25

Mancha Borgoña

Martes, al amanecer

Ciñéndose un vestido blanco como la leche, Sylvia llevó cabo su habitual rutina diaria. El señor Wrinkler se colocó la camisa dentro de los pantalones con cierta dificultad y su pesada respiración la frustró. Sus ropas ya estaban empacadas y organizadas. El equipaje estaba al lado de la puerta, esperando ser recogido por el personal del crucero.

Unos aros de perlas adornaban las orejas de Sylvia; los mismos que Markus le había regalado. Se moría por ver nuevamente a Benjamin, pero sabía que no podía arriesgarse. Esa parte de su vida estaba terminada. Muerta. En un universo alternativo hubiera huido con su caballero de brillante armadura, dejando atrás a este tonto incomprensible. Como esta elección le habia sido arrebatada, Sylvia se sentía terriblemente desconectada.

Anoche había tomado la decisión que podía tomar. Después de todo, se trataba de su vida. ¿Por qué sufrir día a día cuando tenía otra opción a mano? El único problema que tenía era la elección del lugar. ¿Era más poético morir en una cama, en el baño, o en la cubierta?

—Es tan temprano — suspiró Sylvia, tomando su cartera.

—No, no creas. Ya salió el sol. Sabes que tenemos que partir tan pronto como el barco llegue a puerto. Tengo asuntos que atender. A ti también te espera nuestro hogar.

Sylvia advirtió un maletín con papeles que sobresalían, al lado de la cama.

—¿Cuándo llegó eso? — preguntó, haciendo un gesto hacia la mesa.

—Mientras te estabas bañando. No es nada por lo que debas preocuparte. Tuve algunos desacuerdos con Jacobus anoche.

Sylvia suspiró, fingiendo sorprenderse.

—¿Fue algo grave?

——Oh... bien... — Markus se rascó la papada. —Ya no confío en él. De todos modos, hay un montón de otros contadores para elegir.

Sylvia se miró en el espejo. Había cubierto el golpe lo mejor que pudo. Solo si alguien miraba fijamente sus mejillas podría advertir el oscuro trasfondo debajo del maquillaje protector.

—Por supuesto — respondió.

Mientras Sylvia se dirigía hacia la puerta, Markus la tomó del hombro.

—Ayer...perdóname, me temo que me dejé llevar por mi mal genio, liebling.

—Yo no tendría que hacer robado el colgante.

—Es verdad, pero... me entristece ver tu rostro así — le dijo, acariciándole la mejilla.

Sylvia intentó no dar un paso hacia atrás. ¿Era esa la única razón por la cual se disculpaba? ¿No era ella lo suficientemente hermosa con un ojo morado?

—Las cosas serán mejor en América, te lo prometo — respondió Markus, besándola en los labios. Ella se vio obligada a fingir una vez más.

—¿Nos encontramos afuera dentro de un rato? La gente va a empezar a formar fila para bajar del barco.

—Todavía tengo que hablar algo con Jacobus antes de marcharnos — gruñó Markus. —Necesito atar algunos cabos sueltos.

Sylvia asintió con la cabeza.

—Será un nuevo comienzo.

Ella estaba contando con ello.

Justo cuando se estaba marchando, advirtió una caja de unos costosos chocolates belgas al lado de los libros de bolsillo. Iban dirigidos para ella y para Markus.

—¿Jacobus? — preguntó Sylvia.

—Sí — contestó Markus mientras entraba al baño.

—Parece querer disculparse.

Sylvia rompió la envoltura plástica y robó algunos chocolates. Al sentir cómo se derretían en su boca, los recuerdos sensuales sobre Benjamin se agolparon en su mente. Recordando que aquellos momentos ya habían pasado, la felicidad tuvo un sabor acre en su boca. De pronto, su rostro se iluminó ante una idea que le vino a la mente.

*

Sujetándose el abdomen, Betty se despertó bañada en transpiración. Sentía que las punzadas de dolor se agolpaban en su estómago, y gimió a viva voz.

—No te toques de esa manera — la retó Michael. Betty había estado intentando protegerse de Harold en sus sueños e, inadvertidamente, se había llevado las manos hacia la herida. Al levantarlas, éstas le quedaron manchadas de sangre.

—No me di cuenta... — murmuró asustada. Michael no era del tipo de personas que brindara soporte emocional. Caminaba de acá para allá, con el rostro retorcido por la ansiedad.

— ¿Qué te pasa?

De pronto, comenzó a colocar la ropa en las valijas. Arrancó vestidos y sacó camisas de los percheros y cajones y los tiró en forma descuidada allí adentro. Impactada, Betty lo miraba fijamente con los ojos bien abiertos. Nunca la había ayudado a empacar...en realidad, nunca la había ayudado con nada que tuviera que ver con los asuntos domésticos. ¿Por qué la estaba ayudando, si es que podía llamarse ayuda a esta reacción?

—¿Es que hice algo mal? — gimió Betty.

—Vete hoy. Vete en una hora o dos como máximo.

—¿Por qué? ¿Qué está pasando?

—Sólo quiero saber que estás fuera de este barco lo más rápido posible.

—¿Qué va a pasar? — rogó ella.

Michael dudó.

—No confío en el señor Richards. Es un loco y ya debería estar en prisión o haber sido sometido a una lobotomía, y no estar encerrado en un cuarto.

—Me pareció que era un lugar seguro.

—Tonterías, Betty. ¿Por qué crees que te permitieron regresar a tu camarote?

Ella se sobresaltó. Era verdad; ella tampoco confiaba en el señor Richards o en el hecho de que el equipo médico pudiera mantenerla a salvo de él. Y sin embargo, sentía que había algo más que no le decía.

—No entiendo—

—Deja de hacerme preguntas. Si te pido que te bajes de este barco, solo hazlo — le dijo.

—Ok — respondió Betty, rendida. Era en estos momentos cuando deseaba haberse casado con otro hombre.

Después de muchos resuellos, profundos suspiros y algunos movimientos bruscos para arrojar la ropa en una de las valijas, Michael se marchó. Betty sintió que su cuerpo entero temblaba. Miró fijamente la valija como si fuera un animal muerto de cuyo vientre sobresalía la ropa desparramada.

De pronto sintió unos urgentes deseos de orinar. Arrastrándose para levantarse de la cama, Betty caminó rengueando hacia el baño. Sentada en el inodoro, suspiró aliviada. La puerta del camarote crujió al abrirse y luego se cerró nuevamente. ¿Qué otra cosa deseaba Michael?

Rápidamente, porque conocía su irrazonable temperamento, abrió la puerta del baño. No había nadie en el cuarto. Exhausta y perpleja, Betty organizó el equipaje mientras trataba de ignorar las punzadas de dolor en su abdomen.

*

Furioso, Michael salió de su camarote y se dirigió directamente a la oficina del señor Phillips. Una parte de él quería regresar, ayudar a Betty a empacar y luego descender rápidamente del barco. Se sentía inseguro y vacilante. Esta pesadilla terminará pronto.

Una vez más, volvió a sentir el perturbador sentimiento que lo había arrastrado a comportarse de esa manera con Betty y las ropas y el equipaje. Tenía que asegurarse de encontrar a esa mujer y recobrar el reloj de bolsillo. El juego había durado demasiado tiempo. Era hora de que todo esto acabara.

Mientras caminaba por el pasillo, se alisó la chaqueta de su traje y se acomodó el rígido cuello. El sonido de unos pasos extraños le hizo girar la cabeza para ver quién estaba en el corredor. Era muy temprano. El sol apenas había aparecido en el horizonte. Con los nervios de punta, cualquier sonido lo alteraba.

Una mujer de cabello oscuro y maquillaje dramático cerró la puerta detrás de ella, silenciosamente, antes de caminar hacia el lado contrario. Michael volvió a concentrarse sobre sus pasos. Cuanto antes llegara a la oficina del señor Phillips, más rápido...

Michael se detuvo. Un puño helado le golpeó el corazón. Esa extraña mujer había salido de su camarote.

*

Cuando Sylvia cerró la puerta del camarote, se colocó el collar de tulipanes. Después de todo, iba a necesitar valor para llevar a cabo lo que pensaba hacer. Acariciando la joya, sintió que la fuerza de su familia y de su tierra natal iba creciendo en su interior. Se dirigió a la cubierta del barco.

El sol despuntaba en el horizonte. El cielo del amanecer lucía un fascinante dorado color miel y las nubes estaban bañadas por un dorado caramelo. Sylvia eligió colocarse mirando frente al mar por donde habían estado viajando a pesar de que la gran ciudad estaba a solo una mirada de distancia. Era más pacífico mirar hacia el océano.

Encendió un cigarrillo e inhaló profundamente.

Con la fresca brisa escociéndole en el cuello, observó cómo el agua iba y venía. Deseaba trazar la superficie del agua con los dedos. Sin darse cuenta, las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro. La belleza del amanecer sobre el océano la dejó sin palabras, aún con algunos grupos de nubes grises en el horizonte. Durante esos momentos estuvo ausente, comprendiendo la perfección del lugar que había elegido.

—¡Señora Wrinkler! — una voz que no reconoció la llamada por su nombre. Era Brian, su vecino de camarote, quien dejó de correr para recobrar el aliento. Aturdida, Sylvia se acercó contra la baranda para mantener su distancia. —Su mari...marido...venga rápido, lo siento tanto.

El cigarrillo se le cayó de los dedos.

*

—¡Patricia! ¿Es usted Patricia Rosewood? ¡Deténgase! — El chirriante sonido del acento americano del señor Jones cortó el aire y atravesó el corazón de Patricia. Él la había visto.

Comenzó a correr, aferrando la mochila de cuero que contenía el reloj de bolsillo. Fue hacia la izquierda, luego a la derecha, tomando cualquier pasillo que la alejara del hombre que la perseguía. Sus pesados pasos le retumbaban en la mente. No estaba segura si él estaba recuperando terreno o si se estaba quedando rezagado. El corazón de Patricia rugía dentro de su pecho.

Había estado oculta adentro de un armario y abajo de una cama durante al menos veinticuatro horas. Para colmo, la última vez que había comido había sido con Rodrigo, y apenas si podía llamarse una verdadera comida. Su respiración se volvía dificultosa, y se estaba acalambrando. Este era otro doloroso recordatorio de que ya no podía seguir corriendo de esta forma.

No tenía garantías de lo que sucedería si dejaba de correr. Sabía que, como mínimo, le sacarían el reloj de bolsillo, y la enviarían a prisión. La probabilidad de poder convencer al tribunal de que ella no había matado a Helen y que tampoco era responsable por el robo era imposible. Y los cargos por la posesión del reloj de bolsillo...bueno, en realidad, ella lo había robado. Y, para ser honesta, tampoco descartaba que la muerte fuera otra posibilidad de castigo. Ella estaba bastante segura de que el señor Phillips era capaz de ello.

La adrenalina corría en su interior, y sentía la tensión en cada uno de sus músculos. Corriendo a toda velocidad por el corredor en dirección al salón comedor, se dio cuenta de que lo había perdido de vista por un momento. Aprovechando el momento, se introdujo en una habitación en cuya puerta se leía “Tripulación”. En su interior, había un pequeño lavabo y un baño.

Cerrando la puerta detrás de ella, se detuvo un momento para tomar aliento. Los pulmones le quemaban con cada inhalación. Sin perder tiempo, se miró en el espejo y advirtió que su oscuro maquillaje se había corrido. El sudor le humedecía la línea del cabello. Se lavó la cara para quitarse el maquillaje,

Encontró una arrugada camisa marrón adentro de su mochila. Quitándose la camisa negra que llevaba puesta, se colocó la camisa marrón. Se hizo un rodete esperando cambiar su identidad lo máximo posible. En vez de la apariencia dramática que antes lucía, ahora tenía una cara común que no llamaría la atención.

Aguzó los oídos para escuchar si su perseguidor pasaba corriendo por delante de la puerta de la habitación. Escuchó unos pasos ocasionales pero era difícil determinar si pertenecían al señor Jones o no. Los dedos le temblaban fuertemente cuando acercó la mano a la perilla de la puerta. Sabía que no podía quedarse en el cuarto de baño, porque alguien podría necesitarlo. Su posibilidad de fuga estaba tan cerca y al mismo tiempo tan lejos...

Esperando que el corredor estuviera tranquilo, Patricia contuvo el aliento. Se arriesgó. Deslizándose por el pasillo, caminó con celeridad hacia la salida oficial. Con su pasaporte falso en la mochila, no debería tener problemas para bajar del barco. Mientras se acercaba a la salida que daba a la ciudad de Nueva York, advirtió que ya se había formado una fila.

Sin otra alternativa posible, se acomodó detrás de seis personas. Mantente distante, mantente distante. No mires a nadie a los ojos. Mantén la cabeza baja. Ya casi estás afuera. Podía sentir las gotas de sudor que se deslizaban por su rostro. Más que mirar hacia abajo, ella deseaba mirar a su alrededor para ver si el Sr. Jones aparecía. Pero no podía llamar la atención. 

La fila se iba moviendo y ella sujetaba su mochila cada vez más con mayor fuerza. Ya estaba a punto de lograrlo. Podría abrazar la libertad.

De pronto, todo su interior se puso tenso. Pudo sentir las vibraciones a través del piso mientras alguien se acercaba corriendo hacia la fila.

El señor Jones pasó a su lado y se dirigió al hombre que estaba despachando los pasaportes. —¡No, no, no! — dijo casi sin aliento pero con determinación. — Estoy buscando a alguien.