24

Venas Rotas

Lunes a la noche

Incapaz de mantener las manos quietas, Sylvia sentía que su impaciencia se acrecentaba. ¿Dónde estaba Markus? ¿Había descubierto algo sobre ella y Benjamin? Si lo había hecho, dudaba que estuviera dando vueltas por ahí. En vez de ello, estaría golpeándola nuevamente.

Conmovida por los acontecimientos de la mañana, se había alejado del mundo permaneciendo encerrada en su camarote. Aquí estaba segura. Por ahora. No sólo se sentía humillada y enojada por el mal genio de Markus esta mañana, sino también avergonzada por cuán desesperada debía haber parecido cuando le dijo a Benjamin que quería escaparse con él.

¿Realmente quería escaparse con él? Para su sorpresa, su respuesta instintiva fue afirmativa. Cualquier vida era mejor que la que estaba viviendo. Al menos —Sylvia se llevó una mano protectora, aunque innecesaria, a su abdomen— no estaba llevando en su vientre el ancla que terminaría por hundir el barco. 

El zumbido de diversos murmullos comenzó a sentirse cada vez más fuerte afuera de su camarote. Unos abruptos golpes acompañaban la cacofonía. Sylvia abrió la puerta y se encontró con una mujer con dientes torcidos y manchados por el café.

—¿Puedo ayudarla? — preguntó Sylvia.

—Oh, no. Disculpe señora. Solamente estamos avisando a todos que el asesino ha sido atrapado. ¿Es maravilloso, no? — su aguda voz lastimó los oídos de Sylvia y la hizo titubear.

—Sí, sí, es maravilloso — respondió Sylvia forzando una sonrisa y cerrando la puerta detrás de ella.

Esto no era novedad para Sylvia. Durante la cena, había estado presente para escuchar el anuncio del señor Phillips. Independientemente de ello, no estaba segura si Markus lo sabía. Lo había estado buscando entre la multitud que se había agolpado en el corredor.

A partir de la puesta de sol, algunas personas ebrias se habían ido amontonando en los pasillos. Oh, lo que daría por un cigarrillo y un trago. Si pudiera borrar ese día, lo haría. Si pudiera olvidar todo y comenzar de nuevo con un trago, lo haría. ¿Existiría un elixir así?

Si bien Markus no le había informado dónde estaría, decidió verificar primero en su oficina. Escuchó unas voces masculinas, pero hizo caso omiso de ellas. Al acercarse más a la oficina, las voces se hicieron más evidentes, y se dio cuenta de que era el vozarrón de Markus que se escuchaba por detrás de la puerta y en el corredor.

—¡Explícame estas irregularidades! — exigió Markus. Sylvia escuchó un golpe sordo, como si Markus hubiera golpeado unos papeles sobre el escritorio. Deseó poder ver lo que estaba sucediendo, pero no quería que la descubrieran. Presionó el oído contra la puerta cerrada.

—Se..., Señor Wrinkler — balbuceó Jacobus. — Déjemelo a mí. Puedo arreglarlo. Probablemente se trate de un error.

—¿Cómo puede ser un error diez libras por semana? Alguien me está robando. ¿Quién demonios es?

—No creo que alguien le esté ro...robando. Es una cantidad muy pequeña. Creo que es un error.

—No, no lo es. No he dejado que se perdiera ni una sola libra en los últimos veinte años de mi negocio.

Sylvia contuvo el aliento mientras se hacía un silencio entre ellos.

—¿Eres la rata? — preguntó Markus, rompiendo el silencio. Sylvia escuchó que algo se estrellaba contra el piso.

—N—no. ¿Por qué querría poner en peligro mi trabajo aquí? Hace sólo unos meses que lo tengo.

—Me pregunto exactamente lo mismo.

Markus siempre había sido muy cuidadoso con las personas que contrataba. Primero Sylvia había pensado que esto era porque quería rodearse de buenos trabajadores. Eso era sólo una parte de la ecuación, y con el correr del tiempo había aprendido que había algo más.

Al principio había sido alarmante descubrir que la colección de joyas de su marido se había incrementado drástica y convenientemente durante la Segunda Guerra Mundial y que los bienes de los judíos habían sido confiscados. Markus no necesitaba solamente buenos trabajadores. Necesitaba trabajadores que pudieran mantener la boca cerrada.

Una noche, Sylvia le había comentado su disgusto. Él no lo negó. Simplemente le respondió: —Ve y devuelve tus ropas, tus maquillajes, y tus joyas. Yo compré todo lo que tienes.

Ella nunca devolvió nada de ello y nunca más se volvió a tocar el tema.

—Sé que Sylvia...—

—¿Cómo te atreves a cuestionar mi opinión? — gritó Markus. Se escuchó un golpe sordo. ¿Habría arrojado Markus algo contra la pared?

—¿Cómo te atreves a meter a mi esposa en esto? — bufó Markus con vehemencia.

—No puedes despe...dirme. Yo solo traje a cientos, si no a miles de clientes a este nego...

—No puedo emplear a un ladrón — respondió Markus.

—¡La compañía estaba perdiendo dinero antes de que yo llegara! ¿Cómo... —

—Vete y devuelve todo lo que tienes de mi compañía. Papeles de trabajo y archivos. Si antes del alba no tengo todo en mi poder, personalmente me ocuparé de que nunca nadie más vuelva a contratarte.

*

Patricia finalmente había recobrado la calma. Horas atrás, una mujer había sido atacada en alguno de los pasillos. Ella había escuchado los gritos desde su escondite. Imposibilitada de abandonar la seguridad de su armario y arriesgarse a ser atrapada, no se había movido de allí. Ahora todo estaba en silencio y se preguntaba si la mujer habría sobrevivido.

Durante las largas horas pasadas había estado planificando mayormente para el futuro. Pensó en el dinero que recibiría con la venta del reloj de bolsillo. Tan pronto como pagara la cirugía de su madre, compraría una hermosa casa en Londres. Compraría los elegantes manteles de encaje que a su madre le encantaban y se daría el gusto de comprarse un flamante piano. Siempre había querido aprender a tocar este instrumento.

La puerta crujió al abrirse, interrumpiendo los pensamientos de Patricia. Aguzó los oíos y trató de silenciar los frenéticos latidos de su corazón para escuchar qué pasaba. Un frío helado le corrió por todo el cuerpo.

—Aquí estamos, señora Jones. Descanse. Vendré de hora en hora para ver cómo se encuentra hasta que llegue su marido. Si necesita asistencia inmediata, puede llamar a este número.

—Muchas gracias, Caitlin. Por favor, dígale al doctor Orwell que le agradezco profundamente por todo esto — dijo la señora Jones, con un dejo de dolor en la voz. ¿Qué le había pasado?

Las voces se escuchaban claramente. Patricia se percató de su respiración y trató de respirar lo más suave y silenciosamente posible. Se escuchó un ruido de pisadas a través de la habitación. Luego, el ruido del colchón, probablemente al acostarse la señora Jones.

—Oh, esto es muy poco comparado con lo que usted merece. Lamentablemente, el barco no está lo suficientemente equipado con las mejores instalaciones médicas. No habíamos previsto que esto pudiera ocurrir — dijo Caitlin. Su voz era joven, dulce y suave.

—Nadie hubiera podido. Sólo...me siento mucho más segura en mi propio camarote. Espero que el amable doctor lo entienda.

¿Había sido esta la mujer atacada en el corredor?

—Estoy seguro de que lo entiende. Ahora, por favor, descanse. Le dejaré un vaso de agua al lado de su cama.

Los pasos de Caitlin dejaron de escucharse y el camarote quedó envuelto en un silencio mortal. Patricia agradeció que la señora Jones no estuviera en condiciones de caminar por la habitación.

¿Cómo podría escapar? Afortunadamente, el obstáculo era solamente una mujer lastimada y tendida en una cama. Si las cosas empeoraban, Patricia podría defenderse. ¿Cuán difícil sería huir de una persona lesionada como la señora Jones? Lo que más la preocupaba era la palabra “marido” mencionada por Caitlin. Estaba confirmado. Había un marido, y Patricia estaba segura de que pronto regresaría al camarote.

¿Tenía que intentar huir ahora o más tarde? Si lo hacía ahora, la señora Jones seguramente llamaría por teléfono a las autoridades y Patricia tendría que buscar frenéticamente otro lugar donde esconderse. Esto era algo que debía hacerse muy discretamente. Por otro lado, si esperaba hasta la mañana, tenía mayores posibilidades. Podría dejar el camarote y bajar directamente del barco. No tendría necesidad de saltar de un escondite a otro.

Mientras la mente de Patricia era un torbellino de ideas, el silencio de la habitación se vio interrumpido por los quejidos de la señora Jones al intentar levantarse de la cama. La frente de Patricia se cubrió de gotas de sudor. ¿Qué estaba por hacer esta mujer?

Las pisadas eran lentas y dificultosas, pero aun así se dirigían hacia el baño. Se cerró una puerta y pudo escuchar que la señora Jones se sentaba en el inodoro. ¿Guardé el maquillaje en el lugar correcto cuando dejé de utilizarlo? El corazón de Patricia golpeaba contra su pecho. Estaba aterrorizada. ¡Hay solo una pared entre nosotras! Por favor, por favor, no me encuentres.

Patricia decidió que iba a correr el riesgo de permanecer en el interior del camarote —aunque al mismo tiempo decidió que no se quedaría en el armario. Si bien la señora Jones no estaba en condiciones de vestirse por sus propios medios, el marido estaría de regreso en cualquier momento y, asumiendo que él estaba sano y en buenas condiciones, se cambiaría de ropa. Si por alguna razón esa noche no llegara a colgar en el armario el traje utilizado durante el día, seguramente lo haría al día siguiente.

No había ningún lugar donde esconderse en el baño, y menos ahora que la señora Jones estaba en su interior, como tampoco ningún conducto de ventilación visible adentro del armario. Petrificada, Patricia abrió lentamente la puerta para mirar furtivamente hacia la cama. El edredón acolchado tenía volados en los bordes y unos moños de seda descendían adornando la cama. Desde su ángulo, no podía ver qué había debajo de ella.

Era un plan arriesgado. La última vez que se había escondido debajo de una cama fue cuando tenía ocho años. A Patricia se le estaban acabando las opciones y no tenía tiempo para elucubrar mejores ideas.

Aprovechando la oportunidad, se deslizó fuera del armario, sujetando el reloj de bolsillo y la mochila, y se metió debajo de la cama. Se acurrucó contra la parte superior de la cama y apoyó la espalda contra la pared. Sentía que se le salía el corazón por la boca.

La señora Jones regresó y se acomodó nuevamente en su cama. Algunos quejidos escaparon de sus labios. Después de eso, no pasó mucho tiempo hasta que se quedó dormida, y el sonido de los ronquidos llenó la habitación.

Patricia dejó de sujetar el reloj. Podía escuchar su débil tic tac. Lo colocó en lo más profundo de su bolsillo, esperando silenciar el sonido. Estaba segura de que nadie podía escucharlo pero ya estaba paranoica. Ya fuera por el sonido del reloj o por su imaginación, Patricia se preguntó si lo que estaba escuchando era que su corta vida estaba por terminar.

*

Debajo de las sábanas de seda de su cama, Sylvia se sacudió y se dio vuelta. ¿Cuándo volvería Markus? ¿Todavía estaría discutiendo con Jacobus? Tenía las manos empapadas de sudor. ¿Por qué faltaba dinero en la compañía de Markus? Por primera vez en mucho tiempo, Sylvia se dio cuenta de que tampoco el dinero de Markus era para siempre.

Para aumentar su angustia, la realidad la golpeó pensando que mañana se enfrentaría con Nueva York como la esposa de Markus. Y no como la amante de Benjamin. La vida regresaría a su rutina de ocuparse de la casa, limpiar sus joyas, agradar a Markus y preguntarse por qué había elegido este camino solitario. Sintiendo náuseas por sus deprimentes pensamientos, se levantó de la cama para tomar un vaso de agua.

La navaja sobre el lavabo llamó su atención. Sus agudos y angulosos dientes reflejaban la luz del baño directamente hacia sus ojos. Era un brillo peligrosamente hermoso. Sus dedos se deslizaron sobre el lavabo y tocaron el objeto de metal.

Aun sabiendo que la automutilación difícilmente terminara en muerte, la idea continuaba seduciéndola. Sentir algo, cualquier cosa, sería mejor que el adormecido olvido en que se estaba hundiendo.

Mirándose en el espejo, vio cuán demacrada estaba. Las venas debajo de la piel de los párpados, la frente y el cuello eran prominentes. Unas líneas azuladas latían debajo de la piel de sus antebrazos. Sería tan fácil...un simple corte... ¿Acaso Markus se daría cuenta de que algo estaba mal después de todo?

Había gente hablando afuera del camarote. Sobresaltada, dejó caer la navaja y pudo escuchar el peculiar tintineo del metal sobre el lavabo de cerámica. Temerosa de que alguien la escuchara, se dirigió a la cama y se apresuró a meterse nuevamente entre las sábanas.

Estirando las sábanas sobre su cuerpo, miró hacia la puerta. Pudo escuchar que alguien hablaba con su marido en el pasillo.

—Señor Wrinkler, me alegro de verle en buenas condiciones.

—¿Qué desea señor Jones? — dijo Markus con tono cortante, evidenciando su disgusto por el señor Jones.

—El señor Phillips desea concertar una reunión con usted mañana. Es sobre el reloj de bolsillo.

—¿Qué problema tiene con el reloj?

—Bien, no hay ningún problema con eso—

—Yo cumplí con todas sus especificaciones. No puedo hacer nada más. Está fuera de mi control.

—Por favor señor Wrinkler. El señor Phillips quiere discutir con usted algunas opciones que bien podrían terminar convirtiéndose en futuros negocios.

—Es tarde — gruñó Markus, pero ahora su tono se hizo más suave. —Dígale al señor Phillips que venga a mi oficina temprano mañana. Entonces podremos hablar de negocios.

Con ello, la penetrante luz del pasillo inundó la habitación antes de que Markus cerrara la puerta detrás de él.

Fingiendo haberse despertado, Sylvia gimió: —Querido, ¿eres tú?

—Sí, mi perla, soy yo — respondió Markus, balanceándose hacia el baño.

—¿Qué fue lo que te demoró tanto?

La descarga del inodoro rugió en la tranquilidad de la noche.

—Negocios — resopló Markus antes de escupir en el lavabo. —¿Tú tocaste mi navaja?

—Sí, sí, es probable... — respondió Sylvia tragando nerviosamente. —Discúlpame.

Si bien no era nada por lo que normalmente se hubiera preocupado, el recuerdo de sus pecaminosos deseos la hizo agitarse. Por ridículo que pareciera, se preguntó si él sabía. Si sabía las escenas que había imaginado cuando tocó la navaja... sus sangrientas fantasías.

*

Michael se había desocupado tarde aquella noche. Tan pronto como regresó a la habitación se quitó la ropa y deslizó entre las sábanas. Betty se levantó y le acarició el pecho.

—¿Por qué te demoraste tanto? — le preguntó.

—El señor Phillips me tiene cazando fantasmas — respondió Michael suspirando. —¿Te sientes bien?

Inesperadamente, Betty rompió a llorar.

—Pensé que hoy me moría.

—Pero no fue así. Nuestros hijos te necesitan.

—Sí, así es — respondió Betty. Su boca tembló como si quisiera decir algo más.

—Bien, son buenas noticias — agregó Michael. Estiró los dedos y luego volvió a cerrar la mano en forma de puño. Le dolían los nudillos por los golpes que le había asestado a aquel lunático más temprano.

—Seguramente el señor Richards será derivado para que le practiquen una lobotomía. Desearía poder verlos clavarle ese palo en el ojo y revolverle el cerebro.

Betty respiró aliviada.

—Ese hombre no está en condiciones de caminar por este mundo.

—El asunto estará terminado para mañana — respondió Michael. Se dio vuelta y la cama gruñó bajo su peso.

—Pero si ahora ya está terminado. Encontraron al asesino. Ese malvado señor Richards ya está bajo custodia.

—No es suficiente para el señor Phillips. Todavía necesita recuperar algo que le robaron.

Betty emitió un largo suspiro y dijo: —Descansa. Mañana te ocuparás de ello.

Mientras el señor Phillips lo tenía corriendo de acá para allá buscando el artefacto robado, Michael veía cómo todo esto le robaba su tiempo libre y su voluntad. ¿Merecía la pena todo esto? En última instancia...sí. Michael había deseado esta sociedad durante mucho tiempo. El dinero sería maravilloso y finalmente adquiriría ese nivel de nobleza que sentía tener derecho desde su nacimiento.

No había dudas de que iba a continuar buscando ese reloj. Dormiría unas pocas horas. Tenía que estar despierto para cuando el barco llegara a destino y ocuparse de controlar a todas las personas. Encontraría a esa perra estúpida, le sacaría el reloj y disfrutaría de toda la gloria. Finalmente, con el reloj en la mano tendría al arrogante señor Phillips a sus pies.