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Amapola Febril

Domingo a la mañana

El sol luchaba por escurrirse por encima del horizonte; los fragmentos de luz se colaban a través de las cortinas color azafrán y bañaban todo el camarote de color rojo. Rodrigo cuidó del labio partido de Patricia. A pesar de estar envuelta en varias frazadas, ella no podía dejar de temblar. Los enmarañados rizos de su cabello le caían sobre los ojos.

—No podemos quedarnos aquí mucho tiempo — susurró. ¿Tendría el señor Phillips micrófonos en los camarotes?

—No vendrán a buscarte aquí.

—¿Cómo lo sa...sabes?

A Patricia se le dificultaba hablar con voz firme.

—Nadie me vio la cara. Hay más de mil personas en este barco — dijo Rodrigo. Luego tomó suavemente la temblorosa mano de Patricia y comenzó a vendarla.

—Exactamente. Estamos en un barco. Es solo cuestión de tiempo antes de que golpeen a tu puerta y descubran que no soy tu esposa.

Ya fuera porque se dio cuenta una vez más que era una fugitiva en el barco o por la falta de ventilación en la habitación, a Patricia se le oprimió el pecho. ¿Era una causa perdida seguir huyendo?

—Sé que todavía estás bajo una gran conmoción, pero si no te importa responderme, dime porqué te habían encerrado — dijo Rodrigo, mientras se higienizaba las manos en el lavabo.

Con un suspiro de derrota, Patricia le narró los hechos tal como los recordaba.

—Para ser sincera, no sé por qué me atraparon. Yo no la maté. Creo que ellos pensaron que yo sabía más sobre la situación o que conocía a quién cometió el asesinato. La tortura que he sufrido en los últimos días tuvo que ver con haber intentado salvar a una mujer moribunda cuando nadie más se atrevió a hacerlo.

Cuando terminó de hablar, se dio cuenta de que tenía las mejillas húmedas. Le ardía el labio a causa del salobre de las lágrimas. Levemente avergonzaba, se las secó. No había dicho toda la verdad, pero eso era todo lo que él tenía que saber.

—¿Por qué me ayudaste? — preguntó Patricia, dirigiéndose a Rodrigo que en ese momento estaba inspeccionando su vestidor.

—No elegí hacerlo. Tuve que hacerlo. Necesitabas ayuda. Aunque nunca me había imaginado en esta situación, elegí ser médico para ayudar a los demás.

Patricia no creía que alguna vez pudiese entender las razones del accionar de Rodrigo, pero probablemente le debía su vida. Si bien había estado lamentándose por haberse acercado a Helen noches atrás, de pronto se dio cuenta de que su impulsivo acto de compasión era igual al que había movilizado a Rodrigo para salvarla. ¿Terminaría él lamentándose igual que ella? Esperaba que no.

—¿Cuál es el plan? — dijo Patricia poniéndose de pie. — ¿Qué pasará mañana? Si logro huir de este barco ¿adónde iré? ¿Cuán lejos puede perseguirme el señor Phillips?

Patricia advirtió que Rodrigo fruncía el ceño y se dio cuenta de que la situación también lo estaba preocupando.

—No tengo un plan... Te ayudaré hasta donde pueda. Pero tengo que regresar con mi familia. Espero que lo entiendas.

Con un leve guiño, Patricia contuvo nuevamente las lágrimas. Este era su problema, y no podía arrastrar a otros con ella. Rodrigo había hecho más de lo que esperaba. Lo que otrora había parecido un futuro lleno de cielos diáfanos y azules, ahora se había convertido en uno de oscuras y violentas tormentas.

—Si podemos mantenerte segura durante los próximos días, podrás escapar tan pronto como el barco—

Alguien llamó a la puerta. Las miradas de Rodrigo y Patricia se dirigieron rápidamente hacia la dirección del golpe. Ella contuvo el aliento mientras todo su interior se congelaba y el corazón le latía salvajemente.

—Doctor Gorrin, lamento molestarlo... soy yo, Michael Jones. ¿Podemos hablar?

*

El agua jabonosa corría por las manos de Benjamin mientras fregaba los sucios platos. Había estado distraído durante todo su turno y se había ofrecido para lavar. Al menos, acá no tenía que escuchar los pensamientos de los demás, sólo los suyos. Durante los últimos días, su conciencia no lo había molestado, pero ahora había hecho una reaparición inconveniente.

Sylvia le había exigido que mantuviera la boca cerrada. Lo que había sucedido arriba en la cubierta era historia pasada. Benjamin sabía que ella tenía razón, que debía mantener silencio. Como le había mencionado antes, si él hablaba demasiado las autoridades querrían saber todo; comenzando por la razón por la cual se encontraba en ese lugar. Salvo que deseara que lo mataran de un tiro, no podía mencionar que había estado haciendo el amor con Sylvia, una mujer casada con uno de los hombres más ricos de este barco.

Pero, ¿por qué no?

Sylvia tenía el rostro contra la pared y su espalda se apretaba contra el pecho masculino. Entre gemidos contenidos, una de sus manos se había deslizado profundamente entre sus muslos. Benjamin se había bajado los pantalones hasta los tobillos, y sujetaba a Sylvia con firmeza contra su cuerpo. El miedo y la excitación corrían por su sangre. Si los atrapaban, era hombre muerto. Por el rabillo del ojo, advirtió que una figura oscura cruzaba hacia el extremo sur del barco donde se encontraban. El cuerpo de Sylvia tembló de pronto, y ella suspiró de placer. 

—Shh, hay alguien allí — susurró Benjamin.

Sylvia lo alejó de sí antes de que tuviera oportunidad de protestar. Rápidamente se acomodó el vestido y el cabello. Benjamin se sintió expuesto, pero estaba demasiado avergonzado como para decirle que no él había terminado. A esta altura, estaba más asustado que excitado y se subió los pantalones de un tirón. Mientras lo hacía, Sylvia lo besó ligeramente en la mejilla. 

—Gracias— le dijo, al tiempo que deslizaba una propina en su bolsillo y se aprontaba para retocarse los labios de rojo.

—Me siento raro... — murmuró Benjamin, devolviéndole el dinero.

—Shh — colocó un dedo sobre sus labios. —Tú lo necesitas más que yo.

—No quiero el dinero, te quiero a— Benjamin colocó una mano sobre su cintura.

—¡Rápido! Antes de que nos atrapen — susurró Sylvia, amontonando el dinero en su bolsillo.

Después, se dio vuelta y se marchó. Benjamin la vio partir hasta que su esbelta figura se perdió en la oscuridad.

Una extraña mezcla de culpa y alivio lo inundó mientras deslizaba su mano para acariciar los dólares en su bolsillo. Le llevaba todo un día de arduo trabajo ganar el manojo de dinero que le habían dado por unos pocos minutos de sexo. Aun cuando sabía que Sylvia no necesitaba ese dinero, que para ella era un simple vuelto, no quería que ella lo viera como un mero servicio. Le gustaba Sylvia, le gustaba mucho. Pero, ¿ella gustaba de él?

Benjamin comenzó a caminar de regreso hacia la entrada posterior de la cocina. En su recorrido, escuchó que dos mujeres discutían a viva voz. No pudo distinguir lo que estaban diciendo, pero el tono sonaba agresivo. Luego, todo se calmó. Cuando estaba bajando las escaleras, escuchó un grito ensordecedor. Rápidamente se precipitó por el tramo de escaleras que le faltaba recorrer. 

En aquel momento, a Benjamin lo había aterrorizado que lo encontraran con Sylvia o en la cubierta, y no le prestó demasiada atención al grito de la mujer. Ahora, se daba cuenta de lo estúpido que había sido. La culpa le pesaba en el corazón por no haber intentado ayudar a Helen. Lo que más le preocupaba eran las dos voces femeninas que había escuchado antes del grito de agonía de Helen. ¿Quién era la segunda mujer?

Cuando terminó su turno, se dirigió directamente a su camarote. En su camino de regreso a la habitación, se encontró con Mary.

—Hola — dijo Benjamin.

Como la encontró caminando hacia la cocina, asumió que se dirigía a tomar su turno. Con la frente arrugada y los labios fruncidos, no parecía demasiado feliz.

—¿El hijo de puta ese está de mal carácter? — preguntó Mary, refiriéndose a Gary, el jefe de ambos.

—¿Acaso no es siempre así?

Mary murmuró algo en señal de aprobación. Justo cuando estaba por continuar con su camino, Benjamin la detuvo.

—La noche que... donde... tú sabes... — dijo Benjamin suavemente. — ¿Estabas en la cubierta?

Mary lo miró fijamente con ojos de asombro. Una mueca recorrió su rostro.

—¿Piensas que estoy involucrada? — le preguntó.

Dio un paso hacia atrás, como disgustada ante su presencia. La herida estaba fresca en la mente de muchos, especialmente de Mary, que había compartido el camarote con Helen.

—No, no, no lo pienso — dijo Benjamin, tropezando con las palabras — simplemente quería estar seguro de que estuvieras a salvo.

—¿A salvo? — preguntó Mary con ojos amenazantes.

—Aquel americano ha estado haciendo sus rondas. ¿Ya te interrogó?

Benjamin esperaba que el cambio de conversación no fuera tan obvio. Una luz tenue brilló en los ojos de Mary; ella sabía de qué estaba hablando. Sintió que se le aflojaban los hombros.

—Sí, me hizo algunas preguntas. Fui muy clara con él. No tenía nada contra mí.

—Me alegro.

—¿Hay algo que te preocupa?

Benjamin sacudió la cabeza, casi con demasiada energía.

—Escúpelo entonces, sabes que puedo ver directamente a través tuyo — dijo Mary, palmeándole el hombro.

—Yo no hice nada — le recordó Benjamin antes de continuar hablando en voz baja — pero estaba en la cubierta. Salí a tomar aire fresco. No soportaba el calor de la cocina. Estuve de regreso antes de enterarme de lo que había sucedido. Si alguien lo descubre, mi suerte penderá de un hilo. Nadie sabe quién es el asesino. Me verán y me convertirán en el chivo expiatorio. 

La voz de Benjamin se quebró, y pudo sentir el miedo en sus palabras. Durante los últimos días, le había prestado atención solamente a sus propios pensamientos, pero ahora podía escuchar sus sentimientos. Los escalofriantes dedos que le aprisionaban el corazón, pertenecían al miedo. Tenía que admitir que había mentido un poco, pero Mary no tenía necesidad de saber todos los detalles, especialmente los relacionados con Sylvia. No habría forma de explicarle este dilema romántico, en particular desde que Benjamin no tenía idea por qué Sylvia había elegido a un pobre peón de cocina como él.

—¿Por qué me cuentas esto? — preguntó Mary con aire de severidad.

—Estoy aterrorizado — admitió, dándose por vencido.

Por un momento, un sentimiento de compasión emanó de ella mientras posaba su mano sobre el hombro de Benjamin.

—Si no hiciste nada, entonces no tienes razón para preocuparte.

Benjamin asintió débilmente, prácticamente bajo su control. Deseaba que Mary lo acunara entre sus brazos.

—Tengo que ir a tomar mi turno — agregó, con un aire de preocupación. — No hables hasta que esto se aclare, ¿estamos?

—¿Me crees?

—Por ahora — respondió Mary.

Benjamin sintió que la esperanza emergía por encima de las demás emociones, brindándole calma.

Mientras Mary se alejaba, no pudo evitar sentirse fastidiado por otro tormento. Si Mary no era la mujer en la cubierta, ¿quién era? ¿Habría matado a Helen esa otra mujer no identificada? Sabía que había un montón de otras mujeres a bordo, pero tenía una terrible sospecha sobre una dama en particular. Un agudo dolor le oprimió el pecho cuando reflexionó en la única otra mujer que él podía considerar.

Sylvia.