Pesquisas

 

 

 

 

Encontrar alguna pista de la empresa que había organizado mi fiesta de cumpleaños fue más difícil de lo que pensaba.

En la mesa de mi madre reinaba un orden perfecto. Todo clasificado: las tarjetas en el tarjetero, las facturas en sus carpetas correspondientes, las cartas por abrir en la bandeja de la derecha… Revisé una por una todas estas cosas, abrí cajones, aparté documentos, hurgué en el archivador… No tuve suerte.

Lo único sorprendente que encontré fue una cajita de terciopelo azul, de esas que en las joyerías utilizan para guardar sus productos, especialmente cuando son un regalo.

La abrí por pura curiosidad.

Contenía un anillo de oro. Grueso, masculino, con tres franjas grabadas en diagonal y un pequeño brillante en el centro. Lo saqué para probármelo. Me quedaba enorme. «Claro —pensé—, los dedos de papá son mucho más gruesos que los míos.» Porque me quedó claro que era un regalo para mi padre al descubrir que el anillo llevaba una inscripción en su interior: «Te quiero. Diana».

Sencilla y contundente. Mientras lo devolvía todo a su lugar para que mi madre no descubriera mis investigaciones, pensé que tal vez me había equivocado con respecto a mis padres. Tal vez solo se mostraban fríos en público y en realidad se adoraban. «Hay muchos modos de querer», pensé. Y me alegré mucho de estar en un error.

Ya me iba con las manos vacías cuando se me ocurrió mirar dentro de la agenda de sobremesa de mamá. Una carta con un presupuesto de «Party Services S. L.» y un número de teléfono. ¡Lo tenía!

Llamé sin esperar ni un segundo, convencida de que mi plan funcionaría a la primera.

—Buenos días, llamo de parte de Diana Alcántara, con respecto a la fiesta de cumpleaños que organizaron ustedes en su casa.

La mujer que me atendía se mostró muy predispuesta a ayudarme en cuanto oyó el nombre de mi madre.

—Quería preguntarles por un camarero. Estuvo en la fiesta de anoche. Se llama Isma.

—¿Ha habido algún problema? ¿Hizo algo inadecuado?

—No, no, no —me apresuré a responder—. Todo lo contrario. Es solo que desearíamos contactar con él.

—Por desgracia, Ismail Beaufur ya no trabaja con nosotros.

—¿No? ¿Por qué razón?

—Me temo que no puedo informarle. —Noté un rastro de desconfianza en la voz que me atendía—. ¿Le importaría identificarse, por favor? Por si averiguamos algo más.

—Por supuesto. —El corazón comenzó a latirme con fuerza—. Soy Fernanda Álvarez.

—Disculpe, pero yo he hablado con Fernanda Álvarez y su voz no se parece en absoluto a la de ella. ¿Podría decirme su verdadero nombre? —La voz sonaba gélida.

Colgué. No supe cómo reaccionar después de aquel paso en falso. A nadie le gusta que le pillen in fraganti, pero podría haber dicho algo.

La verdad, por ejemplo. La verdad siempre es la mejor solución.

Cuando te das cuenta de que has sido una idiota y una cobarde, ya no hay modo de repararlo.