Capítulo 10

LA PROVIDENCIA

Eilidh

Nos encontrábamos en la puerta y yo estaba ayudando a Maisie a quitarse el abrigo y la bufanda, cuando sonó el teléfono y Jamie corrió a atenderlo.

—¿Mary? Hola. Oh. Oh, pobrecilla. Oh, no. Ya veo. ¿Tres meses? ¿De veras? No, no te preocupes. Todo va a ir bien. ¿Qué hay de ti? ¿Necesitas algo? Fiona vendrá para quedarse, buena noticia. ¿Ha llegado ya? ¿Necesitas que te echen una mano esta noche? De acuerdo, entonces. Llevaré a Maisie conmigo para que te vea tan pronto como mejores. Llama si necesitas algo. Adiós.

Jamie suspiró al colgar el teléfono y se frotó los ojos, cansado.

—¡Cariño! —murmuró para sí mismo, recordando que Maisie estaba cerca.

Me quedé en medio del recibidor sin saber qué hacer, dudando sobre si aquello había sido una invitación para que me quitase el abrigo y me detuviera un momento.

—Eilidh, entra, entra y siéntate. Disculpa, es solo un asunto que debo resolver —añadió, mirando hacia el teléfono. Entonces se volvió hacia Maisie y sonrió—. Cielo, estás toda llena de barro, ven y lávate. —Dio la mano a la pequeña y la llevó hasta el cuarto de baño.

—¿Te lo has pasado bien? —le oí preguntar.

—¡Muy bien! ¡He cabalgado un poni! Estaba muy arriba e íbamos muy deprisa. Me puse unas botas grandes y un casco y Eilidh dijo que parecía una amazona de verdad. ¿Puedo volver mañana?

Sonreí para mis adentros.

—Debes preguntárselo a Eilidh, quizá quiera llevarte otra vez.

—¡Eilidh! —gritó la pequeña mientras corría hacia mí—. ¿Podemos ir a montar otra vez?

—¡Bueno, no quería decir que lo hicieras tan rápido —intervino Jamie.

—Me encantaría —le dije, y no lo hice por cumplir. Habíamos pasado una tarde mágica juntas. Hacía mucho tiempo que no montaba, así que me entusiasmó volver a hacerlo, y mucho más ver cómo disfrutaba Maisie. Había sido maravilloso verla lucir como a una estrella, tan natural, con la brisa atrapada en su cabello rubio mientras montaba tranquilamente a Sheherazade, una dulce yegua a la que solían montar los niños y los jinetes noveles.

—No tienes que hacerlo, puedo llevarla yo —dijo Jamie.

Me sorprendió.

—Claro. Si es lo que quieres.

—No deseo comprometerte a nada, seguro que tienes muchas otras cosas que hacer —comentó, y miró hacia otra parte.

Lo que quería decir: «No te acerques demasiado a nosotros». Me quedé de piedra.

—¿Te apetece una taza de té? Iba a preparar la cena para Maisie.

—No, gracias, mejor será que te deje cocinar tranquilo.

—No, no, no hay prisa... Lo siento, yo... —Me pareció que la situación le resultaba embarazosa, aunque lo cierto era que no me había ofendido. No tenía intención de auto invitarme a cenar.

—De acuerdo, pero solo una y me voy.

—Maisie, ¿qué tal si preparo macarrones con queso?

—¡Sí! ¡Macarrones con queso! ¿Te gustan los macarrones con queso, Eilidh?

—Me encantan. —Sonreí y miré a Jamie.

—Adora los macarrones con queso —me explicó.

Jamie se puso manos a la obra en la cocina mientras yo permanecía sentada en el sofá.

Maisie quería enseñarme su colección de ponis en miniatura.

—Mira, hay que peinarlos bien para que tengan el pelo suave. Como el tuyo —me dijo, mientras deslizaba sus deditos por mi cabello.

Durante tota la tarde la había llevado de la mano y ella había permanecido junto a mí, muy, muy cerca, y me había dado varios abrazos. Cada vez que sentía su ternura, una alegría que no había experimentado durante mucho, mucho tiempo, me llenaba. Es uno de los tantos aspectos de la maternidad que echo de menos... Bueno, que «solía» echar de menos: la cercanía física y la alegría que proporciona. Pero todo eso ha quedado atrás.

—Entonces tienes que llevarlos a la cama para que duerman —siguió diciendo la niña—. No, espera, primero hay que lavarles los dientes. Ahí tienes el rosa. Lávale los dientes.

Acepté el poni y muy obediente me puse a hacer como si le lavara los dientes.

—Ahora ya están todos listos. ¡Buenas noches! —dijo, dejando los ponis juntos en el sofá.

—Aquí tienes tu té —indicó Jamie, acercándome la taza humeante. Se sentó en el sillón que estaba frente a nosotras. Pude darme cuenta de que algo le daba vueltas en la cabeza y recordé la llamada telefónica que había oído.

Dudaba si preguntarle o no acerca de eso. Entonces me dí cuenta de que tenía una señal enrojecida en la mano.

—¡Jamie! ¿Qué te ha pasado en la mano?

—Oh, eso. No es nada. Una quemadura sin importancia: ya se sabe, gajes del oficio. Nada comparado con lo que le ha sucedido a Mary. La pobre mujer se ha roto el tobillo. No podrá ocuparse de Maisie por lo menos hasta Navidades.

—¡Vaya, pobrecilla! ¿Está en el hospital? —pregunté.

—La habían ingresado, pero ya ha vuelto a casa. Fiona ha venido desde Innerleithen para cuidar de ella.

—Puedo ponerme mi uniforme de enfermera e ir para vendarle la pierna —dijo Maisie. Tuve que contener una sonrisa.

—Seguro que eso estaría muy bien, Maisie, gracias, pero creo que ya lo habrá hecho el doctor. Puedes hacerle una tarjeta con un dibujo —dijo Jamie.

—Voy a hacerle una tarjeta con pegatinas y purpurina brillante. Así se sentirá mejor —dijo Maisie, muy seria, y corrió escaleras arriba.

—¡Pegatinas y purpurina brillante! ¡Con eso seguro que se pondrá buena muy pronto! —reí.

—¿Cómo te las vas a arreglar? ¿Con cuántos días libres puedes contar?

—Una semana, poco más. Después de una semana, tendré que encontrar a otra persona. Mary va a estar fuera de juego durante tres meses, es una fractura muy fea. Quizá alguna de las madres del colegio... Maisie tiene una amiga, su mejor amiga, que se llama Keira. Quizá su madre... —Suspiró—. No quiero dejarla con cualquiera, ya sabes... Confío en la madre de Keira, claro que sí, pero...

—Pero tres meses son muchos meses. Lo entiendo.

—No la conocen bien. Y si lo hacen como favor, creo que será una molestia para ellos tener una niña más en casa durante tres horas al día y ¿qué pasará si Maisie no se siente bienvenida? — rió—. Lo sé, no debería darles tantas vueltas a las cosas. Ya sé que estoy exagerando.

—Ni mucho menos, lo que ocurre es que quieres protegerla. Yo haría lo mismo, si fuera mi... —me detuve de repente.

«Mi hija», acabé por decir mentalmente.

Mi hija.

¿Qué hubiera sido el bebé que perdí? ¿Un niño o una niña?

Nunca tendría una hija. Ahí estaba de nuevo esa horrible punzada de dolor.

—Quieres protegerla —dije, recuperándome rápidamente.

—Supongo. Seguro que estará bien.

—¿Y qué hay de la madre de Gail? Está jubilada, ¿no es así?

Miró hacia otro lado.

—No creo que sea buena idea. Verás, Gail y yo... Bueno, nos hemos estado viendo. O algo así. Pero no funcionaba. Así que se lo dije. No creo que ahora mismo yo sea la persona a la que más echen de menos los Ritchie.

—Vaya, lamento oír eso.

—Sí, bueno.

El gran silencio. Estaba desesperada por encontrar algo sin importancia que decir.

Pero no se me ocurría nada.

—Bien, creo que será mejor que me vaya y que sigas con la cena. —Me miré a los pies.

—Gracias por llevar a Maisie a montar. Le ha gustado mucho. ¡Maisie! —llamó, mirando hacia las escaleras— ¡Eilidh se va!

—¡Nooo! ¡Eilidh, no te vayas! —Maisie voló escaleras abajo.

Llevaba los dedos llenos de purpurina azul y plateada, incluso tenía un poco en la mejilla izquierda.

—¡Quédate a cenar macarrones conmigo! Papá, ¿puede quedarse a cenar? Eilidh, ¿te quedas? ¡Tomaremos yogur de postre y después podemos jugar a los ponis mientras me baño!

—Me encantaría, cielo, pero tengo que irme. ¿La próxima vez?

—¿Será pronto?

—Muy pronto —prometí. Entonces me dio un abrazo y me dejó el chaquetón lleno de purpurina.

—Estoy segura de que todo va a ir bien, mantenme informada —le pedí a Jamie y acto seguido salí de la casa para adentrarme en el frío de la noche.

Mientras iba caminando por la carretera, me volví y vi a Maisie y a Jamie diciéndome adiós con la mano desde la ventana, mientras él descansaba la otra mano en el hombro de su hija.

Durante la cena, le pregunté a Peggy acerca de la madre de Maisie.

—Ah, sí, es una historia muy triste. Se llamaba Janet. Bueno, se «llama» Janet, no está muerta, se fue, sin más. Vive en Londres. Vino aquí de vacaciones y ya sabes que estas cosas pasan... Se quedó durante un par de años, y entonces hizo las maletas y se fue, sin Maisie. Pobrecilla, su madre la abandonó. Jamie es tan bueno con ella, ¿sabes? Y ahora que Elizabeth ha muerto, está solo con la niña.

Sentí cómo los pulmones se me quedaban sin aire por la sorpresa. La madre de Maisie la había dejado. Sin más. Esa mujer tenía una hija, una hija preciosa, y la había abandonado y se había ido. ¿Cómo había podido hacerlo? ¡Cómo había podido!

Sentí que las manos me temblaban.

Había sido bendecida. Tenía una hija. Y lo había tirado todo por la ventana.

Se me cerró el estómago y no pude seguir comiendo.

—Vamos, Eilidh, no pienses en todo eso ahora, la verdad es que fue para bien: Maisie es una preciosidad y se ocupan muy bien de ella.

Pero las lágrimas se me saltaban de los ojos. Eran lágrimas de rabia.

Ella tenía una hija y la había dejado, y yo ni siquiera había tenido la oportunidad.

Más tarde, me senté con las piernas cruzadas en la cama y envié un mensaje a Harry desde mi nuevo portátil:

De: eilidhlawson@hotmail.co.uk

Para: harrydouglasdesign@live.co.uk

Hola, tonta de mí, hoy estoy un poco sensiblera. Es simplemente una de esas noches. Peggy había preparado un plato de haggis para cuando volviera de montar. ¿Lo has probado? Me refiero al plato, al haggis, no a montar. Me encanta, además de que va muy bien para entrar en calor, pero la verdad es que lo que me apetece es cenar comida china con Douglas y contigo uno de estos días y ver una película de Jennifer Aniston en la televisión. Y beber Bailey’s. Como en los viejos tiempos. Os echo de menos, muchachos. Hoy he tenido un mal día, la niñita de la que os hablé es preciosa, me recuerda a las mellizas, con las cosas que dice. Es de veras divertida y muy dulce. La pobre tendrá que cambiar de niñera durante los próximos tres meses, pues la que solía cuidarla se ha roto el tobillo. He pensado que quizá podría hacerlo yo, tengo las tardes libres. Así ayudaría. Aunque quizá no sea buena idea. Bien. Voy a leer un libro. Esta casa está muy silenciosa hoy. Adiós, chicos.

Eilidh

No había pulsado todavía el botón de enviar cuando oí un pitido en el ordenador.

De: harrydouglasdesign@live.co.uk

Para: eilidhlawson@hotmail.co.uk

¡Hola, preciosa! ¿Estás ahí? Danos un minuto para que leamos tu mensaje.

X

De: eilidhlawson@hotmail.co.uk

Para: harrydouglasdesign@live.co.uk

¡Estoy aquí! Con la bolsa de agua caliente, leyendo. Hablad y responded cuando queráis.

E.

A los pocos minutos, tras dar unos sorbos a mi chocolate caliente en una taza decorada con el dibujo del monstruo del lago Ness, oí otro pitido.

De: harrydouglasdesign@live.co.uk

Para: eilidhlawson@hotmail.co.uk

No nos parece ninguna tontería. Vamos, ocúpate de la niña. Echas de menos trabajar con niños y lo haces de maravilla. No puedes olvidar tu vocación, dejar que se vaya por el desagüe. Bueno, no es una manera muy elegante de decirlo, pero ya nos entiendes. Esa pequeñaja... Bueno, ¡esta niña parece estupenda! Estoy seguro de que cuidar de ella te hará mucho bien. Además, te vendrá genial estar ocupada.

Nosotros también te echamos de menos. Ojalá estuvieras aquí. Nos han entrado ganas de cenar en un chino. Vamos a prepararnos unos tallarines estilo Singapur y pensaremos en ti. Me apuesto lo que quieras a que no hay un chino en kilómetros a la redonda en ese pueblo al que has ido a parar. Lo más seguro es que tengas que salir de caza por ahí. Ja, ja.

P.D. Nos alegramos de que tengas a mano una bolsa de agua caliente. ¿Y qué tal un plaid?

H & D.

De: eilidhlawson@hotmail.co.uk

Para: harrydouglasdesign@live.co.uk

Puede que tengáis razón. Se lo diré a su padre mañana.

Un montón de abrazos.

P.D. Muy divertido lo del plaid. Algo ha cambiado desde Braveheart, ¿sabéis? Además, aquí, en Glen Avich, hay un restaurante de comida china para llevar, lo creáis o no. Lo que pasa es que hay cola. ¡Nos vemos!

De: harrydouglasdesign@live.co.uk

Para: eilidhlawson@hotmail.co.uk

Ahora nos estamos imaginando a Mel Gibson envuelto en un plaid. Bonita imagen. Gracias, Eilidh. ☺

Mientras apagaba el ordenador y lo dejaba a un lado, junto al libro que estaba leyendo, no podía dejar de reír.

Pensé en Janet.

Y entonces me di cuenta de que me había caído un poco de purpurina azul y plateada del pelo. El polvo brillaba entre las páginas como las estrellas en el cielo de la noche.