Capítulo 26

EL DÍA DESPUÉS DEL FIN DEL MUNDO

Jamie

Era hermosa: pálida, casi translúcida, como una madreperla.

Era hermosa y estaba viva.

Habían tenido que cortarle el pelo muy corto y así era como su cabello enmarcaba su cara magullada, suave y sedosa, sobre la almohada blanca. Tenía un gota a gota en la mano pero no estaba intubada ni le habían puesto mascarilla de oxígeno. Yacía sobre la cama de hospital, con las almohadas un poco levantadas y la cabeza apoyada a un lado. Rhona estaba sentada junto a ella.

Entré y sonreí, una pequeña sonrisa que fue débil pero muy alegre, todo al mismo tiempo. Me senté, incapaz de hablar. No me atrevía a tocarla, me daba la sensación de que, si lo hacía, se rompería.

—Jamie. —Su voz era fina y suave. Todavía sonreía.

—Eilidh... —Quise decir «mi amor», pero no pude porque Rhona estaba allí y porque no sabía cómo reaccionaría, no quería que se enfadara.

—Estoy despierta.

Sonreí.

—Así es.

—Pensé que había muerto.

—No, no, gracias a Dios, no... —Quise agarrarle la mano, pero me detuve a medio camino, tan solo le acaricié la muñeca ligeramente, con timidez, por un instante. Entonces, ella levantó la suya y me apretó la mía. No pude contenerme, le acaricié la mejilla y ella cerró los ojos.

—Puedo sentirlo. Es maravilloso estar despierta —dijo.

—Pensaba que te había perdido —susurré.

Me miró con esos ojos claros y llenos de sinceridad.

—¿Ha tenido ya Shona el bebé?

Oh, Dios, pensé. Está desorientada. Quizá sea peor de lo que parece, puede que no sea capaz de recordar...

—No, todavía faltan algunos meses.

—Eso me parecía. Ella cumple en mayo y todavía estamos en febrero... —dijo lentamente y de manera deliberada, como si quisiera asegurarse de que estaba en lo cierto. Gracias a Dios, pensé por millonésima vez en el día. Está bien—. Pero estuvo aquí —siguió diciendo— y no vi que tuviera barriga.

—Nunca estuvo aquí. Se quedó en Glen Avich para cuidar de Maisie. Jamás vino al hospital.

—Sí lo hizo. Se sentó contigo. Estaba contigo cuando me atropellaron.

—No, vino un día después. Estaba en Aberdeen cuando ocurrió el accidente.

—Pero, Jamie, la he visto. Llevaba una falda marrón, estaba arrodillada junto a mí y me tocó la cara cuando me encontraba tirada en el suelo.

Pensé que sería mejor no contrariarla, así que cambié de asunto.

—Vendrá a verte tan pronto como estés un poco mejor.

—Estuvo aquí, Jamie. La vi.

—Tiene muchas ganas de verte...

—Será mejor que te vayas, el doctor vendrá pronto —intervino Rhona, dándose cuenta de que Eilidh parecía algo agitada.

—No, Jamie, quédate. No te vayas, quédate un poquito más.

—Pues claro. Me quedaré todo el tiempo que quieras.

Qué raro, había visto a Shona pero sin barriga. Debía de haber estado delirando. Creedme, resulta difícil a estas alturas no darse cuenta de que Shona está embarazada, ya son seis meses.

—No te vayas —dijo Eilidh de nuevo. Me pareció un poquito más frágil, más cansada que un minuto antes. Cerró los ojos.

—No, no me voy a ir. Por supuesto que no. ¿Qué podría apartarme de ti?

—Pronto te irás... A Australia —dijo de repente, como si acabara de recordarlo.

—Ahora no pienses en eso.

—Todo va a ir bien, tu padre y yo estamos aquí, te cuidaremos —dijo Rhona, levantándose para mirarla, pero Eilidh seguía estando asustada.

—¿Cuándo te vas?

—Bien, el mes que viene, pero...

—No te vayas. Quédate conmigo.

—Eilidh, sé razonable... —dijo Rhona.

—No quería pedírtelo... No quería detenerte... pero ahora te lo pido... quédate conmigo.

Me quedé sin palabras. Rhona me miró con cierta hostilidad. Esa mirada también me pilló por sorpresa.

—Eilidh, por Dios, no. Él no puede cancelarlo todo en el último minuto, el mundo no gira a tu alrededor.

Miré a Rhona sin poder creérmelo. Incluso con su hija convaleciente en una cama de hospital era incapaz de guardarse sus puyas. Pero Eilidh no le hizo caso; no apartó sus ojos de los míos. Tenía esa mirada de vulnerabilidad, como si fuera una niña pequeña y, aun así, había una fuerza en ella que no parecía flaquear.

Pensé; «No me voy a ir a ninguna parte».

—No me iré. Esta noche llamaré a Emily. No me iré. Te cuidaré —dije.

Respiró hondo y cerró los ojos, con su mano todavía en la mía.

—Espero que te hayas dado cuenta de que vamos a ser nosotros quienes cuidemos de ella, Jamie. No entiendo quién te ha dado el derecho...

Salíamos del hospital, cuando Rhona dio rienda suelta a su rencor, algo que solo había logrado contener en la habitación de Eilidh y hasta la salida del edificio.

—Rhona, no es que pretenda tomar las riendas, tan solo quiero ayudar.

—¿Ayudar? Se ha puesto muy nerviosa...

—Porque ella creía que iba a irme a Australia y no quería que lo hiciera.

—Siempre tienes una respuesta, ¿verdad? Igual que esa hermana tuya, como si ella lo supiera todo. Puede que no te vayas, pero nosotros, sí. Eilidh vendrá con nosotros. Volveremos a Southport y nos ocuparemos de que reciba los mejores cuidados que se pueden pagar con dinero.

—¿Se lo has preguntado? ¿Acaso le has preguntado dónde prefiere estar?

—A mí no me levantes la voz, Jamie McAnena. Vendrá con nosotros porque no tiene otra opción. ¿Quién iba a cuidarla si no? ¿Peggy?

—Yo.

—¡No digas tonterías! —Me estremecí—. He hablado con la enfermera. Aunque pudiera quedarse aquí, necesitará cuidados especializados. No podrá hacer mucho por sí misma durante algunas semanas, ¿has pensado en eso?

—No quería decir que fuera a cuidarla yo mismo. Lo que quería decir era que me ocuparía de que tuviera una enfermera, tanto tiempo como le hiciera falta.

—¿Y quién la pagaría? Casi no tiene un penique y no aceptará nada de Tom. Y no esperes que nosotros paguemos si se queda aquí.

—Yo lo pagaré, naturalmente.

—Sí, seguro, vas a pagarlo tú. Una enfermera particular —dijo con sarcasmo.

—Pues sí, lo haré.

Se detuvo un segundo, sorprendida.

—Vendrá con nosotros —repitió.

—Pregúntaselo.

Dejé a Rhona plantada en el aparcamiento del hospital y me alejé furioso en mi automóvil

—Solo pretende asegurarse de que cuidan bien a Eilidh...

—Nada de eso, Shona. Ella tiene sus planes, te lo digo yo...

—Jamie, no se puede hablar contigo cuando te pones así. Creo que has malinterpretado lo que te ha dicho. Por lo menos dale una oportunidad.

—Tendrías que haberle visto la cara.

—Aquí la prioridad es el bienestar de Eilidh.

—Exactamente. Quieren que vuelva a sus garras. Se la comerán viva.

—Jamie, ¿de qué estás hablando? Es Rhona Lawson, la conocemos. Es una buena persona, no es un monstruo.

—Solo quiero que Eilidh elija dónde quiere estar.

—Lo sé. Lo sé. No te preocupes. Bien, debo irme. Tengo que meter a las niñas en la cama. Te llamaré mañana. Oh, y Jamie...

—¿Sí?

—Me alegro mucho de que no te vayas.

Después de colgar el teléfono, me senté en el sofá, agitado y a la vez destrozado, sintiendo una mezcla de alivio y preocupación al mismo tiempo. Por lo menos, ella estaba viva y no le quedarían secuelas a largo plazo. Eso había dicho el médico. Y quería estar conmigo.

¡Quiere estar conmigo! Eso había que celebrarlo. Me serví un vaso de agua con gas y le añadí un poco de jugo de limón. Miré el vaso agotado.

Esto había que celebrarlo, pero de verdad. Nada de beber a solas, un vaso tras otro, y tampoco un vaso de agua.

Fui a la cocina y desenterré mi tesoro. Un Lagavullin de veinticinco años. Beberlo es como dar un beso largo y apasionado. Fuego y viento, turba y mar, todo mezclado. El fuego estaba encendido, las luces, todas luciendo salvo un par de lamparitas de mesa, y el reflejo azul de la lamparita de noche de Maisie iluminaba el pasillo. No se oía otra cosa que el viento que soplaba fuera y, de vez en cuando, el crepitar de las llamas, pero no el típico chasquido de cuando se queman troncos, sino el ruido que hace la turba al arder, como un silbido.

Cerré los ojos para saborear el primer trago...

Entonces, alguien llamó a la puerta. Oh, no. Por favor, no me apetece hablar más esta noche.

Pero, por suerte, era Silke.

—Hola. ¿Te encuentras bien? No estaba muy segura de que quisieras tener compañía, pero pasaba por aquí y pensé que era mejor hacer una parada.

—Estupendo, entra. Acabo de abrir una botella de un whisky que está de órdago, tienes que probarlo. Ven y siéntate. Tengo que contarte unas cuantas cosas...

Un trago después, se lo conté todo. Que Eilidh me había pedido que me quedara y cómo había reaccionado Rhona, la esperanza que tenía de que Eilidh prefiriese quedarse con su tía Peggy y que buscaría una enfermera particular que cuidara de ella...

—Fiona podría hacerlo.

—¿Tú crees?

—Sí, ya sabes que es una enfermera cualificada. Terminó de estudiar hace poco. —Me encantaba la manera que Silke tenía de hablar, con ese acento alemán—. Había conseguido un empleo en el sur, pero lo dejó por mí. Luego se ocupó de Mary durante un tiempo. No sé qué estará haciendo ahora, no hemos vuelto a hablar desde que rompimos. —Miraba a la copa que tenía.

—¿Crees que podría llamarla?

—Seguro, por qué no.

—Pero si acepta, ¿no te sentaría mal que estuviera por aquí cuando vinieras?

—Me encantaría verla por aquí cuando viniera. Dios, sería estupendo, total y absolutamente magnífico, que ella estuviera aquí. La echo de menos... Verás...

Nos quedamos hablando hasta las dos de la madrugada. En ese tiempo me tomé un trago de whisky, Silke dos, y lo demás fue té con leche. No quería arriesgarme, siempre estaría ahí esa tentación sonriente que escondía una navaja, a pesar de su belleza y el infinito placer que me proporcionaba, dispuesta a atraparme.

Y no dejaría que lo hiciera.

Elizabeth

Siempre resulta extraño cuando la persona se cruza en el camino de su memoria, con la sombra atrapada en un momento traumático. Es como ver doble. Como si ser un fantasma no fuera lo suficientemente irreal, vemos todas estas cosas, cuya descripción me resulta imposible, pues no tengo palabras para llevarla a cabo.

Y ahora, veo a Fiona sentada de nuevo en este escalón, al teléfono, justo al lado de la otra Fiona, la que tiene el corazón roto, que se agarra del collar.

—Sí, nos hemos enterado. Gracias a Dios. No, no estoy segura de qué voy a hacer, de momento sigo aquí ayudando a mi madre en la peluquería, no hago nada más. Me encantaría. ¿Podré quedarme en casa de Peggy? Eso es muy amable de su parte. Estupendo. Llámame en cuanto le den el alta. Oh, y otra cosa, Jamie: ¿podrías darle las gracias a Silke de mi parte...? Bueno, quiero decir, ha sido todo un detalle que pensara en mí para hacer el trabajo. Sí, claro, debes de estar muy ocupado, y naturalmente, le gustará tener noticias mías. Lo haré. No, de verdad, lo haré. En serio.

Una Fiona que sonríe, una que solloza, sentadas una junto a la otra...