Capítulo 17

EL DESHIELO

Jamie

No sé qué me poseyó la noche de la inauguración. Fue una locura. Yo mismo estaba medio loco, con la moral alta después de lo que había logrado la noche anterior, decirle adiós a la bebida.

Era el final de mis sesiones de beber a solas y de las resacas matutinas al día siguiente, que me pedían más whisky. Si no hubiera parado, ¿cuánto tiempo hubiera transcurrido desde que respondiera a aquella necesidad y me volviera a tomar otra copa antes de desayunar? Con solo pensarlo me entraban escalofríos, pensar en el abismo que se hubiera abierto ante los pies de mi pequeña Maisie.

Pero lo he dejado y me siento como nuevo. Eso, junto con el éxito de la velada, me hacen sentir como si pudiera alcanzar cualquier cosa, como si ya no tuviera miedo.

Ya sé que es un cliché, pero... me siento bien. Me siento como si no pudiera equivocarme.

Pero lo hice.

Fue precisamente esa noche cuando me di cuenta de lo graves que eran las heridas de Eilidh. Cuando se echó a mis brazos y la abracé, me sentí como si hubiera vuelto a casa. Y luego se marchó.

Voy a dejarla a su aire. Eso es lo que me pidió, o algo así: déjame, ¿por qué me atormentas? Y lo último que quiero es hacerle daño. Pero no podía creerme aquello tan horrible, horribilísimo que dijo: «No soy buena». Me parece tan absurdo que dijera algo así sobre sí misma. Para mí es alguien precioso y, no obstante, ella cree que no es buena.

No la he visto el domingo y el lunes me pasé el día tropezándome con todo y rompiendo delicados moldes, hasta que me di por vencido y me fui pronto a casa. Ahí estaban ellas, Eilidh y Maisie, con la cabeza muy cerca la una de la otra; Eilidh con los brazos alrededor de los pequeños hombros de mi hija.

Se sonrojó al verme y se apresuró a marcharse. Quería que se quedase pero me preocupaba que ella pensara que estaba intentando presionarla, una vez más. Que creyese que soy una especie de... qué se yo, que me resultaba fácil tomar la iniciativa, que dominaba el terreno. Primero con Gail, luego con ella. Cuando en realidad fue Gail quien vino a mí, y no al revés. En cuanto a Eilidh, me hizo falta muchísimo coraje para hacer que saliera fuera de aquel modo y abrirle mi corazón. Pero ¿cómo iba a saberlo ella? Un hombre con una hija de una mujer que desapareció. Un hombre que necesita llenar sus noches de soledad.

Jamás volveré a hablarle de ese modo, nunca más.

Cuando entré, se puso el chaquetón a toda prisa y se dirigió a la puerta. Le puse una mano en el brazo, para detenerla un segundo. Tenía que decir algo.

Nos quedamos de pie en el umbral de la puerta de mi casa, con el crepúsculo lila y rosa enmarcando su imagen y el oscuro bosque de pinos contrastando con el cielo.

—Eilidh, solo quería decirte... que si quieres dejar de cuidar de Maisie, lo entenderé.

Ella levantó la vista, con los ojos llenos de consternación.

—¿Quieres que lo deje?

—¡No, en absoluto! ¡Ni hablar! Maisie está tan contenta contigo y yo... y yo estoy... —Demonios, me quedé atascado. «Cualquier cosa que diga ahora», pensé para mis adentros, «solo servirá para acabar de estropearlo». Lo sé. Las palabras son torpes, levantan barreras, mientras que una caricia, una simple caricia, puede revelar la verdad en un minuto. Pero no podía tocarla, no importaba las muchas ganas que tuviera de hacerlo.

—De verdad, claro que quiero seguir cuidando de Maisie —dijo en voz baja—. Disfruto de su compañía, mucho.

Por la manera en que lo dijo, tuve que reírme.

Me encanta el modo que tiene de hablar, siempre tan teatral. Adoro la manera en que dice «mucho». Y dice «tan», como en «Estoy tan, tan hambrienta» o, como la otra noche, «¡Qué aire tan frío!». Me gusta mucho la manera como mira a la gente, directamente a la cara, a los ojos, y el modo en que sonríe, porque es como si saliera el sol...

Me di cuenta de que estaba ahí de pie, mirándola como un idiota. Bobo.

—Siento haberte incomodado.

—No, no pasa nada. Adiós. —Y se fue. Así. Casi salió corriendo.

Sentí una ola de desesperación, a pesar de mí mismo. Como si... como si la vida estuviera pasando de largo.

—¿Papá, puedes escuchar cómo leo?

—Pues claro, te escucharé y luego nos prepararemos algo para cenar.

—La cena ya está lista en el horno, Eilidh y yo hemos hecho un pastel de carne, ¡me puso un delantal y yo mezclé las patatas y las aplasté!

Una respiración profunda. «No estés triste, Jamie McAnena, tu vida se está descongelando.»

—Vamos, cariño empieza a leer para que pueda ver cómo lo haces. —Y así nos sentamos en el sofá y nos pusimos a leer a coro, hasta que me di cuenta: en la encimera de la cocina, junto al hervidor, un cartón de leche y una sola taza. La que Maisie me había regalado el año pasado el día del Padre, después de que Shona se llevara a las niñas por ahí para comprar regalos para Fraser y para mí. Eilidh siempre deja esa taza fuera y lista para cuando llego a casa, sabe que es mi favorita. Pero habitualmente, coloca otra junto a la mía, para que nos tomemos un té antes de que ella se vaya. Desde aquel dichoso día cuando casi la eché, la taza de té solitaria en la mesa de la cocina se ha convertido en una especie de tradición.

Así ha sido hasta hoy. Solo una taza. Como si... en fin, como si fuera la mitad de algo.

La noche de la inauguración, después de que Eilidh hubiera desaparecido, lo único que me apetecía era irme a casa. Pero no podía, porque Silke contaba conmigo para que la ayudase con los invitados. No soy muy bueno con eso de las relaciones sociales. La verdad es que no me gusta nada. Pero sí quería ayudar a Silke. Gracias a ella, la inauguración había sido un éxito, y a pesar de que mi negocio no necesitaba de más promoción, me alegró formar parte de aquello por ella y por los demás artistas de la zona.

Así que volví adentro, a pesar de que me sentía fatal, y lo disimulé bastante bien.

Ahí estaba yo, haciendo relaciones públicas —mejor dicho, estaba de pie en silencio, sonriendo, eso es lo que estuve haciendo— cuando Emily Simms vino a buscarme.

—¿Sería tan amable de hablarme un poco más acerca de su trabajo? —preguntó, hábil, llevándome hasta una de mis esculturas que estaba situada en un punto bastante alejado. Me di cuenta de que quería hablar a solas conmigo—. No le preguntaré cómo ha ido. Eso sería cotillear, ¿verdad? —dijo, poniéndome la mano sobre el hombro. Tenía unos ojos cálidos y una cara inteligente y encantadora. Parecía... serena. Algo en su conducta hizo que me apeteciera hablar, cosa que no sucede muy a menudo.

—No muy bien —dije y tomé un sorbo de la taza de té que Silke me había puesto en la mano al verme entrar helado de la calle.

—Lo siento —dijo ella y miró a la taza de té que sostenía en la mano, mientras que los demás bebían alcohol de un tipo u otro.

«Lo sabe», pensé.

—Así que... bien, ¿se va a quedar aquí por mucho tiempo?

—No. Solo he venido por esta noche. Quería conocerle. Me he estado fijando en su trabajo durante un par de años y sugerí a varios de mis amigos australianos que hicieran lo mismo. Les encantaría conocer mejor su obra, y a mí también.

—Vaya, eso es muy halagador. Gracias.

—Creo que tendría buenas oportunidades de exponer en Australia, por todo el país. ¿Le parece bien que hablemos de ello mañana? Silke me va a llevar a almorzar al pub del pueblo y luego tengo previsto conducir de vuelta a casa.

¿Exponer en Australia? Me había quedado sin palabras.

—Me encantaría, desde luego. Gracias.

—Será mejor que me vaya ya, mañana me queda mucha carretera por delante. Oh, y Jamie...

—¿Sí?

—¿Puedo serle franca? No quiero incomodarle...

—Pues claro que no...

Sonrió y su cara se llenó de arrugas de felicidad, como si estuviera acostumbrada a reírse mucho.

—Tengo sesenta años y bastante experiencia de vida y creo que siempre vale la pena arriesgarse. Incluso cuando la recompensa no resulta inmediata.

Y tras decir aquello, se marchó.

Acabé la noche en el sofá de Silke, comiendo patatas fritas, y la horrible sensación de frío y soledad que me había dejado el rechazo de Eilidh se vio algo atenuada y suavizada por la compañía de Silke. Algo en ella parece hacer las cosas fáciles, ayudarme.

Nos sentamos juntos y charlamos y comimos, y solo esperaba con todo mi corazón que aquello funcionase por ella, que Fiona encontrase pronto el valor para sacar su amor a la luz.

—Esperemos que Eilidh también le encuentre un sentido —dijo, con un acento alemán más fuerte de lo habitual debido al cansancio y su pelo de color rosa cayendo sobre los cojines de terciopelo.

Sí, después de todo, mi vida se estaba descongelando.

El hielo se estaba deshaciendo y todo estaba cambiando. Cambiando de arriba a abajo.

Durante el almuerzo al día siguiente, Emily me preguntó si estaría interesado en poner en marcha algunas exposiciones en Australia y luego asistir a las inauguraciones.

Estaba medio entusiasmado, medio asustado. Me dijo que tendría que quedarme en el país unos cuatro meses y que viajaría constantemente, así que sería mejor para Maisie quedarse. Pero no podía dejarla durante tanto tiempo. Si venía conmigo, echaría de menos el colegio pero aprendería mucho del viaje. Sería una vida de locos para una niña de cinco años, pero eso era mejor que separarla de mí durante tanto tiempo.

Era la oportunidad de mi vida, pero no podía decir que sí sin más, había mucho que considerar.

Le dije a Emily que le daría una respuesta, que necesitaba tiempo para pensar y la vi como entusiasmada y, al mismo tiempo... intranquila. Los cambios no me gustan, incluso aunque sean buenos. Al igual que mi padre, siempre intento mantener el statu quo. Necesitaba hablar con Shona y preguntarle qué pensaba al respecto.

—Entonces, ¿dónde estuviste la otra noche? ¡Te oí volver cuando anochecía! —Estaba sentada a la mesa del desayuno, todavía con la bata puesta a pesar de que eran ya las doce pasadas. Nada típico de Shona.

—Estaba con Silke.

Shona pareció sorprendida.

—¿De veras?

—No, no es lo que piensas. Silke es lesbiana. El suyo es el secreto peor guardado de toda Escocia. Todo el mundo lo sabe. Lo que nadie sabe es quién es su novia y ese es el motivo de que ambas intenten mantener su relación en secreto.

—¿Quién? —preguntó Shona, queriendo saber más. En Shona se puede confiar, así que se lo dije.

—¿Estás de broma? ¿Fiona? Bien, ¡me alegro por ella! Aunque... bueno, ya conoces a los Robertson. Son muy...

—¿Poco tolerantes?

—Iba a decir que muy conservadores. Son buena gente. Pero no están acostumbrados a este tipo de cosas... ya sabes, a lo diferente.

—Bien, ya veo cómo va el asunto. En cualquier caso, Silke y yo no tenemos una relación. Por mucho que diga Gail.

—¿Acaso Gail lo pensaba? Bueno, ahora ya no. Me encontré con Helena en casa de Sharon, ayer, y no dejó de hacerme preguntas acerca de Eilidh.

Miré a otro lado.

—Creía que Helena era su amiga.

—Lo era. Pero ahora todo el clan está por apoyar a Gail. Parece que lo está pasando mal, dice que está pensando en irse a Nueva York un año, tienen familia allí. También están muy enfadados contigo.

—Más lo estarían si me hubiera casado con ella y la hubiera convertido en una desgraciada. No la amo. ¿Acaso no son capaces de entenderlo? Salimos seis meses, ¡no es lo mismo que haberla dejado tras un noviazgo de años!

—Lo sé, lo sé, ya se pasará. No te enfades por eso.

—No me enfado. Bueno, quizá sí, un poco. No tienes muy buena cara; pareces un poco pálida. ¿Es que no has dormido bien? ¿Te encuentras bien?

—Anoche no he dormido muy bien, la verdad. Hoy estoy agotada. ¿Te parece bien que llame a Fraser y le diga que me quedo una noche más? Dormiré bien y mañana ya me pondré al volante.

—Pues claro, no debes conducir hoy si no te sientes en forma. Perdona que te dejara esta mañana a cargo de Maisie.

—Nada de «perdona», tenías que salir para reunirte con esta tal Emily no sé qué... ¿Me recuerdas otra vez su apellido?

—Emily Simms. Me preguntó... —respiré hondo—. Bien, me preguntó si quería ir a Australia durante unos meses, poner en marcha algunas exposiciones, asistir a las inauguraciones y todo eso. Por todo el país.

Hubo un minuto de silencio.

—¿Durante unos meses? ¿Y qué hay de Maisie? Quiero decir, es maravilloso pero... ¿qué haría Maisie mientras tanto?

—Vendría conmigo. No quiero separarme de ella durante tanto tiempo.

—No, pues claro que no, lo mejor es que te la lleves, de otro modo, ambos sufriríais, creo.

Asentí. Ella no dijo nada.

—Es una oportunidad maravillosa —dije a modo de tentativa—. El tipo de éxito con el que ni siquiera me habría atrevido a soñar.

—Eso se debe a que, en realidad, tú no sueñas con el éxito. Él éxito nunca estuvo entre las primeras posiciones de tu lista de prioridades. El dinero, menos aún.

—El éxito significaría trabajar menos y tener más tiempo para Maisie, y el dinero significaría darle mejores oportunidades en la vida.

—¿Como qué?

—Como la mejor universidad, la mejor... qué sé yo. Lo mejor de todo. Sí, ya sé por qué has venido. —Sonreí.

—Si quieres ir —Shona me devolvió la sonrisa y se encogió de hombros—, ella, después de todo, creo que no sufrirá. La cuidarías bien, estará contenta y aprenderá mucho y verá muchas cosas... Es solo que no estoy muy segura de que eso te vaya a gustar. Estar lejos de casa todo ese tiempo, tener que estar de cháchara con unos y con otros y conocer a un montón de gente nueva, relacionarte y hacer nuevos contactos: tendrás que hacer muchas relaciones públicas. No sé, creo que te sentirás un poco como... un pez fuera del agua. Pero, también es cierto, solo serán unos meses.

—Dices que estar lejos de casa será duro pero ¿qué me retiene aquí? Tú tienes tu vida en Aberdeen, mis amigos están casados, tenemos un millón de primos con una media de edad de setenta años... ¿Quién me retiene aquí? Nadie se quedará triste y ojeroso porque me vaya durante una temporada.

—Yo sí. Pero esto no importa ahora. ¿Sabes lo que creo? Que hay algo que no me estás contando. No sé... ¿Acaso quieres alejarte de aquí?

—Bien, creo que hay algo que «tú» no me estás contando. Has estado muy rara este fin de semana, y no sé por qué.

—No trates de distraerme. Esto no va sobre mí.

—De acuerdo, no, pero te propongo un trato. Yo te contaré lo mío si tú me cuentas lo tuyo.

Ella dudó, y se quedó mirándome con la boca abierta durante un segundo.

Entonces lo soltó.

—Estoy embarazada. Otra vez. Ya no podré ir a la universidad al año que viene: otra vez regresarán a mi vida las noches en vela y los pañales... Quería... Quería ir, ¿sabes? Estudiar enfermería. Me casé tan joven, empecé a tener hijos... Ahora me tocaba a «mí».

—Oh, Shona... —Le puse el brazo alrededor del hombro y le retiré el pelo rubio de la cara—. Lo siento.

—¡No digas eso! No digas que lo sientes. Suena fatal decir algo así de un bebé...

—Lo sé, pero no puedo darte la enhorabuena si me dices que estás destrozada.

—¿Puedes creerlo? Ha sido un accidente. ¡Un accidente! Tomo la píldora, no me la he olvidado ni un solo día, no lo he dejado ni nada parecido pero, aun así, ¡ha sucedido! No es que lo hagamos tan a menudo, con las niñas y todo eso, siempre estoy muy cansada...

—SHONA, por favor, no quiero oírlo. ¡Pase lo que pase, no quiero saber nada acerca de la vida sexual de mi hermana!

—Perdona...

—¿Se lo has dicho a Fraser?

—No. Lo he sabido con seguridad esta mañana.

—Bueno, quizá sea un niño...

—¡No digas eso! Suena fatal, decirlo y que luego sea una niña, es como si fuera a ser menos querida que las otras tres.

Me reí.

—¿Qué te resulta tan divertido?

—No puedo decir que lo siento porque no sea bonito decir eso acerca de un bebé. No puedo decir que quizá será un niño porque si es una niña podría sentirse menos querida. No es que me suene precisamente a que este bebé no te haga muy feliz.

—NO digas eso, no digas que hablo por hablar. Vaya, sí, ya veo lo que quieres decir...

—Sé que te fastidia lo de tener que criar a un bebé ahora, pero siempre puedes hacerlo, serán pocos años. Es solo un retraso para tus planes. Ya sé que no es lo ideal... —Ella abrió la boca—. Lo sé, lo sé, no puedo decir que no es lo ideal, ¡no sea que el bebé se ofenda!

Nos echamos a reír y ella se secó las lágrimas de las mejillas.

—Gracias.

—De nada. Enhorabuena. —La abracé.

—Ahora te toca a ti. Y no intentes cambiar de tema.

—Le pedí a Eilidh que saliera conmigo y me rechazó.

La cara de Shona se apagó.

—¡No! ¿Por qué?

—Quizá no le gusto, ya sé que a ti te parecerá imposible que a alguien pueda no gustarle tu hermano pequeño pero...

—No, no es eso. Le gustas. Tal vez sea demasiado pronto...

—Sí, lo que sea. Me voy. Para bien. No quiero más... No quiero más dolores de corazón. —Las palabras me salieron con dificultad. No es fácil hablar de sentimientos, ni siquiera con mi hermana.

—Oh, Jamie. Todo es tan complicado, ¿verdad? Nuestros planes lo están enredando todo... un bebé, y quizá Australia, y lo de Eilidh que no ha funcionado...

—¿Qué quieres decir con eso de «que no ha funcionado»? ¿Habías pensado que acabaríamos juntos?

—En realidad, no entiendes a las mujeres, ¿verdad? ¡Pues claro que lo había pensado!

—Oh, vaya. Siempre soy el último en enterarme.

—Cierto. De todos modos, todo es tan confuso. Me gustaría que alguien... En fin, me gustaría que alguien pudiera cuidar de nosotros... que pudiera resolverlo todo.

Nos miramos.

—Yo te cuidaré. Te prepararé una buena cena y una taza de té y luego te irás a la cama.

—Hablas como mamá.

Eso me hizo sonreír.