Capítulo XXXI KOLKA ¿POR QUÉ REGRESAS?
Esperando el momento de volver a la pelea, estaba con Kolka, quien continuaba adscrito al P.C. La artillería enemiga tronaba sin pausa y el fárrago de centenares de vehículos aturdía la carretera. El ruso llevaba varios meses refugiado en un enigmático mutismo, únicamente abandonado para hablar conmigo. Éramos dos amigos sinceros y leales.
—Lalo, me voy con los míos.
Así comentó, así habló para llenarme de asombro.
—¿Con los tuyos? ¿quiénes son los tuyos?
—Me voy al lugar de donde vine.
—¿Te pasas a los rusos?
—Sí...
—Vamos ¡vamos afuera! Hablaremos más tranquilos.
Abandonamos el bunker. Y ya sentados en la cuneta, mirando hacia los fogonazos, al cielo teñido de rojo y los lagos de niebla, entre los cuales hombres y vehículos formaban un espectáculo de leyenda, lo apremié:
—¡Dime!
—Escucha —comenzó lentamente—; antes de nada quiero que lo entiendas bien por...
—¡Habla, hombre! —le interrumpí impaciente.
—Sí... mira, Lalo; yo no me pasé para luchar por los germanos, ellos no han traído a mi país más que desgracia, sino por mi propia Rusia. Tú sabes que nosotros, la mayoría de los rusos, no somos lo que el régimen de Moscú quiere. A pesar de que siempre hemos sido tiranizados, aún queremos, aún adivinamos lo que es la libertad. Tú sabes también que los bolcheviques, para llevar a cabo su despotismo, no se han olvidado de nada; que han usado los mismos métodos insoportables de Rasputín y los zares; que aprovechando la ignorancia de nuestros pueblos...
—Está bien —contesté un poco desorientado por el preámbulo—; entonces ¿por qué te pasas?
—Déjame que te explique. Hace dos años que tengo necesidad de contar a alguien mis preocupaciones. Lo hubiese hecho antes; pero, en definitiva, eres un sargento alemán y...
—¡Oye! ¡oye! —le interrumpí de nuevo—. Yo soy un soldado español, ¿está claro?
—Quiero decir que llevas uniforme verde y que nosotros tenemos horror a los uniformes verdes, porque han matado millares y millares de rusos.
—Menos de los que parece —le espeté seco.
—No, pero...
—Escucha, yo sé que esto que acabas de decir lo vamos a oír durante muchos años y de distintas bocas, pero no olvides que, si los moscovitas hubiesen estado dotados de mandos capaces, si hubiesen alejado a los comisarios, en la mayor parte ignorantes y siempre fanáticos que imponían su ignorancia en la estrategia de la guerra, se habrían ahorrado millones de vidas. Tienes que comprenderlo. Tú, como yo, estás cansado de luchar en la proporción de uno contra diez o quince. Si esto ha sido posible es gracias a que los mandaban al combate como gigantescos rebaños.
—Quizá tengas razón... quiero convencerte de que soy tan anticomunista como el primer día. La doctrina de los bolcheviques se ha olvidado y sigue olvidándose del corazón de las gentes. Aunque en principio tuvieron su razón de existir porque los señores del Zar llegaban hasta jugarse los siervos a los naipes y pretendían que los eternos humillados siguiesen siendo humillados, después se excedieron. Sacaron momentáneamente a las gentes de una ignominiosa servidumbre pero a muchos de ellos les hicieron carniceros. Los demás continuaron, aunque con otro nombre, como estaban o algo parecido y...
—Eso de los carniceros siempre es igual —murmuré pensativo—. Las guerras civiles son todas parecidas.
—Sí, ya sé; pero hablamos de Rusia. Aquí se creó para los ávidos de vida o los explotados, el sueño de un paraíso y para los que no creían en sueños las chelcas de la G.P.U. En nombre de la revolución mundial se olvidaron del individuo y de su fe. No digo concretamente en Dios sino en algo que tenga que ver con el espíritu.
—Los alemanes también se olvidan de Dios, Kolka. Y no comprendo como pueden querer privar a los pueblos de sus sentimientos religiosos. Está bien que se combata a la Iglesia cuando se inmiscuye en política, que desgraciadamente he oído decir es muy frecuente; cuando se cree que no es lo pura que debiera ser, pero con el sentimiento...
—Sí, los germanos también. A ellos se les enseña "El mito del siglo XX", como a nosotros nos obligaron a leer el "Sin Dios". Pero además tienen otras cosas peores. Para ellos —me he convencido hace tiempo —los tártaros, los eslavos, los kalmukos, son infrahombres que no entran en la concepción del "nuevo mundo" que preconizan. Y esos hombres son de mi pueblo y yo debo estar al lado de ellos. Ya no luchan contra los bolcheviques, sino contra el pueblo ruso y yo soy ruso, eso no puedes ni puedo olvidarlo jamás. Han cometido demasiados errores en nombre de un estúpido complejo de superioridad; han llevado millones de hombres, de mujeres, unos prisioneros, otros engañados, a trabajar a Alemania y la mayoría de ellos han muerto o morirán. Las acciones de exterminio, de internamiento, de trabajo obligatorio no creo que entren dentro de ese "orden nuevo". Y si entran, yo me salgo...
—¡Y yo! —exclamé un poco tontamente.
—Han sido tantas sus equivocaciones, que Stalin ha podido levantar el pueblo entero contra ellos. Bien es verdad que ha debido recurrir a lo que siempre combatió, es decir, al alma religiosa rusa y a su concepto del nacionalismo. Consiguió así crear el paneslavismo nacional y ahora, ¿schato tojok?, ahora perdéis la guerra...
—¡Ah! es por eso que te vas, ¿no? Según esta regla de tres, también tendría que marcharme yo. España es neutral y allí estaría tranquilo.
—No, en la retaguardia rusa hay guerrilleros anticomunistas. Los ucranianos sólo piden hombres a quienes obedecer y, sin querer nada, sin esperar nada más que su libertad, ofrecen y sacrifican por el triunfo diez veces más que vosotros. Cuando las 120 divisiones alemanas y los 3.000 carros se lanzaron en junio del 41 al asalto, creíamos que venían a liberarnos, que podíamos luchar, que nos daríais armas y aliciente. Estábamos ansiosos de pelea porque era una cuenta vieja la que había entre nosotros. Y ¡ya ves lo que pasó! Los germanos están ahora intentando suavizar el trato con las poblaciones civiles. Demasiado tarde. Hasta hace poco creía encontrar en cada ruso un comunista y comprendieron su error. Es su antigua falta de tacto, de instinto político el que les ha perdido. Pero ya es inútil. Moscú tiene hasta un Patriarca y Stalin ya no sólo coloca en la lucha material, sino el espíritu de su pueblo. Y tú sabes que no son las armas las que ganan las guerras, sino el ideal. La prueba es que vosotros aguantáis como el mejor, hambres, tiros y sobre todo este frío que no conocíais. Los mujiks, que no sabían nada de comunismo y que son buenos y hospitalarios, seguían, como tú has visto, adorando a sus viejos iconos. Les ofrecían una mano o un trozo de pan, y eran amigos. Ellos los trataron como a las bestias y ahora quieren volverse atrás. Esperábamos tanto de vosotros... y lo único que encontramos fueron comandantes de ocupación que se llevan nuestros granos y nuestras mujeres; Gestapos que nos persiguen como perseguía la G. P. U.; oficinas de reclutamiento... ¡Qué hemos hecho nosotros para merecernos esta vida! Nos obligaron a elegir entre un zar despiadado y reaccionario o un déspota bolchevique, y la mayor parte de los pueblos rusos no quieren ni lo uno ni lo otro. Confiábamos en que nos dejasen tener gobierno propio y vimos acercarse a otros tiranos que sólo deseaban nuestras tierras fértiles y nuestro sometimiento. Stalin, repito, ha podido hablar de guerra nacional, pudo sacar las viejas banderas y los viejos popes. Todo aquello que durante años escarnecieron, salió a la luz como patriótico y las divisiones rusas sintieron un nuevo ánimo. Fué un truco de prestidigitación maravilloso que pronto dió sus resultados. Los prisioneros que lograban evadirse, contaron el estado en que se hallaban los campos de concentración, los habitantes y las tierras conquistadas. Ellos ayudaron a los "polistruks". Y no sólo es eso. Los comunistas no se han detenido allí. Dejaron que los viejos héroes de la Revolución, como fueron los mariscales Timochenko, Vorochilof, Budyenny, etc., cediesen el puesto a hombres que tal vez no supiesen nada de comunismo, pero dominaban la estrategia. Ahí tienes a Zukov que ha presentado una nueva táctica a los alemanes y los está venciendo.
—¡No! —protesté airado—. ¡Qué los va a vencer! Si no fuese por el barro y el frío...
—Sí, reconozco que el general Invierno es...
—¿Cómo el general Invierno? Y el general Otoño, el general Verano y el general Deshielo. Tenéis veinte generales que luchan con vosotros. ¿O es que no lo has visto? ¿Y la gasolina? Si tuviésemos gasolina...
—Pero aún así —insistió enérgico el ruso— yo te aseguro que el despertar de algunos pueblos, como el ucraniano y el cosaco, ha sido desaprovechado.
—¡Ah! En eso estoy de acuerdo.
—Tú has visto jóvenes que quedaron luchando a nuestro lado; viejos que con escopetas del tiempo de Napoleón nos ayudaban cuando sus mujeres, sus hermanas y sus hijos huían para no caer en poder de los bolcheviques. Unos porque pensaban como yo; otros porque los bolcheviques mataban a todos los que habían tenido algo que ver con vosotros. El que os dió un vaso de agua, la muchacha que se os entregó o remendó una camisa: todos. Huyen, huyen y se encuentran con que detrás también está el miedo... Tienen miedo de todos y de todo, Lalo, y así hay millones de madres, de hombres, de niños, de ancianos. ¿Comprendes lo que esto significa? Vosotros, los españoles, sois distintos. Llegáis a un pueblo y la primera caricia y el primer pedazo de pan es para los pequeños y así lográis que su máscara de terror se suavice. Luego, en la primera casa que oís una balalaika, entráis a bailar y a beber. Os hacéis amigos y pronto se os ve paseando con las chicas, entrando en las iglesias ortodoxas y robando patatas a los nuevos aspirantes a "kulaks", para dárselas a los humildes... y a veces para coméroslas vosotros. Pegáis un puñetazo a un ruso y dejáis que un ruso os pegue un puñetazo; reís y cantáis y al mismo tiempo demostráis que como soldados sois estupendos...
—Gracias, Kolka —le interrumpí con sorna—; pero no tienes porqué decirme esos piropos; en definitiva, hace tiempo que nos conocemos.
—Es verdad, hombre ¡es verdad! —insistió el oriental—. Y eso es lo que hace falta. En mi pueblo son necesarios hombres que no manden, hombres comprensivos que de una vez por todas le hagan olvidar la perpetua tiranía de su historia. Hace falta gente que sepa comprender el "nitchevo", gente como vosotros, porque, igual que a los rusos, os cuesta tomar nada en serio. ¿Te acuerdas de la "bolsa"?
—Sí, ¿qué pasó?
—¿No recuerdas aquella vez que estábamos en unas trincheras cerca de la carretera y que os ibais todos a un pueblecito cercano a bailar? ¿Qué un día llegó un coronel alemán y casi se desmaya del susto...?
—¡Ah! —contesté sonriendo—. Sí, ya sé.
—¿Recuerdas lo que le dijo aquel cabo? "Mire, mi coronel; tenemos un soldado en el campanario. Cuando vienen los ruskis avisa y salimos corriendo. ¡Y casi siempre llegamos antes que ellos a nuestras posiciones!"
—Pero esto no dice nada en favor de nuestra "madera" de soldados —repuse aún sonriendo—. ¡Al contrario!
—Ya lo sé; sólo quiero demostrarte que tenéis buen humor, aunque cuando creéis que llegó el momento, sois violentos, tal vez demasiado violentos. Pero aún así, entre eso y la perpetua seriedad y adustez de los germanos, nosotros os preferimos, porque nos podéis comprender mejor, porque sois algo parecido a nosotros. ¿Tú crees que incluso aquellos cosacos del sur que tan lealmente lucharon al lado de la caballería del Reich o los mahometanos que no quieren saber nada con los ateos, pueden entenderse con ellos? ¡Es imposible!
—Sí, Kolka —convine a disgusto—; en eso tienes razón. He oído decir que cuando los alemanes se meten en política, se arman un lío que no saben cómo desenredarlo. No dan una en el clavo ni por casualidad. En la industria, en el arte, en muchas cosas son estupendos. ¡Pero en política tienen menos sentido común que una lechuga!
—Claro, hombre; y ¿crees tú que han aprendido algo después de haber regado con muertos —señaló las cruces del cementerio militar— el Wolchow, Moscú, Stalingrado, el Cáucaso...? Volverán a cometer los mismos errores. Si ahora dieron orden de suavizar el trato, es porque ven las cosas mal, pero si mañana las encuentran mejor, retornarán a su vieja "superioridad" y si ganan la guerra... ¡entonces sí que no hay demonio que los aguante! Han desperdiciado, repito, el despertar de muchos pueblos. No lo dudes, ¡hay mucho que aprender de los comunistas!
—Lo cierto es que en la guerra todo parece tambalearse, ¿verdad? —murmuré pensativo.
—Porque vosotros queréis...
—En cuanto a mí, te aseguro que no.
—Llegó la "liberación" y tú sabes bien lo que pasó. Las carreteras, los bosques...
—Ya sé lo que vas a decir —le interrumpí—; que ahorcaron, que en represalia quemaron aldeas enteras, ¿no es eso? No olvides que los alemanes son ingenuos. Cuelgan partisanos y los fotografían. Tarde o temprano estas placas, y otras conseguidas por el servicio de espionaje, se expanden por todo el mundo. Otros, los ingleses por ejemplo, asesinan impunemente pueblos y hasta razas enteras, pero siempre tienen la precaución de que los ejecutores directos sean los mismos nativos o mercenarios. Los señores piratas, como los capitalistas en general, manejan además el recurso de hacer subir y bajar las acciones y, aunque con eso matan de hambre y miseria más que todos los cañones habidos y por haber, tienen la ventaja de que no se puede retratar a las víctimas. Pero parece que te olvidas de cuando "liberan" los rusos. ¿Ya no recuerdas los saqueos, las matanzas, las mujeres que vimos violadas y muertas; donde junto a unos botellines vacíos de wodka y un acordeón encontrábamos una o diez muchachas destrozadas por las hordas?
—Esos eran los asiáticos.
—Asiáticos o marcianos ¡eran rusos! ¡Son los soldados que tenemos enfrente! ¡A ver si ahora va a resultar que los ruskis son unas almas de Dios y los alemanes unos ogros!
—Sí, estoy de acuerdo —repuso Kolka fatigado—; pero lo que quiero demostrarte es que los germanos podían haberlo hecho mejor. No olvides que ningún pueblo del mundo es tan sensible a la propaganda como el mío y que ningún ejército ha contado jamás con una tan refinada como el bolchevique. No olvides que han confundido a Dios con el diablo; al nacionalismo con el internacionalismo; al comunista con el zar y la luna con el sol; que están matando popes y ponen un Patriarca; que son capaces de anatematizar a los comunistas extranjeros y un día después, según sea la política de sus gobiernos, los encumbran para volver a destruirlos. Y esto, no lo olvides, Lalo, esto y a pesar de la perfecta propaganda, ha sido posible por la ayuda de los Rosemberg y los Erik, ¿entiendes?
—Sí, hombre, sí; entiendo que tienes un gran cariño a los deutschs.
—Antes no habrás visto, apenas habrás oído hablar de actos individuales de heroísmo; ¿recuerdas Possad, Sitno, Dubrowska?
—Sí, sí, recuerdo: Possad, Sitno, Dubrowska... —repetí mordido por la entristecida nostalgia.
Y reponiéndome, añadí:
—¡Qué tiempos aquéllos!, ¿eh, Kolka? —le dije palmoteándolo en la espalda ya despreocupadamente—; pero ya pasaron. Ahora a apechugar con lo que venga.
—Tú lo ves todo fácil —repuso apenado—; pero yo...
Nos pusimos en pie y miramos hacia el norte. Los enormes obuses que lanzaba aquel bólido alemán montado sobre un tren, seguían hostigando Leningrado. Los edificios de Krasny-Bor ardían y sobre ellos se alzaba el tableteo espeso y luminoso de las ametralladoras y las explosiones.
Los españoles seguían conteniendo el fabuloso aluvión enemigo. El cerco de Leningrado no sería roto pese a la gigantesca desproporción de medios y hombres.