Capítulo 13
No…, no puedes decirlo en serio —dijo Gary. Mael siguió internándose en las profundidades del museo sin luz, atravesando un patio de esculturas que contaba con la iluminación indirecta de las ventanas exteriores—. ¿De verdad esperas que crea que vas a salir ahí fuera, a la ciudad, y empezarás a matar a los supervivientes? —A medida que el druida caminaba cojeando, las momias comenzaron a salir del ala egipcia abrazadas a vasos canopes y escarabajos. Un Gary extremadamente frustrado llamó al hombre sin nariz y a la mujer sin rostro para que también los siguieran, no quería quedarse solo en ese momento—. Además, aquí no es donde deberías hacerlo. En esta ciudad como mucho queda un puñado de gente…
La última vez que eché un vistazo, quedaba más o menos un millar. Mael abrió la puerta y entraron en una zona sobre la que recaía una luz de color. Las ventanas de cristales tintados situadas en lo alto del techo dejaban caer la radiación solar sobre ellos, mientras que los enormes arcos góticos los invitaban a proseguir. Mael se detuvo y se volvió para mirar a Gary.
Muchos de ellos están en pésima forma, amigo. Muertos de hambre, tan escondidos que no podrán volver a salir, o sencillamente están demasiado asustados para salir a rebuscar comida en la basura. — ¡Entonces deja que mueran de hambre!
Eso sería cruel. Yo soy todo compasión, amigo. La raza humana está acabada, eso es incuestionable. Aunque les está llevando tiempo extinguirse. Imagina cuánto sufrimiento erradicaré. ¡Aquí!
Mael había encontrado una vitrina de cristal exactamente igual a los centenares que Gary ya había visto. Con la ayuda de dos momias la abrió y sacó una espada. En su día estuvo bellamente forjada, pero a lo largo de los siglos la corrosión había dado paso a una pátina verde y la hoja se había fundido con la vaina. La empuñadura tenía la forma de un guerrero celta aullando. Mael la blandió en un amplio movimiento de corte. No es Respondedora[6], pero servirá. — ¿Vas a matar a la gente con eso? La cabeza de Mael cayó hacia delante.
Intenta no ser tan literal. Sólo quiero equiparme como es debido. Así que no me vas a ayudar. No es «lo tuyo». Muy bien. Entonces ¿jugarás a ser mí enemigo? ¿Tendré que acabar contigo para completar la Gran Obra? ¿O te mantendrás al margen y me dejarás dedicarme a lo mío?
Gary valoró la idea durante un momento, pero no tenía sentido. Él no era un luchador, y ya había comprobado lo fuerte que era Mael a pesar de las apariencias. Además, la energía oscura de Mael era enorme y poderosa Parecía un planeta sin sol, vasto, redondo e independiente, algo tan grande y mortífero que tenía su propia órbita gravitatoria.
—Yo… supongo que no podría detenerte. Puedo intentar convencerte con palabras de que no lo hagas.
No es un debate, Gary. Esto es lo que somos. Uamhas. Monstruos. En este mundo hay bien y mal, y nosotros somos mal. Ahora, o vienes conmigo o déjame en paz, amigo. Hay trabajo por hacer.
Utilizando la espada como un bastón, Mael avanzó a bandazos a través de la exposición medieval y entró en el vestíbulo del museo. Como no sabía qué otra cosa hacer, Gary lo siguió; la mente le daba vueltas.
Decir que no había sido su reacción inmediata y sabía que debía mantener su postura, pero el poder de convicción de Mael era un argumento en sí mismo. A fin de cuentas, Gary había acudido al druida con sus preguntas. ¿Tenía derecho a elegir las respuestas y descartar las que no le gustaban?
En realidad, Gary no sentía una lealtad especial hacia los vivos. Lo habían tratado bastante mal. Recordó el momento de reconocimiento que tuvo cuando vio al hombre sin nariz por primera vez en la calle Catorce, cuando parecieron un reflejo el uno del otro. Gary se había llamado monstruo a sí mismo y lo había dicho en serio.
Había pasado mucho tiempo intentando sobrevivir. Se había convertido en un monstruo muerto porque le pareció que era la única manera de salir adelante. Había intentado hacerse amigo de Dekalb sólo para salir de una mala situación. Pero ¿para qué existía? El mero seguir adelante le había parecido una motivación suficiente hasta ese momento; si no hacía nada con esa segunda oportunidad, ¿acaso era merecedor de ella?
No creía en todas esas mierdas sobre castigos y retribuciones, pero quizá había otros motivos para adherirse. La venganza, por ejemplo. Destruir a los humanos incluía destruir a Ayaan y a Dekalb. Los cabrones no lo habían escuchado, le habían disparado como a un perro sin darle siquiera una oportunidad.
Por otro lado, estaba el hambre que residía en la tripa de Gary, un animal salvaje que pataleaba frustrado. Trabajar para Mael le proveería de montañas de carne fresca.
—¿Cómo vas a empezar? —preguntó Gary con timidez.
Mael estaba bajo el dintel de las puertas del Met, el sol lucía alrededor de su piel curtida.
Ya he comenzado, dijo él, y salió a la luz del día. Gary lo siguió y se encontró con un sinnúmero de ojos observándolo.
Toda la extensión de la Quinta Avenida estaba taponada por los muertos. Sus cuerpos llenaban el espacio como un bosque de extremidades humanas. Vestidos con prendas maltrechas por la suciedad y el tiempo, con el pelo revuelto o enmarañado o sin él, se habían convertido en una única entidad, una masa homogénea. Blancos, negros, latinos, hombres, mujeres, esqueletos decrépitos y cadáveres recientemente masacrados. Miles de ellos. Babeaban por sus mandíbulas caídas. Sus ojos amarillentos orientados en un terrorífico movimiento unísono para mirar al druida. Esperaban sus órdenes. Mael había reunido un ejército, debía de haberlos estado convocando mientras Gary le hacía sus preguntas y se debatía entre sus dilemas morales.
Gary nunca había imaginado tantos de ellos juntos en un sitio, le parecía imposible, como si el mundo no pudiera soportar tanto peso. Su silencio los convertía en esfinges, impenetrables, implacables. No había fuerza que pudiera hacerles frente.
Por primera vez, Gary se preguntó si Mael podría conseguirlo de verdad.
Había muchos más muertos que vivos. Los pocos supervivientes habían logrado mantenerse con vida gracias a que eran más inteligentes que sus oponentes, pero si los no muertos se organizaban, si una persona los liderabas entonces ¿qué posibilidades les restaban a los vivos? Había llegado la hora de escoger su bando.
Mael levantó la espada y señaló y los muertos aparecieron en masa por todos los lados de la calle, repartiéndose alrededor de los márgenes del museo y Central Park. El ruido de sus pisadas sobre las baldosas era como un tambor de guerra trazando un tatuaje salvaje. Mael y las momias se intentaron en la muchedumbre y Gary los alcanzó cuando pasaron al lado de un conjunto de estatuas, tres osos forjados en bronce. Gary había visto la escultura antes, pero siempre había pensado que era algo relacionado con un cuento infantil. En ese momento parecía un tótem, el emblema de un ejército conquistador.
Para bien o para mal, Gary, yo hago lo que debo hacer. No importa lo que elijamos. Sencillamente cuenta lo que somos.
A pesar de que Mael sólo estaba a un metro de distancia, a Gary le sorprendió la súbita entrada de los pensamientos en su mente. En medio del atronador ritmo de las pisadas de los muertos en marcha, daba por sentado que las palabras serían absorbidas por el ruido.
En cambio, parecía que resonaban. Para bien o para mal: las dos caras del mismo cometido. Antes luchaba por salvar vidas, le había dicho Gary a Paul, el superviviente. Ahora las quitaba.
¿Sientes que hay otra causa a la que debas servir? ¿Qué otra cosa es importante para ti? ¿Qué podría ser más importante que el fin del mundo? El barro del parque bullía bajo los pies en movimiento de los muertos, salía despedido en grandes terrones que Gary tenía que esquivar. Llegaron a un enorme espacio abierto, sin árboles —debía de ser lo que fue el Great Lawn—, y los muertos se dispersaron, abriendo un gran círculo en el centro del grupo, la zona en la que estaban Mael y sus momias. El druida dio unas cuantas vueltas y finalmente hizo una marca en el suelo con la punta de su espada. Hizo un gesto a los muertos que lo rodeaban y ellos entraron en acción. A lo lejos, Gary oyó un estruendo y vio cómo se elevaba una columna de polvo sobre las copas de los árboles desnudos al sur. Debía de haber estallado una bomba o una tubería principal de gas o… Gary no tenía ni idea de qué podía tratarse.
—¿Qué está pasando? —preguntó Gary.
La construcción ha comenzado. Debo tener un broch[7] desde donde dar las órdenes. Una fortaleza, con una sala del trono.
No fue precisamente de mucha ayuda, pero Gary no tardó en comprenderlo. La multitud se ondulaba por los márgenes, y entonces el movimiento tuvo lugar más cerca. Los muertos estaban pasando ladrillos hacia adelante, uno a uno, a mano. Había trozos de cemento pegados a los ladrillos, algunos estaban decorados con fragmentos de grafitis. Los muertos debían haber tirado abajo un edificio —eso había sido el estruendo— y a continuación pretendían utilizar los materiales de construcción obtenidos para levantar el cuartel general de Mael. Fueron dejando uno a uno los ladrillos en el suelo, los muertos los enterraban en el barro con sus manos torpes. Revoloteaban como un enjambre de hormigas alrededor del lugar donde estaba Mael, totalmente concentrados en su tarea. De acuerdo con la experiencia de Gary, aquello estaba muy por encima de las capacidades de los muertos, pero contaban con una inteligencia que los dirigía. ¿De verdad podía Mael controlarlos a todos a la vez? El poder del druida debía de ser colosal.
Dame una oportunidad, Gary. Trabaja conmigo durante un día. Tal vez te guste. Quizá te sientas en casa siendo quien realmente eres.
Se había sentido tan culpable por devorar a Ifiyah porque había intentado estar a la altura de los estándares de los vivos en lugar de los que le correspondían de acuerdo a lo que se había convertido. La euforia que había seguido a devorar a Kev había sido la cosa más natural que había experimentado.
Gary empezó a rechazarlo, pero no pudo. Ante tanto esfuerzo colectivo, por no mencionar la certeza de Mael, le parecía imposible negar lo que estaba ocurriendo.
—Un día —dijo, era lo más desafiante que podía salir de su boca—. Te daré un día y veré cómo me siento.
Mael asintió con la cabeza, con cuidado de no imprimir mucho entusiasmo sobre su cuello roto.