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¡Hay tanto idiota ahí fuera…!
Kafana Dačo (barrio de Zvezdara)
12 de mayo de 2011, a las 22:25
Sancho seguía con los ojos clavados en los, ya inertes, de aquel extraño personaje. No supo reconocer la sensación que se adueñó de él, pero no se trataba de rencor, tampoco era lástima.
El sonido de un móvil procedente del cuerpo de Orestes le sacó de su trance. Lo insólito de la situación le empujó a localizarlo en el bolsillo derecho de su pantalón. El nombre de Augusto apareció en el identificador. Frunció el ceño antes de contestar.
—Sancho.
Al otro lado, solo se escuchaba una respiración acelerada.
Una agria sospecha no tardaría en convertirse en amarga certeza.
—¿Qué le ha pasado? —Quiso saber una voz cargada de ira.
—¿A quién? ¿Quién llama?
—¿Qué le ha pasado? —insistió.
Sancho frunció el ceño y tardó en responder.
—¿Quién cojones eres tú?
Augusto trató de reponerse. Necesitó unos segundos.
—¡¡¿Quién cojones eres, maldito cabrón?!! —repitió el pelirrojo.
Solo pudo escuchar una respiración acelerada.
—Me perseguiste después de mi visita a Martina, pero no pudiste cogerme. Me reconociste en Trieste, pero tampoco me alcanzaste. —La voz sonaba totalmente sosegada—. Todavía no lo sabes, pero voy a causarte tanto dolor que desearás estar muerto. Te arrepentirás de haber nacido y querrás quitarte tu asquerosa vida, pero no podrás hacerlo, tu afán de venganza te lo impedirá. Bienvenido al infierno, inspector.
Sancho no dejaba de mirar el rostro sin vida de aquel con quien, supuestamente, estaba hablando por teléfono. No tardó en entenderlo.
—Al infierno es precisamente adonde he enviado a tu hermanito. Este que tengo a mis pies con la cabeza agujereada. ¿Te lo paso para que te lo cuente? ¿Quieres hablar con él?
Sancho soltó una carcajada histriónica que obligó a Augusto a apartar el auricular de la oreja. Fue como si le hubieran vertido toneladas de sal y limón en una herida abierta.
—¡Voy a matarte! —chilló—. ¡¡¡Juro que voy a arrancarte la vida con mis propias manos, pero antes voy a eliminar a toda tu estirpe de la faz de la tierra!!! ¡¡¡Maldito hijo de puta!!! —Sollozó.
La comunicación se cortó.
Las sirenas no tardaron en hacerse dueñas de aquel funeral acústico.
Erika seguía abrazada al cuerpo de su padre.
No lloraba. No era necesario.
Cuando irrumpieron dando gritos y pistola en mano, al inspector no le hizo falta entender serbio para reaccionar de inmediato. Dejó el revólver a un lado y se arrodilló con una mano en la cabeza y con la otra mostrando su placa a modo de escudo protector. Le extrañó el exceso de celo, rozando la violencia, con la que le esposaron y le hicieron tumbarse boca abajo. «Métodos del este», pensó. Entendió que algo no encajaba al reconocer sus piernas desde el suelo.
—¡Gracia!
—Ispettore —pronunció con cara de circunstancias.
—¿Qué demonios haces aquí? ¿Qué está sucediendo?
—Vas a tener que explicar muchas cosas. Estás metido en un lío muy gordo.
—Es el asesino —dijo señalando en dirección al cadáver de Orestes—. Bueno, uno de los asesinos, porque ahora resulta que son dos. Hermanos gemelos, los hijos de puta. Él ha disparado al psicólogo y yo me he visto obligado a intervenir. Lo explicaré todo en comisaría. No te preocupes.
—Sancho, eres tú quien debe preocuparse. En la habitación de tu hotel, hemos encontrado pruebas que te relacionan con los asesinatos de Danilo Gaspari, Stefania Gaspari, Drago Obućina, Chiara Trebbi y Adelpho della Valle. Seguimos la pista del coche que alquilaste y que encontramos aquí enfrente, totalmente reventado. Luego, los dos cadáveres carbonizados junto a tu cartera, los cuatro testigos que te sitúan en la escena del crimen más la declaración del taxista, que, digámoslo así, tampoco te ayuda…
Sancho entendió las amenazas de Augusto y comprendió ese «Márchate» que pudo leer en los labios del ruso. Trató de ponerse en pie, pero los policías se lo impidieron. Gracia les hizo un gesto para que se calmaran y le permitieran incorporarse.
—Gracia, ¿no te das cuenta? Están tratando de hacer lo mismo que en Valladolid, inculpar a un tercero. También puedo explicar lo de los dos muertos de aquí. Tienes que creerme, Gracia. Todo es un montaje. ¡Tienes que creerme!
—Haré lo que pueda, pero las pruebas encontradas son de mucho peso. Con respecto a los crímenes de Belgrado, tendrás que responder ante el comisario Makojević, aquí presente.
Un tipo pequeño y de expresión amarga se acercó al inspector y le inspeccionó detenidamente. Con una mueca casi imperceptible, indicó a sus subordinados que se lo llevaran.
El inspector lanzó una súplica desesperada a Gracia Galo antes de bajar la mirada. Maldijo su mala fortuna mientras notaba cómo la garra le apretaba el estómago más cruelmente que nunca.
—¡Hay que joderse! —Certificó con acierto.