Querida Amy
Me temblaban las manos solo de sostener la carta que acababa de entregarme el notario. En el anverso decía: «Para mi nieta Amaranta Islas Alcántara. Entregar en mano y personalmente». Reconocí la elegante letra picuda del abuelo —letra de hombre seguro de sí mismo—, por supuesto escrita con su estilográfica de trazo grueso y con la tinta de color azul oscuro que siempre utilizaba.
—¿Qué quieres hacer ahora? —me preguntó Olga.
—¿Te molesta si te digo que me apetece estar sola? —contesté.
—Claro que no —repuso, comprensiva—, llámame si me necesitas, ¿sí?
Me dio un abrazo y se marchó, creo que había quedado con Pablo.
No podía esperar a llegar a casa para leer la carta. Entré en un Starbucks y pedí un zumo de naranja solo para tener un tíquet de caja en el que apareciera el código de seguridad para clientes (en los baños de esta cadena de cafeterías no puedes entrar sin ese código). Fui directa al servicio, marqué el código, me encerré en uno de los baños, bajé la tapa del retrete y me senté cómodamente a tomarme el zumo y a encontrar fuerzas para abrir la carta del abuelo.
Primero lloré un rato. Lo necesitaba desde que me había sentado en la sala de espera del notario. Tenía una sensación de ahogo que no se me iba y que crecía cada vez que pensaba que no iba a ver más al abuelo, que no iba a charlar más con él, que no íbamos a compartir ninguna otra partida a la oca o al parchís, que no iba a decirme nunca más todas aquellas cosas bonitas.
La muerte es muy dura al principio, pero mucho más aún unos días después, cuando todo el mundo se ha hecho a la idea de que esa persona no volverá, pero tú no puedes aceptarlo.
Un poco más calmada, rasgué el sobre y leí:
Querida Amy:
Si estás leyendo esto significa que he sacado seis tres veces seguidas. O que he caído en la casilla 58 y me han mandado a la salida. O que he llegado a la 63 y me he ganado desaparecer para siempre, dejar de incordiar a los demás jugadores.
Como te anuncié la noche de tu cumpleaños, ahora eres accionista mayoritaria de Bancomundo. Todas mis acciones, salvo la pequeña parte que le corresponde legítimamente a tu madre, son ahora tuyas. Eso significa que tienes mucho poder y que debes aprender a administrarlo. No te precipites, tienes muchos años para hacerlo. No cometas errores de principiante. Ten un poco de paciencia. Hugo te ayudará. Él está al tanto de todo (también de esta carta) y ha recibido instrucciones precisas de mi parte. Él también piensa que Bancomundo te necesita y que vas a hacer grandes cosas. Además, según me ha dicho en la más absoluta confianza, le caes muy bien. Es un viejo sabio, te será muy útil pedirle consejo. Y una cosa más: debes estar preparada para la sorpresa de tus padres. Nada de todo esto entraba en sus planes y, al principio, tampoco en los míos. Van a enfadarse un poco, pero tranquila, no será contigo, sino con este viejo entrometido que les fastidia cuando ya no debería hacerlo.
Actúa siempre según tu conciencia. No te asustes, no te dejes impresionar. El mundo de las altas finanzas está plagado de fanfarrones y de ambiciosos, cuando no de gente de peor calaña. Sé tú misma. Tu mayor tesoro es tu buen corazón.
Por último, quisiera pedirte una cosa. Nunca fui perfecto. A veces hice cosas de las que me he arrepentido mucho. No me culpes por los errores que cometí, por favor. Piensa que tú eres mi última oportunidad de repararlos. Hazlo, Amy. Repara los errores de tu abuelo para que logre descansar en paz.
Sí, sí, ya sé lo que estás pensando: que incluso muerto tengo que meterme en tu vida. Tienes razón, soy un entrometido y un manipulador, pero será la última vez, lo prometo.
Y recuerda siempre en qué consiste la partida. Lo importante no es ganar sino saber ganar.
Tú tienes madera de ganadora.
Te quiero mucho.
Tu abuelo,
EMILIANO