V
Las calles de mi alma andan desarropadas.
La emoción va desnuda tras la sombra acostada del anhelo.
Hay vientos azotando cercano a mi conciencia.
Lluvia íntima
Julia de Burgos
SEIS MESES DESPUÉS de que partiera la fragata Hope, en el otoño de 1822, el padre McCutchen inauguró la escuela primaria construida sobre los terrenos que había adquirido el padre Francis Neale para establecer un cementerio. La hizo edificar de la misma madera de la que estaba hecho el templo. Todos los listones fueron escogidos sin defecto alguno, de pino apalache color marrón. Las Ratcliff y otras cinco niñas fueron sus primeras discípulas. Las materias incluían la educación en el manejo y supervisión de tareas domésticas las cuales impartían las hermanas Carmelitas.
La petición del padre McCutchen para educar al menos una de las nanas negras esclavas, siempre con la más absoluta discreción, había sido rechazada sin ninguna discusión. Unas semanas antes del inicio del curso, armado de alguna teología, su benefactor Robert Ratcliff cedió. Recordó que había hecho una promesa divina de educar un esclavo, a cambio de la salud de su hijo varón. Se consideró liberado de la misma ante la muerte del niño a la semana de haber comprometido su propiedad y su palabra. McCutchen lo convenció de que el ayuno y la abstinencia prometida durante la cuaresma no eran sustitutos canónicos para esta promesa y que los pactos con lo divino no ceden ante el padre tiempo ni la hermana muerte.
—Si así fuese, ni siquiera el Mesías se hubiera encarnado —le dijo.
A su vez, aseguró que no atentarían contra los decretos en proyecto de ser aprobados por el estado, para hacer delito la instrucción de negros puesto que el currículo de las esclavas sería totalmente distinto y diferente de las alumnas blancas. La educación de las jóvenes blancas les aseguraría su total alfabetización y el manejo de los negocios en vista de que Ratcliff no tenía hijo varón alguno. La joven negra sería educada no en un pupitre, sino en un telar.
—Mire padre, aunque me ha convencido, todavía tengo dudas pero entiendo lo que me sugiere. En el caso de la negra, su valor en el mercado aumentaría para un sector selecto en caso de que interesase disponer de ella en el mercado. Si usted la sienta en un telar y utiliza como me ha propuesto los libros clásicos de los griegos y los romanos, su pensamiento y formación quedarían tranquilamente treinta siglos atrás— sostuvo Ratcliff mientras fijaba su mirada en su interlocutor.
—Le aclaro Ratcliff que los clásicos ni siquiera se estudiarían en inglés —afirmó categóricamente el sacerdote ante la dudosa y tímida aceptación del amo.
—Mire, aunque confío en Dios, el probable aumento del valor de la esclava Margaret es suficiente argumento.
Comprendió que la joven llegaría a la madurez con el absoluto desconocimiento de las cosas de su tiempo, la información angular de una mujer de la era helénica, y que siendo ello siglos antes del surgimiento del cristianismo, no se consideraría que atentaba contra las leyes del estado de Maryland. Se rasgó la barba de un lado a otro, dio tres palmadas en su panza, y poniéndose de pie le dijo:
—Me parece interesante padre, lo cambiaremos todo para que nada cambie— sentenció haciendo leves movimientos verticales de cabeza dirigiéndose en dirección de la ventana.
—Pero... no hemos hablado del costo padre —sostuvo Ratcliff interrumpiendo su conformidad.
—No costará nada, señor Ratcliff, será un beneficio marginal de la inversión que usted hace por educar a sus hijas y sus aportaciones a la evangelización de la diócesis. De hecho, el desarrollo del talento musical de Margaret Reilly no solo le servirá de distracción a usted, sino a mayor Gloria de Dios en los servicios religiosos de la parroquia —afirmó McCutchen quien había permanecido en pie todo el tiempo mientras que con disimulo marcaba una tras otra las piedrecillas del rosario que tenía en el bolsillo derecho de su sotana.
Los hombres estrecharon las manos ratificando así el acuerdo. “Aumento en valor, no había pensado en esto”, pensó Ratcliff. “Otro eslabón roto”, pensó McCutchen.
El local que albergaba la escuela, tenía una pequeña chimenea en el centro del salón. Todas las mañanas McCutchen encendía los maderos y se encargaba de sustituir la leña según se consumía. Luego se dirigía al templo y barría el piso, acomodaba las bancas en las que se sentaban los fieles blancos, eliminaba el polvo que cubría las estatuas y figuras devotas de los fieles y organizaba la sacristía. Una vez a la semana, siempre en las tardes, recogía las ropas ceremoniales y demás manteles sagrados para lavarlos terrenalmente en las aguas capturadas a la lluvia. Una tarde, después de colgar la ropa para secarla al sol, el padre McCutchen concluyó la preparación del informe económico de los haberes y adeudos de la Orden. Llevaba siete años en estas tareas desde que fuera designado al puesto de ecónomo o administrador de los bienes de la Compañía de Jesús. El informe, al igual que los períodos anteriores, reflejó el voto de pobreza que habían profesado, “Lo seguiremos cumpliendo fielmente al menos otro año” pensó al corroborar el grave estado de las finanzas en el documento de trámite dirigido al Padre Superior. El sonido de la bomba de agua en el pozo aledaño a la estructura le distrajo. Tomó el informe y un sobre dentro del cual lo colocó. Se dirigió a la ventana, desde la cual vio a la niña Margaret manipulando la bomba con una mano y con la otra sujetando la cubeta a la cual caían intermitentemente sorbos de agua. Colocó el sobre con el informe sobre la mesa y salió de la casa parroquial en dirección a la niña Margaret.
—Niña Margaret, venga acompáñeme al templo.
Allí, McCutchen tomó asiento en la tercera banca, pero Margaret se negó a hacer lo propio.
—Esta banca está reservada para los blancos en el servicio —le dijo al sacerdote.
—Margaret, ¿acaso hay ahora algún servicio?
—No, pero es la banca de los amos blancos aunque el templo esté vacío —contestó.
El padre McCutchen abrió los brazos, encogió los hombros, apoyó sus manos sobre sus rodillas, se puso de pie y se encaminó a la pila bautismal.
—Margaret, ¿sabes si has sido bautizada? —le preguntó el padre.
—No, no lo sé.
McCutchen había confirmado el hecho del sacramento con su amo y lo corroboró revisando luego las inscripciones bautismales de la parroquia.
—Tenías cinco años. ¿Sabes cómo te llamaban antes de tu bautizo?
—Supongo que Margaret.
—Pues tu verdadero nombre de pila es Báthika, no lo olvides.
Al escucharlo en boca del sacerdote, Margaret Reilly no tuvo que hacer mucho esfuerzo para sentir que el nombre hizo latir su corazón. Se vio correteando una mañana, vestida de blanco, dejando escapar al aire un puñado de arena entre sus manos, junto a decenas de otros negros que recibieron con ella el sacramento.
—Tu nombre cristiano será Margaret, como tu ama —creyó recordar en la voz del oficiante.
Escuchó entre risas y llantos otros idiomas. Inclusive prestó oídos a sí misma cuando habló con otra boca y en otra lengua.
—Recuerdo ahora que no los entendí por lo que tuvo que haber sido el latín —le dijo al padre McCutchen.
No recordó que siquiera hablaba inglés cuando fue bautizada. El padre McCutchen le notificó que, en adelante, al menos cuando estuviera en la escuela con las niñas Ratcliff, no realizaría ninguna labor doméstica sino que su obligación sería, sentarse en el telar, coser, colocar el hilo, unir las telas, trenzarlas, y aprender escuchando.
—Pero, ¿acaso no es pecado mortal?
—Lo fue hace mucho tiempo cuando nadie estudiaba y todos tenían que trabajar para comer. Ahora no Margaret.
—¿Por qué hace usted esto padre McCutchen?
—Dios es muy generoso con nosotros. De una sola semilla sale un árbol que da muchos frutos y miles de semillas. Vamos a cumplir el evangelio y sembremos, tú y yo, juntos, esa sola semilla.
Se inició en los pasos primarios con el estudio formal del violín, aprendiendo sus formas y componentes. Primero, cómo las cuerdas de este instrumento se enredaban meticulosamente en el clavijero. Tomaba el instrumento, escuchando por varias horas la tabla de fondo mientras daba varios golpes con su índice. Aprendió de memoria la imagen de la tapa superior y las dos aberturas de la caja de resonancia en forma de ese, la simetría y sus soportes estructurales, el atornillamiento del cabello del arco, y la acústica del sonido al frotar sus cuatro cuerdas. Solo después que podía reconocer con los ojos cerrados el instrumento, sus piezas y sus sonidos, la inició en el estudio del pentagrama escrito por los grandes maestros para el instrumento. Finalmente, la inició en el estudio de los clásicos para lo cual tenía que aprender, con el padre McCutchen, a leer griego y latín.
—Comenzamos por la Antología Palatina en la colección de Constantino Céfalas publicada en el año de la Declaración de Independencia de tu país.
—¿Cómo de mi país, usted no es americano?
—Sí, pero tú también lo eres.
—Es raro, a la verdad que nunca había pensado en eso.
—Estudiarás la cultura helenística.
—Qué bueno, el amo Ratcliff tenía una esclava que se llamaba Helena, desconocía que ella era “estudiable”.
—No, no es precisamente esa Elena.
—Pues no entiendo nada.
—Piensa Margaret, usa tu experiencia de vida. Te doy un ejemplo de una experiencia recogida en un dicho popular: Dime con quién andas y te diré quién eres. Explícame esta oración.
—Pues eso no es “experiencia de vida” como la llama usted porque ando siempre con las niñas Ratcliff y no soy ama de nadie. ¡Ando ahora con usted y no soy sacerdote!
—Bueno, en eso te equivocas, porque todos tenemos un sacerdocio real.
—Padre, tiene que confesarse, usted ha comparado a Dios con una negra.
—Eres también hija de Dios como las Ratcliff o como yo Margaret.
—¿Y por qué yo soy la esclava y ustedes no?
—Me encanta tu pregunta, veo que ya vas encaminándote Esto es como una escalera, paso a paso aprenderás. Te faltan unos años.
Pasado un año, Margaret le dijo:
—Se me ocurre una poesía padre McCutchen, ¿la puedo recitar?
—Por supuesto.
—Las niñas Ratcliff me gobiernan. La señora Ratcliff manda sobre las niñas. El amo Ratcliff dice a la señora Ratcliff todo lo que puede y no debe hacer. Yo hago lo que todos quieren.
Al tercer año, Margaret le recitó otra poesía.
—Padre, ayer redacté el siguiente poema.
—Adelante.
—¿Jesús era blanco? Creo que no. De lo contrario no lo hubieran azotado como a un dinga, escupido como a un mulato, condenado a muerte y linchado como a un negro. ¿Qué le parece?
—Potente Margaret, potente.
Con esa misma potencia, transcurridos seis años, aprendió de memoria a recitar los florilegios contenidos en la anto- (äv◊oç) logía (ία,).
—Antología, que como sabes, ¿significa?
—Ramillete —respondió.
Reconoció en los refranes de sabiduría popular los epigramas (Éπí–ypaØw).
—De estos cortos poemas derivaron, en consideración a la temática, las inscripciones votivas, oráculos y enigmas.
En sus paseos educativos por el camposanto, pasados nueve años de academia, el padre McCutchen le asistió en reconocer los poemas breves sobre las tumbas.
—Que los griegos designaron para nosotros como 'epitafios' —sentenciaba la discípula.
Autores del mundo helénico tales como Asclepíades de Samos, Marco Argentario, Mirino, Paladas, Antípadro de Sidón, Pablo Silenciario, Riaño, Demódoco de Leros, Estratón de Sardes y la poetisa Anyta de Tegea figuraban en su imaginario como sus amigos de otro planeta, y sus poemarios, pequeñas luminarias estelares. Estudiar obras como "Las avispas—y"La asamblea de las mujeres" le hizo amargo el trágico y pesado humor greco. Las tragedias "Electra" y "Las Traquinias", mientras estudiaba a Sófocles, penetraron sus venas recorriendo todo su cuerpo, permitiéndole identificar sufrimientos ajenos descansando los propios. Estudió la poesía pastoril.
—¿Cómo son llamadas en latín? —preguntó el maestro.
—“Bucólica”, mejor referidas como las Églogas, del poeta romano Virgilio —respondió.
Descubrió, posteriormente, su raíz en los idilios del griegoἰδύλλιον que significa "poema breve". Se inició, sin darse cuenta, en el lento y desoxidante proceso de cuestionar lo que veía, escuchaba y aspiraba.
—¿Cómo es que los pastores saben tanto? ¿Es que los esclavos podemos saber de todo? ¿Por qué Jesús no nació esclavo? Quiero aprender a pescar. Me gustaría no pasar tanto trabajo para leer.
Finalmente, la dificultad cedió al encanto y, en la lectura de "Dis Exapaton" del dramaturgo griego Menadro, descubrió la existencia de un esclavo propiedad de Sóstrato, un joven ateniense.
—Padre, ¿desde Grecia somos esclavos los negros?
—No Margaret. Ese esclavo no era de tu color. Era tan blanco como las hermanas Ratcliff. La esclavitud no conocía colores en esa época. De hecho, antes de ese tiempo, durante el imperio egipcio, los negros eran los amos. Construyeron un imperio que duró cientos de años. Incluso inventaron, de las matemáticas, la geometría como una necesidad para contrarrestar las inundaciones del gran río Nilo.
—Vamos, padre, por favor, ¿cómo va a ser eso?
—El mundo ha sido muy distinto al que conoces. Ahora, desde Grecia y Roma, podrás hacerte preguntas del mundo de hoy que desconoces.
Cumplidos los diecinueve años, Margaret Reilly sabía construir su propio telar, tejer, el manejo de los clásicos de la literatura y del violín estudiados por el padre McCutchen durante sus viajes a Bélgica y Rusia. También era una experta talladora de cascarones de huevos de gansos y patos. Siempre empezaba por las partes débiles para hacer surgir flores, estrellas y cadenas del rosario de María.
—Padre, me gusta esta talla. El huevo, además de apetitoso y tocable, es tan recogido en sí mismo, lleno de vida y de muerte —le dijo Margaret mientras observaba con detenimiento su trabajo manual.
Como parte de sus obligaciones parroquiales en la educación religiosa de otros negros esclavos, el padre McCutchen le había hecho conocer la Biblia Septuaginta y su versión en inglés de La Vulgata, la Biblia Douai, los libros deuterocanónicos, el Evangelio según San Lucas, así como los mapas del Estado de Maryland y su geografía hasta los montes Apalaches que apenas veía como una nubecilla lejana en el horizonte. Por su talento, había aprendido no solo a recitar de memoria capítulos enteros de las obras de los griegos Sófocles, Menardo y Lisias, de los romanos Publio Terencio, Marco Anneo Lucano y Titus Maccius Plautus, sino también a tocar, sin tener frente a sí la partitura, los veinticuatro caprichos para solo de violín del italiano Nicolo Paganini. Lo demostró, para deleite de todos, en las festividades del 4 de julio de 1831, cuando al concluir la pieza y guardar en su estuche el instrumento, recibió las felicitaciones de la familia Ratcliff y otros esclavistas presentes, incluyendo al aspirante a candidato para gobernar el Estado, señor William Cranson y su esposa Yocasta.
Cranson, como aspirante a la poltrona del Estado, tenía abierta la caja china de promesas para sus electores. Esa noche, hizo muy claro a todos los presentes, que su primer proyecto de ley para la asamblea legislativa consistiría en prohibir la práctica que ha dilapidado propiedades de considerable valor en el Estado. A partir de su primer día en la gobernación "ningún muerto resucitará a liberar un esclavo".
—Haremos lo mismo que en otros estados verdaderamente democráticos: será nula toda cláusula testamentaria que conceda la libertad a los bienes esclavos heredados por una sucesión —concluyó Cranson.
Margaret Reilly escuchó con interés la promesa, cuestionándose cómo sería aquello posible, antes de que el postulante concluyera con la aclaración final en su discurso. Previo a partir esa noche con los Ratcliff, Margaret buscó al padre McCutchen entre los presentes. Lo divisó hablando con el naturalista y ornitólogo Dr. Alexander M. Ross, los hermanos Neale y el señor arcipreste John Caroll. También se encontraba en medio de ellos, dirigiendo la discusión, Johnathan Crawford, delegado a una serie de encuentros y asambleas esclavistas que se proponían desarrollar en el Estado. Su agenda, aunque pública, se manejaba en una especie de sínodos, con la mayor de las cautelas y prudente privacidad: promover legislación en beneficio de su causa e intereses. Margaret le hizo un rápido movimiento de manos en señal de despedida. McCutchen se excusó con sus amigos clérigos y se despidió del señor Crawford quien, inclinó su rostro y le pidió su bendición. Lo hizo colocando ambas manos sobre su cabeza. Caminó hacia Margaret quien, acercándosele, lo tomó por el brazo y muy cerca del oído le dijo:
—Padre ahora que he conocido a Creonte —refiriéndose al futuro gobernador William Cranson—,cuando yo sea mujer, quiero ser como Antígona.