Capítulo 11

Gary meneó la cabeza con fuerza y, lentamente, se puso en pie. Al mirar al otro lado, Hoboken, no vio más que edificios vacíos y calles desiertas. Habían desaparecido los géiseres de gases venenosos. Nunca habían estado ahí. Era sólo una alucinación.

Estiró las manos, se observó a sí mismo por un instante. Todo estaba en orden y funcionando correctamente. De hecho, se sentía mejor que nunca: había desaparecido el pitido y las manos ya no le temblaban como antes. Y lo más importante, el hambre se había disipado. No del todo, la sentía avecinarse por el horizonte de su conciencia, sabía que volvería con más fuerza que nunca, pero por lo menos de momento, su estómago estaba en paz.

Se volvió sobre sí mismo con lentitud, inseguro de cuánto duraría ese estado recién hallado de bienestar o cuán frágil sería. Comprobó que nada había cambiado a su espalda: Nueva York estaba igual que siempre, sólo que sumido en el silencio. Divisó un cuerpo tendido al lado de la tienda donde había tenido la pelea con el tipo de la gorra de camionero y decidió investigar.

Lo que encontró no respondía ningún interrogante. El tipo de la gorra estaba muerto. No no muerto, no muerto viviente, sólo muerto, tirado allí, descomponiéndose al sol. Se suponía que eso no sucedía. Los muertos seguían volviendo a la vida hasta que destruías su cerebro; todo el mundo lo sabía, lo había dicho el vicepresidente en directo en la televisión. Gary no halló ninguna herida ni signos de traumatismos, pero por algún motivo el hombre se había detenido. Por lo que parecía, se había caído y parado para siempre.

Gary cogió la gorra y le dio la vuelta. Entonces la dejó caer sobresaltado e inspeccionó la zona alrededor del cadáver. Lo había olvidado: él era uno de los muertos. Lo que fuera que le había hecho esto al tipo podía seguir por allí, y él podía ser vulnerable a ello también. ¿Y si un francotirador esperaba apostado en los tejados? ¿Y si el Apocalipsis había terminado y los muertos habían dejado de volver a la vida? ¿Y si un nuevo y pernicioso virus se había adaptado para atacar a los muertos?

No, no podía ser un virus, un virus necesitaba células vivas para replicarse. Podía ser una bacteria o era aún más probable que se tratara de algún tipo de infección micótica, claro, los hongos se propagaban por esporas aéreas…

¿Acaso las esporas habían actuado en el mismo segundo que había tenido lugar la oscura epifanía de Gary? No tenía sentido. Gary le había dicho al tipo que se jodiera y se muriera. Pensar que algún hongo, que precisamente contrarrestaba los efectos de la Epidemia, había aparecido flotando en ese mismo instante era absurdo. Pero algo había abatido al tipo de la gorra, algo había sucedido justo después de que Gary le dijera que…

Gary habría reflexionado más sobre aquello si no hubiera escuchado disparos. Armas, lo que significaba que había un superviviente cerca. Los muertos carecían de la coordinación motriz para utilizar armas de fuego. Algún superviviente, desesperado y solo, debía de estar oponiendo una última resistencia en dirección al norte. A juzgar por los sonidos, en el Meatpacking District. No duraría mucho. Gary tenía que ignorarlo sin más, ir a casa, a su apartamento y empezar a hacer planes para el futuro, porque tenía un futuro otra vez.

Sin embargo, nunca había sido capaz de vencer su propia curiosidad. Fue la razón principal por la que acabó en la facultad de Medicina, el deseo de saber qué hacía las cosas palpitar.

A pesar de que iba en contra de sus intereses, se encontró corriendo hacia el norte, en dirección al sonido de los disparos. Se detuvieron de repente cuando estaba a medio camino de allí, pero dedujo que procedían de las proximidades del río, quizá de uno de los muelles.

Avanzando cautelosamente estuvo a punto de ser alcanzando por un tiro. Una chica negra con uniforme escolar y una bufanda alrededor de la cabeza estaba apuntando con un rifle hacia donde estaba él. Se escondió detrás de un coche abandonado y cerró los ojos, se aferró a sus rodillas, intentando hacerse pequeño e insignificante. Parecía que manejaba el arma en serio. Como un soldado, un policía o algo por el estilo. Absurdo…, pero, al parecer, ése era un día para lo absurdo. Había más personas con ella. Un equipo entero, a juzgar por los ruidos. Cuando se movían, sus armas hacían un ruido metálico. Oyó a una de ellos hablando: tenía una voz dura, fría, con acento. Debía de ser de Brooklyn. — He visto algo moverse dentro —dijo ella. «No. No no no no no». —Si disparas ahora, el ruido puede atraer a otros —dijo otro de ellos, un hombre.

«Gracias, seas quien seas», pensó Gary.

Esperó en una desesperante quietud durante un buen rato, mucho después de oírlos alejarse. Por el sonido, parecía que se dirigían al antiguo trabajo de Gary. Ya había saciado bastante su curiosidad. Los dejaría en paz de una vez. Cuando estuvo seguro de que estaban fuera de su campo visual, se puso de pie y se encaminó al río tan rápido como fue capaz, lejos de ellos. Trató de correr, pero lo máximo que pudo hacer fue trotar. Sin embargo, cuando llegó al río se encontró con otra sorpresa.

Había un barco en el Hudson, más o menos a cien metros del dique. Se trataba de una barcaza vieja, de casco oxidado y con una superestructura improvisada de madera. El nombre del barco en la proa era ilegible, escrito en un alfabeto que Gary no reconoció: era un poco parecido al hebreo, quizá, y recordaba mucho a la caligrafía medieval. Echó un vistazo desde más cerca y comprobó que había gente a bordo. Dos hombres negros apoyados en la barandilla escudriñaban los muelles mientras una chica con el mismo uniforme de colegial y con la cabeza cubierta estaba en la superestructura con un rifle exageradamente grande en las manos.

Para entonces ya era consciente de que le convenía mantener la cabeza agachada.

Había… supervivientes, pensó. Supervivientes organizados con un plan para salir de Manhattan. No tenía ni idea de qué estaban haciendo en Nueva York, pero su presencia significaba al menos una cosa ineludible y atroz. Su decisión de transformarse en uno de los muertos vivientes, convertirse en esa criatura muerta, se había basado en el hecho de que Nueva York estaba acabado, extinguido, derrotado; de que no había esperanza para la raza humana.

Todo apuntaba a que si hubiera esperado un par de días más, lo habrían rescatado.