El frío de las pesadillas
Ya estaba casi dormida cuando volvió a ocurrir.
La rendija.
El rostro demacrado de ojos saltones. La misma mujer de la otra vez.
Fue solo un instante aterrador.
Me bastó para percibir una enorme tristeza. Una tristeza que nada ni nadie podía curar, pero para la que era necesario buscar un remedio.
No comprendí nada. Lo sentí. Eso es todo.
Vi mejor su larga melena rizada, algo revuelta. Otra vez me pareció que hablaba sin sonido ni palabras.
Otra vez sentí ese frío que no se quita con nada. El frío del miedo.
El corazón me latía en las sienes y la garganta cuando abrí los ojos y me incorporé.
Durante un instante, apenas una décima de segundo, me pareció que el rostro seguía ahí, en el mundo real. Que había traspasado la rendija. Como una figura de humo que tarda un momento en dejarse arrastrar por el viento.
Y la tristeza. La tristeza como un océano también seguía ahí. No era mía, o no solo mía, pero no sabía a quién podía pertenecer.
Quién era aquella mujer extraña que no me dejaba dormir.
Temblaba de frío o tal vez de miedo.
Salté de la cama, subí la persiana de mi balcón, necesitaba que entrara un poco de luz. El jardín seguía iluminado. Reparé en que los operarios continuaban trabajando y me alegró verles allí. Permanecí un rato contemplándoles, mientras mi corazón se iba tranquilizando poco a poco. El miedo persistía. Sin saber por qué, temblaba solo de recordar la cara de aquella mujer. No tenía ninguna intención de volver a la cama, a pesar de que estaba muy cansada. Necesitaba respirar un poco de aire fresco. Abrí el ventanal, salí. Entonces reparé en Isma. Ya no llevaba el esmoquin negro con el que yo le había conocido, sino unos vaqueros y una camiseta ajustada. Estaba mucho más guapo vestido así. Apilaba cajas de bebidas y las cargaba en una furgoneta.
Observé la pantalla de mi teléfono: sin noticias de Olga.
Me puse una sudadera gigante y vieja encima del pijama y decidí salir un poco.
Estaba segura de que un paseo nocturno me sentaría bien. Y más aún, sabía que reanudar la conversación con Isma iba a ser el mejor antídoto contra mis pesadillas.