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Cuando el hombre de ébano hizo pasar a Kelp, el mayor Iko estaba inclinado sobre la mesa de billar, apuntando con el taco como un cazador furtivo con su escopeta. Kelp, al ver la disposición de las bolas, dijo:
—Dele a la doce así; la bola hará carambola con la tres y meterá la ocho.
Sin moverse, el mayor alzó la mirada hacia Kelp:
—Está equivocado —respondió—. He estado practicando.
Kelp se encogió de hombros.
—Juegue —indicó.
El mayor observó un poco más, luego golpeó la bola, que chocó con la doce, hizo carambola con la tres y metió la ocho.
—Banimi ka junt —dijo el mayor, dejando el taco sobre la mesa—. ¿Y bien? —ladró a Kelp—. Han pasado dos semanas desde que Dortmunder aceptó hacer el trabajo. El dinero sigue saliendo, pero el diamante sigue sin aparecer.
—Ahora estamos preparados de nuevo —aseguró Kelp, y tomó una sucia y rota lista del bolsillo—. Éstas son las cosas que necesitamos.
—Sin helicópteros esta vez, espero.
—No, el lugar está demasiado lejos de Nueva York. Pero lo pensamos.
—No lo dudo —dijo el mayor, mordaz, y cogió la lista.
—¿Le importa si meto un par de bolas?
—Adelante —contestó el mayor y desplegó la hoja de papel.
Kelp tomó el taco y metió la bola tres; el mayor chilló:
—¡Una locomotora!
Kelp asintió con la cabeza y dejó el taco. Se dio la vuelta para ponerse frente al mayor y dijo:
—Dortmunder cree que podría haber algún problema con eso.
—¡Problema! —Parecía como si al mayor le hubieran dado con un hacha.
—En realidad, no necesitamos una diésel grande —explicó Kelp—. Sólo necesitamos algo que pueda circular por vías de ancho normal, y que lo haga por sus propios medios. Pero deber ser más grande que una zorra.
—Más grande que una zorra —dijo el mayor. Como las piernas no le sostenían, buscó una silla en la que sentarse. La lista colgaba olvidada de su mano.
—Chefwick es nuestro especialista en ferrocarriles —dijo Kelp—. Así que si quiere hablar del asunto con él, le dirá exactamente qué es lo que necesitamos.
—Por supuesto —respondió el mayor.
Kelp lo miró extrañado.
—¿Se siente bien, mayor?
—Por supuesto —contestó el mayor.
Kelp se levantó y agitó la mano frente a los ojos del mayor. No cambiaron, siguieron mirando fijamente algún punto en el centro de la habitación. Kelp dijo:
—Tal vez sea mejor que lo llame más tarde. Cuando se sienta mejor.
—Por supuesto —contestó el mayor.
—En realidad, no necesitamos una locomotora tan grande —insistió Kelp—. Bastará con una locomotora mediana.
—Por supuesto —respondió el mayor.
—Bueno. —Kelp miró a su alrededor, un poco desconcertado—. Lo llamaré más tarde —dijo—. Para saber cuándo puede venir Chefwick.
—Por supuesto —reiteró el mayor.
Kelp retrocedió hasta la puerta y allí vaciló durante un segundo, sintiendo la necesidad de decir algo para levantarle el ánimo al mayor.
—Está jugando mucho mejor, mayor —dijo por fin.
—Por supuesto —volvió a decir el mayor.