Agradecimientos

 

Esta novela tiene su origen en el secuestro impune de la esclava Margaret Morgan, su hija y su hijo. Muchos de los eventos narrados y diversos datos son históricos y algunos de sus personajes, existieron. Sin embargo, la descripción que hago de ellos, el momento cronológico en el que se desarrollan y el enlazado de cada uno de éstos en la trama, son producto de mi imaginación. Descubrí esta historia mientras me preparaba para argumentar un caso de discrimen en el empleo contra una bióloga que laboraba, para aquellos tiempos, en una empresa farmacéutica. La audiencia se ventiló ante una corte circuito federal de apelaciones de los EE.UU. A pesar de la referencia, la jurisprudencia sentada por el caso de Prigg v. Commonwealth of Pennsylvania, 41 U.S. 539 (1842), no tenía relevancia para mi preparación. Vi en su texto los fundamentos de un régimen inhumano, así como las justificaciones para perseguir a sus víctimas y detractores con argumentos pueriles entre razonamientos descarnados. Surgían de su texto las bases reales de la conflagración militar que desembocó unos veinte años después.

Este fue el origen del relato. No podría haberlo escrito sin la colaboración de muchos y, en especial, de las aportaciones maravillosas de unos pocos. En primer lugar, a Magali García Ramis quien me abrió las puertas al mundo de la narrativa. A la escritora Mayra Santos Febres por su taller de novela, en el cual utilicé la opinión legal como punto de partida para el escrito que nos proponía, así como las horas que dedicó a la corrección del primer borrador del texto. La investigación de sucesos que utilicé en el desarrollo de la novela fue posible gracias a Manuel Domenech Ball quien con su olfato de historiador fue capaz de darme acceso a documentos e investigaciones históricas fundamentales.

Margaret Morgan, cuya memoria fue mi punto de partida, aparece desaparecida de la historia de su país. Ni siquiera el caso que dispone de su vida lleva su nombre. Por ello, la imagen visual que tuve y tengo de ella fue la de Harriet Tubman. Su foto permaneció a mi lado durante toda la redacción de la obra. La lucha de esta extraordinaria mujer antiesclavista, quien sufrió personalmente este escarnio inmoral, dio base a la reconstrucción imaginaria del personaje principal de la novela.

Las horas dedicadas por la profesora Melanie Pérez Ortiz en la exigente tarea de revisión y corrección del borrador, fueron indispensables. Las gestiones de Orlando Torres, sacerdote jesuita, Consejero General de la orden religiosa, desde Malasia, Isla de Borneo, me dieron acceso a los archivos y datos de hombres que sirvieron a la Compañía de Jesús, para el periodo investigado en el siglo XIX, en los Estados Unidos de América. A la delicada tarea de María Judith Franco, voz de ángel, maestra de histriones y de la ortografía. A Hiram Sánchez Martínez, quien como afinador de arpa se encargó de grandes y microscópicos detalles requeridos por la ortografía literaria. A mi amigo y hermano de la vida, Edgardo Manuel Román Espada, a quien, por su incisivo ojo socio-político, reservé la revisión del borrador final de la novela, va mi homenaje a su persona, sus luchas por la libertad en todas sus formas y contra la pena de muerte, dando vida al nombre y al personaje del abogado Edgard M. Kneehigh. Finalmente, a la estoica e iluminada poetisa puertorriqueña Julia de Burgos. A todas y a todos, mi corazón agradecido.