¿Cómo reaccionan los niños superdotados al rechazo?

Volviendo al irlandés de nuestra historia que se sentía incomprendido, ¿cómo reaccionaría?

Si se resigna a que no le entiendan, puede asumir una actitud pasiva, callada, solitaria, y quizás los lugareños terminen aceptándole en ese papel y le dejen vivir. No le atacarán porque él mismo tendrá sumo cuidado en no provocarles en ningún momento y pasar desapercibido en la medida de lo posible. Puede irse a vivir a un rincón del pueblo o a la montaña, y bajar al pueblo solo lo imprescindible para subsistir.

Pero supongamos que el irlandés quizás no tiene ese carácter tan pacífico, tan tranquilo, y se irrita cuando ve que no le entienden. Cuando ve que no son justos con él, que no atienden sus necesidades básicas por mucho que él se esfuerce en razonar o en intentar convencerlos, y se enfada. Los demás reaccionan en consecuencia, muy probablemente todos a una, como en Fuenteovejuna, y el rechazo inicial puede llegar a convertirse en agresión abierta, verbal o física, tanto por una como por otra parte.

Si el irlandés es muy inteligente emocionalmente, puede llegar a entender qué ocurre, puede intentar aprender el lenguaje de los lugareños, con el esfuerzo que eso le supondrá, y poco a poco irse integrando, nunca del todo, pero de forma que pueda llegar a tener una vida más o menos normal y feliz, a pesar de no estar con los suyos y sentirse siempre desplazado, como ausente del mundo en el que le ha tocado vivir.

La falta de entendimiento lleva a los superdotados al rechazo, a ser considerados raros y a ser apartados del grupo. Así, algunos niños superdotados, que no entienden lo que ocurre con ellos, se convierten en niños solitarios, que tienen pocos o ningún amigo, que a menudo rechazan ir al colegio, que se ponen enfermos sin que haya una causa física detrás, que intentan desaparecer del colegio y del entorno, y lo consiguen con mayor o menor éxito, incluso dejando de sacar buenas notas, metiéndose «debajo de la alfombra» para no destacar.

La madre de un superdotado nos cuenta: «Un día llama la profesora y te dice que el chaval no juega con otros niños, que está siempre con sus tutores o quiere jugar con otros niños mayores que él». El niño ha cumplido 3 años y, de repente, algo deja de encajar.

A nuestra consulta nos llegan niños muy pequeños, desde los 4 y 5 años, con problemas de ansiedad, con fobias y con rechazo escolar. Cuando estudiamos sus conductas en profundidad nos encontramos con depresiones infantiles, con síntomas de retraimiento, con rechazo al colegio y a los profesores; y en el ámbito físico, con dermatitis atópica, con problemas de estómago y un sinfín de síntomas variados que tienen como origen la ansiedad que les produce la relación con sus compañeros.

A veces los superdotados son detectados cuando empiezan a sentir rechazo al colegio desde muy pequeños. Después del rechazo al colegio los problemas del niño se van complicando con enfermedades psicosomáticas de todo tipo que les llevan a deambular de uno a otro especialista, los cuales suelen atribuir sus problemas a causas físicas, cuando realmente se trata de manifestaciones de niveles de estrés y ansiedad muy superiores a los normales para su edad.

Alejandro tiene 7 años. Según sus padres en la entrevista inicial, Alejandro no tiene amigos y tiene la autoestima muy baja. Dice: «Soy tonto, todo lo hago mal». Todos le insultan. Alejandro es el más alto y el más fuerte de su clase, pero también es torpe en los deportes y, en general, en habilidades físicas; está creciendo muy rápido y a veces se queda cojo. Los otros niños no le dejan jugar al fútbol ni a nada. Se queda solo en el patio y si intenta acercarse, se burlan de él. Al valorarle comprobamos que tiene un cociente intelectual de 150, y, por lo tanto, una edad mental de casi 10 años. Alejandro responde de forma pasiva a los insultos, se queda aislado y solo para que le dejen tranquilo. En consulta nos dice que le encantaría tener amigos, que él es bueno con los otros niños, pero no sabe qué hacer.

Esta reacción es la que llamamos pasiva y es la que adoptan muchos niños superdotados. Ante el rechazo de los demás a sus buenas notas, a que sean más brillantes, en definitiva, a que sean diferentes, se esconden y se aíslan.

Si encuentran refugio en los libros o en su ordenador, se convierten en adictos y empiezan a vivir en su propio mundo, al margen del resto de los mortales.

Son niños que llegan a la adolescencia sin causar ningún problema a sus padres, quizás médicos únicamente, producidos en general por los altísimos niveles de estrés y ansiedad que soportan continuamente en el colegio, en las clases, intentando disimular su propia condición e intentando pasar desapercibidos.

Son niños que dejan de estudiar para no sacar matrículas de honor, porque lo último que desean es que los profesores les alaben delante de sus compañeros.

Cuando han descubierto que esa es la forma de no recibir ataques, de salir más o menos bien parados, la aplican al resto de su vida. Se encierran en sí mismos y se quedan en casa el mayor tiempo posible.

Los padres, en muchos casos, no se enteran de nada. Ven que su hijo sigue estudiando, sacando unas notas normales, a veces los profesores les dicen que podría rendir mucho más, pero como va aprobando no les preocupa demasiado. Se van a casa al salir del colegio, no salen los fines de semana, son chicos tranquilos y fáciles de llevar si se les deja con sus aficiones, que normalmente también son tranquilas y solitarias. Los libros, internet, los videojuegos, el ajedrez, y aficiones singulares como ellos mismos: la astronomía, los dinosaurios, etc.

Así pasan la adolescencia muchos superdotados que han optado por esta vía para superar sus problemas de adaptación al entorno. En solitario, sin preocupar a sus padres porque no son niños rebeldes (que causan los problemas habituales en esta época), no salen, no se escapan de casa y no llegan tarde.

Pero estos chicos buenos, inteligentes, que se pasan los días encerrados en su habitación, tampoco se relacionan con los chicos de su edad como deberían estar haciendo en esta etapa de sus vidas. No aprenden a coquetear, a trabajar en grupo, a liderar y dejarse liderar en el grupo, a defender sus derechos, en definitiva, a divertirse.

Estos chicos buenos, inteligentes, se pierden una de las épocas más bonitas de la vida encerrados en su ordenador y en su habitación, pero sobre todo se pierden enseñanzas básicas para la vida adulta: aprender a convivir, a relacionarse, a conversar con los demás y a saber defenderse, si llega el caso, de forma correcta. En resumen, todo lo que llamamos habilidades sociales.

Y así, llegan a los 18 años, a la universidad, solitarios, sin saber relacionarse adecuadamente y sin saber cómo encontrar una pareja. Emocionalmente con la autoestima muy baja, problemas de ansiedad, depresiones, estrés, evitación social, fobia social, etc.

Algunos con 23 años, otros con 45, nunca han tenido novia, o han tenido una experiencia amorosa que les ha dejado traumatizados para el resto de sus vidas. Afortunadamente, otros se han dejado conquistar por alguna chica que ha sabido ver su potencial debajo de esa capa de «chico raro» y pueden tener una vida más o menos normal. En muchos de estos casos la iniciativa la ha tomado la mujer porque ellos suelen ser tan tímidos que serían incapaces.

Oscar, 45 años: «La chica que me gustaba a los 21 años me dijo que sí, que le caía bien, pero que no me entendía, que era muy diferente». Nunca más se ha atrevido a acercarse a ninguna mujer y decirle que le gusta. Dice que no le importa, que tampoco lo necesita, pero no se siente feliz.

Alberto, 23 años: «Es que no sé qué decirle a una chica. Me entra un pánico horroroso, me pongo a sudar, me tiemblan las manos. Me voy».

Julio, 50 años: «Mi mujer me conquistó, ella se encargaba de todo, y yo durante años la dejaba hacer, sin quejarme nunca, creo que me manipulaba, hasta que con los años fue mejorando mi autoestima y decidí que ya no quería seguir siendo un pelele en sus manos. Entonces ella se marchó, ahora estoy solo y no sé qué hacer».

Luis, 22 años: lleva 2 años intentando estudiar una carrera, pero tiene un grave problema: no quiere ir a la universidad. Siente fobia social. Se pasa los días encerrado en su habitación, sin hablar con nadie salvo con su familia, y lo más parecido a una novia que ha tenido hasta ahora es una chica con la que charla a través del ordenador y que está a 500 kilómetros de distancia.

Todos ellos han sufrido rechazo en la escuela, algunos incluso acoso escolar, y han encontrado la forma de sobrevivir encerrándose en sí mismos, con la autoestima baja, con problemas de ansiedad y depresión que les han acompañado toda su vida.

Otro ejemplo más de lo que ocurre todos los días en nuestros colegios (en este caso sí llegó a la prensa): en el diario El País pudimos leer un artículo titulado «El calvario de Cristina» que describía

La vida llena de contrariedades a la que, en la escuela, se había tenido que enfrentar una niña superdotada (173 de coeficiente intelectual) que sufrió vejaciones sistemáticas en el colegio, que –como muchos otros– emprendió la huida a otros centros con el objetivo de comenzar de cero y que se reencontró con su pesadilla al pisar el instituto. […] Toda una vida a merced de los insultos y las pequeñas agresiones que se hacen insalvables por acumulación y que abocan inevitablemente en depresiones, abandono escolar y visitas al psicólogo. Cartas anónimas, pintadas en los lavabos con su nombre. Primero en el colegio, años más tarde en el instituto, donde se encontró con sus temidos excompañeros.

Como ya hemos comentado, ser superdotado en muchos casos significa ser víctima de acoso escolar, burlas y vejaciones, que provocan auténticos traumas psicológicos cuyas consecuencias se mantienen durante la edad adulta. Los padres, por falta de conocimiento, cuando empiezan a aparecer los problemas deciden cambiar a sus hijos de colegio, pensando que así se resolverán (en lugar de actuar buscando la causa), y lo único que consiguen es que se repitan en diferente escenario.

En este tipo de casos los chicos superdotados necesitan apoyo psicológico y educativo. Apoyo educativo para sacar el máximo rendimiento de sus capacidades, pero también apoyo psicológico para superar sus problemas de integración, para desarrollar sus habilidades sociales en edad temprana y poder llevar una vida normal a pesar de sus diferencias con el resto de los niños de su edad. La consecuencia de ignorar esta necesidad será un montón de sufrimiento en miles de superdotados que todavía no saben por qué «le tenían manía», «pierden a los amigos» o «en el trabajo dicen que es raro».

Un estudio realizado en Estados Unidos con casi 4.000 niños por el Centro para el Desarrollo de Superdotados (Giftef Development Center de Colorado) identificó algunas características de personalidad de los superdotados. Uno de los rasgos más comunes fue la introversión. Según el estudio, el 75 % de los niños con un cociente intelectual superior a 160 presentaban una personalidad introvertida y se sentían más cómodos en soledad. También eran muy reservados.

Leta Hollingworth estudió varios casos de superdotados con un cociente superior a 180 y nuevamente se encontró con que eran muy reservados, hasta el punto de que no deseaban dar ninguna información sobre ellos mismos, sus familias, sus datos, sus proyectos en la vida o sus deseos.

En la misma investigación se obtuvo como resultado que el 90 % de los niños superdotados tenían una sensibilidad muy alta, así como un elevado sentido de la justicia. Entre el 84 y el 88 % eran también perfeccionistas y cuestionaban la autoridad. También eran muy constantes en las áreas por las que sentían interés

Resultados similares nos encontramos a diario en clínica, cuando realizamos estudios de personalidad de superdotados adultos. Sensibilidad extrema, escasa sociabilidad, elevada introversión y una tendencia a ser extremadamente reservados con su vida privada y sus intereses, así como una gran desconfianza hacia el resto de las personas.

En muchos casos la introversión y el exceso de reserva son consecuencia de los problemas en las relaciones sociales desde su infancia. Su extremada sensibilidad también puede tener origen, al menos en parte, en los problemas de autoestima que suelen acompañarles.

Por estas razones muchos se encuentran mejor en soledad, trabajando en sus propios proyectos, viviendo en su propio mundo, aislados en la medida de lo posible. Puedes verles por la calle o trabajando a tu lado con una sonrisa, muy amables, pero tienen su propio mundo y es muy difícil que te dejen entrar en él. Tampoco es habitual que los demás lo intenten: tienen fama de ser un poco «raros» e incluso de tener mal carácter y de ser muy poco sociables, por lo que es mejor evitarles.

Pero como comentábamos sobre el irlandés de nuestra historia, es posible que no tenga ese carácter tan pacífico, tan tranquilo y que se irrite cuando ve que no le entienden, que no son justos con él y que no atienden sus necesidades básicas por mucho que él se esfuerce en razonar o en intentar convencerles. Se enfadará.

Así pues, no todos los superdotados reaccionan de forma pasiva ante las críticas y el rechazo de sus compañeros. Otra reacción muy común en estos niños es la respuesta agresiva. Los compañeros se burlan de ellos, les insultan, les empujan, les apartan de los juegos, y ellos se defienden. De las palabras pueden pasar a los golpes, y el niño empieza a ser considerado problemático. Este tipo de reacción no es exclusivo de los chicos, también algunas chicas responden con agresividad, pero, según nuestra experiencia, es mucho menos frecuente porque la educación que reciben las lleva a las respuestas de tipo pasivo y a disimular sus capacidades.

Ante estas situaciones de agresión por ambas partes, los padres entienden justo y lógico que sus hijos se defiendan, piensan que es por envidia y no aceptan que su hijo sea el culpable ni que los profesores le recomienden, más o menos abiertamente, que se lleven al niño a otro centro. El problema es que suele ser su hijo el que tiene choques con todos los demás, y el que es rebelde y disruptivo también con los profesores.

Antonio tiene 9 años y este es su tercer colegio. De los tres anteriores los padres le sacaron por problemas. Cuando ahondamos un poco más, los problemas siempre han sido los mismos. Tiene mal carácter, se pelea en el patio, da patadas, muerde y golpea tanto a sus compañeros como incluso a algún profesor que ha intentado sujetarle. Sin embargo, en casa se porta bien. No entienden por qué el niño en el colegio es así. En consulta nos explica que se burlan de él y que no va a aguantarlo. Que le insultan. Que él hace las cosas bien. Si esa niña se está saltando la fila, no es justo, tiene que ponerse en la fila como todo el mundo. Él se lo explica, pero como ella no le hace caso, la agarra del brazo, después ella se pone a chillar, llegan otros chicos y empiezan los insultos y los golpes. Me dice con pena que ya no se lo dice al profesor, porque este tampoco le hace caso. Nadie le hace caso, y el mundo es injusto con él. Siempre termina siendo el malo cuando hace lo que los mayores decimos que tiene que hacer.

Su sentido de la justicia es extremo y no entiende por qué los demás niños se comportan de forma tan inmadura y estúpida, ni por qué cuando él intenta enseñarles se rebelan y terminan con insultos y golpes.

Posiblemente Antonio llegue a aprender poco a poco que tiene que cambiar su forma de actuar con los demás y encuentre su público, con su inteligencia y su fuerza de carácter. Probablemente se convierta en líder de su pequeño grupo de seguidores, con los que podrá hacer las trastadas más sonadas en el colegio y en el instituto y, lamentablemente, pueda llegar a ser diagnosticado con un trastorno negativista desafiante y medicado para la hiperactividad e incluso para la psicopatía.

Algunos niños superdotados se convierten en una pesadilla tanto para sus padres como para el colegio. Es una forma de dar salida a sus frustraciones y a su incapacidad de relacionarse con los demás, así como una forma de defenderse de los ataques que reciben en su entorno escolar.

E. English y G. H. J. Pearson piensan que el niño presenta reacciones agresivas en determinadas ocasiones.

  • Al hallarse en un estado de peligro real o cuando trata de liberarse atacando y destruyendo al objeto o a la persona temida, encolerizándose con alguien.
  • Al sentirse privado de un placer deseado; su cólera se dirige contra el objeto o la persona que causa su privación.
  • Al tratar de hacer algo que constituye una satisfacción y al mismo tiempo le está vedado. Su cólera va contra quien le induce a hacer algo que está prohibido y contra quien le impide realizarlo.

Escaparse de clase, no estudiar, hacer travesuras y saltarse las normas son su forma de integrarse en un mundo que no le entiende, y si para ello tiene que servirse de niños menos inteligentes que él, pero a los que ha aprendido a manejar a su antojo, lo hará.

Otra posibilidad es que Antonio no termine sus estudios, continúe creando problemas, y es posible que acabe en algún centro de desintoxicación, con graves problemas de salud, o con algún percance físico por una imprudencia temeraria con sus seguidores. También puede seguir siendo expulsado de sucesivos colegios y presentar graves problemas de conducta tanto en su casa como en la sociedad.

A pesar de su agresividad y bravuconería, incluso con su familia y amigos más cercanos, en el fondo tienen la autoestima destrozada, están cansados de luchar y pelear siempre con todo el mundo, de no ser comprendidos, de las críticas, y desean pasar de todo y alejarse de la sociedad.

Uno de estos jóvenes me decía: «Mis amigos me tratan como si fuera escoria, como si no valiese para nada, todo porque no me resigno a vivir como ellos, porque he pasado de los estudios y de las imposiciones de la sociedad. No creo en nuestra sociedad, creo que vamos hacia la destrucción. No quiero vivir en este mundo».

Estos chicos simplemente no entienden por qué los demás les rechazan. Se convierten en problemáticos, lo que les ocasiona nuevos problemas con sus profesores y su familia, que resuelven a su manera.

Cuando un niño superdotado no está siendo educado según sus necesidades, si se le obliga a permanecer en un ambiente muy por debajo de sus capacidades, pueden aparecer, y habitualmente aparecen, problemas de comportamiento como respuesta a la frustración que el niño experimenta.

Cuando se diagnostica la superdotación al niño y se le dan actividades diferentes, empieza a sentirse más estimulado y valorado y los problemas tienden a desaparecer por sí solos. Si el colegio no actúa, lo recomendable es cambiar de centro, y si, a pesar de ello, continúan los problemas, puede ser necesario el apoyo de un psicólogo que oriente tanto a los padres como al niño.

De vez en cuando nos llegan chicos desde centros especiales considerados como predelincuentes. Están en plena adolescencia. Sus padres están desesperados o ausentes, y los niños terminan en este tipo de centros. En ocasiones nos encontramos con superdotados también entre estos chicos, y es asombroso cómo cambian cuando entienden por qué son diferentes, por qué han tenido siempre problemas con los demás. Entonces empiezan a creer en sí mismos y en sus capacidades.

Este es el testimonio de una madre:

Los problemas con Julián comenzaron en primero de primaria. Tenía notas muy buenas, pero su conducta no lo era tanto, se negaba a trabajar durante toda la mañana y solo cuando veía que tenía que salir al recreo o volver a su casa hacía todo el trabajo en diez minutos. Esto ha descolocado siempre a sus profesoras.

Los padres lo llevaron a un psicólogo cuando empezó segundo, que al instante vio que podría ser un niño de altas capacidades y le hizo una valoración completa. Siempre habían pensado que era un niño muy precoz y muy inteligente, pero como no tenían con qué comparar tampoco sospecharon que pudiera ser superdotado.

Cuando fueron al colegio buscando orientación y pensando que habría más niños en su situación, el director les dijo que interesaba que no hubiese fracaso escolar y que si Darío se portaba bien, todo se solucionaría. Nada más.

A través de su profesora le vio el orientador escolar y llegó más o menos a las mismas conclusiones que la psicóloga: le dijo a la tutora que hiciese algo de enriquecimiento curricular con él, pero esta tenía demasiado trabajo en clase y no hizo caso a los toques de atención del orientador.

Por consejo de la psicóloga le cambiaron de colegio, encontraron plaza en uno privado, y resultó ser todo buenas palabras al principio y luego castigos y más castigos. Acabaron diciéndole que no sabían cómo tratarle ni qué hacer con él y sugirieron a los padres que le cambiasen de colegio, cosa que, por supuesto, pensaban hacer, ya que era lo que el niño les pedía casi cada día.

En verano se le pasaron las pesadillas, los dolores de tripa y de cabeza y las fobias. Dejó de ser un niño malhumorado y muy irascible. Volvió a ser un niño alegre.

Igual que en los anteriores, para el colegio la culpa siempre la tenían los padres, incluso en el colegio privado llegaron a decirles que le veían muy nervioso y ansioso al final del día porque tenía que volver otra vez a casa (alucinante).

Ahora, en el nuevo colegio, le han aceptado en las clases especiales para los niños con altas capacidades. Solo son dos horas a la semana, pero en el colegio ya no lo ven tan diferente y a él empieza a gustarle (de vez en cuando tiene alguna noche de crisis existencial, pero es lo menos que se puede pedir).

En su nuevo cole, otra vez público, está muy contento, e incluso su comportamiento ha mejorado desde que ha comenzado a trabajar en unas aulas de desarrollo de capacidades. Tan solo va dos horas a la semana, pero le sirve de válvula de escape para que no vea el colegio tan espantoso como lo veía hasta ahora. Precisamente a raíz de entrar en estas aulas, y saber lo que le costó entrar y lo fácil que puede ser salir si no cumple con todo, ha cambiado su comportamiento y hasta hace sus trabajos mucho más limpios y ordenados y con mejor letra.

Por lo menos ahora está feliz, es un niño normal y no tiene una visión tan tremendamente negativa del colegio como la que estaba teniendo hasta ahora.

También nos llegan jóvenes superdotados que no han encontrado ese apoyo en la adolescencia y han buscado su propio camino rompiendo normas y buscando formas de compensar su malestar emocional, huyendo a su manera de sus problemas, con experiencias de drogadicción, con problemas con el alcohol y, en casos extremos, después de haber intentado acabar con su vida de una u otra forma.

Otros niños superdotados comprenden que algo ocurre, aunque no saben qué es, y si tienen habilidades sociales innatas, inteligencia emocional, pueden llegar a adaptarse bien, sin excesivos problemas en la escuela y tener un desarrollo normal.

No existen estadísticas en este campo, puesto que las investigaciones realizadas son muy escasas y la preocupación por estos niños es relativamente reciente, pero según nuestra experiencia clínica son muchos los adolescentes y jóvenes superdotados que tienen problemas de integración, no se adaptan, y desarrollan diferentes problemas psicológicos que les acompañarán durante toda su vida adulta, a los que, a menudo, se une el fracaso escolar.

Este delata en muchos de los casos esos otros problemas que están ocultos y que hacen que los niños aborrezcan la escuela, estén totalmente desmotivados o sean tan problemáticos que finalmente los padres tiran la toalla y les dejan hacer lo que quieren.