Cosquillas en el estómago
Volvamos un momento a una escena anterior. Aquella en la que Isma dice:
—Ah, ¡hola! ¡Amaranta, qué sorpresa! ¿Qué haces aquí?
Y el mundo se detiene un segundo. Solo un segundo.
Los economistas se empeñan en preverlo todo. Necesitan saber qué va a pasar, cómo les va a afectar, qué medidas deben tomar para evitarlo o para obtener beneficios. Realizan estudios, análisis, balances, extraen promedios, alcanzan conclusiones. Y todo con el fin de que nada de lo que ocurre les pille por sorpresa.
No saben lo fantástico que resulta que algunas cosas no se puedan prever.
Por ejemplo: el cosquilleo que sientes en el estómago cuando esa persona especial te mira a los ojos. O la felicidad que te invade de pronto cuando oyes de sus labios unas palabras que significan mucho más de lo que te atreves a desear.
—No esperaba volver a verte —dijo Ismael, mirándome a los ojos.
—Supongo que me odias —espeté.
—¿Odiarte? ¿Por qué?
—Perdiste tu trabajo por mi culpa.
—¡Qué tontería! Lo perdí por culpa de tu amigo el celoso. No pudo soportar que su chica se divirtiera con el camarero marroquí.
—No soy la chica de Sergio. Y tú no eres el camarero marroquí.
—Para él sí.
—Lo siento mucho, de verdad. No me perdono haberte perjudicado.
—No lo sientas. Valió la pena conocerte. Gracias a ti, he cambiado la opinión que tenía de los famosos. Ahora me caen un poco mejor.
—¡Yo no soy famosa!
Creo que me enfadé un poco con la calificación.
—Sí que lo eres. Te he visto en una revista.
—Pensaba que tú no mirabas esas cosas.
—Y no lo hago. Pero te busqué. Página «Eventos de sociedad». Necesitaba volver a verte.
—¿Necesitabas?
—Bueno —se puso colorado—, tenía curiosidad.
—¿Y no se te ocurrió venir a visitarme?
—Se me ocurrió. Pero me lo quité de la cabeza.
—¿Por qué?
—Pensé que no debía.
—Qué estupidez.
—Pensé que igual no te apetecería volver a verme.
—Te equivocaste. Te estuve buscando. Quería saber qué pasa con tus prácticas como cocinero.
—Tendré que buscar otro lugar donde hacerlas.
—¿Has pensado en algo?
—No puedo volver a Marruecos, Mara —explicó—, pero aquí las cosas están difíciles. La gente tiene muchos prejuicios. Si no me surge algo antes de septiembre, deberé tomar una decisión difícil.
Salma, su hermana, parecía incómoda. También Olga, que se mantenía a cierta distancia, como si temiera que Isma fuera a morderla.
—Tengo que irme —dijo entonces Isma.
—Sí, yo también —añadí.
Las cosquillas de mi estómago comenzaban a convertirse en decepción cuando nos besamos en las mejillas, despidiéndonos. Luego nos separamos. Me dije: «Ya está, se acabó, no le intereso, no habrá más coincidencias y así es mejor».
Entonces Isma se dio la vuelta y preguntó:
—¿Te apetecería tomar un helado aquí mismo mañana por la tarde?
¡Pensaba que nunca iba a dar el primer paso! Es mi único requisito para quedar con un chico: que sea él quien proponga el plan en la primera cita.
Y aún otra pregunta clave:
—¿Me das tu teléfono, por favor? La otra noche no me atreví a pedírtelo.
¿Puede una simple pregunta hacerte la chica más feliz del mundo?