Capítulo 11
MEDIOS Y FINES
Elizabeth
La verdad es que no acabo de creerme lo que he hecho: soy la culpable de que alguien se haya roto un hueso.
Para nosotros, los fantasmas, lo de hacer este tipo de cosas no siempre sale bien. Deseé con todas mis fuerzas convertirme en un ser lo más sólido posible para hacer que tropezara y la vi caer sobre su tobillo izquierdo. Ya se había hecho daño en ese mismo tobillo hace años, cuando era solo una niña, así que sabía bien que eso la dejaría fuera de juego durante una buena temporada. Me siento fatal por haber hecho algo así.
Pero si las cosas van de la manera que deberían, habrá valido la pena.
Ahora estoy agotada; el esfuerzo que he tenido que hacer para convertirme en algo sólido ha sido inmenso. Me siento adelgazar más y más. Debo descansar un rato, así que bajaré hasta el lago y me perderé entre el agua y la niebla. Ahora les toca a Jamie y Eilidh mover ficha.
Jamie
No sabía qué hacer. Tenía más de quince encargos que atender, eso por no hablar de las ventas que hacía en el pueblo, y Silke me estaba presionando para que la ayudase con la tienda y la exposición. No podía tomarme ni un solo día libre, y mucho menos tres meses. De ninguna manera iba a permitir que Maisie estuviera conmigo en el taller; es un sitio peligroso para una niña, con acero fundido y objetos afilados y candentes por todas partes. Tenerla ahí durante tres horas, haciéndole caso a medias mientras trabajo... Ni hablar, es que ni siquiera me lo planteo.
Necesitaba pensar un poco antes de ponerme a preguntar por ahí. Lo mejor sería hablar con la madre de Keira en primer lugar y luego quizá con la de Rachel. Sé que me dirán que sí, pero no me hace ninguna gracia la idea de que Maisie ande de un lado para otro de esa manera. Quizá lo mejor sea buscar una niñera como Dios manda, alguien en quien poder confiar en este tipo de situaciones.
Una vez más, pensé que era una lástima que Shona no viviese aquí. La llamé por teléfono anoche y me dijo que le preguntase a Eilidh, pero no puedo hacerlo. Sí, Eilidh solo trabajaba por las mañanas y se ha portado maravillosamente con Maisie, pero lleva tan poco tiempo aquí y tiene tanto de que ocuparse, tanto que superar.
Me sorprendió de veras que Shona me la sugiriera; ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Tal vez las madres sepan lidiar mejor con estos asuntos.
Supongo que todo esto debería haber provocado que echase más de menos a Janet, pero no ha sido así, la verdad es que no. Ella solía hacer todo lo posible para no quedarse con Maisie, le hubiera pedido incluso al cartero que se la llevara a dar una vuelta mientras repartía las cartas, para así poder pintar. Que hubiera estado aquí no hubiera servido de nada. Mi madre habría sido la persona a quien le hubiera pedido que se ocupara de mi hija, aunque no habría hecho falta, pues de haber estado aquí me lo hubiera propuesto ella antes de que yo se lo pidiera, le encantaba estar con su nieta.
Así que ahí estaba yo, de camino al colegio con Maisie. Ni hablar de ir en nuestro automóvil, la escuela queda a solo cinco minutos de casa y aparcar por allí es un suicidio. Llovía, era la típica mañana oscura de noviembre y Maisie llevaba su chubasquero rosa, a juego con su gorro de lluvia y sus botitas de agua rosas con lunares blancos. Parecía una pequeña flor, vestida de rosa en contraste con el fondo oscuro de un cielo gris y lluvioso.
Esa mañana, tan pronto como le dije que llovía, empezó a dar saltitos.
—¡Papá! ¡Voy a estrenar mi paraguas nuevo de Charlie y Lola!
Era la perfecta niñita vestida para un día de lluvia.
La sirena estaba sonando. La contemplé corriendo hacia Keira y sus amigas, mientras todas iban cerrando sus pequeños paraguas una tras otra, como quien explota globos, y luego subían las escaleras y entraban en el colegio, guiadas por los maestros.
Debía darme prisa, solo me quedaban por delante unas cinco horas para trabajar antes de volver para recogerla.
Un pensamiento me atravesó la mente: iría en ese mismo momento a ver a Eilidh y le preguntaría a ella. No había tiempo para vacilaciones y antes de que me diera cuenta la semana habría pasado y no sabría qué hacer. De otro lado, tampoco quería presionarla. Lo que quiero decir es, vaya, que ¿quién soy yo para pedirle que cuide de mi hija todas las tardes durante tres meses?
Me estaba empapando. Me encaminé al taller, con los hombros encorvados por el frío y la humedad. Ya pensaría en ello cuando estuviera allí.
Eilidh
He cambiado de opinión.
Lo más probable es que Jamie hubiera dicho que no de todos modos. Además, ¿qué pasaría si al final les gusto y confían en mí? No me voy a quedar aquí para siempre. Esto es algo temporal, hasta que me sienta mejor, más fuerte y menos vulnerable. Luego volveré a Southport. A pesar de que no haya allí nada esperándome, no puedo seguir viviendo de mi trabajo en la tienda ni quedarme a vivir con Peggy.
Aunque parece que a ella le encanta que esté aquí. Se sentía bastante sola antes de que yo llegase, por lo que he podido ver, pues no le gusta vivir sin que haya nadie más en casa. Además, cuanto más trabajo en la tienda, más me doy cuenta de lo dura que resulta esta tarea para una mujer de sesenta y siete años, y eso a pesar de que Jim se ocupa de las labores más duras. Pero aún así, esta no es mi vida. Es decir, no mi «verdadera» vida. Solo me quedaré hasta Navidad, quizá un poco más.
De otro lado, hacerlo así sería más que suficiente para echar una mano a Jamie y Maisie hasta que Mary se recupere. La niña es como una estrellita, me hubiera encantado ir a recogerla al colegio y pasar la tarde con ella. Un poco como en los viejos tiempos, cuando trabajaba en la guardería, rodeada de niños durante todo el día.
Sigo hablando conmigo misma del asunto una y otra vez, y eso me está agotando. He decidido pensarlo mejor mientras me tomo una taza de té y alguna pastilla. Un té con una pastilla es la mejor combinación, así de simple. Durante las últimas semanas no he hecho otra cosa que recurrir a las pastillas. Los pantalones me quedan un poco más justos de la cintura y ya no tengo la cara tan demacrada. Incluso parece que el pelo me brilla un poco más. Estoy comiendo mejor y durmiendo bien casi todas las noches, lloro menos, mucho menos, y me siento mucho más fuerte. Lo suficiente como para trabajar a tiempo completo y mantenerme ocupada por las tardes, al igual que por las mañanas.
Ya sé que a Peggy no le haría gracia dejar su turno de tardes en la tienda, le gusta ver gente y charlar. Tal vez haya llegado el momento de buscar un trabajo a tiempo parcial en Kinnear.
O quizá haya llegado el momento de preguntarle a Jamie si necesita una niñera durante una temporada.
A ver si me atrevo.
Maisie
—Buen trabajo, chicos. Dejadme ver... —decía la señorita Hill, sentada en su silla en la zona alfombrada, con los niños de primaria a sus pies, vestidos con sus uniformes de color gris y azul marino.
Junto a ella yacían un montón de hojas, todas tituladas Noticias del día, escritas a mano por los niños, con su bonita y cuidada caligrafía.
—Este dibujo es precioso, David. Muy limpio, bien hecho. ¿Quieres enseñárselo a los demás?
Los niños hicieron sitio a David para que se levantara y fuera junto a la señorita Hill. Entonces, levantó su dibujo.
—Cuéntanos qué es, David.
—Es la nueva furgoneta de papá. Es verde. Mi hermana y yo nos montamos para dar una vuelta, pero como ella es tan pequeña, se durmió y no se dio cuenta de nada. —David tenía los mofletes sonrosados y brillantes, el cabello un poco alborotado y llevaba la camisa por fuera de los pantalones.
—Es una historia muy interesante, David. Y mira qué letra tan bonita. ¿Qué dice aquí?
—Mi. Padre. Tiene. Una. Furgoneta. Nueva —explicó, mientras apuntaba orgulloso a su texto, a duras penas legible.
—Muy bien, buen trabajo, ¿a que sí, chicos? —dijo la señorita Hill, pasando la hoja de papel a la asistente de clase, que la pegó en la pizarra. David volvió a sentarse, contento del resultado de su intervención.
—A ver ahora, veamos... Maisie. Háblame de tu dibujo —dijo la señorita Hill, dándoselo.
Maisie se puso en pie, segura de sí misma, vestida con su pichi azul marino, su blusa blanca y sus leotardos azul marino, su pelo rubio sujeto por dos horquillas, una a cada lado de la cara. Levantó su dibujo para que todo el mundo pudiera verlo.
—Es un caballo. No un caballo imaginario, sino uno de verdad. Se llama Shazad. Ayer estuve montándolo y me puse botas y un casco. Y esta es la tía Mary. Se ha hecho daño en una pierna. No puede cuidarme. Eilidh me cuidará y jugará conmigo y mis ponis en miniatura.
—Muy bien, Maisie, qué caballo tan bonito. ¿Y qué dice lo que has escrito?
—Dice: «A Eilidh le gustan los macarrones con queso». Y aquí pone: «Maisie».
La señorita Hill reprimió una sonrisa.
—Aquí tiene, señora McHarg, creo que este texto hay que colgarlo también en la pizarra, en el muro de los escritores.
Elizabeth
Oh, por Dios, ¡decidíos de una vez!
Llueve a cántaros. Me gusta ser agua, lluvia y lago, todo a la vez. Resulta tan agradable.
Eilidh todavía no lo ha encontrado. Se puso el impermeable esta mañana. El abrigo negro que llevaba cuando se fue con Maisie a montar a caballo sigue colgado en el recibidor, no se lo ha llevado. Cuando se lo ponga otra vez, lo encontrará y espero que lo devuelva.
Y eso será lo último que haga por una temporada. Espero que se las apañen sin mí, será lo mejor; ¡no puedo pasarme el tiempo dando vueltas por ahí y haciendo que la gente se caiga por las escaleras! Ahora depende de ellos.
Jamie
En mis manos tenía a una niña sumida en el desconsuelo. Uno de los ponis había desaparecido, su favorito, el rosa. Se había puesto a buscarlo tan pronto como llegó a casa porque decía que tenía que comer y hacer sus deberes. El lila estaba en su mesita de noche pero el rosa, no.
Ahora está sentada frente al televisor, con los ojos enrojecidos por las lágrimas, aferrada a Bog, su dinosaurio de color rojo. Ni siquiera ha tocado la tostada con mermelada que le he preparado. He intentado tentarla con botones de chocolate, con los de chocolate blanco, que le encantan, pero nada.
Le prometí que iríamos a Kinnear el fin de semana y que compraríamos un montón de ponis nuevos si quería, pero ella dijo que no serviría de nada, que su poni rosa se había quedado solo en alguna parte, perdido y sin nada que comer. No había manera de consolarla.
Eilidh
Me estaba cepillando el abrigo, para eliminar los pelos de caballo y el barro seco que se había pegado a él —desde luego, ¿en qué estaba pensando al ponérmelo para montar a caballo?— cuando noté que había algo en uno de los bolsillos. Era uno de los ponis de Maisie.
Enseguida me di cuenta de la gravedad de la situación. Maisie dormía con sus ponis. Me había dicho que no podía conciliar el sueño sin ellos. Tenía que devolvérselo inmediatamente. Recuerdo una vez, cuando Jack tenía unos tres años y se dejó olvidado su oso de peluche en casa de mi madre. Katrina me dijo que no quería irse a la cama de ninguna manera y que no les quedó más remedio que prepararle una camita en el salón, en el suelo.
Me eché una rebeca por encima y me encaminé a casa de los McAnena. Jamie me abrió la puerta.
—He encontrado esto en el bolsillo de mi abrigo —dije, dándole el poni. Lo siento, ¡ni mucho menos pensaba quedármelo! No sé cómo habrá ido a parar ahí —dije, sonriendo, de pie frente a la puerta de su casa.
Una cabecita rubia apareció tras él. Cuando vio el poni, la cara de Maisie se iluminó, y antes de que pudiera darme cuenta, salió de detrás de su padre y se echó a mis brazos. Me apretó con fuerza, presionando su carita contra mi vientre, con los brazos rodeándome la cintura.
—Gracias a Dios. Ha sido horrible —dijo Jamie, sin pizca de sarcasmo.
Y entonces, se lo pregunté, antes incluso de que la idea me pasara por la cabeza y pudiera sopesarla.
—Jamie. Me estaba preguntando si querrías que me ocupara de Maisie mientras estás trabajando en el taller.