaditas sobre el pálido y suave hombre de la mujer. Ella vaciló, girando para enfrentarlo con una aguda intensidad en los ojos, y dijo: —Me asustó, señor Jones.

Su suave acento holandés, lo atrajo. Era algo nuevo y continuaba sorprendiéndolo cada vez que ella hablaba.

—Discúlpeme — contestó Michael, sonriendo agradablemente. —Parece usted un tanto trastornada, señora Wrinkler.

Ella lo miró desde su asiento. Su vaso de vino tinto estaba vacío. Mientras que la mayoría de las personas que estaban en el salón comedor, estaban con su pareja o algún amigo, ella estaba sola. Una extraña escena para una mujer tan hermosa como la señora Wrinkler.

—¿Y qué esperaba? Mi esposo sufrió un desmayo esta mañana — respondió ella. El tono siniestro de su voz le hizo saber que no era bienvenido. Los agudos ángulos de su cara parecían más pronunciados.

—¿Le importa si me siento con usted? Se la ve terriblemente solitaria en este lugar.

—Estoy bastante bien — dijo ella rápidamente.

—Tengo algunas preguntas para hacerle. Preguntas que debo hacerle a usted — respondió Michael, rascándose el ralo bigote.

La señora Wrinkler lo miró detenidamente. —Bien, siéntese, señor Jones.

—Puede llamarme Michael — dijo él, con una sonrisa insinuante mientras tomaba asiento enfrente de ella.

Ella lo fulminó con la mirada. —Tome asiento, señor Jones.

Los rubios cabellos de la señora Wrinkler caían en cascada sobre su espalda, sus ojos azul cielo brillaban, y sus finos labios se movían con nerviosismo. Se la veía bastante bien a pesar de que la piel alrededor de uno de sus ojos estaba levemente decolorada. ¿Por qué había allí un golpe disimulado con maquillaje? Acordándose de Betty, se preguntó que habría hecho la señora Wrinkler para disgustar a su marido. 

—¿Me va a interrogar o se va a quedar sentado ahí mirándome? — gruñó ella.

A Michael le resultó difícil concentrarse en lo que había venido a preguntarle. Naturalmente, una mujer de su nivel estaba acostumbrada a ser dictatorial, pero no estaba acostumbrado a una mujer con una lengua tan filosa. En la mente de Michael, cada mujer ocupaba un lugar. Aunque había debates de cambio. Las mujeres tenían más derechos que nunca antes. Cuando das la mano, te toman el codo.

Si bien sus rudos comentarios tocaron una fibra sensible en su interior, Michael se sintió aún más extrañamente atraído por ella. Quería bajarle el hombro del vestido, morder su suave carne y pasar la lengua por su clavícula.

Advirtió que Sylvia arqueaba una de sus cejas. Michael se puso colorado, y metió las manos en los bolsillos antes de sacar su libreta de anotaciones y la lapicera. Aclarándose la garganta, levantó la vista y le devolvió su intensa mirada.

—¿Qué sabe sobre el incidente con Helen?

La señora Wrinkler puso los ojos en blanco. —Nada que usted ya no sepa, estoy segura.

—¿Dónde se encontraba cuando ocurrió el incidente?

—En la cubierta.

—¿Vio lo que sucedió?

—No. Salí simplemente un minuto para tomar un poco de aire fresco. Cuando regresé el interior del barco, escuché que alguien gritaba. No estaba segura de lo que estaba pasando, pero sabía que mi esposo estaba adentro. Me dirigí hacia él.

Suspirando, Michael hizo unos puntos en la página. —¿Ha visto alguna una mujer extraña en el barco?

La señora Wrinkler adoptó una expresión confundida. —¿Extraña? ¿Qué quiere decir con eso?

—Me refiero a una mujer que no parece pertenecer al lugar donde se encuentra.

—Creo que no habrá muchas mujeres como esas en este lugar.

—Usted sabe a qué me refiero — dijo Michael, con tono serio — Ella puede ser peligrosa. Sospechamos que es la asesina de Helen.

—¿Y que ella también mató al doctor, no? ¿Por qué piensan que lo mató? Él era una buena persona.

Michael levantó la mirada para enfrentarla. Ella lo estaba analizando de una manera como nadie lo había hecho antes. ¿Qué estaba pensando? Había una extraña frialdad en su personalidad. Y también parecía muy segura de sí misma. Pero no era la misma seguridad que vio en su marido. Parecía no tener miedo, y ostentaba una seguridad peligrosa.

—Es imposible entender la mente de un asesino — respondió con tranquilidad.

Sylvia sacó su lápiz de labios rojo, y volvió el foco de la conversación a la malvada mujer.

—No, no sé de quién está usted hablando.

—Se llama Patricia. Cabello oscuro, delgada, baja estatura, de unos 30 años.

Con ayuda de un espejo de mano, Sylvia se tomó su tiempo para retocarse los labios. Frustrado, Michael comenzó a golpear el piso con el pie. Pero si bien este acto de desafío lo irritaba, no podía dejar de concentrarse en sus labios pintados. Quería esa boca toda sobre él.

Sacándolo de su arrobamiento, Sylvia emitió un ruido con los labios y comenzó a quitar el exceso de lápiz labial de los dientes. Sacudió la cabeza. —Alguien que no resulta familiar. Una mujer...inesperada — agregó la señora Wrinkler con un sentido de orgullo por su sexo.

—Bien, por favor esté atenta a alguien así. Ella es peligrosa y probablemente esté armada.

—¿Hay algo más? Debo retirarme. ¿Me entiende, señor Jones?

—Entiendo, entiendo — replicó Michael, frustrado.

Sólo tenía el día de hoy para encontrar a Patricia y a ese maldito reloj de bolsillo. No estaba seguro de por qué había pensado que la señora Wrinkler podía tener alguna información nueva para él.

— ¿Hay algo que desee compartir para ayudarnos en nuestra búsqueda de justicia?

Hubo un leve parpadeo en la mirada de la señora Wrinkler al contemplar su vaso vacío. Por un momento, Michael pudo ver su interior por debajo de una superficie de acero, y vio una mujer rota. ¿En qué estaba pensando?

Benjamin, el joven mozo que había entrevistado anteriormente, retiró su vaso.

—¿Señora Wrinkler?

—Puedo contarle que esa noche escuché a un hombre que hablaba solo en la cubierta — disparó de pronto, como si ya estuviera cansada de escuchar la voz del señor Jones.

—Parecía un loco. Pensé que lo había imaginado. Pero esta mañana temprano, un hombre irrumpió en los consultorios médicos. Lo vi saliendo de allí y se trataba de la misma persona. Parecía un salvaje y estar perdido. No me hizo daño, pero está en algún lugar de este barco — dijo la señora Wrinkler, y agregó con tono condescendiente: —Podría ser un mejor sospechoso que su diminuta dama.

¡Ayuda, ayuda! — gritó un anciano. ¡El asesino está tratando de matar a otra mujer!

Michael se puso de pie de inmediato, tirando la silla hacia un costado. Dudó. No quería morir. Si el asesino realmente estaba atacando a otra mujer, era peligroso y tangible. Todo este tiempo, Michael había sentido que perseguía a un fantasma y ahora, de pronto, el fantasma quería salir de las sombras y actuar.

Todos lo miraron, sabiendo que había estado entrevistando a la gente por este caso.

—¿Y bien? — dijo la señora Wrinkler burlonamente. — Parece usted nervioso, detective.

*

Betty se quedó pálida. Se trataba del mismo hombre que había visto la noche anterior en la cubierta del barco. No fue hasta que sus ojos apuntaron hacia ella que se dio cuenta de que tenía que echar a correr. Aquellos acosadores ojos verdes pertenecían a un asesino. La sangre en el rostro del hombre hacía contraste con sus ojos, haciéndolos resaltar. Si se quedaba quieta, se convertiría en otra de sus víctimas.

Betty retrocedió. El hombre no se movió. Temía que si se echaba a correr, él también lo hiciera. Apenas si se parecía a un ser humano; era puro instinto animal y furia primitiva. Los ojos de Betty se dirigieron a sus dedos; la mano del hombre se tensaba alrededor del cuchillo.

Aguijoneada por el miedo y la adrenalina, Betty dio media vuelta y comenzó a correr. No podía emitir sonido alguno. Había concentrado toda su energía en hacer que sus regordetas piernas la llevaran lo más lejos de allí. Al principio no podía escuchar a nadie, pero segundos después, pudo percibir sus pesados pasos tras ella. La estaba alcanzando.

De pronto, una fuerte mano la sujetó del brazo. Tiró del brazo hacia atrás para pegarle y luchó para escaparse. Cayeron al piso. Intentó apuñalarla pero el cuchillo sólo alcanzó a rasgar una parte de su vestido verde. Con un potente empujón, se liberó de él. Pero al intentar separarse, el cuchillo le desgarró el vestido. Betty cayó hacia atrás. 

—¡Socorro! — gritó.

Giró el cuerpo e intentó levantarse. El hombre la asió de los cabellos y la tiró nuevamente hacia atrás. Betty gritó histéricamente, esperando que alguien pudiera ayudarla. Él intento taparle la boca con su mano manchada de sangre. El sabor de la sangre de otra persona sobre sus labios le dio náuseas. Se dio vuelta para enfrentarlo y tratar de liberarse de ese cuerpo pesado.

—¡Ayuda, por favor! No tiene por qué hacerme esto. ¡Por favor, no me mate! — imploró Betty, intentando esquivar sus manos mientras él trataba de silenciarla.

El hombre la sujetó de las muñecas y se las sostuvo con fuerza a ambos lados de la cabeza. La estaba aprisionando demasiado fuerte y todo lo que ella podía hacer era quejarse. Sentía el fuego de sus ojos. Impactada, Betty se ruborizó. Había algo en su mirada. No era sólo sed de sangre; había algo humano en su interior.

—¿Nadine? — susurró el hombre.

Petrificada, Betty no dijo nada. Su pecho subía y bajaba agitadamente. Rezó con desesperación a Dios para que este loco no le hiciera daño.

El silencio era ensordecedor, y ella nunca sintió tanto miedo como en ese momento. ¿Le golpearía el rostro o la besaría? Las lágrimas saltaron de sus ojos; cayeron al suelo y fueron absorbidas por las fibras de la alfombra.

—Estoy aquí ahora... — murmuró suavemente. —Por favor... deja de hablar. Cállate. Cállate.

Al acercar su cara a la de ella, Betty notó las grandes bolsas debajo de sus ojos. Ella vaciló y quiso dar vuelta la cara, pero su cuerpo se paralizó. ¿Qué quería de ella? Era una mujer casada. No sabía quién era esta Nadine. ¿Qué grado de locura tenía este hombre?

—Te quiero — le dijo, sollozando. Betty notó que le temblaba el labio inferior. — Discúlpame por no decírtelo con frecuencia, pero quiero que sepas que siempre te quise. ¡Dios mío, cuánto te quise!

Su mano se aflojó sobre la suya, y le masajeó la muñeca dulcemente. A Betty se le erizó la piel. Cautivada y paralizada, no sabía cómo reaccionar. Por unos momentos, se quedó mirándola fijamente. Ella no podía apartar la mirada de esos ojos color esmeralda que la hipnotizaban. ¿Quién era el hombre detrás de esos ojos? ¿A quién deseaba ver con tanta desesperación?

Luchando por hablar, se las arregló para decir: —Me está lasti...mando...

El hombre frunció el ceño, y su mirada de adoración cambió hacia una mirada confusa. Betty se arrepintió al instante de haber abierto la boca. La mirada del hombre se dirigió hacia el cuchillo y el corazón de Betty se aceleró. No había tiempo que perder. Betty lo empujó hacia un costado e intentó alcanzar el cuchillo.

Al darse cuenta de lo que ella intentaba hacer, la dulzura de sus ojos fue sofocada por la furia, que ahora resurgió con mayor fuerza que nunca.

—¿Por qué? —gritó el hombre, luchando con su mano derecha por el control del cuchillo.

Un dolor cegador inmovilizó a Betty. Su propio grito le quemó en la garganta. El hombre también gritó mientras clavaba el cuchillo en su suave carne.

*

Michael siguió al anciano. Podía escuchar los gritos cada vez más cerca. Eran dos las personas que gritaban, ambas de dolor; un hombre y una mujer. Algo en la voz de la mujer le traspasó el corazón. ¿Betty?

Apresurando el paso, Michael se quitó el saco y sacó su revólver antes de comenzar a correr a toda velocidad. Como un rayo, recorrió el pasillo y dio la vuelta. El cuerpo de Betty se agitaba debajo del de un hombre que la mantenía prisionera.

—¿Por qué me abandonaste? — gritaba el hombre, acariciando el rostro de Betty con una mano temblorosa y manchada de sangre. —Yo no te maté, patita. me arrebataste todo. ¡Todo!

Michael advirtió que Betty sangraba por el estómago. No quería dispararle al hombre, por temor a lastimar también a Betty. El señor Phillips le había dado un revólver para estos casos, pero él no se sentía lo suficientemente seguro como para arriesgarse. Corrió hacia ellos y de un empujón sacó al hombre de encima de su esposa.

Fue entonces cuando le vio la cara. A través de la sangre, las lágrimas y la suciedad, se dio cuenta que era una de las personas que había entrevistado. Harold. Esos ojos color esmeralda brillaban más que nunca y eran imposibles de olvidar.

Cayeron luchando al suelo. Mientras Michael intentaba controlar a Harold, parecía que éste intentaba desesperadamente liberarse y atrapar nuevamente a Betty. Ambos cuerpos se retorcieron en el suelo; una mezcla de carne y sangre. Harold empuñó el cuchillo y asestó una puñalada en el brazo de Michael. Gimiendo de dolor, Michael sujetó la muñeca de Harold y comenzó a golpearla contra el piso, hasta lograr que soltara el cuchillo. Entonces lo arrojó lejos por el corredor y fuera del alcance de ambos hombres.

Llegaron más hombres, acompañados por el doctor Orwell que traía una jeringa en su mano. Betty yacía en el suelo, sangrando y sollozando incesantemente. Harold le dio un codazo a Michael en la cara, obligándolo a soltarlo.

Tenso, Harold se quedó parado solo en el corredor, con al menos una docena de ojos sobre él. Como un animal, su cabeza se movía rápidamente entre las caras y se lamía los labios. De pronto, Betty atrajo nuevamente su atención. Michael sintió una punzada de desesperación al verla quejándose y llorando de dolor. Una enfermera estaba intentando hacer lo mejor que podía para ayudarla, pero primero tenía que neutralizar la gran amenaza. 

Fue en ese momento cuando Harold gritó nuevamente, dirigiéndose a ella: —¡Yo no lo hice!

De un salto, Michael se abalanzó sobre Harold y trató de arrojarlo hacia atrás. Otros cuatro hombres también acudieron en su ayuda. Lo arrojaron al suelo y el doctor Orwell le clavó la aguja en el cuello. Después de unos pocos segundos, la fuerza bruta que corría por el cuerpo tenso de Harold, se apaciguó rápidamente. Harold yacía con el cuerpo muerto entre sus brazos, gimiendo: —Yo no fui, yo te amaba.

Cegado por la furia, pensando que Harold estaba hablando de Betty, Michael le asestó una trompada.