Capítulo 19
LEJOS, MUY LEJOS
Jamie
He pensado en ello una y otra vez. Luego seguí pensando un rato más. Dejar atrás a Maisie era algo que ni me planteaba, porque pasar cuatro meses lejos de ella me resultaría insoportable.
Podría llevarme a alguien conmigo, como me sugirió Emily, una persona que cuidase de Maisie y la ayudase también con los deberes. Obviamente, Eilidh está descartada, no me atrevo a pedírselo después de todo lo que ha pasado. No conocía a nadie más pero no creía que fuera a resultar difícil encontrar a alguien que quisiera el puesto. Un viaje de cuatro meses por Australia, cuidando de una niña de cinco años buena y dulce resultaría atractivo para muchos. Sabía que iba a echar de menos a Shona, pero estaremos de vuelta justo después de que haya nacido el bebé. En cuando a lo de estar lejos de Eilidh... bien, en realidad, ese era el motivo por el que quería alejarme de aquí. No podía quitarme de encima mis sentimientos. Este acuerdo que teníamos... eso de vernos cada noche cuando llego a casa y cada sábado en las clases de ballet... se estaba convirtiendo en algo demasiado duro para mí. Como una especie de tortura.
Después de que habláramos, ella empezó a sacar dos tazas otra vez y ahí estábamos, sentados en el sofá con Maisie a nuestros pies, mientras yo podía percibir su olor y sentirla cuando alguna vez pasaba junto a mí y me rozaba, lo que hacía que me sintiera como si una mano me estuviera exprimiendo el corazón. Le hablaba, pero no era suficiente. La veía, pero no era suficiente. Cuando charlábamos, yo no quería que la conversación acabara. Si estaba con ella, no quería irme. Quería abrazarla y no dejar que se marchara, nunca. Pero nada, nada sería nunca suficiente, porque quería besarla, y tocarla, y hacerle el amor. No me da vergüenza decirlo, ¿por qué?
¿Qué me pasaba? Solo hacía un par de meses me negaba a que alguien entrara en mi vida. Estaba decidido a que fuéramos solo dos, Maisie y yo. Me molestó que Gail se inmiscuyera en nuestras vidas; no la quería en ellas.
Y entonces llegó Eilidh y acabó con todos los muros que había levantado a nuestro alrededor, los derribó sin más, convirtiéndolos en piedra, luego en guijarros y más tarde en arena, y yo me quedé... indefenso.
Sus ojos azules, su pelo castaño, un toque de marrón oscuro, cálido y brillante, su piel cremosa con un toque ambarino, ¿quizá heredado de sus antepasados judíos? Su voz, su sonrisa, la manera en que camina y en que está de pie, tan pequeña y vulnerable y al mismo tiempo, fuerte. Como si estuviera hecha de acero, aunque no lo sabe. Todo eso, toda ella, era lo único en que podía pensar. Me hechizaba. Mi corazón se elevaba cada vez que la veía y luego se hundía cuando se iba. Vivía solo por los momentos que pasábamos juntos.
«Tenía» que ir a Australia. Era la única manera. Sería una tortura continuar así. Nunca pensé que querría dejar Escocia pero, de alguna manera, Escocia y Eilidh se estaban fusionando para convertirse en lo mismo, en todo lo que para mí significa un hogar.
—Hola, soy Jamie McAnena, ¿puedo hablar con Emily, por favor?
—Soy yo. ¿Cómo está? Espero que me llame para darme buenas noticias.
—He decidido hacerlo.
—¡Oh, estoy encantada!
—Pero todavía no he encontrado a nadie para que venga conmigo y se ocupe de Maisie. Así que primero tengo que resolver este asunto antes de darle un sí definitivo.
—Quizá pueda ayudarle con eso. He hablado con mi sobrina, Emma. Es profesora de primaria, acabó los estudios en julio, y ahora está trabajando como suplente en varios colegios. Está pensando en ir al extranjero para enseñar, tal vez a Singapur, pero le encantaría ser la tutora de Maisie durante cuatro meses y cuidar de ella. Es una joven encantadora, solo tiene veintiún años, aunque ¡ya sé que estoy siendo parcial!
—No, nada de eso. Suena bien. Estupendo, diría yo. Una maestra sería perfecta.
—Exacto. Emma podría hablar con la maestra de Maisie para que se mantuviera al nivel de sus compañeros de clase y no perdiese un año entero.
—¿Y dónde vive Emma?
—En Londres, como yo. Venga a conocerla: puede quedarse con nosotras. O nosotras iremos a verle a usted, si así lo prefiere. Mi marido está deseando conocer Glen Avich. ¡Le he dicho que es un lugar precioso!
—No hay problema. Podemos ir a Londres o, si prefiere hacer una pequeña escapada, vengan aquí y quédense en mi casa.
—No, somos tres, quizá cuatro porque mi hermana, la madre de Emma, también querría venir. Nos alojaremos en el Green Hat. Señor, tenemos tanto de que hablar... Estoy encantada de que haya dicho que sí. Tan pronto como nos dé luz verde con lo de Maisie, me pondré en contacto con la parte australiana de todo este plan.
—De acuerdo. Gracias, Emily. Llámeme o envíeme un e-mail cuando vaya a venir.
—Lo haré. Hablaremos pronto. Oh, y Jamie...
—¿Sí?
—Ha tomado la decisión adecuada.
—Sí. Gracias. Adiós.
¿Lo había hecho?
Emily había hablado de Sídney, Melbourne, Perth, quizá también Nueva Zelanda. Lugares que jamás pensé que vería, sitios que nunca se me ocurrió que Maisie conocería a tan tierna edad. Aprenderá muchas cosas.
Emily también había dicho que tendríamos que tenerlo todo listo para marzo, que sería lo ideal. Faltaban menos de tres meses. Todo me parecía tan repentino. Habían pasado tres semanas desde Navidad y marzo llegaría antes de que me diese cuenta. Tenía que decírselo a Maisie. Conociéndola, estaría encantada. No es una niña timorata, ni mucho menos, sé que sabrá llevarlo bien. Lo único que siento es que ella y Eilidh habían llegado a estar tan unidas...
Tenía que decírselo a Eilidh. Y naturalmente, a Shona. Pero todavía no, mejor que deje pasar unos días después de la sorpresa que ha supuesto para ella su inesperado embarazo.
Me preguntaba cómo se lo tomaría Eilidh. De otro lado, ni siquiera sabía si Eilidh estaría aquí cuando regresáramos. Sabía que se estaba planteando volver cuando hubieran pasado las Navidades, y entonces me había dicho que pensaba quedarse hasta la primavera. Estaba claro, no le apetecía regresar a Southport, pero ¿quién sabe?
El fuego se estaba apagando; la pantalla del televisor parpadeaba. El aire estaba caliente esa noche, como en un verano en la India. El salón de casa me pareció un poco extraño, como si los objetos que había en él hubieran cambiado de lugar y unos estuvieran ocupando el lugar de otros. Como si todo hubiese cambiado un poco.
Pronto, mi casa sería un hotel, uno distinto cada dos meses. Señor. Yo, ¿de gira? Solo soy un herrero, no una estrella del pop ni nada por el estilo. La vida es impredecible.
No estaba seguro de si esto me emocionaba o me parecía fantástico. Era una mezcla de ambas cosas. Acabé de beberme el vaso de agua con gas y una rodaja de limón, apagué la televisión y subí al piso de arriba.
Y entonces, sucedió. Las cortinas en el otro extremo de la habitación se movieron según me acercaba.
Cuando pasó por primera vez, me di cuenta de que no era Misha, nuestra gata, la que provocaba el movimiento —todavía estaba por ahí, de caza nocturna—. Me asusté, el corazón me dio un vuelco y el vello de la parte de atrás del cuello se me erizó. Pero pasa tan a menudo —no cada noche, pero casi—, que ya no me asusto.
He llegado a acostumbrarme. Un ligero movimiento, la manera en que las cortinas se ondulan y flotan cuando alguien se acerca...
Mi casa es muy antigua y han sido muchas las personas que han vivido aquí antes que nosotros. Hay una lista larga, muy larga, de gente detrás de cada uno de nosotros. Y, si han dejado alguna señal, no me sorprendería, no me asustaría.
Subí al piso de arriba, besé a mi hija en la frente y le acaricié su rubio cabello con cuidado, además de asegurarme de que estuviera caliente y bien arropada bajo su edredón blanco con estrellitas de color lila. Como cada noche, me quedo maravillado por su dulzura, su inocencia mientras duerme, y pienso en lo afortunado que he sido porque Dios, o la vida, o el poder que sea que exista, me la haya enviado. Me meto en la cama, fría, grande y vacía, y como cada noche, a pesar de esforzarme en que no sea así, la cara de Eilidh llega flotando hasta mí, tras mis ojos cerrados.
Elizabeth
Se va.
Se va y sé que no estaré aquí cuando regresen. Pero ¡me queda tanto por hacer!, aunque no sé cuánto resistiré hasta que me lleven, hasta que mi alma sea llamada de vuelta, renovada y enviada de nuevo a la rueda de la vida.
Sé que no volveré a ver a mi amado hijo. A mi querida Maisie. No le detendré. Debo dejarle ir. Si las cosas con Eilidh no están saliendo como yo esperaba, como él esperaba... aun así, él está viviendo su vida. Ha dejado de beber a solas, ha empezado a abrirse. Ha vuelto a la vida. Eilidh ha hecho un milagro, aunque no de la manera en que yo esperaba que lo hiciera.
Quién sabe qué sucederá cuando se vaya a Australia. Puede que conozca a alguien. Puede que se quede allí. Quién sabe. No estaré allí para verlo. Pero tengo que confiar en que le irá bien, y en que Shona estará contenta con su cuarto hijo —que, por cierto, será otra niña—. Me quedaré hasta que dé a luz, estaré ahí para bendecir a mi nueva nieta.
Y luego me iré. Espero, espero con todo mi corazón, que mi alma pueda volver a Escocia. Más que nada, espero que cuando sea una persona distinta, Escocia siga siendo mi hogar.
Jamie
Eilidh tenía razón con eso de la «mamimafia». Daban «miedo». En las clases de ballet, me quedé callado, bien calladito, y Eilidh tan solo sonreía sin decir palabra. Parecían vestir de uniforme: con jeans ajustados, cazadoras negras, zapatos planos que dejaban marcadas en el suelo distintas huellas de animal, bolsas enormes y anillos de casada también enormes. Y todas ellas parecían conducir el mismo tipo de vehículo, un Jeep enorme. Las clases eran caras, el equipo era caro y los vestidos para los espectáculos (tres cada una) tenían un precio exorbitante, así que ese era el motivo por el que solo «cierta clase de gente» podía llevar allí a sus hijas.
No obstante, las niñas parecían un bonito ramillete; resultaban divertidas y muy bonitas con sus atuendos rosas de bailarina. Maisie, claro está, era la más bonita. Levantaba los brazos con gracia, practicaba ponerse de puntillas, ladeaba la cabeza y sonreía, y yo estaba henchido de orgullo. Eilidh le había hecho un moño alto que había sujetado con una... especie de cosa de punto de color rosa. La verdad es que no sé cómo se llama. En realidad, se parecía a una de esas fundas de ganchillo que se hacen para las teteras, pero esta era para el pelo. Peggy la había tejido. Maisie era la primera en lucirla, así que las demás se apresuraron a movilizar a sus abuelas y a sus tías abuelas para que les hicieran una.
También había un niño en la clase, que parecía enfadado, pues le tocaba saltar por ahí llevando medias. Estaba claro que no le gustaba nada, pero su madre no tenía hijas y quería formar parte de aquel círculo dorado de madres, así que no le quedaba más remedio que estar allí. Pobrecillo, una vez le oí decir a su madre que todos su amigos iban a taekwondo los sábados por la mañana, pero no le hizo ni caso. Las clases de taekwondo tenían lugar en el aula de al lado, así que las niñas de rosa se mezclaban en el vestíbulo con los niños que iban de blanco —no todos—. El pequeño de las medias charlaba con sus amigos y miraba con añoranza sus ropas, muriéndose de ganas de irse con ellos.
Eso me hizo plantearme cómo serían las cosas si hubiera tenido un hijo.
Un sábado más, el tercero de tres consecutivos, Eilidh y yo estábamos contemplando a Maisie desde un extremo, tratando de estar cada uno a lo suyo, pero las cosas no iban a ser así.
—¡Hola, Jamie!
La madre de Keira. Rápido, hay que esconderse.
—Oye, estaba pensando, ¿por qué no vienes a almorzar el próximo domingo? —preguntó, mirándome directamente y haciendo como si Eilidh no estuviera allí.
Tenía unas uñas muy largas, muy rojas.
—No puedo, lo lamento, estoy muy ocupado estos días y además me pasaré todo el fin de semana trabajando.
—Oh. Bien, ¿qué tal si cuidamos de Maisie por ti y así puedes recogerla y quedarte a cenar?
—Eres muy amable, de verdad, pero mi hermana va a venir más a menudo, así que ella y Eilidh se las arreglarán para hacerlo.
—Debe de ser muy duro para ti, sin ayuda —susurró, asintiendo. Podía ver cómo Eilidh iba cerrando los ojos y cómo las mejillas se le enrojecían.
—Eilidh es de gran ayuda —dije, sonriendo y gesticulando hacia ella.
—Debe de ser duro —reiteró—. ¿Tal vez en otra ocasión? —sugirió, todavía sin mirar a Eilidh.
—No, no creo.
Mierda. ¿Lo he dicho en voz alta?
Eilidh parecía asombrada. Lo mismo, Paula. Me lanzó una mirada de sorpresa, dijo algo acerca de que tenía prisa y se marchó.
—Muy diplomático —dijo Eilidh, con los ojos muy abiertos por la sorpresa, pero con los labios dibujando una sonrisa reacia.
Aquello me mortificaba.
—No debería haber dicho eso... Se me escapó... Keira es su mejor amiga...
—En realidad, Maisie está dejando de ser su amiga. Dice que Keira siempre quiere mandar y que tiene a menudo problemas con la maestra. Y que no es amable con Ben.
—¿Quién es Ben?
—Oh, ya está, ¡papá tiene celos! —bromeó Eilidh—. Su nuevo y mejor amigo. Es encantador. Un niño muy agradable. Va a clase de taekwondo por las tardes.
—¿Crees que Maisie preferiría cambiar a taekwondo?
—¡Ni hablar! Le gusta el rosa, mira. Y los accesorios para el pelo son el remate. ¡Dios, no puedo creerme que hayas sido capaz de decirle lo que le has dicho a esa mujer!
—Ni yo, para serte sincero. Aunque se lo merecía, después de cómo te ha tratado.
Las niñas habían terminado y corrieron hacia donde estábamos, torpes, dulces y divertidas, como son las niñitas de su edad, como si fueran una bandada de patitos rosas.
—¡Muy bien! Has estado maravillosa. Bien hecho, cariño, vamos, te ayudaré a cambiarte —dijo Eilidh, abrazando a Maisie un poco. Parecían estar tan cerca la una de la otra... Tenía que hablar a Eilidh de nuestros planes.
—¿Puedo invitaros a almorzar? —pregunté, según salían de los vestuarios. Maisie vestía de nuevo su ropa de calle, un mono de denim, y llevaba el pelo suelto cayéndole sobre los hombros.
—¡Sí! ¿Podemos ir al restaurante rojo?
El restaurante rojo es un asador que se encuentra entre Glen Avich y Kinnear. A Maisie le encanta.
—¿Te parece bien? —pregunté a Eilidh.
—No sé... Tal vez debería regresar, Peggy estará sola.
—Verás, quería... Quería hablar de algo contigo. Decíroslo a las dos a la vez.
—¡Parece algo importante! —Se rió, pero parecía un poco preocupada.
—No, no, no es nada malo, es solo algo que debo contaros a las dos. Bien, pregúntale a Maisie, será mejor. Porque si ella no quiere...
—¿Querer qué? —preguntó la pequeña. Miré a Eilidh.
—De acuerdo, de acuerdo, iré. Vayamos.
Tras un almuerzo estupendo, que no disfruté por los nervios, pasamos al pudín. Pastel de chocolate para las chicas y café para mí.
—Bien... la cosa es, me han pedido que vaya a trabajar a Australia durante una temporada. Es un país que está lejos, muy lejos, cruzando el mar —añadí, para que Maisie lo entendiera—, y me gustaría ir. Solo por unos meses. Luego, volveremos.
Una respiración profunda.
—Papá, ¿podré ir contigo? —Maisie parecía perpleja.
—Naturalmente, pues claro que sí, cariño. Vendrás conmigo y viajaremos juntos, y también vendrá con nosotros una maestra para que no pierdas el curso. Verás un montón de sitios increíbles.
—De acuerdo —dijo, antes de meterse en la boca un buen trozo de pastel.
—Será estupendo. Nos alojaremos en hoteles muy bonitos y ¡resultará una gran aventura! —dije, poniendo más entusiasmo del que realmente sentía al hacerlo.
—De acuerdo, papá —repitió, encogiéndose de hombros.
Caramba. Eso había sido fácil.
Pero ahora tocaba lo difícil.
—Quería decíroslo a las dos porque... verás, Maisie debía saberlo antes, puesto que va a venir conmigo, pero entonces ella te lo hubiera dicho y quería ser yo quien lo hiciera...
—Es una gran noticia, de verdad, Jamie. Una oportunidad maravillosa.
—Sí, es una oportunidad... y solo estaremos fuera unos meses.
—Entonces, ¿cuándo os vais? —preguntó, mientras miraba al pastel.
—En primavera. Marzo.
—¿Tan pronto? —exclamó, pero retomó las formas. Sabía que echaría muchísimo de menos a mi hija.
—Todavía faltan unos meses... y tendrás tiempo de disfrutar de Maisie hasta entonces...
—Pues claro. Naturalmente. Ni siquiera estoy segura de si estaré aquí cuando volváis. Quiero decir, que tal vez regrese a Southport...
Durante un segundo, me resultó imposible respirar.
—Sí, lo comprendo...
—Bien, ya está... bueno, ¿no puede llamársele mudanza, no? Volverás...
—Emily... Ya conoces a Emily Simms, te he hablado de ella... Ella lo llama «una gira».
—¿Un herrero de gira? —Se rió.
—Lo sé, suena un poco como a... Factor X, ¿a que sí?
—Bueno, ¡no vayas por ahí poniendo las habitaciones de hotel patas arriba! ¡Por tu gira! —dijo, con una gran sonrisa, levantando su vaso de zumo. Maisie y yo brindamos con ella.
—Por la gira...
—¿Qué es una gira?
Eilidh y yo nos reímos, y Maisie también, aunque no sabía por qué nos parecía aquello tan divertido. Tras recibir la noticia, Eilidh solo comisqueó un poco de tarta y, de camino a casa, parecía muy callada, demasiado.
Quería decirle que todo habría sido distinto si me hubiera dicho que sí aquella noche... Pero no lo hice, no hacía falta, ella ya lo sabía.
—Recuerda hacer las maletas —dijo Maisie, según Eilidh bajaba del vehículo. Ella se quedó helada. Y yo también.
—Eilidh no va a venir, cariño, solo tú y yo.
La cara de Maisie se apagó.
Ya sabía yo que había sido demasiado fácil.
Eilidh sonrió como si no estuviera pasando nada, dio unos golpecitos en la ventanilla de Maisie y dijo adiós con la mano, pero yo miré por el retrovisor mientras me alejaba y vi su cara de... desamparo, no había otra manera de describirla.
Maisie tampoco dijo nada.
El corazón se me encogió.
—¿Papá?
—¿Sí?
—¿Cuando vayamos a Australia...?
—¿Sí?
—¿Vendrá la abuela?
Me quedé en silencio un minuto.
—¿La abuela? Cariño, ya sabes que la abuela está en el cielo...
—Por la noche, no. Por la noche está en mi cama.
No respondí. Debo admitirlo, me asusté. No dijo nada más sobre el asunto y yo tampoco le hice más preguntas.