Sin avisar
La vida no avisa. Todo ocurre de improviso. Solo después, cuando piensas en el pasado, te das cuenta de que fue el inicio de algo.
Después. Nunca antes ni durante.
Recuerdo muy bien la primera pesadilla. Entonces no le di importancia, aunque fue de esas que te dejan temblando, aterida y hecha un ovillo bajo las sábanas.
¿Os habéis dado cuenta de que el frío que sigue a las pesadillas no se quita con nada?
Me pregunto por qué me asusté tanto. Si solo era un rostro. Una mujer desconocida, de larga melena rizada, guapa y joven.
Tenía la expresión descompuesta, los ojos tristes, desencajados, la boca abierta, aunque no pronunciaba ningún sonido.
Yo acababa de meterme en la cama y estaba muy cansada. Enseguida caí en una duermevela dulce, tranquila. Entonces apareció ella, como un fogonazo. Se coló por la rendija que separa los sueños del mundo real.
La frontera donde habitan los fantasmas.
Venía para quedarse.