Cruzar la frontera
Los que saben de estas cosas afirman que los fantasmas solo rebasan la frontera real que separa a los muertos de los vivos si están realmente desesperados.
La desesperación de los seres del más allá suele tener que ver con las causas pendientes. Tal vez murieron dejando algo por hacer o sintiéndose gravemente incomprendidos. Regresan para solucionar el problema. Para ello nos necesitan a nosotros, los que aún respiramos.
Solo en muy raras ocasiones buscan venganza. Los fantasmas vengativos son los peores. La ira les permite llegar un poco más lejos. A estos no es tan raro encontrarles en el mundo real. Es mejor atenderles y tomarles en serio, porque tarde o temprano volveremos a encontrarnos, y esta vez en su terreno.
Los fantasmas no olvidan. Guardan rencor a quienes les desatendieron pudiendo ayudarles. Les esperan a los pies de la cama en la hora última, para ajustar cuentas de igual a igual.
Todo esto cuentan los entendidos.
Cuando lo leí, comprendí algunas cosas. Comprendí por qué desde hacía algunos días veía a la mujer de mis pesadillas en cualquier parte. Siempre a lo lejos, siempre observándome fijamente. Podía estar en el centro comercial más concurrido de la ciudad, un sábado por la tarde. A lo lejos, entre el ir y venir de la gente, estaba ella, inmóvil, con su melena pelirroja alborotada, y los ojos fijos en mí.
A veces gritaba. Quiero decir que tenía la boca desencajada, como en un alarido horrible. Pero no emitía ningún sonido.
Al bajar del autobús, en la acera de enfrente. En el cine, al fondo. En un paso de peatones, a punto de cruzar. Pero nunca cruzaba.
No podía evitarla. Cuando entraba en mi cuarto, me estaba esperando. En la calle, me seguía a todas partes.
Estuviera donde estuviera, no existía un lugar donde pudiera librarme de ella. Porque el lugar era lo de menos. Lo importante era yo.