Capítulo XXXIX HABÍAMOS PERDIDO
Aún cantaban los hoscos hombres de la derrota...
Ras vitalli
llablini igrusi
llablini
tu maní natricoi...
...los que se iban enamorados de la belleza melancólica de la Rusia abandonada.
Volverá la primavera
a reír con los abedules;
volverá el sol
a salir por la mañana...
Cuídate, hijo mío, cuídate ahora que ya vuelve la primavera a reír con los abedules y el sol a salir por la mañana. Sí, mamá; me cuido; regreso vivo como tú me pedías. Mira, mamá, ya me voy para España... ¡los muertos! Yo tenía un camarada...
La masa caída de hombres llegó a un bosque. En uno de los bunkers donde, tapados con sacos había media docena de cadáveres, entró mi escuadra. ¿Qué hacemos, mi sargento? ¡Amontonarlos en un rincón! Allí, tras de nosotros, sirviéndonos de apoyo, angustiosamente solos, porque sólo murieron para que nuestras espaldas descansasen, estaban los hombres de mi raza y de mi sangre. Sin fuerza, como recordando un amor de niño, mis tristezas volvían. ¡Amontonarlos en un rincón!... Una hora... ¡Fuera! Olor a desierto y a pólvora. ¡Seguid, seguid las pisadas de la derrota! seguid huyendo en la fantasmal grandeza de la noche rusa.
Ateridos, desmoralizados por el frío y la rabia, marchábamos cojeando hacia un destino que ignorábamos; hacia un lugar donde pudiésemos esconder las cenizas de unos ímpetus que fué en lo que quedaron convertidos los júbilos de victoria,
Encontramos el oasis de una isba. En ella un viejo reloj de cucú, pintado de verde y rojo, daba el sonido del tiempo. Aquella noche le oímos marcando, no las horas de la jornada, sino las horas de la historia. No... no estaba abandonada. En un rincón, frío, demudado, el alma en suspenso, un viejo ruso y su acordeón de botones destilaban la melancolía de una canción, en aquellos momentos tan fantasmal como la noche, como su alma esteparia.
Ras vitali
lláblini igrusi...
Volverá a salir el sol por las mañanas... ¿por qué nos íbamos? ¿por qué llegábamos a su isba antigua huyendo, perseguidos como perros acobardados?
Adiós, viejo ruso; adiós, viejo Iván... Me voy de tu maldita Rusia... ¿no ves cómo el viento enfurecido levanta nieves? ¿no oyes cómo silba el miedo? Así está siempre; así te dejamos hasta que todo cambie y vuelva a salir tu "sonsa"