XX
Sombra para tu nombre,
General.
Sombra para tu crimen,
General.
Sombra para tu sombra.
Himno de sangre
Julia de Burgos
EN EL SALÓN COMEDOR habilitado para los jueces de la Corte Suprema, ocho magistrados discutían sobre varios proyectos legislativos pendientes de aprobación ante el Congreso. Uno de ellos, había sido redactado y endosado por el juez Story y como tal, tenía la voz cantante en la discusión de sobremesa. La cena no era del todo frugal. Pavo relleno, papas asadas, batata majada, legumbres y ensaladas constituían el plato principal de la cena. El juez Taney ocupaba la silla que presidía la mesa de los comensales. Tras de él, colgados uno al lado derecho y otro al lado izquierdo, pendían dos cuadros. De un lado, la imagen de William Marbury, pelo canoso, cejas negras y gruesas, pómulos rosados, su brazo derecho descansando sobre la butaca en la cual aparecía sentado y su antebrazo izquierdo sobre la Biblia. En su lado contrario, su opositor, Secretario de Estado para la primera administración del siglo XIX, James Madison, luciendo su amplia frente, rostro delgado y cabello largo y nutrido de canas. Ambos gladiadores presidían la mesa judicial en abierta alegoría del precedente legal en el que la propia Corte Suprema determinó que correspondía al poder judicial, no al legislativo ni al ejecutivo, la interpretación del significado del texto constitucional. Ambos personajes miraban a los magistrados con cierta discreción y en aparente indiferencia. Una vez servido y consumido el postre, el juez Taney requirió la votación de los jueces para unos seis recursos legales sobre los cuales la corte tenía que aprestarse a emitir una opinión. El último de ellos fue el caso de Edward Cooper. Las papeletas de votación fueron recogidas en estricto orden de antigüedad entre aquellos que estaban conformes con la mayoría. Story, Taney, Smith, Thompson, Wayne, y Daniel. El Juez Presidente informó que Baldwin, ausente de las discusiones de la corte, continuaba indispuesto pero que, antes de su más reciente recaída, le notificó su intención de favorecer la mayoría.
—Los magistrados John Catron, y John McKinley, también ausentes en esta votación, votarían íntegramente conmigo —añadió.
Por último, por razón de su disidencia, el juez McLean, entregó a la mano del Juez Presidente su voto opositor y abandonó el salón sin consumir el postre y sin despedirse.